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El cambio y el «nuevo» PSOE

Fuentes: Rebelión

Ha fracasado la estrategia normalizadora del bloque de poder representado por el Gobierno de Rajoy. La voluntad y la expectativa de dar un impulso hacia un cambio político de progreso frente al continuismo de las derechas se ha vuelto a manifestar entre la ciudadanía. Dos hechos han contribuido a expresar la ilegitimidad de la gestión […]

Ha fracasado la estrategia normalizadora del bloque de poder representado por el Gobierno de Rajoy. La voluntad y la expectativa de dar un impulso hacia un cambio político de progreso frente al continuismo de las derechas se ha vuelto a manifestar entre la ciudadanía. Dos hechos han contribuido a expresar la ilegitimidad de la gestión y el proyecto liberal-conservador y la necesidad de su relevo: la moción de censura promovida por Unidos Podemos, En Comú Podem y En Marea, y el aval de la mayoría de la militancia socialista al distanciamiento de su partido respecto del PP, eligiendo a Pedro Sánchez como Secretario General.

La moción de censura, un paso positivo en el camino del cambio

La moción de censura, liderada por Pablo Iglesias, ha sido un éxito para sus promotores. Primero, ha permitido realzar ante la opinión pública la gravedad de los tres grandes problemas de la población: la evidencia de la implicación del PP en la corrupción sistémica, con ventajas políticas fraudulentas, así como su manipulación e injerencia de los instrumentos del Estado para taparla, afectando a la calidad de la democracia; la importancia de la persistencia e incremento de la desigualdad social, con la gravedad de la precariedad laboral y el empobrecimiento masivo; el bloqueo a una solución política dialogada y democrática al conflicto catalán, favoreciendo las tensiones territoriales.

Segundo, ha posibilitado detallar las principales propuestas concretas de reformas políticas, institucionales y socioeconómicas. Básicamente de tres tipos: de regeneración y democratización de la vida pública; de reversión de los recortes sociales y laborales, con un cambio de modelo productivo, más moderno y ecológico, y mayor igualdad social, incluida la de género, y de respeto y articulación de la plurinacionalidad.

Tercero, ha facilitado el emplazamiento sobre la necesidad de caminar hacia un cambio gubernamental, ofreciendo la colaboración a otras fuerzas progresistas, en particular al Partido Socialista.

Estaba claro que no contaba con el aval mayoritario de la Cámara. El objetivo central no era ése, sino en avanzar en el cuestionamiento de la legitimidad del Gobierno del PP, confirmar la ausencia de una mayoría institucional que le sustente (a pesar del compromiso de Ciudadanos) y comprobar la posibilidad de una mayoría alternativa (siempre que haya suficiente voluntad política).

Y todo ello ha quedado demostrado y constituye un paso más en el camino del cambio. Se ha reforzado un modelo alternativo: democratización profunda, giro social de la política socioeconómica y reconocimiento de la diversidad nacional. Y se ha mostrado un liderazgo colectivo más consistente y creíble.

Por el contrario, la gestión y el relato del PP han mostrado su limitada credibilidad ciudadana. Se han asentado en tres posiciones: Difuminar sus responsabilidades ante la corrupción; embellecer la ligera ‘recuperación’ económica que asocia -falsamente- a su gestión política regresiva (recortes sociales, ajustes y reforma laboral); promover un nuevo autoritarismo y la estrategia del miedo ante el conflicto catalán.

El Partido Socialista se ha abstenido. Pero, una vez conquistada la hegemonía interna en su Congreso Federal (aun contando con las reticencias de un 40% de la militancia y los principales barones, empezando por Susana Díaz): ¿cuál es el plan de Pedro Sánchez?; ¿qué significa el ‘nuevo’ PSOE?; ¿qué sentido tiene su insistencia en un acuerdo tripartito con Albert Rivera y Pablo Iglesias?.

Indecisión socialista por el desalojo del PP

El apoyo fáctico con que cuenta el PP sigue siendo poderoso: el poder financiero-económico, de los principales medios de comunicación y el aval institucional de Ciudadanos. Su objetivo es garantizar la llamada gobernabilidad, su hegemonía institucional y el continuismo de su estrategia político-económica. Ha conseguido el apoyo parlamentario a los Presupuestos Generales de 2017 (gracias al PNV y las dos formaciones canarias). No obstante, sigue siendo mayoritario, tal como confirma el CIS, el descontento ciudadano -por encima de los dos tercios de la población- a su gestión política y económica y, particularmente, ante su implicación en la corrupción. Sufre un significativo desgaste de la confianza de la gente.

Por otro lado, su pacto con Ciudadanos es sólido para toda la legislatura, aunque no le garantiza la total estabilidad parlamentaria. Su amenaza de elecciones generales anticipadas tiene menor credibilidad, aunque no es descartable ante una moción de censura con posibilidades de desalojarlo. Es decir, antes de perder una moción de censura, Rajoy convocaría nuevas elecciones generales.

