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Entrevista a Luis Martín-Cabrera, autor de “Insurgencias invisibles. Resistencias y militancias en Estados Unidos” (La Oveja Roja)

«El color de la piel continúa separando a la clase obrera en Estados Unidos»

Fuentes: Rebelión

El relato de los oprimidos puede construirse de diferentes modos. La primera, desde la archivística y las bibliotecas, considerándolos un objeto de estudio. Pero hay una segunda opción que consiste en derribar muros, mezclarse con los de abajo y ponerse a un lado para dejar que ellos se expresen. Esta es la posición que adopta […]

El relato de los oprimidos puede construirse de diferentes modos. La primera, desde la archivística y las bibliotecas, considerándolos un objeto de estudio. Pero hay una segunda opción que consiste en derribar muros, mezclarse con los de abajo y ponerse a un lado para dejar que ellos se expresen. Esta es la posición que adopta Luis Martín-Cabrera (Cáceres, 1972) en el libro «Insurgencias Invisibles. Resistencias y militancias en Estados Unidos» (La Oveja Roja). El autor no esconde la subjetividad, ni la mirada desde la que escribe o ejerce como profesor del Departamento de Literatura de la Universidad de California, San Diego: «Casi por una cuestión de principios y aunque no tenga partido donde militar, en mis clases parto diciendo que soy comunista». También se define como «republicano errante», «chicano por solidaridad internacionalista», «gringo por necesidad» y «latinoamericanista por vocación». En 2011 publicó «Justicia radica: España y el Cono Sur más allá del mercado y el estado» y también es director del archivo digital «The Spanish Civil War Memory Project». Actualmente continúa con la labor universitaria en Chile, pero sin abandonar el activismo, pues acompaña al Movimiento de Pobladores, FENAPO (Federación Nacional de Pobladores) y su Partido Igualdad.

En la introducción del libro «Insurgencias Invisibles» apuntas la metodología por la que optas: «Mirar y contar desde adentro: entre la historia oral y la crónica». ¿Por qué no un trabajo de documentación y archivo sobre las resistencias al Sistema en Estados Unidos?

En primer lugar porque, aunque he incursionado en la historia oral, yo soy profesor de literatura y estudios culturales no historiador, sociólogo o antropólogo. Por otro lado, ya existen muchos trabajos de documentación y archivo sobre estos temas. Desconozco cuántos de ellos estén traducidos, pero existen ingentes archivos sobre el movimiento Chicano, sobre los movimientos de liberación afroamericanos y sobre activismo en las universidades norteamericanas. Pero lo más importante es que el libro trata de romper con la distancia aséptica entre sujeto y objeto que define el trabajo de cualquier investigador en estas disciplinas. El historiador más empático o progresista del mundo, si se asume como historiador, no puede quebrar completamente con la distancia entre el sujeto de la escritura y el objeto de estudio, siempre será un poco entomólogo, es una cuestión disciplinaria.

Es obvio -insisto-que hay distintos tipos de historiadores, pero la historia, la sociología o la antropología, en tanto ciencias sociales, no pueden romper con la frontera entre el sujeto que produce saber y tiene autoridad y los sujetos objetualizados a los que se refiere ese saber que quedan postrados sin autoridad y sin voz. Cuando uno lee un libro de historia o un estudio sociológico, no sabemos nada sobre las motivaciones de la persona que firma ese estudio o ese libro de historia, eso es, en mi opinión, un poco tramposo.

Como a mí me interesaba dinamitar, o por lo menos tensionar al máximo, la distancia entre sujeto y objeto, acudí a la tradición latinoamericana de la crónica. Para ser más específico creo que las crónicas que más me interesaron son las de José Martí, Rodolfo Walsh en Argentina, Pedro Lemebel y su crónica queer y popular en Chile y el libro del 68 en México de Elena Poniatowska.

Walsh militaba en el Peronismo revolucionario no escribía sobre los obreros peronistas, Lemebel era un homosexual pobre no escribía sobre la homofobia y la pobreza. Las preposiciones aquí no son un matiz sutil, son esenciales, ¿con o sobre? Yo escribo con, porque he sido testigo excepcional y parte de las luchas desde abajo y a la izquierda en Estados Unidos y entiendo que mi labor era sacar los anhelos, los sueños y también los problemas de la militancia en Estados Unidos afuera del país, no cargar los anaqueles de las bibliotecas con otro sesudo estudio analítico sobre movimientos sociales.

