Los protagonistas del último episodio de la crisis política en Costa de Marfil, Laurent Gbagbo y Alassane Dramane Ouattara, son dos viejos conocidos que se han intercambiado los papeles a lo largo de las últimas tres décadas. Ambos han venido disputándose la herencia política de Felix Houphouët-Boigny (presidente entre 1960 y 1993) en una sucesión […]
Los protagonistas del último episodio de la crisis política en Costa de Marfil, Laurent Gbagbo y Alassane Dramane Ouattara, son dos viejos conocidos que se han intercambiado los papeles a lo largo de las últimas tres décadas. Ambos han venido disputándose la herencia política de Felix Houphouët-Boigny (presidente entre 1960 y 1993) en una sucesión de elecciones siempre controvertidas y con el impacto de la guerra civil de 2002-2006.
Laurent Gbagbo (nacido en Mama, en país beté) fue el principal opositor de Houphouët-Boigny, pero a la muerte de éste el acceso al poder del delfín Henri Konan Bedié (baulé responsable del partido único PDCI) frustró sus aspiraciones presidenciales. También las de Alassane Ouatara (diula nacido en Dimbokro). Educado en el Alto Volta (actual Burkina Faso), Ouattara hizo luego carrera como economista en los Estados Unidos y trabajó en el Fondo Monetario Internacional hasta que fue nombrado primer ministro (el único que tuvo Houphouët-Boigny) en 1990. Su misión consistió en aplicar un duro programa de ajuste estructural. Fue Alassane Ouattara quien anunció la muerte del Vieux en 1993. Y fue Bedié quien en 1994 reformuló oficialmente el concepto de «marfileñidad» (ivoirité) para cortar de raíz toda posibilidad de que Ouattara -acusado de ser burkinés y no lo suficientemente marfileño- pudiera disputarle la presidencia. Una iniciativa que había partido de Gbagbo, que consideraba a los «extranjeros» como un voto cautivo, el «ganado» del PDCI. Por diferentes motivos, en las elecciones de 1995 los dos grandes perdedores en la carrera sucesoria se aliaron, por una vez, para boicotear su celebración.
La marfileñidad implicaba una definición restrictiva de la identidad nacional que obligaba a probar los orígenes marfileños para poder votar o ser elegido. De golpe, la cuarta parte del país, considerada de origen extranjero (inmigrantes burkineses, malienses, ganeses, liberianos, etc.) que llegaron atraídos por la pujanza del cacao en los sesenta pero también su descendencia), quedaba excluida de la política partidaria. Una exclusión que contribuyó a estigmatizar a buena parte de la población que habitaba el norte agrícola del país.
Las tensiones se agravaron con la reforma, en 1998, del régimen de propiedad de la tierra, que reservó la misma a los «autóctonos» que obtuvieran títulos de propiedad en reconocimiento de derechos consuetudinarios precedentes. Ahora bien, entre los burkineses instalados en el campo desde antes de la independencia (en realidad la mitad de ellos nacieron en el país) la mayoría había adquirido tierras (ya sea mediante compra o donación) y se consideraban «propietarios» aunque no poseyeran títulos de propiedad. De ahí su apoyo a un Houphouët-Boigny que había mantenido el impulso a la agricultura de exportación y favorecido la inmigración. Sin embargo, otros marfileños consideraban a los llamados «extranjeros» (una noción que fue ampliándose con el tiempo) como colonizadores de «sus» tierras, y la reforma les reafirmó en esta percepción, especialmente entre la creciente masa de jóvenes urbanos desempleados por la crisis económica iniciada en los años ochenta y agravada con los planes de ajuste.
En 1999 un grupo de militares dirigidos por Robert Gueï dio un golpe de estado que puso fin al gobierno de Bedié y a cuarenta años de gobierno ininterrumpido del PDCI. Inicialmente crítico con la marfileñidad, luego la asumió gustosamente para continuar manteniendo a raya a Ouattara. En 2000 se aprobó una nueva Constitución, aún vigente, que en su artículo 35 estipula que el presidente «Debe ser marfileño de origen, nacido de padre y madre marfileños de origen. No debe haber renunciado nunca a la nacionalidad marfileña. No debe haberse valido de ninguna otra nacionalidad.» Las elecciones presidenciales de octubre de 2000 fueron especialmente convulsas. Gueï interrumpió un recuento de votos que favorecía al eterno opositor Laurent Gbagbo, que entonces contaba con el beneplácito de Francia. Finalmente, después de que se produjeran centenares de muertos en violentos enfrentamientos, terminó por reconocerse la victoria de Gbagbo con un 60 % de los votos pero con apenas un 37 % de participación.
