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El año en que vivimos peligrosamente

Fuentes: Valenzuela’s Veritas

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández

El año en que vivimos peligrosamente (Parte I

¿Pueden oler los humos y gases de un descompuesto motor económico que ha dejado de funcionar, con toda su sinergia escupiendo y lanzando esputos y con todas las piezas despachurradas bajo las garras, y vicios, del capitalismo neoliberal? ¿Pueden sentir el desmantelamiento de las bujías económicas del consumidor estadounidense, cómo la codicia e incompetencia del establishment sacrifica nuestro sustento y cómo el valor de nuestras vidas se va sometiendo más y más a la esclavitud del todopoderoso dólar y de quienes manejan sus hilos?

¿Pueden oír el clamor de los diversos Maquiavelos autoritarios, que hay muchos, aplaudiendo mientras se va desechando la Constitución como si fuera la basura del día anterior, y sus principios y fundamentos se van quemando en el interior del incinerador del fascismo? ¿Pueden escuchar cómo se va aniquilando uno de los más grandes documentos de gobierno jamás creados por el hombre y se va deshaciendo entre las llamas gracias al keroseno que le arrojan las corporaciones estadounidenses en el poder, mientras sus cenizas se esparcen lentamente por el reino de la nada?

¿Pueden ver, si es que no se han quedado ya ciegos ante la tele-basura y la información-entretenimiento, por la propaganda que definimos como noticias, por las mentiras y los engaños y la censura de los medios corporativos, por el brillo reconfortante de la televisión, por la charada que es la democracia estadounidense, por la miríada de distracciones a base de pan y circo y por el cercano fin de la libertad estadounidense, que será pronto reemplazada por el Gran Hermano, por una sociedad vigilante, por un estado policial y por un corporativismo con todas las de la ley?

¿Pueden sentir la velocidad creciente del militarismo e imperialismo arrasando la nación, y el planeta, no dejando atrás sino una estela de odio y animosidad? ¿Pueden percibir que el imperialismo en el exterior y la libertad y democracia en casa son mutuamente exclusivos, que para conseguir el primero deben sacrificarse las segundas y que los pueblos, para que el imperialismo funcione, tienen que estar inmersos, inevitablemente, en una tiranía? ¿Se dan cuenta de que no somos sino la mayor de las conmociones, el mayor de los sucesos que catapulta nuestras vidas hacia las fuentes de unos EEUU completamente diferentes?

Si no se sienten indignados, incluso enfurecidos por la situación actual en EEUU, entonces es que no han prestado atención alguna, o que no les importa lo suficiente el futuro que sus hijos van a heredar y en el que van a tener que vivir. Si no están alarmados de ver adónde nos lleva el curso actual de las cosas, entonces es que han abandonado las responsabilidades de los ciudadanos informados, prefiriendo el calor confortable de la ignorancia a la frigidez absoluta de una más que ominosa realidad.

En efecto, ha sido nuestra pasividad y aquiescencia, engendradas por el confort, la distracción y la erosión del pensamiento crítico, las que han facilitado nuestro descenso hacia aguas autoritarias y corporativistas. Ha sido nuestra indiferencia y nuestra mentalidad de «aquí no puede suceder eso» lo que ha garantizado inevitablemente que sí suceda, que, de hecho, «suceda aquí». Es nuestra inexperiencia con la tiranía dentro de la patria y la falta de exposición a tendencias autoritarias como la vigilancia, policía secreta, torturas, espionaje y desapariciones que prevalecen en muchos de los estados que EEUU apoya y que nuestro gobierno fomenta y que hasta hace poco no existían aquí, lo que nos expone a un asalto metódico por parte de ideologías maquiavélicas.

Lo que miles de millones de seres humanos han experimentado de primera mano, muy a menudo gracias al patrocinio, financiación, entrenamiento, apoyo, protección y estímulo de nuestro gobierno, aún no hemos llegado a sufrirlo totalmente nosotros. Los sucios actos clandestinos que la gente del exterior de nuestras fronteras conoce bien, y que se nos han mantenido ocultos, parten del principio de que si EEUU quiere mantener su imperio, debe continuar actuando como un imperio. Esto, desde luego, implica mantener un control férreo sobre sus estados vasallos, un control por poderes a través de sus hombres de paja, utilizando los métodos que cualquier aspirante a imperio debe saber ejercer, a saber: la tiranía, la opresión y la represión, junto con las herramientas con que cuenta cualquier autoritario acreditado como tal.

Como el imperio se extiende y trata de conseguir mayor control sobre los territorios, los recursos y los pueblos, sus métodos son cada vez más brutales, a la vez que los pueblos nativos van haciéndose más resistentes, por lo que, con el imperialismo creciente y la adición a la hegemonía, van necesitándose mayores cantidades de armamento militar, violencia y tiranía para aplastar y amenazar a los movimientos de resistencia. Para mantener su extenso imperio, EEUU debe por tanto convertirse en un ente abiertamente fascista, una realidad que no puede fusionarse con las libertades, derechos y democracia de su propio pueblo. Los dos principios, imperio y libertad, son diametralmente opuestos, elementos incompatibles en la lucha para determinar el futuro curso de la nación.

