Lo acaecido en Túnez, con el pueblo arrojando del poder al dictador Zein Al-Abidin Ben Ali (74 años) y con este huyendo del país no ha sido sólo el fruto de la bofetada que una mujer policía de la localidad de Sidi Bouzidd propinó a un humilde vendedor ambulante, Mohammad Buazizi -ya calificado por el […]
Lo acaecido en Túnez, con el pueblo arrojando del poder al dictador Zein Al-Abidin Ben Ali (74 años) y con este huyendo del país no ha sido sólo el fruto de la bofetada que una mujer policía de la localidad de Sidi Bouzidd propinó a un humilde vendedor ambulante, Mohammad Buazizi -ya calificado por el propio pueblo tunecino como el padre de la «revolución» tunecina-, ni fruto de la tremenda paliza que seguidamente sufrió ese jovén, universitario, a manos de un grupo de policías el 17 de diciembre de 2010 mientras confiscaban su insignificante medio de subsistencia, consistente en unos pocos kilos de verduras y frutas, y ni siquiera ha sido resultado de que ese joven, desesperado, se haya quemado a lo bonzo, delante del mencionado ayuntamiento, lo que provocó su muerte, dos semanas después, o sea el 4 de enero del 2011, en el hospital de quemados de Ben Arus, en la capital tunecina.
No. No fueron esos los motivos principales de esa espontánea revolución popular, que ha incendiado en protestas y manifestaciones , que continúan aún, la mayoría de las localidades tunecinas.
El propio dictador, Ben Ali, quizás intuyendo que el joven Buaziz iba a ser el principio de su propio y catastrófico final político, le visitaba personalmente en el hospital y dictaba órdenes para que el joven sea tratado con todos los medios posibles por el equipo médico del mencionado hospital, ofreciendo, además, toda clase de apoyo moral y material a la familia de la víctima.
La realidad es que la revolución tunecina estaba ya en marcha desde hacía años, y que el suicidio de Buaziz ha supuesto la gota que colmó el vaso de la paciencia del pueblo tunecino.
En muchas ocasiones, durante mis largas estancias en Túnez en los últimos años, pude detectar esa revolución latente que estaba en marcha, y también en las conversaciones que he tenido con muchos de los exiliados tunecinos en España y en la capital canadiense Ottawa, ciudad considerada, junto a su vecina Montreal, uno de los más importantes baluartes de la oposición al régimen de Ben Ali fuera de Túnez.
En Túnez era difícil encontrar a alguien ajeno al Partido gobernante que no se estuviera mofando, amargamente, del régimen y de la familia de Layla Tarabulsi (53 años), una peluquera de uno de los barrios pobres de la capital, convertida en la segunda mujer de Ben Ali, y consiguiendo, ella y su familia (sus dos hijas y un hijo varón, sus 11 hermanos, los cónyuges de estos y sus hijos), en pocos años, mucho poder e inmensas riquezas, lo que convirtió al régimen de Ben Ali en el hazmerreír del pueblo, a pesar de que este pueblo sufría en sus carnes, a lo largo de dos décadas, toda clase de injusticias y de atropellos a manos de un partido, Attajamo Addusturi Addimocrati (Asamblea Constitucional Democrática, ACD) y de una familia de la primera dama, Layla, apodada «La Peluquera». Con el paso de los años, Layla Tarabulsi, la analfabeta, llegó a ser portadora de un título de doctora en Derecho, claro que gracias a sus influencias y no a su tenacidad.
El régimen de Ben Alí y los Tarabulsi estaban constantemente en la boca de todo el mundo, pero nunca en público, sino siempre en conversaciones privadas y en la intimidad de los hogares, pues los espías del régimen y del partido gobernante se encontraban en todas partes, además de la vigilancia férrea a la que estaban sometidos los teléfonos, móviles e internet.