La crónica me permitía captar además «la estructura de sentimiento» de estos movimientos insurgentes y contrahegemónicos. La «estructura de sentimiento» es un concepto que extraigo directamente del pensador marxista Raymond Williams. Es importante entender que la «estructura de sentimiento» no son las emociones, no es que la sociología y la historia capten lo racional y la literatura lo emocional. La «estructura de sentimiento» se refiere al conjunto de percepciones, visiones y afectos de un grupo humano en un período de tiempo histórico dado. La crónica tiene el potencial de captar esa «estructura de sentimiento», porque surge pegada al barro de la calle, trata de captar eso que habla y siente la gente común, su cultura, la música que escuchan, cómo ven las cosas, cómo nos explicamos nuestra posición dentro de una estructura social, económica y de poder. Esta metodología/programa político se resume bien en una frase de la introducción: «Para que Rosa Parks se sentara en el asiento de los blancos pobres en Montgomery fueron necesarios, muchos cuerpos y muchas intensidades anónimas, mucho coraje sin nombre».

¿Y en cuanto a la historia oral?

Como en la crónica sigue habiendo un sujeto fuerte, aunque sea un yo compartido, que capta y comparte la autoría, me interesaba interrumpirlas con la historia oral. La historia oral es claramente la historia de los pobres, no podemos seguir escribiendo historia sólo con los archivos del poder, por ejemplo los del Estado, porque entonces escribiremos la historia del poder constituido, no la de los movimientos de liberación constituyentes. En la historia oral los oprimidos y las oprimidas por lo menos son sujetos de saber, dime el archivo que lees y te diré que historia escribes. No es lo mismo leer los archivos de la UCD para hablar de la Transición que irte a Vallecas o a Vicalvaro a preguntarle a las y los trabajadores. En el libro lo mismo, me centro en esos militantes anónimos que, sin embargo, son esenciales en cualquier movimiento contrainsurgente que aspire a transformar la sociedad de raíz.

También en cuanto al método, citas unas palabras del periodista y escritor argentino Rodolfo Walsh con las que te identificas: «Tengo que decir que soy marxista, pero un mal marxista, porque leo muy poco, no tengo tiempo para formarme ideológicamente. Mi cultura es más bien empírica que abstracta. Prefiero extraer mis datos de la experiencia cotidiana: me interno lo más profundamente que puedo en la calle, en la realidad, y luego cotejo esa información con algunos ejes que creo tener bastante claros». ¿Es ésta también una apuesta política e ideológica?

Por supuesto, no hay metodologías neutrales ni puramente objetivas, al menos no en las humanidades y las ciencias sociales. En cualquier caso, creo que Walsh leyó mucho y bien a Marx, lo que hay aquí es una metodología, un procedimiento hermenéutico, que es, a la vez, una apuesta política. Uno puede leer a Marx o a Foucault y después ir a la realidad para verificar esa teoría (esto es lo que hacen la mayoría de los profesores universitarios). Yo, como Walsh, trabajo al revés trato de escuchar de qué habla la gente, qué discutimos en una reunión política, cómo vemos las cosas y a partir de ahí voy a la teoría y a la literatura. Por ejemplo, cuando me monto en un taxi aquí en Chile o cuando voy en el metro, presto atención a las conversaciones de la gente y teorizo a partir de ahí. Una de las lecciones más potentes del Marxismo consiste en partir de lo concreto y partir de lo concreto no es leer a Marx y producir abstracciones alucinantes, sino entender qué piensa la gente común y corriente y por qué para encontrar elementos que contribuyan a luchar contra la opresión y la explotación.

En este libro he tratado de hacer eso de la manera más disciplinada que sé: escuchar atentamente y escucharme a mí con otros para captar esa «estructura de sentimiento» que pueda alumbrar la emancipación. He trabajado por acumulación, por ejemplo, he escuchado muchas veces de mis estudiantes chicanos que en el colegio siempre les decían que ellos y ellas no eran material universitario. A partir de esa anécdota escuchada múltiples veces la inserto en una crónica que parte de la realidad material de estos estudiantes y la injerto en una narrativa que cabalga entre la ficción y el ensayo político para hablar del racismo anti-inmigrante.

Dedicas el primer capítulo al «Racismo y lucha de clases», e incluyes una entrevista a Roberta Alexander, exmilitante del Partido Comunista de Estados Unidos y los Panteras Negras, entre otros movimientos. ¿Qué aspectos olvidados e invisibilizados por la historia oficial destacarías de las dos organizaciones?

