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Debilitan las raíces del imperio

El cáliz envenenado

Fuentes: CounterPunch

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Cuando parte el circo, quedan por lo menos montones de estiércol y de los caballos y los elefantes. La campaña de Kerry no deja ningún potencial fertilizante, ni una sola idea creativa, sólo lúgubres consejos de que en 2008 no habrá candidatos del noreste, y todos sabemos cuánto dura un consejo útil semejante.

¡Qué rápido continúa la vida!» Las gentes de Brookings [think tank] sacan tristes sus currículos de las máquinas de fax. John Kerry reinicia su fantasmagórica estadía en el Senado de EE.UU., donde tal vez se dedique ahora a mejorar su historial de asistencia, el peor de la cámara alta. Estuvo ausente en no menos de un 76 por ciento de las audiencias públicas del Comité de Inteligencia del Senado durante sus 8 años como miembro de ese comité. Teresa vuelve a su trabajo de tiempo completo en la Fundación Heinz, distribuyendo dinero a grupos ecologistas neoliberales, aunque por desgracia tuvo que renunciar al sabio consejo de Ken Lay, ex de Enron, que adornó su consejo de asesores hasta el año pasado.

Quedan focos de kerrycratas activos, como soldados japoneses en los atolones del Pacífico. Sin duda hay 527s [organizaciones políticas independientes bautizadas por la sección del código tributario que les da personería] que siguen alimentándose del dinero de hombres como Soros. Incluso hay quien dice que Kerry sigue con un pie en el ring presidencial, pero tampoco hay que tomarlo muy en serio. Durante los próximos meses su fisonomía acaballada desaparecerá en la penumbra de la memoria, entre infidencias sobre su indecisión y su arrogancia, alo que se suma el mantenimiento ultra-elevado requerido por su consorte.

Los consultores políticos se embolsan sus igualas, sus comisiones de un 10 o 15 por ciento sobre los cientos de millones en anuncios de la campaña y pasarán al próximo encuentro electoral. Antes de la elección un perfil del Washington Post del manager de Kerry, Bob Shrum, reveló que iba a ganar 5 millones de dólares en la campaña presidencial 2004, ganada o perdida.

Las noticias verdaderamente enfermizas de los chalados del 11-S ahora se concentran en la Elección Robada. Mi bandeja de entrada está repleta de sus desvaríos. Gente que ha pasado los últimos tres años enviándome páginas tras páginas estableciendo, para su propia autosatisfacción, que George Bush ordenó personalmente los ataques contra las torres y que Dick Cheney coordinó los vuelos de los aviones, me bombardean ahora con información sobre el tiempo que la gente pasó haciendo cola esperando para poder votar en el distrito Cuyahoga, Ohio, y cómo las máquinas Diebold habían sido todas forzadas. Como siempre, los fanáticos de la conspiración piensan que planes de una complejidad inconcebible funcionaron con una eficiencia de un 100%, que suspendieron una vez más la vigencia de la ley de Murphy y que 10.000 participantes en la conspiración van todos a guardar silencio.

¿Si pienso que la elección fue robada? No más que de costumbre. Los demócratas lo hacen peor que antes y los republicanos mejor. En 1960 fue al revés. La elección robada mejor documentada de la historia es probablemente la que llevó a Lyndon Johnson al Senado de EE.UU. Después vino la que llevó a Kennedy a la Casa Blanca. Así que, seguro que hay supresión de votos en Ohio y Florida. No creo que haya tenido una influencia tremenda.

«Elección robada» es una manera de distraer la atención del hecho de que los demócratas tuvieron un pésimo candidato y que dejaron de lado a la mayor parte del país, invirtiendo todo en dos o tres estados. No puede sorprender que hayan perdido el voto popular, y ni hablar de otros detalles de menor importancia, como el Senado de EE.UU.

Pasarán los meses y entonces, la más horrible de todas las ideas horribles, tendremos que aguantar otros tres años masivos de parloteo sobre Hillary Clinton. Ella en la Casa Blanca, Bill Clinton a cargo de la ONU. No habrá adónde escapar.

Los que arguyeron que la reelección de Bush, en general, haría más por socavar el Imperio estadounidense detectan ya agradables augurios de creciente discordia entre los Aliados. Se va el engrasador para aguas agitadas, Colin Powell. Entra en escena la irritable Condoleezza. ¿O hubieran preferido de verdad a Richard Holbrooke, volando entre París, Bonn y Madrid entre chillidos aliviados de que por fin, después de cuatro años tenebrosos, tenemos a un hombre que respeta los Euro-sentimientos?

Y hablando del Euro, el dólar cae, cae, cae, frente a todas las principales divisas del mundo. Pronto tendremos noticias sobre turistas de EE.UU. que empujan sus carritos del aeropuerto con montones de billetes verdes sin valor por la rue St Honoré, al Ritz, para pagar sus cuentas antes de ir a hacer camping bajo los puentes. En los últimos dos años, el dólar de EE.UU. ha bajado un 52 por ciento respecto al Euro, que muchos pensaban que poseía tantos músculos sustantivos como un casco azul de la ONU.

Un signo de lo mal que van las cosas: Para decirlo honradamente, ¿te acuerdas del nombre del Secretario del Tesoro? ¡Aha! Y no, no es Evans, que se va del Departamento de Comercio. Es John Snow. Ahora bien, hubo una época en la que todos conocían el nombre del Secretario del Tesoro, el tipo que protegía el dinero y apuntalaba los muros de Fort Knox. Ya no. En la actualidad es un mendigo rastrero que pasa la mayor parte del día hablando con Beijing, implorando que los chinos no se unan con los japoneses para enterrar el dólar como divisa global, escuchando la idea de Jude Wanniski de que podrían unirse para ligar el yuan y el yen al oro, en un Bretton Woods asiático.

¿Los neoconservadores? Siguen aguantando, probablemente porque saben que si se van del gobierno vivirán como objetos perseguidos, escapando de juicios durante años. Se quedarán y esperan que después Bush los perdone cuando se vaya en 2008, como su papá lo hizo con Weinberger y sus compinches de la CIA.

Ahora se supone que «ganaron» en Faluya. ¿Por cuánto tiempo? A veces los paralelos entre Irak y Vietnam parecían algo teatrales. Ya no. No se han conquistado mentes ni corazones en Faluya, igual como no se conquistaron en el campo vietnamita alrededor de My Lai. La ciudad ha sido destruida para salvarla para la democracia. El lenguaje de los comandantes militares de EE.UU., y de los periodistas que transmiten sus comunicados recuerda con sobrecogedora y horrenda fidelidad aquellos comunicados de prensa del cuartel de los militares de EE.UU. en Saigón de hace 35 años. Johnson pasó el lodazal a Nixon. Es el cáliz envenenado de Bush pasado de su primer período al segundo, la copa que tendrá que alzar el Día de la Investidura.

http://www.counterpunch.org/cockburn11202004.html