Dado que, históricamente, la elite de la nación y su establishment han escogido siempre el imperialismo, la expansión y la construcción del imperio, no hay razón para creer que esta deriva hegemónica vaya a ralentizarse. Muy al contrario, en un mundo de recursos limitados, de ansiosos y crecientes competidores, en un planeta que parece irse reduciendo, con una población en aumento y con un Washington embelesado en su arrogancia, auto-enaltecimiento, carácter excepcional y codicia, no cabe duda que la elite elegirá invariablemente sacrificar la Constitución y los cimientos de la sociedad estadounidense y, por lo tanto, las libertades y derechos de las masas, para mantener y ensanchar el reino de la hegemonía estadounidense. Este paradigma tiene lugar hoy en día, en tiempo real. La transformación está en marcha, justo ante nuestros ojos.

Entre el golpe que supusieron las elecciones generales del 2000, que permitieron la entrada en la rama del ejecutivo de corporativistas y autoritarios, y las primeras horas del Reichstag estadounidense, o 11-S, ese gran catalizador y transformador de acontecimientos, el Pearl Harbour neocon, EEUU, que era ya en las décadas anteriores uno de los más viciosos y diabólicos imperios, elevó sus niveles de arrogancia, unilateralismo, desafío, maldad, inhumanidad y violencia contra los pueblos del mundo.

Mientras que las robadas elecciones de 2000 dieron paso a una era de abierta hostilidad, unilateralismo y mentalidad tipo «haremos lo que nos de la gana» en la visión de EEUU sobre sus relaciones con el mundo, que supone la planificación y luz verde a los ataques, invasiones y ocupaciones de Afganistán, Iraq y otras naciones de Oriente Medio, el 11-S supuso la conmoción que introdujo en el mundo el intento estadounidense de una hegemonía global, ahora abierta y transparente, de la nueva normalidad, el facilitador de la nueva realidad de la humanidad. El trabajo interno del 11-S se centró en presentarlo como un ataque psicológico contra el pueblo estadounidense y se diseñó para que las masas se convirtieran en serviles y aquiescentes con los, por otra parte, impopulares métodos de construcción del imperio; también permitió que la Pax Americana empezara su búsqueda de la hegemonía sobre una base más transparente y, por ello, más fácil.

Como se describe arriba, antes del 11-S, la elite estadounidense se veía forzada a confiar en métodos más clandestinos de expansión hegemónica, así como a dar al menos la impresión de estar siguiendo y ajustándose al derecho internacional, manteniendo sus actividades en secreto ante su población para así poder controlar el frente interno, dada la impopularidad de la tiranía y de todos sus instrumentos. Esto hacía que al imperio le fuera más difícil conseguir sus metas. Con el fin de la Guerra Fría, desaparecida la amenaza del hombre del saco exterior utilizada como excusa para justificar las aspiraciones imperiales estadounidenses y, supuestamente, para defender la libertad y la democracia, se inventaron nuevas coartadas y se crearon nuevos enemigos que consiguieran la aceptación popular a fin de proseguir la marcha del Destino Manifiesto.

Por tanto, se implementaron nuevos métodos de manipulación, como el 11-S. La oportunidad que representó el 11-S, un acontecimiento catalizador y transformador, permitió a los fascistas estadounidenses continuar adelante con su anterior deriva, sólo que esta vez de forma más abierta y metódica, con todos los motores del poderío militar y social estadounidense alineados detrás del esfuerzo de conquista de territorios estratégicos, recursos y pueblos del mundo para las corporaciones estadounidenses, especialmente para el complejo militar-industrial-energético y su elite. Actualmente, mucho más que en el pasado, la criminalidad y el control se ejecutan con total y abierta arrogancia, sin preocuparse para nada de que el mundo sea testigo de un imperialismo que es tan sistémico como tiránico.

El 11-S, con todo su terror y miedo, produjo estupor, complicidad garantizada, pasividad e incluso apoyo ignorante por parte del pueblo estadounidense. Al fin y al cabo, un desconocido hombre del saco venido de fuera, de piel oscura, se había atrevido a atacar el imperio. Se consideró natural, pues, que el imperio contraatacara, aunque las tierras de ese hombre del saco fueran también, convenientemente, aquellas que se habían elegido preventivamente, con meses y años de anticipación, para ser objeto de invasión y ataque debido a su situación estratégica y a sus recursos naturales, que ese mismo imperio quiere para sí. Bajo esta rúbrica, junto con la frívola proclama de llevar «la libertad y democracia» a Oriente Medio y a Asia Central, el pueblo estadounidense se convirtió en el tonto útil para la maníaca ideología de los fascistas estadounidenses en el poder.

Lo que denominamos imperialismo estilo-estadounidense ha ido así evolucionando, aprovechando el 11-S para los dolores del parto, con descarada arrogancia y unilateralismo, con el terrorismo y hostilidad abiertamente patrocinados por el estado en desafío total y en confrontación directa con los pueblos del planeta. Donde una vez hubo asesinatos masivos, violencia, guerras, golpes de estado, represión, tiranía, ejecuciones, asesinatos, desapariciones, castigos colectivos, deshumanización y torturas clandestinas dictadas por las maniobras del imperio para controlar los lugares y los pueblos del mundo, con su surtido de dictadores, tiranos, juntas, reyes, pro-cónsules, ministros y estafadores de lite ayudando a mantener y ensanchar los campos del imperio, la siguiente etapa de la temeridad imperial ha puesto el imperialismo en primer plano.