Asimismo, con el cambio de siglo irrumpió con fuerza una nueva generación, surgida de la Federación Estudiantil y Escolar de Costa de Marfil, la poderosa Fesci. El líder de la rebelión armada del norte en 2002, Guillaume Soro, había sido secretario general de la Fesci. Y en 1998 le sustituyó en el puesto Charles Blé Goudé, apadrinado por Gbagbo, quien usará las estructuras de la Fesci para controlar los campus universitarios mediante la captación de becas y la extorsión de estudiantes y los pequeños comerciantes que rondaban la universidad. En 2001 crea el Congreso Panafricano de Jóvenes Patriotas y con el estallido del conflicto armado en 2002 la Alianza de Jóvenes Patriotas, que constituirán una milicia de choque nacionalista y xenófoba que apoyaba a Laurent Gbagbo. De los, es Soro quien ha salido ganando. Tras los acuerdos de Uagadugú de 2007 que establecieron un reparto provisional del poder, Guillaume Soro fue nombrado primer ministro con Gbagbo. Pero en diciembre de 2010 le abandonó por considerar que el legítimo ganador de las elecciones había sido Alassane Ouattara. Una apuesta que le ha permitido volver a ser primer ministro con este último. Por su parte, Blé Goudé sigue en paradero desconocido tras la detención de Gbagbo por las fuerzas de Ouattara.
Como muestra de la volatilidad de las enemistades y alianzas en función de la coyuntura del momento, en 2005 se crea -con vistas a las elecciones presidenciales, previstas para ese año pero finalmente suspendidas- la Reunión de los Houphouetistas para la Democracia y la Paz (RHDP), que reunió a los otrora enemigos Henri Konan Bedié y Alassane Ouattara. En un giro copernicano, el 15 de noviembre de 2010 Bedié pidió el voto baulé para Ouattara, dejando a un lado una marfileñidad que sigue causando estragos. La reivindicación oportunista del «houphouetismo» apela a una renovada unión entre las gentes del norte y del sur y a la mistificación nostálgica de una prosperidad perdida. De manera más sorprendente, Gbagbo se reclamará único heredero de Houphouët-Boigny, con el que al menos en un punto mantuvo una línea de continuidad no exenta de tensiones: la Françafrique. Este concepto fue acuñado por Houphouët-Boigny para destacar de manera positiva el mantenimiento de vínculos económicos y políticos con Francia -que mantuvo en todo momento un contigente militar en el país y unos 12000 expatriados-. Pese los enfrentamientos de Abiyán de noviembre de 2004 y la articulación de un discurso en torno a la defensa de la soberanía nacional, Gbagbo abrió la economía marfileña a las grandes corporaciones francesas (Bouygues, Bolloré, Total, Vinci, Orange).
Poco más pudo hacer Laurent Gbagbo durante un mandato dominado por conflictos militares, la búsqueda de delicados equilibrios políticos entre las distintas regiones del país y el afianzamiento de su poder personal, en parte con el apoyo de sus dos mujeres. Simone Gbagbo le ayudó a fundar el Frente Popular Marfileño, pero tras su conversión al milenarismo pentecotista desplegó una retórica xenófoba y antimusulmana que le llevó a amistarse con la derecha estadounidense e israelí al tiempo que se alienaba a los musulmanes del norte. Su segundo matrimonio, por el rito malinké, con Nadiana Bamba, tuvo como objetivo recuperar posiciones en el norte y apoyarse en el grupo mediático que dirigía «Nady», el grupo Cyclone, que edita el diario Le Temps y los semanarios Le Temps Hebdo y Prestige Magazine. Pero la falta de un consenso en torno al establecimiento de un censo electoral fiable y aceptado por todas las partes retrasó las elecciones hasta 2010, que volvieron a ser conflictivas y violentas. Gbagbo no dudó en llevar a cabo una campaña de terror mientras las tropas leales a Ouattara atacaron indiscriminadamente a quienes consideraban partidarios de Gbagbo. Esta vez, sin embargo, se invirtió el guión del año 2000: será Ouattara quien cuente con el apoyo francés y quien finalmente acabe tomando las riendas del Estado.
Si nos empeñamos en buscar quién es el bueno, el feo y el malo en esta historia corremos el riesgo de llevarnos más de un chasco. Sobre todo si los incluimos en una narración dualista de izquierdas y derechas, imperialismos y antiimperialismos o, por usar los términos de Simone Gbagbo, Bien contra el Mal. La prolongada guerra de sucesión marfileña refleja el fracaso en la consolidación de un Estado postcolonial democrático mediante la construcción de una comunidad imaginada y un sistema representativo multipartidista, a expensas de una multiplicidad de grupos étnicos, en un territorio caracterizado por una intensa movilidad transnacional. Territorio que en las zonas rurales no es compartido en común sino que se pretende privatizado y distribuido según líneas étnicas con el objetivo de potenciar la agricultura de exportación y la inversión extranjera. Con urbes que en poco tiempo han crecido en población y en complejidad, y donde los jóvenes sólo encuentran como alternativas la emigración o su vinculación a algunos de los hombres que compiten por controlar los recursos del Estado.
Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/el-bueno-el-feo-y-el-malo