Por tanto, la cuestión es si el Partido Socialista y Ciudadanos están dispuestos a propiciar y afrontar esa anticipación. De momento, ambos se oponen. Lo que explica las reticencias socialistas a otra moción de censura, su renuencia a avanzar en una alianza de progreso y presentar un bloque unitario con Unidos Podemos y sus aliados. Su prioridad es sacar ventaja comparativa sobre ellos. Además, la condición de ganar la moción la deja anulada por la oposición de Ciudadanos y su autolimitación para no negociarla con las fuerzas ‘independentistas’.

El emplazamiento alternativo al Partido Socialista de una moción compartida y liderada por Sánchez, permite favorecer y protagonizar la firmeza discursiva de echar al PP del Ejecutivo, pero parece improbable. El proyecto del Secretario General socialista se basa en otro calendario y en la medida que se generen sus condiciones prioritarias: ganar mayor hegemonía relativa, ser el eje central, moderado y transversal, programático y gestor, entre Ciudadanos y Unidos Podemos y sus aliados.

Por tanto, el cambio gubernamental se aleja hasta después de nuevas elecciones generales. La estrategia electoral del Partido Socialista, incrementar su ventaja comparativa y competir por el espacio de ‘izquierda’, se convierte en la principal, frente a la estrategia política de colaboración para echar al PP y configurar una alternativa de progreso. La alternativa de Gobierno se concretará con los nuevos y esperados resultados. Básicamente, con dos hipótesis: Gran Centro o Alianza de Progreso.

Las relaciones y acuerdos a tres, o mejor, con geometría variable con uno o con otro (o con nacionalistas o el propio PP en las llamadas cuestiones de Estado, incluyendo Catalunya), aparte de intentar debilitar y aislar al PP, están al servicio de su objetivo central: incrementar su representatividad a costa de las fuerzas del cambio. El objetivo es tener mayor autonomía y capacidad para dirigirse posteriormente hacia el centro -Ciudadanos-. Trata de conformar su línea política de cambio limitado y su alianza institucional preferente, evitando un cambio sustantivo y dejando en una posición subordinada a las fuerzas del cambio.

En consecuencia, su nueva retórica y sus nuevos gestos tienen consecuencias significativas: debilitar la credibilidad social del PP, afirmar una aspiración social de cambio gubernamental y evitar una estrategia de duro acoso a Unidos Podemos y aliados. Y ello puede conformar una dinámica política positiva para el cambio social e institucional. Pero, de momento, están sometidos al imperativo competitivo por la influencia y la apropiación de (parte sustancial) del campo social y electoral alternativo.

El proyecto de Sánchez: reforzar la hegemonía socialista

Dirigentes del equipo de Pedro Sánchez, repiten ese mantra de reforzar la hegemonía socialista, su proyecto autónomo y ganador (al decir de Susana Díaz), como la esencia del ‘nuevo PSOE’, su discurso de ‘nueva socialdemocracia’, su identidad de ‘izquierda’ o su alianza ‘transversal’ de las ‘fuerzas del cambio’. Bonitas palabras, algunas de ellas utilizadas por representantes de Podemos, pero cuyo significado y función aquí hay que esclarecer.

Por ejemplo, en relación con lo último, hasta ahora las llamadas fuerzas del cambio se referían al espacio de Unidos Podemos, las convergencias y sus aliados, así como a las candidaturas municipalistas; aparte de todo el conglomerado asociativo, de indignación cívica y protesta social, representado simbólicamente por el 15-M y los movimientos sociales. Meter en ese campo a Ciudadanos, garantía de la continuidad de Rajoy y las políticas neoliberales, es una impostura derivada de su interés por emplazarles a un pacto de moderación y de contrapeso a las fuerzas del cambio reales.

Incluso para auto-incluirse la dirección socialista en esa denominación habrá que confirmar con los hechos la profundidad de su distanciamiento de las derechas y su firmeza por un cambio real y sustantivo. A su vez, instrumentaliza el significante transversalidad -como Macron- para darle un contenido que, en ese contexto, representa centrismo liberal, con equidistancia en las alianzas a las dos bandas contrapuestas con hegemonía propia y renuncia al cambio. Por tanto, existe una pugna discursiva y es necesaria resignificar las palabras para dar sentido a las propuestas y las prácticas políticas.

Pero, qué significado tienen esos nuevos/viejos referentes socialistas. Qué proyecto político anuncian y/o esconden. No faltan sus ejemplos del Felipe González de 1982 y del Rodríguez Zapatero de 2004, por no hablar de la Tercera Vía alemana o laborista. La operación, recordada ahora para imitarla, consiste en, una vez decretada la irrelevancia de las dinámicas sociales y políticas críticas o alternativas y absorber o neutralizar parcialmente sus demandas, implementar un giro al centro (donde suponían que estaba la garantía de representatividad y conservación del poder político).