Hoy en día el mundo entero puede ver, con excepción de los que viven dentro del mismo imperio -ya que la mayoría de sus ciudadanos eligen un cóctel de ilusiones vanas, negación, creencia en una condición de superioridad y en la bondad inherente de EEUU, ausencia de razón y auto-impuesta ignorancia para asegurar una mentalidad de «ojos que no ven, corazón que no siente»-, lo que millones de seres humanos han venido experimentando durante décadas. El imperialismo estadounidense y la construcción del imperio se han convertido en una realidad aceptada, una «nueva normalidad», con sus intentos de construir y asegurar un poder hegemónico en todo el mundo mediante amenazas, violencia, guerras, estrangulación económica y colonialismo de mercado, algo tan evidente como que hace frío en invierno y que el sol aparece por el este.

TRANSFORMACION

Sin embargo, la novedad, que no es bien comprendida por la inmensa mayoría de los 310 millones de personas afectadas, es que el imperio ha llevado el corporativismo clandestino y el gobierno autoritario hasta las mismas costas de EEUU. Ha empezado por importar la esencia misma de los métodos imperiales que utilizó y continúa utilizando en el exterior, ya que con la mayoría de esos métodos ha logrado triunfar y controlar cada ámbito, expandiendo así su hegemonía global.

Todo esto se ha logrado utilizando de forma criminal la psicología; induciendo el miedo en la población; postulando el sacrificio de la libertad en aras de la seguridad -que no se consigue nunca- mediante bombardeos masivos de propaganda; condicionando a las masas para que piensen sólo en nebulosos niveles de blanco o negro, en el razonamiento del bien versus el mal; destruyendo la economía y creando penuria, inseguridad financiera y necesidad de chivos expiatorios (la vieja estrategia del divide y vencerás); destruyendo puestos de trabajo y salarios, desmantelando lentamente las clases medias, es decir, convirtiéndolas en esclavas de las deudas y del capitalismo depredador; emprendiendo guerras imperiales perpetuas diseñadas para controlar los recursos y los lugares estratégicos, transfiriendo miles de billones de dólares del bolsillo del estadounidense medio a las arcas del establishment; aumentando exponencialmente el militarismo, el complejo militar-industrial-energético y la consiguiente asignación de presupuestos siempre en expansión al Departamento de Guerra, detrayéndolos de otros servicios del gobierno; acabando con el pensamiento crítico y la capacidad de razonamiento; aniquilando deliberadamente la educación; todo ello mediante el modelo sistémico de mentiras, engaños, propaganda y lavado de cerebro endémicos en los medios de comunicación dominantes; subastando al por mayor al mundo de las corporaciones todas las delegaciones, departamentos y agencias gubernamentales; y empotrando a corporativistas y facilitadores fascistas en todos los sectores del gobierno de Estados Unidos y sus aparatos de propaganda.

Con una más que maleable ciudadanía condicionada por la obediencia y la pasividad, es fácil entender por qué el corporativismo se extiende como un ave fénix en la nación de los Padres Fundadores. Es en el interior del estómago de la misma bestia donde, en el espacio de pocos años, el imperio ha declarado una guerra abierta contra el pueblo estadounidense, desatando un ataque devastador contra los derechos y libertades de todos los estadounidenses. Ha sido en los últimos siete años cuando más ha triunfado la política de erosión del poder, fuerza y bienestar de la mayor parte de estadounidenses de clase trabajadora y media, creando así una clase de siervos y esclavos prácticamente impotente. Es en el interior de las entrañas mismas del imperio donde el pueblo está siendo constantemente atacado, donde a diario se destruyen y aniquilan los medios de vida de cientos de millones de personas.

El objetivo, desde luego, es simple. Aumentando el miedo y creando el chivo expiatorio del enemigo exterior, un temible hombre del saco de piel oscura de incuestionable «maldad», preferiblemente alguien que sea desconocido y diferente, por tanto, el mismo objeto del temor, alguien que, fortuitamente, habita en las tierras cuyos recursos y situación codicias, validando así la guerra y la destrucción y la conquista y la ocupación, el populacho es bombardeado con la receta del odio engendrado y, por supuesto, del temor perpetuo. Como salido de una novela de Orwell, el fabricado odio hacia el árabe y el musulmán es así utilizado para conquistar los recursos y tierras necesarios para expandir la hegemonía, con la aquiescencia y pasividad del pueblo, así como para aniquilar las libertades y conseguir un mayor y mejor control sobre la vida de la población.

Un pueblo en constante temor de perder su «forma de vida», sus acariciadas «libertades», que la propaganda catapultada vomita inmisericorde cada día, haciendo de la repetida mentira un verdad certificada a los ojos de decenas de millones, inevitablemente llevará a una fe desenfrenada, aunque ciega, en los elementos de gobierno que, por definición, uno confía que protegen y defienden al pueblo. Si cientos de millones no tienen problema en creer con fe ciega en un dios que antes nunca han visto, oído, olido o sentido, absorbiendo las historias y el lenguaje de nuestro pasado primitivo, rechazando utilizar la razón y el pensamiento crítico para combatir mitos y fábulas, ¿cómo podemos esperar que no crean ciegamente en un poder ejecutivo tangible y unitario que actúa con la figura del padre -o macho dominante, si vamos al caso- que ofrece promesas de seguridad y protección en un mundo incierto y aterrador -aunque no sea más que una charada ficticia- mientras nos sermonea desde el púlpito?