Un refrán árabe dice:»la peor desgracia es la que provoca risa». Y efectivamente, las historias sobre la banda de ladrones que desde la cúpula del poder saqueaba el país sin el menor pudor, y sobre los triunfos electorales fraudulentos del dictador, quien no se contentaba con menos del 99 por ciento de los votos, eran temas de chistes y risas, tras los cuales se ocultaba la creciente rabia del pueblo que se sentía herido en su orgullo y amenazado en su subsistencia y en el futuro de sus hijos. Hijos, millones de jóvenes, entre los que figuran cientos de miles de universitarios, que se veían y se siguen viendo a miles, vagando por las calles o postrados a lo largo del día en las terrazas de cientos de cafeterías y cafés, sin trabajo y sin horizonte posible, excepto el de la emigración clandestina por mar hacia las cercanas costas de Italia.
Testigo Ocular
Aparentemente, el régimen controlaba todo en el país y sus agentes y representantes sometían al pueblo a toda clase de humillaciones, sea a manos de la policía o a manos de cualquier funcionario que trabajara cara al público.
En el verano del 2009 fui invitado a una finca en la localidad de Sleman, cerca e la capital tunecina. Cuando llegamos al camino sin asfaltar que llevaba a la finca y a otras fincas y casas, nos paró un control de la policía pidiéndonos nuestros documentos de identidad y preguntándonos por la finca o casa a donde nos dirigíamos. Una vez en la finca uno de los invitados, un alto responsable del ministerio del Interior, se jactaba de que la policía que nos había parado estaba allí para impedir que nadie pueda visitar la casa de un opositor que estaba siendo sometido a un arresto domiciliario. Y repetía orgulloso:»nada se mueve en el país sin que nosotros nos enteremos de ello puntualmente». Los demás, todos ellos tunecinos y muchos de ellos familiares de quien nos hablaba, le escuchaban y se mantenían en silencio. Yo en cambio le pregunté acerca del motivo por el cual estaba siendo castigado aquél opositor, y me respondió que había hecho, semanas antes, unas declaraciones a una televisión árabe en la que criticaba al régimen de Ben Ali. Le insistí, aun sabiendo la respuesta, si había mediado un juicio antes de haberle sometido a aquel opositor a arresto domiciliario, y recibí la respuesta que sería la misma en la mayoría de los países árabes: ¿Juicio? ¿Para qué? ¿Es que no hay Gobierno en el país?. A los dos días de la huida del dictador tunecino del país me comunicaron que aquél personaje, que aquél día del verano del 2009 había llegado a la finca de mis amigos en coche oficial y chófer, andaba escondiéndose en casas de unos allegados suyos, huyendo de sus perseguidores que le habían atacado tras heberle reconocido por casualidad en plena calle en la capital tunecina.
Pero la suerte de aquél opositor de Sleman, sometido a arresto domiciliario es mucho más feliz y halagüeña que la que sufren cientos o miles de presos de conciencia, opositores al régimen, de todos los estamentos de la sociedad, literalmente desaparecidos en terroríficos calabozos, como los de la cárcel de Nador, ubicada en un monte contiguo a la ciudad norteña costera de Bizerta, donde hay otro presidio enorme llamado Burj Al Rumi.
Y es que lo que no falta en Túnez son prisiones al estilo más medieval que se puede imaginar. La cárcel de Nador, por ejemplo, tiene aspecto lúgubre vista desde el exterior. Mi acompañante, de una familia bizertí de muchas generaciones, me cuenta que en esa penitenciaría tienes que bajar muchas escaleras hasta llegar a las celdas subterráneas donde no entra el sol casí nunca y donde hay presos de conciencia que llevaban allí decenas de años, olvidados por el mundo.
A preguntas mías acerca de unas mujeres que estaban sentadas debajo de unos árboles, frente a la mencionada carcel, mi acompañante señaló que se trataba de familiares de presos que saben a ciencia cierta que sus hijos, hermanos, familiares o maridos se encontraban encerrados allí, y que solían venir de muchas ciudades y pueblos de Túnez para interesarse por sus prisioneros, lo cual muy pocos de ellos. Esos familiares de presos, en su mayor parte mujeres, pocas veces lograban contactar con sus presos, y si lo conseguían era a costa de permanecer allí, a la intemperie, durante días…sin tener donde cobijarse ya que en la mayoría de los casos se trataba de familias muy humildes y carentes de medios como para buscar alojamiento en algún hotel de la turística Bizerta. Las autoridades tunecinas no sólo humillaban, torturaban y vejaban a los prisioneros políticos, sino que despreciaban y maltrataban sistemáticamente a los cientos de miles de personas que son sus familiares, amigos y allegados.