El Partido Comunista de los Estados Unidos es una organización enterrada y olvidada. Es más, así a bote pronto, no recuerdo una buena monografía que hable sobre el tema, aunque quizá las haya. Incluso las personas directamente implicadas como Angela Davis tienden, quizá de manera inconsciente, a no darle la relevancia que merecería a lo que fue el Partido en Estados Unidos. Entre los años 30 y 40 llegaron a tener mucho poder, pero evidentemente la propaganda anti-comunista de la guerra fría y la «caza de brujas» del senador Macarthy hicieron muy difícil tanto su supervivencia como la preservación de su legado histórico. Pero, por otro lado, el Partido también cometió errores, en algún momento tuvo en su mano poder organizar a las grandes masas de trabajadores de color, formar una alianza interétnica de trabajadores, pero no pudo o no supo articular una política anti-racista potente, no quiso o no pudo modificar el concepto de «lucha de clases» para dar cuenta del terror racial, de la esclavitud y de la segregación. Algo de eso transpira en la entrevista con Roberta Alexander y mucho más sobre el tema se puede leer en un libro excepcional del escritor afroamericano Richard Wright, Black boy.

¿Qué queda hoy del legado del Partido Comunista? Nada o muy poco. Los sindicatos fueron infiltrados, cooptados y sus líderes asesinados hasta transformarlos en organizaciones absurdamente anti-comunistas. En las universidades los profesores se dicen «socialistas» o «marxistas» por miedo supongo o porque consciente o inconscientemente identifican comunismo con estalinismo. Por eso, casi por una cuestión de principios y aunque no tenga partido donde militar, en mis clases parto diciendo que soy comunista, porque no podemos, o yo no puedo, renunciar a ese horizonte de emancipación colectiva cuyo nombre más certero es comunismo.

Con las Panteras Negras se siguió una trayectoria distinta, primero la infiltración y la creación de enfrentamientos ficticios con otras organizaciones a través del programa Cointelpro, como cuenta Roberta Alexander en detalle, después el uso del Estado de excepción para celebrar juicios sin garantías procesales como el de Assata Shakur o Bobby Seale y cuando ya estaban desarmados la institucionalización del movimiento en los Departamentos de Estudios Afroamericanos y Estudios Étnicos. Estos departamentos universitarios son -entiéndase bien-una conquista del movimiento de liberación negra, pero al mismo tiempo, al entrar en la lógica de las instituciones universitarias, han servido, en ocasiones, para desarticular la capacidad de movilización política de las organizaciones.

El legado de los Panteras Negras era y sigue siendo importantísimo. Como dice Roberta Alexander en la entrevista los ocho puntos del programa siguen siendo en su mayor parte asumibles y quizá por eso mismo el Estado no ha dejado nunca de acosar a sus cuadros. Por ejemplo los SF8 (los ocho de San Francisco) acusados de nuevo de asesinar a un policía supuestamente gracias a la tecnología del DNA o la persecución y encarcelamiento inmisericorde de Mumia Abu Jamal que, junto con Leonar Peletier, es uno de los presos políticos más antiguos que hay en USA.

Cuando abordas las militancias migrantes en la frontera entre Estados Unidos y México, te muestras en desacuerdo con la aproximación basada en números y repetición de estadísticas que realizan muchos científicos sociales. ¿Cuál sería, a tu juicio, la aproximación más certera? ¿Qué es lo relevante de estas militancias fronterizas?

No es que haya una aproximación certera y otra equivocada. Es evidente que hacen falta estudios sociológicos cuantitativos y cualitativos, es sólo que me parece que la frontera tiende a producir un vértigo en función de esos números, una especie de compulsión a la repetición estadística que, más que acercarnos a esa realidad, nos aleja de ella. Y en ese sentido, creo, por ejemplo, que un disco como «La línea» de Lila Downs o un libro como «Borderlands/La frontera» de Gloria Anzaldúa captan mejor, en mi opinión, la «estructura de sentimiento» de la frontera. Pero, por supuesto, es necesario no olvidar las cifras, absolutamente inhumanas, de las personas que son a diario deportados o las de los y las que mueren tratando de cruzar la barda, como le dicen en Tijuana.

En diferentes pasajes del libro señalas dos hitos: el Tratado de Guadalupe Hidalgo (1848) y el programa Cointelpro. ¿Cuál es su importancia?