Junto al desastre económico que viene -que, inevitablemente, causa angustia, odio, chivos expiatorios, falso patriotismo, xenofobia, racismo, crimen, dureza, hambre, sufrimiento, pobreza, miedo, división e inseguridad en un gran segmento de la población, haciendo por tanto de decenas de millones de seres fáciles objetivos dispuestos a aceptar el autoritarismo y el gobierno tiránico sobre sus vidas-, el uso de un enemigo exterior como chivo expiatorio apropiado, hace que las irritadas masas puedan concentrar su rabia en algo, garantizando virtualmente la conformidad nacional y aceptando la erosión de las garantías constitucionales a favor de un estado policial y vigilante dominado por las corporaciones. Esta fórmula ha logrado maravillas a favor de muchos de los más despiadados dictadores de la historia moderna.

Esa combinación de conmoción económica unida al miedo al terrorismo y a un muy peligroso enemigo exterior que quiere destruir la forma de vida de la gente es una receta de éxito para la implementación de la doctrina corporativista y autoritaria por toda la nación. La rabia, resentimiento y energía negativa de las masas, muy desgastadas por la dureza de una recesión severa o casi depresión, son fácilmente acotados en una amalgama de resentimientos que puede manipularse y canalizarse en la dirección que elija la elite corporativista. Bajo esas condiciones, y teniendo un chivo expiatorio contra quien dirigir la rabia, el odio y las emociones, el elemento corporativista en el poder puede dictar disparates y agresividades con temerario abandono.

Junto con una débil y confabulada asamblea legislativa -que no son sino una colección de defraudadores, encantadores de serpientes, chalanes, mentirosos profesionales, oportunistas y políticos corruptos, todos ellos doblegándose ante los ataques del mundo de las corporaciones, con sus poderes diezmados, su importancia disminuida, convertidos en una insignificante entidad generadora de opinión, bajo el control y poder firmes del ejecutivo unitario, incapaz de imponerse o de controlar al presidente-emperador-, Washington se ha convertido en la misma entidad que destruye libertades y derechos y ayuda a construir y reforzar la infraestructura necesaria para una corporación permanente, una sociedad vigilante, un estado policial, una realidad autoritaria.

Lo que ninguna organización terrorista hubiera podido conseguir nunca durante los últimos siete años, lo ha hecho el mismo gobierno al que la mayoría de estadounidenses creen incapaz de llevar a cabo perversidad alguna, el mismo gobierno en el que hemos puesto una fe ciega y en el que hemos confiado, el mismo gobierno que pensamos actualmente que tiene una oposición dentro de sus filas. Irónicamente, lo que ese hombre del saco externo nunca podría haberse llevado está siendo metódicamente saqueado por nuestros «protectores» internos, y con todo nuestro desenfrenado, si bien ignorante, apoyo y entusiasmo. Quitarle un caramelo a un bebé es un esfuerzo mucho más difícil. Con el estado y las corporaciones operando secreta y conjuntamente, las masas han quedado abandonadas y que se las apañen ellas solas como puedan.

En realidad, ha sido el gobierno, con ayuda de los medios de comunicación dominantes, el que ha aterrorizado a la ciudadanía mediante una exhibición abierta y continuada de guerra psicológica. Ha sido el gobierno, junto con el Ministerio de la Verdad, el que ha instilado temor e inseguridad a la población. Son ellos quienes, bajo cualquier definición de terrorismo que se quiera considerar, se han convertido en nuestros terroristas, en nuestro enemigo real, en nuestro hombre del saco interior. Traficar con el miedo nunca fue tan fácil, y cuando el trauma colectivo del 11-S se calmó, todo lo que se necesitó para despertar los sentidos de las masas fue una sarta de mentiras sobre nuevos ataques, mayor deshumanización respecto al enemigo, propaganda sobre amenazas e inseguridades inminentes y, si todo eso fallara, un falso suceso más que sirva de banderín de enganche.

Enlace con la primera parte del texto original:

http://valenzuelasveritas.blogspot.com/2008/02/year-of-living-dangerously-part-one-of.html

(Parte II)

Ausencia de Voluntad

Bajo constantes manipulaciones, mentiras y propaganda, una nación de valientes se ha convertido en una nación de cobardes. Una nación que una vez cuestionó a sus dirigentes camina ahora ciegamente detrás de ellos al ritmo que les marcan, en pos de la criminalidad y la corrupción. Una nación que una vez se levantó y protestó, hizo huelgas, organizó marchas, sentadas, desafió al gobierno y trató de pedirle cuentas por sus hechos, prefiere ahora quedarse sentado confortablemente en sus sillas y divanes, observando el mundo pasar desde sus aparatos de televisión y ordenadores, convirtiéndose algunos en activistas de brazo de sillón, mientras la mayoría desperdicia sencillamente su vida, prefiriendo una vida de tele-adicto, ignorando pasivamente la destrucción de derechos y libertades, silenciosamente aquiescentes ante la inmensidad de crímenes contra la humanidad, yendo obedientemente de compras, comprando y consumiendo según los dictados del mundo corporativo, con su nuevo dios, el todopoderoso dólar, pidiéndoles que se congreguen en las Catedrales del Consumismo, en los Centros Comerciales del Materialismo, que les dicen que trabajen y sean buenos consumistas, que gasten lo poco que tienen, incluso que consuman lo que no tienen pidiendo préstamos.

Lo que ese hombre del saco de piel oscura jamás pudo conseguir, Bush, el Congreso y los medios dominantes han conseguido implantarlo maravillosamente. Bajo la constante amenaza del terrorismo, estamos asistiendo, más que nunca antes, a la fusión del gobierno y las corporaciones, así como a la mutación del gobierno en un instrumento para obtener beneficios, ingresos y resultados finales. No hemos conseguido comprender cuáles son las verdaderas entidades terroristas ni qué es lo que realmente amenaza nuestra forma de vida, nuestras libertades y nuestros derechos. Nos hemos quedado ciegos ante el duopolio, la hidra de dos cabezas, que trabajan en sinergia y colusión no por los intereses del pueblo, sino por los del mundo de las corporaciones.

