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El caso Posada

Fuentes: Rebelión

La puesta en libertad por la justicia estadounidense del terrorista Posada Carriles, más que demostrar la connivencia de las autoridades de Estados Unidos con el terrorismo, vieja y estrecha relación que no precisa ejemplos nuevos para ser confirmada, demuestra sí, hasta qué punto llega su arrogancia, hasta donde alcanza su soberbia. Porque bien pudieron, años […]

La puesta en libertad por la justicia estadounidense del terrorista Posada Carriles, más que demostrar la connivencia de las autoridades de Estados Unidos con el terrorismo, vieja y estrecha relación que no precisa ejemplos nuevos para ser confirmada, demuestra sí, hasta qué punto llega su arrogancia, hasta donde alcanza su soberbia.

Porque bien pudieron, años atrás, haber jubilado a su leal servidor con una buena paga y un cómodo destino. Algo parecido a lo que hizo el gobierno francés con sus terroristas, aquellos agentes galos que colocaron una bomba en el barco ecologista Rainbow, matando a Fernando Pereira, miembro de Greenpeace, y hundiendo el buque. Ayer leía en Rebelión, en crónica de Amy Goodman, que el comandante del grupo terrorista francés, Louis-Pierre Dillais, vive actualmente en McLean, Virginia, donde es presidente de una fábrica de armas.

A un criminal como Posada Carriles, en todo caso, debieron haberlo mantenido en servicio para aprovechar, precisamente, su dilatada carrera criminal, en las labores de asesoría que en el pasado tuvo con los gobiernos de El Salvador o Guatemala, como agente de la CIA en la trastienda, nunca en primera fila maquinando más bombas en aviones, hoteles y plazas.

Y no puedo creer que la CIA esté tan a falta de matones, tan necesitada de asesinos, que no pueda permitirse el lujo de licenciar a quien ya casi acumula 80 años de impunidad.

Pudieron haberle agradecido discretamente los servicios prestados y nombrarlo cónsul en alguna embajada o funcionario de Migración. Pudieron haber estimulado en él proyectos nuevos, renovadores, como escribir un libro, por ejemplo, en el que plasmar su lucha y sus memorias, o haberle concedido el Premio a la Tolerancia que entrega la Comunidad de Madrid o haberlo investido como Bodeguero de Honor de la Academia del Vino de Castilla y León, o haberlo convertido en socio de Dillais y su fábrica de armas en Virginia, cualquier cosa antes que mantenerlo en nómina y activo.

Es una posibilidad que a nadie escapa que, también, pudieron provocar un «accidente» que hiciera desaparecer el problema. Antecedentes existen y se sabe lo oportunos que pueden resultar los «accidentes». También pudo, Posada Carriles, suicidarse en un postrero y generoso acto de servicio. Otros lo han hecho antes sin que faltara un forense que certificara el suicidio.

Pudieron entregarlo a la justicia venezolana que lo reclama por la voladura de un avión comercial en pleno vuelo, atentado en el que murieron 76 personas y así cumplir alguna vez los acuerdos y tratados que han firmado con otros países. Pudieron ponerlo en manos de la justicia cubana que lo reclama por atentados en hoteles de la isla, entre otros actos criminales y así demostrar que a nadie más que a ellos les importa hacer justicia.

En última instancia, una ficha tan quemada como Posada Carriles, bien pudo haber sido sacrificada con una ejemplar condena que restituyera en el gobierno estadounidense esa perdida credibilidad de su propio electorado que aspira a recuperar. Para quienes todavía confían en sus buenas intenciones, que de todo hay en la viña del Señor, una fuerte condena del terrorista habría podido demostrar que el discurso del presidente Bush no hace excepciones. Lo decía en estos días el congresista demócrata William Delahunt, en carta enviada al presidente Bush y al Fiscal General de Estados Unidos, Alberto Gonzales: «la excarcelación del señor Posada pone en tela de juicio nuestro compromiso de luchar contra el terrorismo y suscita preocupación acerca de una doble moral en nuestro trato hacia los terroristas. Su certificación y detención habría demostrado de manera convincente que nuestro Departamento de Justicia procura que todos los terroristas respondan ante la justicia por sus crímenes».

Pero ninguna de las citadas posibilidades, que no son todas, resultó del agrado del presidente Bush y su entorno. A Posada Carriles, simplemente, se le ha puesto en libertad.

Y ello a la vez que se mantiene presos en Estados Unidos a los cinco patriotas cubanos acusados de prevenir los actos terroristas de quien ahora se libera.

Lo peor de la arrogancia que manifiesta la administración estadounidense es que va de la mano de la ignorancia, y en la combinación de ambas virtudes es el presidente, precisamente, la más funesta síntesis de las dos.

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