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La extrema derecha en guerra

El «bello egoísmo» contra Barack Obama

Fuentes: Semanario Pulso Bolivia

Son los más conservadores entre los conservadores, los más libertarians entre los libertarians, los ultras, la derecha de la derecha más recalcitrante, los que no conocen de sutilezas y creen que la administración de Barack Obama -flamante Premio Nobel de la Paz – lleva a Estados Unidos al comunismo y al nazismo al mismo tiempo, […]

Son los más conservadores entre los conservadores, los más libertarians entre los libertarians, los ultras, la derecha de la derecha más recalcitrante, los que no conocen de sutilezas y creen que la administración de Barack Obama -flamante Premio Nobel de la Paz – lleva a Estados Unidos al comunismo y al nazismo al mismo tiempo, los que niegan que el primer presidente negro haya nacido en Hawai… pero lo que en cualquier otro país democrático-occidental serían grupos marginales, propicios para el manicomio, en Estados Unidos cuentan con grandes medios de comunicación -como la cadena Fox- y capacidad de movilización masiva para expresar sus delirios ideológicos. Desde hace algunas semanas, estos grupos capaces de detectar comunistas en los sitios más inesperados, están en pie de guerra contra la reforma de la salud de Barack Obama, que en cualquier país europeo no llegaría a merecer el calificativo de socialdemócrata pero que en Estados Unidos es considerada por la derecha el primer paso hacia un Estado totalitario. Al movimiento de resistencia le llaman el Tea Party, en referencia al motín del té, que en 1773 se desencadenó contra el aumento de impuestos a varios productos -incluyendo el té- y se considera el preludio de la lucha por la independencia.

La campaña de odio contra Obama -dice el diario El País- tiene en pie de guerra a los locutores de radio, presentadores televisivos e internautas más vitriólicos de la más extrema de la derecha estadounidense. Rush Limbaugh desde su micrófono o Glenn Beck -el nuevo hombre duro de los radicales- desde los estudios de la Fox llaman a la insurrección. «Nos están robando América y quizá ya sea muy tarde para salvarla», arengaba Beck a sus seguidores en una intervención radiofónica. El fundamentalista Limbaugh ha llegado incluso a hablar de racismo invertido y ha usado de ejemplo para acabar con la Administración demócrata un incidente en el que dos estudiantes negros golpearon a un chico blanco en un autobús. Limbaugh reclama «autobuses segregados». «En los Estados Unidos de Obama, los chicos blancos son golpeados y los negritos aplauden», dijo el locutor.

«Lower taxes, less government, more freedom» (Impuestos más bajos, menos gobierno, más libertad), es el lema del Freedomworks. Como en tantos otros foros ultraconservadores, se pusieron en pie de guerra contra un discurso de Obama ante los niños de una escuela de Virginia el día del comienzo de las clases, donde el mandatario les dijo a los escolares cosas tan terribles como que trabajen duro para lograr el éxito o «Necesitamos que cada uno de vosotros desarrolle sus talentos, su inteligencia y sus habilidades para poder resolver nuestros problemas más difíciles. Si no lo hacéis, si abandonáis la escuela, no sólo os abandonáis a vosotros mismos, abandonáis a vuestro país». Y les pidió que manden cartas para «ayudar al Presidente». Pero lo que en cualquier parte sería aceptado como un políticamente correcto estímulo a los jóvenes, las delirantes cabezas de la extrema derecha norteamericana -amante de las armas, de la supremacía blanca y adversa como nadie al Estado- procesaron el mensaje como un lavado de cerebro propio de dictadores Mao, Stalin o el genocida camboyano Pol Pot. Grupos como Focus on the Family pidieron ese día a los padres que no enviaran a los niños a la escuela para boicotear el acto, que fue transmitido en otros establecimientos.

Pero hoy la batalla es por la salud. Los conservadores y «libertarios» de derecha (libertarians) se oponen a la reforma de un sistema de salud que deja afuera casi 50 millones de personas (15% de la población), acentúa las desigualdades y deja todo en manos de proveedores privados. En un artículo en la revista Umbrales de América del Sur, Ernesto Semán, escribe que la mitad de los pedidos de quiebra individuales durante 2007 están relacionados con el pago de cuentas médicas de aquellos que carecen de un seguro médico abarcativo. Y Michael Moore, en su famoso documental, conmovió a los espectadores con los perversos padecimientos que sufren los «asegurados» frente a los abogados contratados por las empresas de salud para encontrar razones legales para rechazar los tratamientos.

Épica anti-colectivista

«Ni siquiera es uno de los nuestros», decía una manifestante que repartía fotocopias del certificado de nacimiento de Obama que aseguraban que no es un ciudadano norteamericano en una de las marcha de protesta de septiembre. «Tenemos un presidente ilegítimo. Un presidente que va a acabar con América y los americanos. Ha llegado el momento de actuar, abajo el gobierno».