Nos equivocamos al pensar que no hay opción posible, que las elecciones están predeterminadas, y a menudo orquestadas por el Ministerio de la Verdad, olvidamos que el partido de la oposición no es sino una fachada, que sólo existe el Partido Corporativista, haciendo simplemente malabarismos con sus dos brazos, esperando cada uno su turno en el circo de tres pistas que conocemos como gobierno. Con nuestras vanas ilusiones de grandeza y excepcionalidad, nos hemos quedado ciegos ante el hecho real de que esa democracia es una farsa, que la democracia real es una amenaza para el elemento corporativo, que EEUU ha hecho más para destruir la democracia verdadera en todo el mundo que cualquier otra nación de la Tierra.

La «Democracia» se apaga, erigiéndose ahora en sinónimo de imperialismo estadounidense, un disfraz para introducir la devastación neoliberal garganta abajo en miles de millones, un método para controlar las poblaciones a través de títeres disfrazados de dirigentes. Sólo es democracia si nuestra elite corporativa acepta a sus vencedores, sólo si juran bandera ante el imperio, a expensas de sus poblaciones. La nación que propugna libertades, derechos y democracia tolera y apoya, hipócritamente, las dictaduras y tiranías siempre que protejan sus intereses, pero difama y calumnia la democracia auténtica si ésta, audazmente, protege los intereses de un pueblo. Así, en las salas para fumar y espejos no vemos sino ilusiones. En el desierto del engaño sólo cabe encontrar espejismos.

Las oscuras profundidades del miedo nos han hecho olvidar que la Constitución no es sólo un trozo de papel, que sus principios son los cimientos de la nación, que sus palabras y significados son las piedras angulares de lo que somos, y de quién somos, como pueblo, y de lo que nosotros, como especie, aspiramos a alcanzar. Sus contenidos son el manantial eterno que asegura nuestras libertades y derechos, pero nos hemos olvidado de que existe y, por eso, hemos permitido que castren sus principios y significados. Actualmente, la Constitución acumula el polvo de los anales de la historia, que no son ya sino un vestigio olvidado del pasado de la humanidad, convirtiéndose en una reliquia destinada a un museo, sus palabras no se leen ya, ni se entienden, ni se defienden contra los agentes de la tiranía que siempre han intentado destruir todo lo que atesora. Por desgracia, la Constitución está desaparecida, la han hecho desaparecer en la práctica y en la imaginación de ese mismo pueblo al que debía proteger e inspirar.

Desgraciadamente, en nuestra euforia y confort, el consumo masivo y el materialismo, en nuestra preocupación por la seguridad y protección, en nuestra miopía de felicidad a corto plazo a expensas de la vitalidad a largo plazo, en nuestro odio hacia los que son distintos de nosotros, en nuestra precipitación en buscar venganza y descargar la ira sobre esos chivos expiatorios para que nuestros sufrimientos y embrollos emocionales, en nuestra total abdicación como ciudadanos responsables y seres humanos con conocimientos, y en nuestra demostrada cobardía y aceptación silenciosa ante el hecho de que millones de seres humanos inocentes sean sometidos al genocidio estilo estadounidense, hemos olvidamos quién y qué somos como pueblo.

Nos hemos permitido a nosotros mismos caer hipnotizados ante el mito del excepcionalismo egoístamente inducido, regodeándonos en nuestra supuesta grandeza, declarándonos a nosotros mismos el mejor país del planeta, como si eso fuera verdad sólo por que las deidades celestiales así lo han decidido, ignorando completamente el mundo exterior a nuestras fronteras. Hemos utilizado nuestro incontestable y sin rival poder para elegir sencillamente abusar y mal administrar, para destruir arrogantemente nuestra posición en el mundo, en el proceso de erosión de las relaciones internacionales, del derecho internacional y de la hermandad entre naciones.

Nuestra inapagable sed de expansión imperialista, que las masas aprueban con indiferencia, es convenientemente excusada por la llamada histórica de los cielos sobre nuestro destino manifiesto, ese que supuestamente nos prometieron los dioses de la especie humana. Si profundizáramos en el espejo, veríamos que EEUU padece trastornos narcisistas de personalidad que rozan la megalomanía y que los convierten en una nación esquizofrénica, paranoica e insegura que debe recurrir a asignar presupuestos militares que exceden anualmente a la suma de todos los del mundo entero. En nuestra realidad, el poder hace la fuerza, la paz se asegura mediante guerra perpetua, nos sentimos más seguros creándonos enemigos, no aliviando sus agravios, y se considera de cobardes dialogar con tus enemigos. En ningún otro país del planeta son tan hipócritamente alabadas las enseñanzas de Jesucristo, sin practicarlas jamás.

Bajo ese punto de vista, la felicidad se asegura consumiendo y produciendo a niveles cada vez más altos e insostenibles en vez de viviendo la vida. En nuestra realidad, esclavitud equivale a libertad y a que el trabajo te hará libre. Como somos tan felices, consumimos las drogas farmacéuticas más psicotrópicas del mundo. Depresión, stress y sensación de vacío, parece que son las llaves para el nirvana y el éxtasis celestial.