El tratado de Guadalupe Hidalgo es una mutilación y una herida en el corazón de la conciencia y la memoria chicanas. En 1848 Estados Unidos se anexiona, con la aquiescencia de México, los territorios actuales de California, Nevada, Arizona, Nuevo Mexico, Texas y otras partes. En este sentido, la conciencia histórica de la anexión es la que permite decir con legitimidad a muchas y muchos chicanos que no cruzaron la frontera, sino que la frontera más bien les cruzo a ellos. Literalmente, las promesas que se hicieron al principio para respetar los títulos de propiedad o la tenencia colectiva de la tierra de algunos pueblos indígenas de estos territorios fueron rápidamente ignorados. En otras palabras, el Tratado de Guapalupe Hidalgo fue la formalización legal de un despojo colonial. Los chicanos son, por lo tanto, el producto histórico de una doble agresión imperial de España y Estados Unidos

Mantener viva una memoria crítica sobre las implicaciones del tratado es fundamental, he visto mapas históricos en Estados Unidos que literalmente borran la existencia de esos territorios anexionados, se presentan como si siempre hubieran pertenecido a Estados Unidos; toda la red de misiones en California, pone entre paréntesis la presencia mexicana en el territorio; se presentan estos vestigios históricos como el producto de una transacción entre imperios. Del otro lado, en México ni el Estado ni los intelectuales parecen tener el menor interés en reavivar está cuestión, lo ven como una causa perdida. Los chicanos están muy solos. Es en este sentido que hay que entender Atzlán, la recuperación del territorio original antes de la llegada de los españoles, se trata -digo en el libro-de una metáfora anti-colonial con implicaciones materiales: Tierra y libertad al norte del Río Grande también.

Sobre Cointelpro ya he hablado antes, la manera más rápida de graficarlo es decir que se trata del equivalente de la «guerra sucia» al interior de los Estados Unidos. Fue un programa creado por J. Edgar Hoover para quebrar las organizaciones desde dentro, alentar a las divisiones de clase, los conflictos interétnicos y entre organizaciones. Tiene episodios realmente deplorables como el asesinato de Fred Hampton en Chicago que, por sí solos, darían para que Estados Unidos se autoincluyese en la lista de países que auspician el terrorismo y dejara a Cuba en paz.

¿Qué representan las maquilas como realidad empresarial de la frontera entre Estados Unidos y México? ¿Cuáles son las principales formas de resistencia que tratas en el libro?

Las maquilas son una especie de regalo envenenado que Estados Unidos le hace a México. Por un lado, crean puestos de trabajo y desplazan a un montón de mujeres de zonas rurales al corredor industrial fronterizo «liberándolas» de estructuras patriarcales y modos de sujeción a la tierra semi-coloniales en una especie de proceso contemporáneo de «acumulación originaria» y, por otro, transforman el paisaje de la frontera en una zona industrial de explotación semejante a la Inglaterra industrial de Dickens; Oliver Twist en Tijuana, pero a lo bestia.

Es difícil imaginarse el estercolero ecológico, el abuso sexual y laboral que dejan las maquilas a su paso, es difícil concebir que esos niveles de explotación sigan siendo tolerables a estas alturas del siglo XXI. En la entrevista con Enrique Dávalos se pueden seguir las distintas etapas por las que ha pasado el proceso de industrialización en la frontera norte, pero básicamente grandes sectores de la producción en EE.UU. siguen siendo dependientes de la explotación inhumana del trabajo en la frontera.

Los grupos de los que se habla son Ollin Cali y CITTAC, organizaciones de trabajadoras y trabajadores que proveen asesoría legal y organización de base, ya que la sindicalización se enfrenta a graves problemas que también se describen en la entrevista, tales como la existencia de sindicatos fantasmas del Estado o violencia dirigida contra los trabajadores y, sobre todo, las trabajadoras.

El tercer bloque en que se divide el texto lleva por título «El imperialismo y sus enemigos internos», que bebe totalmente del panfleto «Discurso sobre el colonialismo» (1955), del poeta martiniqués Aimé Césaire. ¿En qué se basa el texto y por qué lo tomas como punto de partida?

