El pasado 31 de octubre una organización africana, los «marrons», los ilegales, había convocado una manifestación frente a la casa donde se imprime el Franco CFA en Clermont Ferrand, una bonita ciudad situada en el centro de Francia, unos 400 kilómetros al sur de Paris, con lemas como «Movilización contra la estafa monetaria del FCFA» […]
El pasado 31 de octubre una organización africana, los «marrons», los ilegales, había convocado una manifestación frente a la casa donde se imprime el Franco CFA en Clermont Ferrand, una bonita ciudad situada en el centro de Francia, unos 400 kilómetros al sur de Paris, con lemas como «Movilización contra la estafa monetaria del FCFA» o «Marcha anti imperial contra el Franco CFA», «Juntos digamos no a la moneda de la servidumbre», «No a la dominación monetaria de Francia a través del FCFA», «No al franco de las colonias francesas de África» y alguno apelando a los propios franceses, que seguro desconocen este juego sucio de su gran nación, «Africanos y franceses, todos unidos contra la inmigración, la explotación y el pillaje», los marrons gritaban sin parar «unidad, dignidad y coraje».
Resulta inconcebible que una convocatoria así de justa y necesaria no tenga una participación masiva. Estamos hablando de un cabo suelto de la colonización que afecta a los pueblos de 14 países africanos, es un robo «legalizado», exactamente como la esclavitud y la colonización… pero en el siglo XXI, 70 años después de que se nos contara a los europeos que los buenos de los blancos habían «concedido» la independencia a los negros. Sin embargo no se nos contó en los libros de historia, que la independencia fue solo sobre el papel, Europa se llevó como posesión privada toda la riqueza de África con acuerdos, leyes, pactos, trucos y tratos varios. No se habla en los libros de historia del pacto colonial, pero ya va siendo hora de abordar este tema. Alguien predijo hace años que cuando un líder africano llegase a París y dijera «Hablemos del pacto colonial», las casualidades inconexas de este mundo harían que ese líder, inmediatamente, sufriera un golpe de estado y fuera expulsado vivo o muerto del poder.
A grandes rasgos, las ex colonias francesas no pueden tener banco central nacional. Hay dos regionales, el Banco de los Estados del África Central, BEAC y el Banco Central de los Estados del África Occidental, BCEAO, pero ambos no hacen sino encargarse de la implantación del pacto colonial, o eufemísticamente hablando «de la aplicación de la política de moneda común». Francia mantiene las reservas nacionales de 14 países africanos desde 1961: Benin, Burkina Faso, Costa de Marfil, Malí, Níger, Senegal, Togo, Camerún, República Centroafricana, Chad, Congo Brazzaville, Gabón, Guinea Ecuatorial y Guinea Bissau, estos dos últimos se unieron después a la moneda única de sus vecinos, aunque no fueron colonias francesas. Estamos hablando de que el banco central de 14 países ricos en materias primas es el Banco central francés por obligación, a condición de la «independencia». Nadie lo sabe con certeza porque Francia no está obligada a rendir cuentas ¡ni siquiera ante estos 14 países!, pero se calcula que en el Banco central de Francia hay unos 500 billones (sí, con B) de euros de dinero de estos países. Crise? Quelle crise?! Cuando Francia «concedió» la independencia a sus colonias en África, no solo los franceses destruyeron todo (carreteras, puentes, hospitales, escuelas, cultivos, ganado…) antes de abandonar el suelo africano, sino que además obligó a estos países a firmar un pacto colonial. Lo cuenta muy bien Mawuna Remarque Koutonin en un fantástico artículo de 2014 que se titula «14 países africanos obligados por Francia a pagar impuestos colonial por los beneficios de la esclavitud y la colonización» (inglés aquí y español aquí). El pacto colonial, según la enciclopedia Larousse, es una forma de la «concepción mercantilista de la colonización, cuyo objetivo es el enriquecimiento de la metrópoli. Estipula: la prohibición total o parcial del mercado colonial a los productos extranjeros; la obligación de exportar los productos coloniales exclusiva o principalmente a través de la metrópoli; la prohibición, por parte de la colonia, de producir objetos manufacturados, su papel económico se limita al de productor de materias primas y mercado receptor de la metrópoli; el tratamiento de favor acordado