Nos tragamos continuamente las mentiras y la propaganda, las manipulaciones y los engaños, creyendo que deidades desconocidas nos han hecho objeto de sus bendiciones, viviendo en lo alto de una colina, exhibiéndonos como un faro de luz que el mundo debe contemplar y aspirar a conseguir. Nos hemos cegado con un falso patriotismo que condena cuestionar al estado mientras festeja a quienes siguen como borregos sus órdenes. Hemos caído en la trampa del patrioterismo y la xenofobia unidos a una intolerancia y racismo evidentes, creyéndonos superiores al resto de pueblos de la Tierra, aunque precisamente nos componemos de todos los pueblos del planeta. Somos borregos, lemmings (*) y acólitos, siempre hipnotizados por cabezas parlantes, eruditos y supuestos «expertos», sin pensar nunca por nosotros mismos, siempre haciendo lo que escupen los propagandistas de los medios.

No hemos hecho nada para parar las guerras de agresión, el supremo crimen contra la humanidad, que provoca la muerte de más de un millón de almas inocentes, y nada nos importa nada. Por supuesto, sólo hay que llorar, contar y considerar humanos a los muertos estadounidenses. Sólo nosotros nos merecemos la vida, la muerte y el reconocimiento. Los sufrimientos que permitimos que nuestro gobierno inflija no es algo que nos incumba. Nos hemos abochornado a nosotros mismos por nuestra pasiva aquiescencia ante la tortura, las ejecuciones, los gulag, las entregas extraordinarias, los indecibles niveles de sufrimiento y la desaparición de miles de seres. Nos regodeamos indiferentes ante los crímenes de guerra y los crímenes contra la humanidad cometidos en Guantánamo, Abu Ghraib, Bagram y un sin fin de prisiones secretas esparcidas por todo el mundo.

No hicimos nada cuando abandonamos y nos deshicimos de la Convención de Ginebra, de la Constitución, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, del Derecho Internacional y pisoteamos la Carta de Derechos. En efecto, la misma naturaleza de lo que hemos elegido ignorar y borrar de nuestras bellas mentes, está llegando con rapidez a nuestra propia tierra. Ignoramos que lo que nuestra nación le ha hecho a la mayor parte del mundo constituye nuestro propio peligro. Porque esa tiranía tan pronunciada, tanto hoy como en la historia recordada, donde EEUU tiene intereses vitales que proteger, nos va a alcanzar pronto a nosotros. Nos hemos tragado el cebo, ingiriendo casi continuamente el anzuelo arrojado por el mundo corporativista del beneficio y del estado, tragándonos todas las farsas colocadas en nuestro camino, engullendo asiduamente la propaganda de los medios dominantes. Hemos permitido que proliferen las corporaciones, que prevalezca la ignorancia y que los EEUU se transformen para siempre. Es posible, pues, que nos merezcamos lo que tenemos.

La Nueva Normalidad

Como no hemos parado de marchar hasta el río de la megalomanía tras la melodía del flautista de Hamelin, como nos quedamos dormidos frente a la violencia y la destrucción, y llevamos la Constitución al incinerador como sonámbulos, como soñamos un sueño imposible, como nos deleitamos en los vicios de la codicia y el todopoderoso dólar, como nos alimentamos a base de denegación, engaño y vanas ilusiones, nos hemos encontrado sin nación bajo los pies, con una nación que se ha ido desovando clandestinamente hasta convertirse cada vez más en un estado policial, con una cada vez más vigilada sociedad, convirtiéndose en un enclave autoritario, erigido a base indiferencia, nutrido por la ignorancia, protegido por el patrioterismo y la xenofobia.

EEUU va lenta, aunque inevitablemente, convirtiéndose en un país de represión, supresión, opresión y persecución; de temor y guerra perpetuos; de crecientes militarismo y fascismo; de enmarañada fusión de estado y beneficios; de ausencia de derechos y libertades; de supuesta democracia que hoy en día no es sino una impostura, una mezcla de manipulación y farsa donde la posibilidad de elección nos es sino una ilusión efímera, donde se selecciona a los candidatos mediante manipulaciones y engaños presentados por el Ministerio de la Verdad, donde las elecciones no son sino un mecanismo de control, y de fraude, donde los votantes no toman ni participan en decisión alguna, sólo quienes cuentan sus votos; y la supuesta representación del pueblo no es más que un espejismo para esconder la venta del gobierno a la subasta más alta por una hidra de dos cabezas cuyo doble propósito es extender el poder a las corporaciones y obtener más imperialismo para el imperio, ambos a expensas del pueblo, todo ello ha favorecido la veloz descomposición de la nación bajo las garras de las corporaciones.

La guerra de las corporaciones contra el pueblo estadounidense prosigue por tanto su camino victorioso, con sus lentas, aunque seguras, manifestaciones y reverberaciones entrecruzando el país como un tsunami invisible. Como olas gigantes clandestinas abalanzándose sobre la costa, el tsunami de los últimos siete años ha erosionado, con temerario abandono, los cimientos de la Constitución y de la nación misma. Todo lo que necesitaban los autoritarios y corporativistas para completar su proyecto, todo lo que se necesitaba para que EEUU descendiera completamente a las profundidades de Gran Hermano y vigilancia total y floreciente estado policial y ley marcial y tiranía, triturando la Constitución y así nuestras libertades y derechos, es otro golpe a nuestro sentido, bien sea mediante el colapso económico o social, o a través de una depresión u otra falsa operación que arrastre a las masas o otra guerra preventiva más en Oriente Medio. Todo lo que se necesita para que triunfe todo este compendio de males es que la buena gente no haga nada, lo mismo que han estado haciendo durante los últimos siete años, los mismo que han hecho durante las últimas décadas.