Este es un texto preclaro, porque en la larga postguerra de la II Guerra Mundial ya advierte sobre algo sumamente importante para pensar el presente ahora: que la supuesta excepcionalidad del holocausto sólo tiene de excepcional que haya sucedido dentro de las fronteras de Europa y que el fascismo no es el reverso del liberalismo, sino su continuación por otros medios. No es que a Césaire le interese banalizar el holocausto, sino más bien señalar que ese tipo de masacres eran «normales» afuera de Europa antes de la II Guerra Mundial, sólo hay que pensar en la cantidad de esclavos muertos en el «middle passage» entre África y las Américas. Desde esta perspectiva, se desmoronan todos los lugares comunes tipo «no se puede escribir poesía después de Auswitz» la famosa sentencia de Adorno, que leída a través de Césaire nos lleva a terrenos éticos sumamente pantanosos que justificarían los vuelos líricos en mitad del horror que supone la esclavización de un continente o el genocidio español en las Américas .

De ahí, Césaire deduce dos cosas sumamente importantes para nosotros: que el capitalismo imperial establece diferencias entre vidas que vale la pena proteger y vidas que pueden exterminarse sin consecuencias legales y que el colonialismo es como un boomerang que replica sus tácticas de exterminio en casa.

Lo primero es lo que obscenamente justifica que la vida de un blanco norteamericano de clase media no valga lo mismo que la de un niño en Irak o un afroamericano en un gueto. Lo segundo está peor estudiado, pero es evidente, por ejemplo, en el caso de España -se puede ver en un libro excelente del historiador británico Sebastián Balfour, Deadly Embrace, que sin el proyecto colonial moderno español en el Norte de África no hubieran sido posible las matanzas de «rojos» en la guerra civil. La falange se comportaba en territorio nacional como una fuerza de ocupación colonial, Franco y sus secuaces aplicaban las mismas tácticas de exterminio que habían aplicado unos años antes en el Rif y otros territorios coloniales. No en vano, Franco solía decir, «yo no me puedo explicar a mí mismo ni a mis compañeros de armas sin la experiencia de África» .

En el caso de EE.UU. leer bien a Césaire implica conectar lo que esta pasando en Yemen o en Irak con la brutalidad policial en Ferguson, son parte de un mismo sistema colonial de devaluación y estratificación de la vida. No en vano el movimiento contra la brutalidad policial se llama «Black lives matter» («Las vidas de los negros importan»), un rechazo a las maniobras de deshumanización que impone el complejo capitalista-imperial dentro y fuera de Estados Unidos, sobre ciertos cuerpos y ciertas vidas.

¿Cuál es la aportación de sindicatos como HERE, organización estadounidense que agrupa a trabajadores temporales, indocumentados, estudiantes y otros sectores habitualmente excluidos de los convenios?

HERE es un sindicato peculiar, porque es uno de los primeros que entiende dos cosas importantes: que no se puede conformar con organizar simplemente trabajadores industriales y que hay que organizar a los trabajadores latinos, incluso a los indocumentados. Hoy día representan a muchos trabajadores del sector hostelero y de restauración y lo han logrado inventando un sistema, «card count neutrality» que permite el reconocimiento del sindicato en un hotel sin pasar por una elección regulada por el Ministerio de Trabajo (NLRB en inglés) que beneficia descaradamente al empleador que puede intimidar a su gusto a los trabajadores.

Es un sindicato muy disciplinado, con una organización de base muy potente, yo aprendí mucho con ellos, de lo que cuesta de verdad levantar una organización política desde abajo, puerta a puerta.

Sin embargo, hay que decir también que es un sindicato deficitario en relación a la democracia interna, regido casi verticalmente y con una relación demasiado libidinosa con el Partido Demócrata, en parte porque necesitan de apoyos en la institucionalidad política para organizar a sus trabajadores, en parte por la propia trayectoria histórica del mundo sindical en Estados Unidos. De estas contradicciones también habla una de las crónicas y ahí están todas estas cosas implícitas en la narración.

Incluyes una larga entrevista a Rommel Díaz, Adriana Jasso y Harry Simón, militantes de Unión del Barrio. ¿Cuáles son las singularidades de esta organización nacida en 1981, el primer año de la presidencia de Reagan, y sus diferencias con los movimientos Occupy o Yo soy 132?

