Parece como si se volviese a la Edad Media. La globalización totalizadora del tardocapitalismo privatiza hasta la misma guerra. Los soldados de fortuna, los mercenarios a sueldo del mejor postor, se ha vuelto a poner de moda. Al acabarse la confrontación entre los sistemas socialista y capitalista, lo que se denominaba guerra fría, gran parte […]
Parece como si se volviese a la Edad Media. La globalización totalizadora del tardocapitalismo privatiza hasta la misma guerra. Los soldados de fortuna, los mercenarios a sueldo del mejor postor, se ha vuelto a poner de moda.
Al acabarse la confrontación entre los sistemas socialista y capitalista, lo que se denominaba guerra fría, gran parte de los combatientes empleados por los regímenes capitalistas para derrocar los gobiernos revolucionarios y progresistas de Africa, América Latina o la a misma Europa, como prueba el ejemplo de la desmembración de Yugoslavia, se quedaron sin empleo y sin sueldo. Una buena fuente de abastecimiento la constituyen también las milicias del apartheid surafricano y los miembros del antiguo KGB soviético.
De ahí que de vez en cuando salgan en los medios de comunicación participando en golpes como el de Guinea Ecuatorial u ofreciéndose como cazarrecompensas en Afganistán para capturar a Bin Laden. Los superpertrechados ejércitos de los Estados Unidos o de la OTAN son incapaces de rematar sus faenas una vez arrasados los países donde aplican la barbarie de sus armas de destrucción masiva: uranio empobrecido, bombas de racimo, bombas margarita, napalm,
Los soldados de alquiler han irrumpido con inusitada virulencia en Iraq. Son las mismas instancias gubernamentales de EUA las que promocionan la contratación de estos mercenarios, con el argumento de que resultan más baratos que los ejércitos regulares. O también que son más eficaces en el desempeño de las tareas sucias. Como si ninguna guerra fuese limpia, aunque los lingüistas del Pentágono contaminen el lenguaje y las conciencias con expresiones tan contradictorias como «armas limpias», «bombas inteligentes», «daños colaterales», «asesinatos selectivos» o «guerra humanitaria».
Según D. Rumsfeld, el actual mandatario de la guerra en Washington, no tiene sentido fiscal mantener y pagar un ejército bien entrenado cuando los EUA pueden adquirir cualquier servicio militar en un «mercado abierto». Las escasas noticias e imágenes que de tarde en tarde salen a la luz pública acerca de las torturas, cárceles secretas, asesinatos indiscriminados, etc., dan idea de cuáles son estos servicios.
Así, pues, la guerra se privatiza. El Moloc capitalista , en su voraz afán de beneficios, lo que se camufla bajo el eufemismo de eficiencia, es cada vez menos unan cuestión de Estado y más y más asunto de inversión, aumento de dividendos y control de empresas privadas.
Excluyendo el inmenso negocio de la fabricación y venta de armas, la industria militar privada cuenta con varios centenares de empresas que llevan a cabo operaciones militares en 10 países de todos los continentes. Sus ingresos anuales globales ascienden ya a 100.000 millones de dólares.
Entre las empresas que proporcionan al Pentágono personal y servicios militares por un contrato están la Blackwater Security Consulting, estadounidense, y Erinys, británica. Haliburton, la empresa que dirigió el vicepresidente Cheney, proporciona la mayor parte de la seguridad y apoyo militar en Iraq a través de sus filiales Kellog, Brown & Root. ¡ Para eso se está en el gobierno, qué caray! Para forrarse y forrar a los amigos, aunque sea a costra de masacrar países y poblaciones desvalidas.
Erinys se define a sí misma como «una Consultoría Internacional de Servicios y Riesgo.» Es uno de los principales contratistas de la División Regional del Golfo para el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los EUA. Sus 14.000 empleados en Iraq están dirigidos por antiguos miembros de las fuerzas armadas británicas. Dispone de su propia comandancia militar, independiente de los EUA y aliados. Presta ayuda y protección a las tropas estadounidenses y -cómo no- a las compañías multinacionales.
Uno de los beneficios «colaterales» de esta privatización de la guerra es que las fuerzas militares privadas permiten colocar gran parte de los costes de la ocupación de Iraq fuera del presupuesto. Así, los 20,000 empleados de esta industria en Iraq (algo más del 10% del total de fuerzas ocupantes) están fuera del presupuesto. Son pagados del dinero destinado a la reconstrucción de Iraq.
Estos guerreros de fortuna no están en Iraq para luchar por la democracia, ni siquiera para coadyuvar al dominio del país y a la expoliación de sus riquezas. Están allí pura y simplemente por la paga. Y, si no, compárense estos datos. En 2003, año de la invasión y ocupación, un soldado regular estadounidense, un patriota dedicado a salvar Irak de un a abominable tiranía y, de paso, defender los intereses nacionales de los EEUU, esto es, salvaguardar los de sus empresas depredadoras, cobraba 15.480 $ al año. El sueldo de un cabo con tres años de servicio, 19.980 $. La paga anual del comandante de las fuerzas ocupantes, general Tommy Frank era de 153.948 $.
Pero el gobierno paga entre 500 y 1.500 $ diarios a los mercenarios. Así que éstos cobran entren 10 y 20 veces más que los soldados que sirven a la patria.
No es de extrañar, por tanto, que el procónsul yanqui en Irak, Paul Brener, al igual que el Franco con su «Guardia Mora», no confiara su seguridad personal a soldados estadounidenses, sino a mercenarios privados.
(Para más información véase: Monthly Review, junio 2004; y Meter W. Singer: «Corportate Warriors. Teh Rise and Ramifications of the Privatizad Military Industry», en la Red electrónica.)