Persecución Religiosa
Sin embargo, esta humillación cotidiana y habitual era como una espada de Damocles que pendía sobre los cuellos de la totalidad del pueblo tunecino no ligado al régimen ni al ACD.
La osadía de ese régimen en humillar al pueblo había alcanzado límites que ningún otro régimen árabe se atrevió a alcanzar, con medidas como perseguir a las mujeres que utilizan el hijab y la gente que va a rezar a las mezquitas. Ninguna mujer con hijab podía entrar en un edificio público, con lo que se obligaba a las mujeres a quitarse el hijab al acceder a las dependencias de los ministerios y de la Administración…lo que suponía una honda humillación para ellas, que tenían que sufrir en su propio país, un país nítidamente musulmán.
La policía detenía en sus casas a aquellos jovenes que iban a la mezquita a cumplir con la primera oración del día, la del alba. Los detenía, interrogaba y maltrataba, antes de permitirles regresar a sus casas. Durante la década de los 90 la policía pedía los carnets de identidad a los fieles a las puertas de las mezquitas, como un método más, encaminado a disuadir a la gente para que no cumpla con sus ritos religiosos.
Era un sistema de terror sistemático contra el pueblo, violando sus más intimos sentimientos y creencias, los religiosos. Los islamistas, encabezados por el Movimiento Annahda (El Renacimiento) fueron perseguidos a sangre y fuego desde la época del presidente Burguiba, pero su persecución arreció y llegó a su punto álgido y terrorífico tras la llegada de Ben Ali al poder, especialmente a partir de 1990, con cientos de seguidores de Annahda encarcelados y torturados, muchos de ellos seguían hasta la caída de Ben Ali en celdas subterráneas y otros escapados a Europa y América del Norte, como es el caso del propio Rashid Al Gannushi, lider del Movimiento, condenado a muerte y huido del país desde 1992 después de haber pasado muchos años en la cárcel.
El pueblo tunecino no dudaba de que el régimen del ACD cumplía una agenda extranjera, que nada tiene que ver con sus intereses, creencias, ideologías, tradiciones e identidad nacional. Una agenda eminentemente franco-americana que también era tema habitual de las conversaciones privadas en lo tocante a la política.
Ben Alí y la banda mafiosa que gobernaba Túnez fueron más lejos en su lucha contra el Islam que sus amos en Occidente. Las mujeres con hijab no podían aspirar a ningún empleo en el sector público, ni siquiera en la enseñanza.
Conozco un sinfín de historias al respecto que ilustran muy bien el ambiente que se vivía en Túnez en los años 90 y en la mayor parte de la última década, y que fue suavizándose a partir del 2006, pero sin haber dejado de ser ultrajante para el pueblo. Una suavización esta debida a la resistencia popular contra la opresión religiosa, como veremos más adelante. El aparente amansamiento de las medidas policiácas sólo era eso, aparente, pues documentos publicados en los últimos días de los archivos del ministerio del Interior y de la policía tunecina demuestran que la vigilancia de mezquitas (número de fieles que rezaban en cada mezquita, tema del sermón del viernes, etc.) vigilancia de fieles asiduos de las mezquitas y seguimiento y acoso a las mujeres con hijab, seguían de pie, inámovibles, hasta el derrocamiento del dictador. Algunos de estos documentos demuestran como la policía elaboraba informes sobre policías y oficiales que frecuentaban las mezquitas para rezar y como estos eran castigados duramente, hasta con separarles del servicio o expulsarles del cuerpo definitivamente.