Creo que ellos lo explican mejor que yo, pero básicamente son un partido político que nace justamente después que el gobierno norteamericano desarticulara el Movimiento Chicano a través del programa Cointelpro o de que éste se descompusiera por se excesiva dependencia de caudillos o figuras carismáticas. Unión surge de San Diego, donde el liderazgo era mucho más atenuado que en Los Angeles o Nuevo México. Hernán Baca y Ernesto Bustillos, dos de las figuras más importantes del Movimiento en San Diego, eran muy diferentes a los otros líderes del Movimiento Chicano, así que eso a permitido que brotara una organización como Unión que es mucho más internacionalista y mucho más volcada hacia América Latina, ellos se dicen la retaguardia de Nuestra América y desde ahí piensan su latinidad y su actuar político.

La diferencia fundamental entre Unión y Occupy o el «Yo soy 132» es que Unión se rige por los principios leninistas del «centralismo democrático» y estos otros movimientos son más asamblearios y, con perdón, espontaneistas. Esto se traduce también en una serie de malentendidos y diferencias. El movimiento Occupy es muy blanco y no entiende que una organización como Unión no puede dejar la seguridad de sus miembros al azar, porque muchos de ellos son indocumentados. Occupy genera una efervescencia mediática muy espectacular, pero se desvanece en el aire al cabo de un tiempo, Unión está en la lucha para durar y resistir.

Creo que son la organización chicana más potente que existe hoy en Estados Unidos y que su modelo de organización con sus virtudes y sus defectos, merece la pena ser tenido en cuenta, al fin y al cabo no deja de ser una feliz anomalía que el centralismo democrático florezca en la frontera.

Luis Martín-Cabrera permanece desde los 18 años en los campus universitarios. Advierte en la introducción del libro que «escribe desde la universidad». ¿Cómo se desciende desde la academia a los colectivos en los que se autoorganizan los sectores más empobrecidos? ¿Es fácil mezclarse y superar barreras discursivas y de estatus? ¿Cuál es tu experiencia?

Pues no es fácil porque en la academia todo está diseñado para desprestigiar a quienes trabajamos y nos nutrimos de las luchas populares. Tan pronto como un profesor o un estudiante se interesa por el trabajo en los barrios empiezan los rumores de sus propios pares y de sus mentores que apuntan hacia la poca seriedad académica de la persona en cuestión. A mí me han dicho absolutamente de todo, desde que llevo la protesta en el DNA hasta que mi tesis era un panfleto y propaganda política. Esto naturalmente desanima y atemoriza a quiénes toman la decisión de meterse en política.

Existe también todo un sistema de premios y castigos a través de las becas, promociones, puestos de prestigio y demás. Lo serio es escribir teoría, pero siempre sin ponerla en práctica, sobre todo en la propia universidad. Todo el sistema de ascenso académico está diseñado para impedir que el conocimiento se socialice, lo que en la academia pasa por producción intelectual comprometida, a veces sólo consiste en succionar las historias y los conocimientos subyugados para que circulen dentro de los recintos académicos, rara vez la universidad trata de devolver o hacer que el conocimiento y los privilegios vuelvan a las comunidades que son objeto de estudio, pero hay excepciones y fisuras que debemos aprovechar para colarnos y liberar espacios de pensamiento y acción.

Yo no he tenido ningún problema a la hora de acercarme a los sectores más empobrecidos de la ciudad, a pesar de ser percibido como un intelectual blanco y europeo. Creo que la clave está en no obviar las diferencias y no ser condescendiente. En muchos lugares del libro hago evidente las contradicciones y los desafíos que supone trabajar en un ambiente tan alejado de la cultura y del mundo del que provengo, pero yo soy pueblo y me resulta natural acercarme a la gente común y corriente sean quienes sean, lo hago con respeto sabiendo que yo tengo por lo menos tanto que aprender de ellos como ellos de mí, poniendo mis capacidades, mis conocimientos y mis privilegios al servicio de la emancipación colectiva. La gente trabajadora en casi todas partes no se hace problema, agradecen que alguien quiera luchar con ellos y detectan muy bien la autenticidad y el modo en el que nos acercamos los universitarios a su mundo.

En realidad este libro pretende ser también un agradecimiento, una devolución, por todo lo que he aprendido en estos años, especialmente de las y los Latinos con quienes me identifico plenamente y con todas las consecuencias; soy, en este sentido, como Gonzalo Guerrero, el español que encuentra Bernal Díaz del Castillo, el soldado de Hernán Cortés, en el Yucatán, con las orejas horadadas, el cuerpo pintado, al lado de su mujer y sus hijos y que se niega a ser «salvado» de la «barbarie» volviendo a España. Hasta aquí me trajo la historia, aquí vivo, aquí lucho y aquí me quedo.