En este clima, los servicios secretos estadounidenses tomaron bastante en serio e iniciaron una investigación sobre una encuesta creada en la red social Facebook en la que se preguntaba si se debería asesinar a Obama, que fue retirada por la empresa por «contenido inapropiado», lo que impidió finalmente conocer los resultados. «Cada día gana más peso la posibilidad de que los militares tengan que intervenir como último recurso para solucionar el problema Obama», escribe el columnista del sitio digital Newsmax, foro de encuentro en Internet de los extremistas, reproducido en matutino El País. Y en la rebelión contra la reforma de la salud, que sacó a la calle a la derecha, confluyen una treintena de organizaciones conservadoras, desde el Club para el Crecimiento o el Instituto para la Empresa Competitiva hasta el oscuro Centro para los Derechos Individuales Ayn Rand -señala el periodista Michael Tomasky, en la prestigiosa revista The New York Review of Books, que estima que este movimiento del partido del té podría tener el apoyo de alrededor del 25% del electorado estadounidense.

La filósofa Ayn Rand -autora de El Manantial (1943) y La rebelión de Atlas (1957) – es una buena base para entender a los llamados «minarquistas» (partidarios de un estado súper mínimo) o liberales libertarios (libertarians). Nacida en Rusia en 1905 y emigrada a Estados Unidos en 1925, fue una defensora sin matices del egoísmo racional, el individualismo extremo y el capitalismo laissez-faire. Dice en El Manantial: «El ego del hombre es el manantial del progreso humano». En efecto, el personaje de la novela es un arquitecto con «un ego puro y cristalino no contaminado por el detritus de vulgaridad colectiva». Nada le perturba; ni los clientes ni las penurias económicas consiguen transformar su idea de la belleza que exterioriza a través de sus angulosas construcciones y erizados rascacielos. De este modo, se granjea el odio de los colectivistas, de aquellos que aspiran a la felicidad del conjunto y matan el ego para obtener algo que está fuera de su alcance: la felicidad colectiva. «El verdadero egoísmo es bello, natural, gratificante; nada hay más armónico que dos seres humanos intercambiando el producto de su esfuerzo, de su creatividad. Es un acto de amor. La piedad, sin embargo, implica superioridad; el altruismo implica desprecio superlativo hacia el ser humano; la solidaridad implica sumisión, dominación, infelicidad. La única solidaridad posible es la lealtad con uno mismo, porque el que no se ama a sí mismo, no puede amar a los demás. El que así actúa únicamente siente desprecio, y sólo busca mitigar su carga de culpa, redimiéndola con un acto de ofrenda al monstruo devorador de almas», dice un blog elogioso de esta filosofía «objetivista». La rebelión de Atlas es quizás más explícita aún: «La historia de La rebelión de Atlas presenta el conflicto de dos antagonistas fundamentales, dos escuelas opuestas de la filosofía, o dos actitudes opuestas hacia la vida. Como forma breve de identificarlas, las llamaré el eje ‘razón-individualismo-capitalismo’ versus el eje ‘misticismo-altruismo-colectivismo'», explicaba la autora en una conferencia en el Ford Hall forum en 1964. El libro divide la fibra social de Estados Unidos en dos clases: la de los saqueadores y la de los no-saqueadores. Los saqueadores están dirigidos por la clase política, que piensa que toda actividad económica debe estar regulada y sometida a una fuerte imposición fiscal. Los no-saqueadores son hombres emprendedores que piensan que la solución está justamente en todo lo contrario. La trama: surge un movimiento de protesta de «los hombres de la mente», acompañado de sabotajes de empresarios y emprendedores, que desaparecen misteriosamente. El líder de este movimiento es John Galt, a la vez un filósofo y científico. Galt, desde su escondite en las montañas, da órdenes, sugiere iniciativas y mueve todos los hilos. Junto con él se refugian los principales empresarios. Durante el tiempo que dura la huelga y la desaparición de los empresarios, el sistema americano se va hundiendo bajo el peso del cada vez más opresivo intervencionismo estatal. La obra termina cuando los empresarios deciden abandonar su escondite de las montañas Rocosas y regresan a Wall Street y a los centros de decisión; marchan encabezados por el dólar, símbolo que Galt ha elegido como ícono de su singular rebelión.

Ciudadanos enojados

«¿Por qué no poner un sitio web para que la gente vote en Internet, como un referéndum, para ver si realmente queremos subvencionar las hipotecas de los perdedores, o nos gustaría, al menos, comprar coches y comprar casas en ejecución hipotecaria y darles a las personas una oportunidad de prosperar en realidad, y recompensar a aquellos que podrían llevar el agua en lugar de beberla?», se preguntaba en la cadena CNCB unos de sus periodistas en Chicago en febrero de este año, en la conocida como «diatriba Santelli» -que apeló abiertamente a Ayn Rand- luego de que la administración Obama anunciara un plan de 75 mil millones dólares para ayudar a varios millones propietarios de casas a evitar la ejecución. De allí nació el Tea Party, que se expandió como reguero de pólvora.