No obstante, el contexto ha cambiado y solo traduce una añoranza. Ese proyecto modernizador de la socialdemocracia europea, con efectos ambivalentes -positivos y negativos- para las capas populares, ha saltado por los aires por dos motivos principales.

El primero, por su gestión gubernamental regresiva y autoritaria de la crisis sistémica y su compromiso con los poderosos antes que con las capas populares. Es la causa última de la desafección cívica y su falta de credibilidad ciudadana, imprescindibles para su renovación y el reencuentro con unas alejadas bases sociales progresistas, particularmente con los sectores más dinámicos, jóvenes y capas trabajadoras y medias urbanas.

El segundo, la conformación de un amplio y sólido campo sociopolítico crítico, con una experiencia y una cultura democrática y de justicia social, junto con la consolidación, especialmente en España, de una significativa y similar representación política e institucional alternativa.

Sin afrontar ni replantear la estrategia de fondo, solo intentado hacerla olvidar con retórica y pequeños retoques, es difícil que recuperen su credibilidad perdida. Como han comprobado, forzar la ampliación de su implantación electoral a base de sectarismo y prepotencia contra las fuerzas del cambio es poco eficaz y contraproducente. Es la razón de la modificación del talante de la nueva dirección socialista y los nuevos puentes, con una estrategia más sutil, que facilite la alternancia al PP.

Sin embargo, la persistencia de esa actitud de fondo no solo les dificulta la comprensión de la realidad y la elaboración de un análisis, relato y discurso realista y coherente sino, sobre todo, refleja su incapacidad para definir y aplicar una estrategia realmente de cambio y su ilusión hegemonista desde la prepotencia.

Cuáles son los escenarios posibles

Dejando aparte los efectos del conflicto en torno al ‘proceso’ catalán, de impredecibles consecuencias, habrá que esperar a los resultados de las elecciones municipales, autonómicas y europeas de 2019, para tener una radiografía precisa y determinar las opciones de proyectos y alianzas. Su impacto sí podría propiciar un adelanto (limitado) de las elecciones generales (con o sin amenaza de moción de censura ganadora). Caben algunas hipótesis con implicaciones para la viabilidad de los proyectos respectivos.

El sistema político bipartidista ha quedado atrás, con la consolidación de las cuatro fuerzas principales. Pero, en las condiciones actuales, no son descartables desplazamientos electorales limitados pero con efectos significativos; solo con la variación de entre uno y dos millones de votos (lo que supone cerca del 5% -sin garantías de detección demoscópica previa- y entre quince y veinte diputados) entre PP y Ciudadanos y/o, al mismo tiempo, entre PSOE y Unidos Podemos y convergencias, se puede modificar fuertemente el panorama político e institucional. Y más si ese desplazamiento es desde las derechas hacia las izquierdas (o al revés).

Por ejemplo, las consecuencias globales de la pérdida de las derechas de la Comunidad de Madrid a mano de un gobierno de progreso, serían muy importantes. Tampoco es indiferente la hegemonía de las fuerzas alternativas frente al PSOE, en esa Comunidad o en la Comunidad Valenciana; o bien, al contrario, la pérdida para ellas del Ayuntamiento de Madrid o algún otro ayuntamiento del cambio relevante, bien sea a manos de las derechas o bajo el liderazgo del Partido Socialista. La influencia sobre la legitimación de cada actor político y sus políticas y trayectorias serían muy decisivas para conformar una alternativa de progreso en el Gobierno y su carácter.

Por otro lado, desde una perspectiva más amplia, para las fuerzas del cambio es fundamental el arraigo y la vinculación con la sociedad y el movimiento asociativo, la activación de la ciudadanía, la implementación de dinámicas políticas adecuadas en las bases sociales, así como la definición de discursos, liderazgos y alianzas apropiados y unitarios para consolidar los espacios de cambio y garantizar gobiernos de progreso. No todo es responsabilidad de la representación política y depende de la actitud de los distintos movimientos sociales (incluido el sindicalismo), de la ciudadanía activa y la intelectualidad crítica. Las deficiencias en el campo progresista van a tener su impacto de dificultad para el cambio. Y hay que establecer las luces largas para alumbrar el camino, en los ámbitos social e institucional, hasta el nuevo ciclo electoral de los años 2019-20.

El cálculo de Rivera para un cambio de aliado (PSOE) derivaría de un fuerte declive del PP con trasvase de un porcentaje significativo de su electorado y según los nuevos resultados. La conformación de una alternativa de Gran Centro, a la española, ya ensayada en 2016, supone un pequeño recambio de élites y el continuismo de las políticas socioeconómicas y territoriales. Y siempre con la subordinación o el castigo a Unidos Podemos y convergencias en el caso de su no colaboración.