¿En qué consistió el caso de Óscar Grant?

Óscar Grant era un carnicero afroamericano del Área de la Bahía que fue asesinado -ejecutado más bien– por un policía blanco del metro de San Francisco en el año 2009. Me centro en su historia porque estuve ahí durante las protestas, pero también para mostrar que lo que pasa ahora en Ferguson no es nuevo, es un problema estructural, no es una casualidad, es parte de una estructura en la que las vidas de los negros y las personas de color no valen nada. Frente a la negación de su humanidad, no queda otra que levantarse e impugnar un sistema que sigue siendo heredero de la esclavitud, el terror racial y la segregación. Es un «secreto abierto»: si un joven afroamericano dispara sobre un policía la sentencia de muerte -aunque no haya pruebas-es casi instantánea. Sin embargo, el policía que ejecutó a Oscar Grant quedó libre de cargos y si no recuerdo mal ni siquiera lo condenaron por homicidio involuntario. Invito a ver los videos en you tube de la ejecución y la película Fruitvale Station sobre el asesinato de Oscar Grant que con sus limitaciones y todo, fue muy importante para la comunidad.

Por último, ¿cuáles son los movimientos actualmente más pujantes de resistencia en Estados Unidos, en los colectivos de hispanos y afroamericanos? Y ¿cuáles son, a tu juicio, los que la historiografía oficial ha silenciado más descaradamente?

No es por ser puntilloso ni políticamente correcto, pero preferiría no referirme a los latinos o chicanos como hispanos, un termino acuñado por la derecha de Miami, justamente para despolitizar a los latinos y retrotraerles al pasado colonial español, lo digo teniendo como tengo un título en literaturas hispánicas. No hay un grupo que se pueda caracterizar por tener la hegemonía ni en la comunidad latina ni en la comunidad afroamericana, hay una plétora de organizaciones que trabajan desde distintas posiciones por el mejoramiento de estas comunidades.

En el caso de los latinos el asunto principal es la reforma migratoria para detener las deportaciones masivas que con Obama han llegado a records históricos intolerables, ningún otro Presidente de los Estados Unidos había deportado a tanta gente, a pesar de haber sido elegido con el apoyo decidido y masivo de los propios latinos, creo que son 1,300 personas al día, incluso ahora que se esta negociando una «amnistía». En ese frente hay organizaciones estudiantiles como Mecha, ONG´s, congresistas demócratas, artistas etc.. Aunque no son masivos yo prefiero organizaciones de base como Unión del Barrio, que no reciben financiación de fundaciones (otro problema es que las fundaciones y ONG´s cooptan y contienen la protesta, hay un libro esclarecedor en ese sentido The Non-Profit Industrial Complex del colectivo de mujeres de color contra la violencia Incite!) y no se dejan domesticar por las organizaciones más o menos encubiertas de caridad.

En el caso de la comunidad Afroamericana la cuestión más urgente, que también afecta a los latinos, es el encarcelamiento masivo de jóvenes y la brutalidad policial. En este sentido el movimiento Black Lives Matter parece tener el potencial de transformarse en un segundo movimiento de derechos civiles y luego hay otras organizaciones como Critical Resistance donde milita Angela Davis que trabajan por la abolición del complejo industrial de prisiones y muchas iglesias, que están muy comprometidas. Y en ambos casos los sindicatos, porque un sindicato malo es mejor que no tener sindicato, el problema como en otras partes es justamente que no conseguimos formar un frente popular, especialmente arrastrando a la clase obrera blanca y pobre, una tarea la verdad prometeica, porque la línea de color sigue separándonos.

Por las mismas razones, los más olvidados son los movimientos de liberación negra y el Movimiento Chicano, pero también las luchas de los comunistas en los años 30, la historia de los Woblies (el IWW, un sindicato libertario comunista), hay un libro precioso de Justin Akers Chacon y Mike Davis. No One is Illegal o la People´s History of the United States de Howard Zinn que explican bien las trampas y silencios del archivo histórico oficial. A veces se reconocen estas historias pero de manera sesgada, como ocurre con Martin Luther King que lo han transformado en una especie de ideólogo del multiculturalismo neoliberal, olvidándose de que lo mataron cuando estaba tratando de crear un frente multiétnico clasista y sindical y oponiéndose a la Guerra de Vietnam.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.