Porque con sólo alguna que otra protesta o lamento, la sangre de la libertad sale derramada del alma de cada estadounidense. Paralizados por el miedo y la ignorancia inducidos por las corporaciones, catatónicos ante las inequívocas señales del ciclón de fascismo que se aproxima, hipnotizados por el calor y confort que el consumismo y el materialismo proporcionan, el pueblo estadounidense se ha quedado ciego ante la guerra emprendida contra nuestros propios intereses y nuestras propias vidas. Sí, la cruzada de las corporaciones, neocon, neoliberales y autoritarios de nacimiento contra los ciudadanos de la nación ha pasado desapercibida, a pesar de unos pocos grupos de patriotas informados tratando desesperadamente de hacer sonar la alarma de la tormenta que llega.

La infraestructura de la tiranía se ha ido construyendo meticulosamente, profundamente empotrada en el mismo sistema, por debajo del radar de la mayoría de las personas, con el duopolio político y las tres ramas del poder en colusión completa, creando sus fundamentos, tras la aniquilación de la Carta de Derechos y la destrucción de las libertades civiles, con la construcción de leyes y regulaciones draconianas -a veces dadas a luz en secreto y otras abiertamente-, la inserción de precedentes u opiniones legalizando la criminalidad y la tiranía y condicionando a la población para insertar la «nueva normalidad» en la conciencia, con la propaganda para adoctrinarnos y aceptar todos los niveles de perversidad y criminalidad por parte del estado y el mundo de las corporaciones actuando al unísono, desde torturas a ejecuciones a asesinatos masivos a la necesidad de vigilancia constante de nuestras calles, de nuestras comunicaciones y de nuestras vidas diarias y el rechazo a perseguir a los mercenarios culpables de crímenes contra la humanidad.

La nueva normalidad ha penetrado en nuestra nación y en nuestra psique, desde aquel espantoso día de septiembre de 2001, asegurando que el péndulo político oscile al máximo hacia la derecha, hacia las tendencias autoritarias, convirtiendo al Partido Demócrata en una reencarnación de los Republicanos de ayer y llevando al Partido Republicano al abrazo total de las tendencias fascistas y autoritarias. Se fue, quizá para siempre, un válido ideal progresista en la política, una izquierda de centro que una vez fue evolucionando y alineándose con la social-democracia europea, que trataba de poner el énfasis en hacer lo que era mejor para el conjunto, no sólo para el individuo.

Se han ido transformando también las tendencias políticas de decenas de millones de estadounidenses lejos de los valores progresistas y por tanto lejos también de Jeruscristo, Gandhi y Martin Luther King, Jr, volviéndose en cambio hacia el confort de la seguridad y la protección, aunque sea un falso confort, hallando solaz en la teología extremista y depredadora, en convertir al diferente y al desconocido en chivo expiatorio, en las emociones de pensamiento de grupo del nacionalismo y el tribalismo, en la ignición de las llamas inherentes al patrioterismo y la xenofobia, en preferir seguir siendo ciegos, en la fe leal hacia los medios y el estado, en abrazar la seguridad que proporciona el Gran Hermano, en dar la bienvenida a autoritarias y falsas promesas y en renunciar, libre y gustosamente, a las libertades y derechos a cambio de la protección del estado.

En efecto, sacrificando todas las libertades y derechos de toda una nación, tanto en el presente como en el futuro, cambiando todo eso por un falso sentido de seguridad -nacido y nutrido por la propaganda estatal y de las corporaciones acerca de un enemigo fabricado y sobredimensionado- y, por otra parte, tratando deliberadamente que el país se haga más corporativo, abandonando en su esencia nuestro papel de ciudadanos que debe preservar lo que hemos heredado para nuestra descendencia, denigraremos para siempre el legado de nuestra generación. En los volúmenes futuros de la historia, la generación actual de estadounidenses será recordada para siempre por haber provocado un colapso completo y total a base de una mezcla de cobardía, ignorancia, indiferencia, temor y confort materialista, incapaces de preservar y luchar por los fundamentos de la nación, es decir, por los principios incardinados por la Constitución.

Para la generación que tan fácilmente se dejó arrancar las libertades y derechos preservadas durante centurias, conseguidas con sangre, sudor y lágrimas, con coraje y valor, en guerras y batallas, permitiéndose en su lugar el placer de ser violada por el corporativismo estadounidense, sólo habrá connotaciones negativas. Por desgracia, los EEUU han evolucionado de la Gran Generación a la Generación de los Cobardes -o a la Generación Fallida- en sólo unas cuantas décadas, en tan solo unas cuantas mutaciones del acervo genético, en el lapso de la nada, en la esfera de la inmensa plétora de los tristes relatos de la historia.

Con la llegada al sistema del próximo choque, del próximo suceso catalizador y transformador, del nuevo acto preventivo de agresión, del próximo acontecimiento tipo Golfo de Tonkin que se ponga en escena, el próximo banderín de enganche de terror que marque nuestras psiques, o la próximo estrangulación económica diseñada para saquear aún más riqueza a las clases medias y trabajadoras, se irá despertando y percudiendo la elaborada y cuidadosamente implantada infraestructura del gobierno autoritario.