Un caso que conocí de primera mano, estándo en Túnez en el 2009, es el de una mujer, cuyo marido era oficial de policía. Corría el año 1998, y esta mujer le pedía a una sobrina del marido, una mujer joven, graduada por una universidad francesa, que usaba hijab, no volver a visitarles, «ya que la policía le preguntó a tu tío quién era esa chica con hijab que os visita en casa», la dijo, «lo que pone el empleo de tu tío en peligro», concluyó. O sea, que en una casa entrase una mujer con hijab era un hecho que podía acarrear una gravísima acusación para la familia en cuestión. Situación esta absolutamente surrealista y absolutamente intolerable en un país árabe y musulmán.
Sin embargo, y tras un período de perplejidad popular por las nuevas medidas adoptadas por el régimen fascista de Ben Ali, el pueblo tunecino, y sus mujeres por delante, no se dejaba amedrentar. Así, en la década de los 10, el número de mujeres que utilizaban el hijab no hacía más que crecer, y el número de fieles que acudían a las mezquitas aumentaba incesantemente.
Cada vez que regresaba a Túnez me encontraba con que nuevas mujeres del círculo de mis amistades y conocidos se habían pasado al hijab, y ya en 2010 se podían ver las mujeres con hijab por miles en las calles y centros comerciales de la capital y de otras ciudades del país. Basta con señalar que la mujer de aquél oficial de policía y, así como sus dos hijas, se habían pasado al hijab desde mediados de la última década, en contra la voluntad del cabeza de familia quien a sus 55 años fue jubilado anticipadamente.
Mientras, en la gran mezquita del Alfath, en el corazón comercial de la capital y en las mezquitas de muchos barrios de la ciudad, como en otras ciudades del país, los fieles hacían sus oraciones de viernes en plena calle y en las plazas adyacentes, pues las mezquitas estaban abarrotadas de fieles y en ellas no cabía ni una persona más.
A todas luces la rebelión popular tunecina estaba en marcha ya, desde mediados de los años 90. El campo de batalla era la religión. La mujer tunecina, con hijab o sin él, participó activamente en la rebelión popular que derrocó al dictador. Lo mismo hicieron muchas mujeres destacadas pertenecientes a asociaciones pro derechos humanos, a la abogacía y al sector de intelectuales.
Regímenes Corruptos
En lo que a la corrupción del régimen tunecino se refiere, lo mismo pasa con la corrupción de la mayoría de familias gobernantes en el resto del mundo árabe y de sus Administraciones públicas.
En Túnez, hasta la huida del dictador, era práctica habitual sobornar a la policía, en las carreteras, en las calles y en las comisarías, y a los funcionarios en cualquier ministerio o ayuntamiento, lo que suponía una idéntica situación a las existentes hoy día en la mayoría de los países árabes, donde no se puede dar un paso sin sobornar, sea en metálico o en forma de regalos.
En Egipto, por ejemplo, se puede sobornar a un oficial de la policía con un sólo cigarillo. Tanto en ese país como en otros países árabes, los miembros del cuerpo de policía tienen sueldos indignos, lo que les hace presa fácil de sobornadores y corruptos
La Carestía de la Vida
Los precios de los productos alimenticios en Túnez, comparados a los sueldos, eran hasta el estallido de la rebelión popular excesivamente altos, pero aun así mucho más asequibles que los existentes en Jordania, donde en su capital, Amman, los precios no tienen nada que envidiar a los de Madrid, pero con sueldos cuya media equivaldría a la tercera parte de los sueldos de los madrileños.
Las llamadas «revueltas del pan» en el mundo árabe se han repetido en las últimas tres décadas en varios países, pero nunca con el fin de derrocar a un régimen – porque eso parecía inalcanzable- y fueron todas sofocadas o neutralizadas sin más complicaciones, aunque, en ocasiones, con cientos de victimas, como ocurrió en la «revuelta del pan» registrada en Egipto, principalmente en El Cairo, en 1977.
Sin embargo, en Túnez el objetivo del pueblo, en su rebelión espontánea, era desde el principio derrocar al presidente Ben Alí y su familia. El vaso estaba ya colmado y la gota del suicidio de Buaziz fue la que hizo estallar la calle.