El ‘cierre’ de las derechas al cambio político, a la ‘inestabilidad’ institucional derivada de su pérdida de mayoría absoluta desde las elecciones generales del 20-D-2015 consiste en evitar una alianza de progreso, impedir un cambio auténtico y aislar a Podemos, IU y las convergencias, así como a las candidaturas municipalistas. Era el objetivo explícito de Ciudadanos en su acuerdo con el PSOE, con un programa económico y territorial continuista e innegociable, luego reconocido por el propio Sánchez y al que éste se sumó. Tras las elecciones generales del 26-J-2016, Ciudadanos ha dado un giro más claro de su compromiso con la gobernabilidad del PP y sus políticas neoliberales y centralizadoras.

Por otro lado, como se sabe, el golpe palaciego de los barones socialistas, en el Comité Federal del pasado uno de octubre, junto con el apoyo de los poderes mediáticos, económicos e institucionales, consiguió la defenestración de Sánchez y permitió la investidura de Rajoy. El fiasco susanista y de la Comisión Gestora debilita esa operación de normalización del Ejecutivo liberal-conservador y afianza la necesidad de buscar una alternativa de Gobierno.

La competencia por la primacía representativa, ligada al tipo de cambio

Necesariamente va a haber competencia entre las fuerzas progresistas por la primacía representativa. El Partido Socialista aspira a incrementar su ventaja respecto de Podemos y sus aliados; su horizonte es tener, al menos, una relación de dos a uno, con la que imponer su posición programática y, sobre todo, la completa y exclusiva hegemonía de su gestión. Es su ilusión para la aplicación mecánica del modelo portugués, de acuerdo positivo con gran hegemonía socialista, basado en una correlación de fuerzas de tres a uno y sin el problema adicional de la cuestión nacional o la presencia de una fuerza centrista.

Pero ese mismo modelo requiere aceptar la lealtad y el criterio de representatividad que en España es similar entre ambos, por lo que es razonable una gestión compartida y un programa negociado y equilibrado. Y no solo en el área económica (afrontando la ineludible renegociación con Bruselas y la imprescindible reforma institucional de la Unión Europea y la eurozona) sino en las otras dos grandes áreas: cuestión nacional y democratización. Esta última es factible con Ciudadanos y la anterior con las fuerzas nacionalistas. Y la primera, socioeconómica, complicada con todos, particularmente con Rivera. Frente al Gran Centro, con recambio continuista, la alternativa sigue siendo un Gobierno de Progreso (a la española), un cambio real de políticas con una improbable posición periférica de Ciudadanos, o sea, con su posible oposición.

Lo que se ventila es la tensión entre un cambio cosmético con la continuidad de fondo, es decir, sin dar satisfacción a las demandas principales de las capas populares, o bien, abrir un cambio realmente de progreso, aunque sea limitado y lento pero sustantivo y con un horizonte cierto. En definitiva, la opción estratégica está entre continuismo (de las derechas o el Gran Centro) y el cambio (de progreso, alternativo o de izquierdas).

Unidos Podemos y convergencias aspiran legítimamente a sobrepasar al PSOE, sin que por ello tengan que ser ofendidos con palabras de victimismo o acusados de antipluralismo por su supuesto objetivo populista. En una democracia pluralista es legítima la pugna competitiva entre adversarios políticos, siempre con respeto, reconocimiento, propuestas argumentadas y procedimientos democráticos y transparentes.

El antagonismo se suaviza y regula por los valores compartidos: la democracia y el bien común. Entre fuerzas progresistas la cuestión es el grado de contrapeso por la colaboración por objetivos transformadores comunes que pueden beneficiar a ambos y, especialmente, a sus bases sociales y el conjunto de la ciudadanía en detrimento de los intereses oligárquicos y las políticas regresivas de las derechas.

El equilibrio entre la confrontación y la colaboración no siempre es fácil y depende de cada contexto. Se ha roto el esquema de los dos campos contrapuestos anteriores, aun con sus contradicciones internas basadas en la alternancia: completa hegemonía institucional de la triple alianza de PP-Ciudadanos-PSOE (y el poder establecido), por un lado, y el aislamiento de las fuerzas del cambio (y el movimiento popular), por otro lado. Ahora se configuran tres dinámicas en un marco más flexible y cambiante: persiste la alianza de las derechas y se consolidan las fuerzas del cambio; pero aparece el proyecto que se pretende ‘autónomo’ del PSOE. Frente a las derechas, más si se agrietan, vuelven las dos opciones comentadas, el Gran Centro y la Alternativa de Progreso. El futuro está abierto. Hay que construir el cambio.

Antonio Antón. Profesor Honorario de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.

@antonioantonUAM

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