por la metrópoli a los productos coloniales, [irá] acompañado de una asistencia política, militar, cultural y a menudo económica, proporcionada por la metrópoli». Esto quiere decir que durante estos 70 años de «independencia» los países que fueron colonia francesa no pueden comprar coches a otro que no sea Francia, y si lo hacen, será a través de Francia y con su permiso; no pueden fabricar productos manufacturados, no solo porque los franceses destruyeron las infraestructuras y porque todo el dinero de las arcas públicas va a parar al pago de intereses de deudas ilegítimas con países y organismos internacionales, sino además porque hace 70 años firmaron un compromiso de cumplir exclusivamente el papel de abastecedores de materias primas de Francia y compradores de sus productos manufacturados. Francia entra con sus militares en Costa de Marfil, Níger o Mali a derrocar a presidentes, no por descaro, sino porque hace 70 años así quedó establecido por «la ley». Areva, la gran compañía energética nuclear francesa, explota prácticamente todo el uranio de Níger a un coste económico ridículo y un coste humano intolerable fijado por Francia, Níger no puede subir el precio ni vender uranio a otros países sin preguntar antes a Francia, ni cuestionar el pacto colonial aunque el precio del uranio en el mercado esté 10 veces más alto que el que paga Areva desde 1961. Que se lo cuenten a Mamadou Tandja, el ex presidente de Níger que fue derrocado por un repentino y chapucero golpe de estado en 2010, tras haber ido a París y haber dicho «hablemos del pacto colonial y del precio del uranio, que China paga diez veces más por él». Casualmente, el presidente que sustituyó al villano Tandja (que seguro que no era un santo) fue Mahamadou Issoufu, ex alto ejecutivo de la multinacional nuclear francesa Areva. Desde 2008, Francia paga el doble de lo que pagaba antes (ha subido de 41 a 61 euros). El uranio ahora esta a 113 dólares la libra, es decir a 210 euros el kilo. Mamadou Koulibaly, que casi llegó a presentarse a las recientes elecciones presidenciales de Costa de Marfil de octubre de 2015, es un economista formado en Francia y profesor de pensamiento económico, economía monetaria y política macroeconómica en diversas universidades de su país y de Francia, es un liberal convencido de que el libre mercado es la solución para el África del oeste, una vez que salve el escollo del franco CFA. Sin liberarse de la esclavitud del pacto colonial, el África occidental no podrá progresar, lo explica en su libro «Les servitudes du pacte colonial», de 2005. Durante diez años el profesor Koulibaly ha dado charlas por doquier abogando por la abolición del pacto colonial y su moneda, el Franco CFA. Desde mi ignorancia, me pregunto ¿por qué no le han derrocado «popularmente» de todos los puestos que ha tenido y tiene en la política nacional de Costa de Marfil por su discurso en contra de la moneda única colonial al servicio de Francia? Y desde esa misma ignorancia me atrevo a aventurar que una figura así «¡que haga y diga lo que quiera mientras sea liberal!» es perfecto para ocupar y copar el espacio de «oposición» en Costa de Marfil, frente al también liberal Alassane Ouattara, de formación estadounidense y carrera política en organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional. Otra cosa sería que Koulibali se declarase de izquierdas, entonces no tendría el prestigio que tiene. Y eso es lo que les ocurre a todos los grupos como les Marrons que convocaron la manifestación del día 31 de octubre, que se declaran anti imperialistas, de izquierdas, e inmediatamente los medios y audiencias los asocian a «ignorantes económicos», incapaces de solucionar los «problemas» del mundo actual, «no hay que hacerlos caso». Así nos han educado. Así pensamos. Les Marrons se desgañitaron durante cuatro horas frente a la casa de la moneda colonial «¡unidad! ¡dignidad! ¡coraje!», con ese ritmo que los africanos le dan a sus protestas, que las hace tan llevaderas. A pesar de contar con todo el peso de la razón, la verja, puertas y ventanas cerradas del edificio no se movieron ni un milímetro, como la atención de los europeos y el resto de los africanos, incluso los afectados, ni un ápice. Me apena. He escrito este artículo para apoyar con mi granito de arena su titánica lucha contra la invisibilidad; porque los admiro y espero que no desfallezcan.