Así comprobamos, con suma facilidad, que ladrones y saqueadores existen en la cúpula de todos los regímenes árabes, especialmente el egipcio. Y con la misma obviedad podemos comprobar que la brutal carestía de la vida es común a casí todos los países árabes.
Regímenes Policíacos
Nada tienen que envidiar la mayoría de los regímenes árabes al de Túnez en cuanto al carácter policíaco del régimen de Ben Ali. Un régimen asesino, torturador, acosador y perseguidor de la oposición y disidencia política por mínima que fuera, de periodistas e intelectuales librepensadores, características estas que son casí calcadas de otros regímenes árabes sumisos a Occidente, e incluso superadas con creces, como ocurre en Egipto, que es precisamente el país donde se han registrado, a partir del derrocamiento de Ben Ali en Túnez, las mayores protestas populares contra el Gobierno de Mubarak y donde se ha registrado el mayor número de suicidios, consumados o no, de jóvenes que se han quemado a lo bonzo al estilo del tunecino Buazizi.
El sinfín de historias que escuché de boca de ciudadanos tunecinos, disidentes o no, residentes en Canadá o que llevan la nacionalidad canadiense, acerca de como eran tratados por la policía y los servicios secretos tunecinos cada vez que se les ocurría regresar a su país para visitar a los suyos, son casí facsímiles de lo que escuché a lo largo de muchos años de boca de tantos y tantos árabes residentes en el extranjero cuando iban a visitar a su país de orígen: interrogatorios, acoso, obligación de comparecer diariamente en la sede de los Servicios Secretos, o sea, la temida «Mujabarat», retención en las dependencias policiales durante horas o días, presiones de toda clase para obligar a los interrogados a facilitar datos sobre otros compatriotas que viven en su país de residencia, encarcelamientos indefinidos, torturas, etc. Muchos de estos tunecinos y árabes de otras nacionalidades que han sufrido en sus carnes las embestidas de la «Mujabarat» fueron salvados de entre sus colmillos sólo gracias a que llevan la nacionalidad de algún país occidental, especialmente Estados Unidos, Canadá, el Reino Unido o Francia.
Solo Ben Ali se Atrevió a Agredir la Religión del Pueblo
En cambio, ningún régimen árabe o musulmán, por muy sometido a Occidente que sea, ha osado impedir al pueblo, agresiva e insistentemente, practicar libremente sus ritos religiosos y sus tradiciones, excepto el de Ben Ali.
Por ese motivo, no creo que la revolución tunecina sea exportable espontáneamente al resto del mundo árabe, aunque sí puede suponer el principio de derrumbe del miedo a otros regímenes árabes, miedo que actualmente paraliza a las masas árabes ancladas en el odio a sus propios caudillos. Un miedo este que es el resultado de décadas de brutalidades y crímenes perpetrados por esos regímenes contra sus propios pueblos, especialmente en los países limítrofes con Israel, siempre con la bendición, instigación y respaldo por parte de Occidente. Y es que proteger a las dictaduras árabes, sumisas a Estados Unidos, el Reino Unido y Francia, y echar un espeso velo sobre su corrupción y sus crímenes, es esencial y primordial para la supervivencia de Israel.
Sin embargo El pueblo de Túnez ha enviado un mensaje al resto de sus hermanos árabes: Podéis derribar vuestras dictaduras, por muy protegidas por Occidente que estén.
Al parecer el pueblo egipcio, desesperado tras 30 años de yugo bajo la familia de Mubarak, ha comprendido este mensaje, a juzgar por las crecientes e insistentes protestas que azotan el país, con lo cual los días del dictador de Egipto pueden ser contados. Pero ojo, ya que el dictador de Túnez era un simple aprendiz comparado con Mubarak quien no dudará en masacrar a miles de ciudadanos en las calles antes de ser derrocado.
Más de doscientos millones de árabes anhelan ver pronto el derrocamiento del regímen de Mubarak y Ojalá así suceda y que mi teoría, planteada en este artículo, de que el caso tunecino no es exportable al resto de países árabes, sea diametralmente opuesta a la realidad que se avecina.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.