Todas las leyes que se han puesto en marcha para convalidar la ley marcial, la sociedad vigilante y el Gran Hermano y las escuchas ilegales y las intrusiones en la privacidad, el espionaje doméstico, los arrestos de disidentes, la tortura, el estado policial, así como todas esas leyes que han destruido el habeas corpus y las garantías jurisdiccionales, y la Constitución y todas las libertades y derechos que nos eran tan queridos, emergerán como un virus maligno que ha se ha venido incubando durante años en nuestros cuerpos, cuidadosamente escondidos y comprando su tiempo hasta el día en que el caos supremo reine, cuando el temor provoque el stress, surgiendo de repente a la vida con el comienzo de un débil sistema inmunitario, lanzando un ataque asesino contra unos anticuerpos que se han vuelto impotentes para combatir su orquestado y calibrado asalto durante años de preparación, lavado de cerebro, glotonería y temor.

Todo lo que separa a los EEUU de ese estadio es un choque, un acontecimiento, una oportunidad para esos cuyos enemigos son la libertad y la democracia para orquestar la América de sus sueños siniestros. La mayoría de la gente no es consciente de la seriedad de esa amenaza, ni del peligro que nos ronda, ni de la siniestra ideología de nuestros supuestos líderes, ni de cuán cerca estamos de unos EEUU inmensamente distintos. Para ese cabildo, ese enemigo interior, la gente son el obstáculo, el real y verdadero enemigo. Es este grupo el que es nuestra mayor amenaza, nuestro enemigo auténtico.

Cuando nos demos cuenta que todo lo que nos han hecho creer durante los últimos siete años no es más que una charada, que la «guerra contra el terrorismo» no es sino un método de control más, que nuestra persecución del terrorismo nos ha llevado en dirección equivocada, que la verdadera entidad terrorista es interna, no exterior, que hemos estado desatando el infierno en la tierra contra pueblos inocentes y que esa amenaza interna nos odia precisamente por nuestra forma de vida, no podremos detener ya la hemorragia de nuestros derechos y libertades.

Un día despertaremos en una nación que no reconoceremos, en una pesadilla sobre una colina, en un faro de tiranía, en una tierra de borregos, en un hogar de esclavos. Cada día que pasa es un día en que el corporativismo avanza mientras nosotros retrocedemos, un día en que crece en poderío mientras nosotros perdemos fuerza. Cada día en que se permita que el elemento corporativista transpire es un día en que las cadenas de la esclavitud del pueblo se fortalecen. Cada día que dejamos pasar es un día en que nos vamos deslizando más abajo por el negro agujero corporativista, permitiendo que nuestras mentes sean cada vez más ignorantes, que el Ministerio de la Verdad vaya forjando nuestra realidad, que nuestras vidas se vean más constreñidas en la mazmorra invisible de los EEUU del mañana.

Un día, en un no muy distante futuro, nos despertaremos y abriremos los ojos sólo para ver que lo que nos llevó tanto esfuerzo conseguir ya no existe, que lo que asumimos que estaría ahí siempre se extinguió, que lo que nos olvidamos de que existía ha sido barrido, que lo que no estudiamos ni entendimos ha sido revisado, y que lo que no nos preocupamos de cuidar y defender ha sido destruido, para siempre.

Y por fin nos daremos cuenta de todo lo que nuestros padres y madres y abuelos y bisabuelos descubrieron con sudor, sangre y lágrimas, con la experiencia adquirida tras muchos años de activismo, valentía e insobornable fuerza del pueblo unido. Nos daremos cuenta de que ya es demasiado tarde, que los que están en el poder no dan nada y, como tengan oportunidad, se lo llevarán todo; que todo lo que la gente tiene en el presente, que cada libertad y derecho incardinado en los cimientos de EEUU se peleó, se buscó, de combatió, se defendió y se protegió.

Disfrutamos de nuestros privilegios gracias, y únicamente, a las generaciones pasadas de estadounidenses, que cada sucesiva generación salvaguardó lo conseguido con anterioridad, y luchó por lo que necesita obtener. Este muro de solidaridad trans-generacional fue construyendo las acumuladas libertades y derechos que teníamos al principio del siglo veintiuno. Por desgracia, si seguimos sin actuar, si no nos despertamos con las señales de alarma, el muro quedará sin terminar, erosionado por lo que nos hemos convertido como pueblo. El indestructible ladrillo y mortero, construidos tras 200 años de lucha, se desmorona y sucumbe ante el poderoso tsunami del poder de las corporaciones y del autoritarismo que se acercan velozmente a nuestras costas. El Año en que Vivimos Peligrosamente está sobre nosotros. Las penas del imperio han llegado. En esta lucha, los EEUU, al completo, están en Zona Cero. Se oye el tic-tac del reloj, el tiempo se está agotando. ¿Es que vamos a preferir vivir bajo la tiranía o combatir por nuestra libertad? ¿Vivir en nuestros EEUU, o en un conglomerado de corporaciones? En esa lucha por nuestra forma de vida, ¿qué ciudadanía aparecerá? ¿La versión del Pueblo de ayer o la de hoy? La elección, como siempre, es nuestra.

N. de la T.:

(*) Los lemmings son una clase de roedores que viven en zonas árticas y que, según se dice, en determinadas circunstancias se reúnen en grupos grandes e inician una migración suicida que les lleva en carrera alocada hasta el mar.

Enlace con la segunda parte del texto original:

http://valenzuelasveritas.blogspot.com/2008/02/year-of-living-dangerously-part-two-of.html