Michael Tomasky, en el artículo citado, distingue la ira «genuina» de parte de la ciudadanía que rechaza el rescate bancario, el rescate de la industria automotriz e incluso la reforma de la salud de otros tipo de odio, «menos respetable» contra el primer mandatario afroamericano, como el epíteto de «Parasite-in-Chief» (parásito en jefe, parafraseando el título de Comandante en Jefe del Presidente de Estados Unidos), o «Obammunism Is Communism». A tal punto llegó la histeria que el columnista Thomas Friedman compara la actual situación que se vive en EE.UU. con los meses anteriores al asesinato de Isaac Rabin en Israel, en 1995. «Ese paralelismo me revuelve el estómago. No tengo problema con las críticas razonables, vengan de la derecha o de la izquierda -escribe Friedman en The New York Times- pero la extrema derecha ha comenzado a volcarse en deslegitimar el poder y crear el mismo clima que existió en Israel antes del asesinato de Rabin».

Tomasky sostiene que con apoyo de corporaciones y canales de televisión -recursos con los que no contaba la «izquierda» cuando protestaba contra el neoliberalismo de Ronald Reagan-, es posible que esta batalla callejera de los ultraconservadores y ultraliberales sea parte del paisaje político de los próximos años. El periodista de The New York Review of Books describe el mecanismo de los llamados grupos «césped artificial», supuestamente alimentados por espontáneos ciudadanos indignados. Primero, un grupo sin fines de lucro existente emprende una campaña dedicada a una causa particular. Se le pone un nombre que suena bonito y se lanza una campaña supuestamente espontánea. Luego viene el dinero oculto de empresas, fundaciones y conservadores ricos: como es obvio, una imagen de la furia popular-ciudadana extendida será más persuasiva que la imagen de un gigante corporativo persiguiendo sus estrechos y desnudos intereses.

Uno de esos grupos es Americans for Prosperity (Estadounidenses para la prosperidad) lanzaron el site Pacientes Unidos Ahora. En anuncios televisivos, mostraban, por ejemplo, a una mujer canadiense (Shona Holmes) que por culpa del excesivo tiempo de espera del «socialista» sistema de salud de ese país vecino no podía operarse de un tumor cerebral y tuvo que ir a una clínica privada en Estados Unidos… más tarde, la prensa de Ottawa informaba que, en realidad, Holmes no tenía ningún tumor, sino un quiste benigno. En un encuentro en Florida para discutir el proyecto del nuevo sistema de salud, el militante de un grupo ultraconservador fue más preciso: «Lo que Obama está buscando es una revolución social». (Y en verdad es revolucionaria para EE.UU.: por ejemplo, la reforma prohíbe expulsar del sistema a los que estén gravemente enfermos aún si dejan de pagar a los seguros privados y establece una competencia entre las aseguradoras privadas y un nuevo seguro de salud en manos del Estado).

Pero no son sólo grupos conservadores los que batallan. America’s Health Insurance Plans, la gigantesca aseguradora privada, según reportes de prensa progresista habría movilizado a sus 50.000 empleados a los mítines municipales de este verano (estadounidense) para luchar contra la reforma Obama, en un país donde la salud es un gran drama económico y humanitario nacional.

Tomasky destaca que, hoy, millones de estadounidenses sólo ven los canales de noticias que les dicen lo que quieren oír, como Glenn Beck, de Fox, quien «descubrió» en los relieves del Rockefeller Center, signos ocultos, que -convenientemente mirados- conforman la hoz y el martillo comunista (sic). Beck es también famoso por decir que Obama es un racista con un profundo odio a los blancos o de la cultura blanca»- tiene en algunas noches más de tres millones de espectadores.

Como explica Seman, la efectividad del discurso ultraconservador para capturar el debate, para recuperarse después de una elección en la que pareció relegado a los márgenes de la política y para inhibir y debilitar a sus oponentes, tiene que ver con la maleabilidad del liberalismo político norteamericano y el éxito que tiene desde hace más de medio siglo en presentar al cambio social como una amenaza totalitaria. Y agrega: En Estados Unidos, la frase «cobertura universal» es usada como acusación. Es común en estos días ver en la televisión a algún diputado republicano atacando a su par demócrata al grito de: «Lo que el diputado está proponiendo es una cobertura universal automática». Más sorprendente aún es, inmediatamente después, ver al diputado demócrata defendiéndose de la acusación. «De ninguna manera propongo una cobertura universal. Lo que queremos es hacer un sistema más eficiente y justo, y menos costoso».

La derrota de Bill y Hillary Clinton cuando intentaron hacer aprobar una reforma de salud similar fue un punto de inflexión. Y una lucha parecida libra Obama ahora contra los furiosos enemigos del «big government».

Moraleja: una dosis moderada de liberalismo parece ser buena para defender la democracia y prevenirse de los totalitarismos. Pero, como todo, en exceso parece enfermar (psicológicamente) a la gente, a la que previamente dejó sin seguro médico.