Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Después del tiroteo de la semana pasada en Connecticut en el que Adam Lanza, de 20 años, mató a 27 personas incluidos 20 niños, Associated Press citó las condolencias a EE.UU. del presidente afgano Hamid Karzai:
«Semejantes incidentes no deberían ocurrir en ninguna parte del mundo, dijo Karzai, agregando que Afganistán sufre frecuentemente semejantes tragedias y puede compartir la desgracia de los afectados».
Por cierto, la lista de tragedias sufridas por Afganistán también incluye casos como el ataque aéreo estadounidense que mató a 18 civiles en junio. Esto ocurrió después del informe del New York Times de la «lista de asesinatos» de EE.UU. y el papel de Obama en la autorización del daño colateral civil en el extranjero.
En vista de la total falta de empatía humana mostrada por EE.UU. en sus tratos con el mundo, tal vez no debería causar sorpresa que esa falta de empatía se reproduzca en menor escala en el interior del país por parte de asesinos de escolares y gente semejante. Sobra decir, sin embargo, que las lágrimas del presidente están reservadas a la matanza no militar de civiles dentro del país.
En cuanto a la promesa de Obama de hacer todo lo que pueda para «impedir… más tragedias semejantes», parece que los verdaderos esfuerzos de prevención requerirán una remodelación exhaustiva de la sociedad estadounidense.
Del enfoque lucrativo al tormento individual
En el artículo ampliamente reproducido tras la tragedia de Connecticut «Yo soy la madre de Adam Lanza», Liza Long cuenta su petición de ayuda a un trabajador social para encarar la enfermedad mental de su hijo adolescente, Michael, quien según ella ocasionalmente manifestaba una actitud violenta que ponía vidas en peligro. La respuesta, bastante simple, fue «consiga que acusen a Michael de un crimen».
Long ha recibido una crítica merecida de la antropóloga Sarah Kendzior por violar la privacidad de su hijo aquejado de problemas «al lanzarse a un viaje mediático presentándolo como un futuro asesino en masa». Sin embargo, muchos de sus puntos son válidos:
No creo que mi hijo deba estar en la cárcel… Pero parece que EE.UU. utiliza la prisión como la mejor solución para gente con problemas mentales. Según Human Rights Watch, la cantidad de reclusos enfermos mentales en las prisiones de EE.UU. se cuadruplicó entre 2000 y 2006.
En 2006, Human Rights Watch también determinó que la tasa de desórdenes mentales registrada fue cinco veces mayor en la población carcelaria.
Long cita el «estigma respecto a la enfermedad mental y el sistema de salud en bancarrota» de la sociedad estadounidense en el cual «los centros de tratamiento y hospitales estatales [se] cierran», como factores decisivos que empujan al encarcelamiento.
También menciona que Michael estuvo «sometido a un montón de fármacos anti-psicóticos y modificadores del comportamiento», una referencia a una industria conocida por obtener vastos beneficios de la incontrolada y excesiva prescripción médica de drogas para tratar desórdenes mentales y conductuales. Esos medicamentos conducen a una variedad de complicaciones que van de la adicción a la depresión, a la muerte súbita o la transformación de niños hiperactivos en autómatas.
En cuanto a la práctica del encarcelamiento masivo como fuente de beneficios, vale la pena considerar el análisis del abogado John W Whitehead de comienzos de año:
En una época en la cual la libertad se convierte rápidamente en la excepción en lugar de la regla, el encarcelamiento de estadounidenses en prisiones privadas dirigidas por grandes corporaciones se ha convertido en un producto altamente rentable para el gran capital… Actualmente, mientras los Estados tratan de ahorrar dinero subcontratando las prisiones a corporaciones privadas, el defectuoso pero lucrativo «sistema judicial» estadounidense está siendo reemplazado por una forma aún más defectuosa e insidiosa de castigo masivo basada en los beneficios y la viabilidad.
Evidentemente, un sistema neoliberal estadounidense que prima los beneficios sobre el bienestar humano y con ello aliena a las personas, difícilmente será un camino para fomentar la estabilidad mental y la cohesión social, y subraya en qué medida los desórdenes mentales pueden ser sintomáticos de mayores males sociales.
La desconexión estadounidense
Sin especular sobre los detalles de la condición mental o motivaciones de Lanza, es útil llamar la atención al contexto en el que ocurren eventos semejantes.
Para empezar, la fijación estadounidense con el logro individual y el éxito logrado por sí mismo es un fenómeno aislador que produce presiones que a menudo no son tan evidentes en sociedades que atribuyen más valor a las unidades familiares y comunitarias.
Sin duda, la tendencia gubernamental de promover políticas pro corporativas en detrimento de la mayoría de la población exacerba aún más el aislamiento individual.
Los programas televisivos y los videojuegos que glorifican la violencia también pueden jugar un papel en el desgaste de la compasión y en abstraer la realidad del sufrimiento humano, una realidad que ya está atacada gracias a las políticas estatales de belicimo feliz, asesinato por control remoto y deshumanización del «Otro», las cuales niegan la propia humanidad.
En cuanto a la facilidad de conseguir armas en el «País de los Libres» que facilita la orgía interior de violencia, el Washington Post ha presentado un gráfico que muestra las cifras de las Naciones Unidas respecto a los asesinatos relacionados con las armas en 32 naciones desarrolladas, acompañado del siguiente resumen:
EE.UU. tiene de lejos la mayor tasa per cápita de todos los países desarrollados. Según datos recopilados por las Naciones Unidas, en EE.UU. hay cuatro veces más homicidios relacionados con armas per cápita que Turquía y Suiza, que empatan en el tercer puesto. La tasa de asesinatos por armas de EE.UU. es de cerca 20 veces el promedio de todos los demás países en este gráfico. Eso significa que es 20 veces más probable que los estadounidenses sean asesinados con un arma que las personas de otro país desarrollado.
Finalmente, sin embargo, el control de armas solo es uno de los muchos temas que requieren atención en un país que merece el diagnóstico de enfermo mental.
Belén Fernández es autora de The Imperial Messenger: Thomas Friedman at Work, publicado por Verso en 2011. Es miembro del consejo editorial de Jacobin Magazine y sus artículos se han publicado en London Review of Books, AlterNet y muchas otras publicaciones.
Fuente: http://www.aljazeera.com/indepth/opinion/2012/12/2012121713401092628.html
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