Hace apenas unos días hemos vuelto de Uagadugú (Burkina Faso) tres miembros del Comité Español para la conmemoración del XX aniversario del asesinato de Thomas Sankara -Alberto Cillán, Brice Payen y Juan Montero-. Hemos participado en el 1er Simposio Internacional Thomas Sankara que, entre los días 11 y 15 de octubre, organizado por el CNO […]
Hace apenas unos días hemos vuelto de Uagadugú (Burkina Faso) tres miembros del Comité Español para la conmemoración del XX aniversario del asesinato de Thomas Sankara -Alberto Cillán, Brice Payen y Juan Montero-. Hemos participado en el 1er Simposio Internacional Thomas Sankara que, entre los días 11 y 15 de octubre, organizado por el CNO (Comité Nacional de Organización) del Comité Burkinabé para la celebración del año Sankara, se ha desarrollado en la sala del ATB (Atelier de Théâtre Burkinabé. Ha sido una experiencia intensa pues varias cosas de las que allí acontecieron sucedían por primera vez desde el vil asesinato, la tarde del 15 de octubre de 1987, de quién fuera el guía de la revolución democrática y popular burkinabé y de doce de sus acompañantes.
Blaise Compaoré, fratricida y traidor, es desde entonces presidente de Burkina Faso y es hoy el principal candidato a rellenar la X que figura en el dossier judicial que busca esclarecer los hechos acaecidos aquella tarde y que todavía hoy, veinte años después, permanecen impunes. Compaoré fue, en el mejor de los casos, el principal beneficiario de ese crimen urdido en los sótanos de la Françafrique y su reinado es un reguero de sangre y represión que él, silenciando en lo posible a las víctimas, se apresuraba a celebrar también en estos días bajo el infamante título de «Renacimiento democrático».
Pero para quién no sepa, y son muchos los que nada saben, sin ir más lejos un comentarista político habitual de El País, Antonio Elorza, en una columna titulada «Memorias históricas», el pasado 20 de octubre, ignorando por completo la existencia de este héroe-mártir revolucionario, de este Che negro como le llaman en toda África, escribía: «… El Che (Guevara) fue el último revolucionario romántico, dispuesto a jugarse la vida por un ideal de emancipación de la humanidad…». Ignoraba que diez años más tarde, asesinado por el régimen del apartheid en Sudáfrica, caía Steve Biko, dirigente del movimiento de la Conciencia Negra y que, diez años después, el 15 de octubre de 1987, otro revolucionario, panafricanista y negro, moría asesinado por osar enfrentarse desde su país y en las tribunas del mundo a todos los poderosos que condenan a África a la miseria y al olvido. Ignorancia excusable cuando se sabe que, en lo humano, lo políticamente correcto es actuar como si África no existiese.
Del lado de los pobres Thomas Sankara, hace ahora veinte años, osó inventarse un porvenir para su pueblo. Eso fuimos a conmemorar, de eso fuimos a aprender, y eso intentaremos explicar ahora.
Así pues, para quién no sepa, Burkina Faso que significa el país de los hombres íntegros, fue el nombre que el capitán Thomas Sankara dio, a partir de la revolución democrática y popular por él liderada el 4 de agosto de 1983, a la antigua colonia francesa del Alto Volta. País pobre, enclavado en el Sahel, tiene frontera con Costa de Marfil, Ghana, Togo, Benín, Níger y Mali, escaso de recursos y eminentemente agrícola fue, durante los años de la colonia, proveedor de mano de obra esclava a joyas de la corona colonial como Costa de Marfil. Desde su acceso a la independencia, el 5 de agosto de 1960, se suceden una serie de golpes de Estado que llevan al poder a distintos militares (1966, 1980, 1982, 1983 y 1987).
Así, el 4 de agosto de 1983, al frente del CNR (Consejo Nacional Revolucionario), el capitán Thomas Sankara, militar de izquierda, de cuando la izquierda sí se diferenciaba de la derecha y no como ahora que en las esferas del poder una corte de políticos, pseudointelectuales y comentaristas se entregan con deleite al juego de la confusión, profundamente cultivado -él decía que un militar sin cultura era un asesino en potencia- inauguró tras un golpe de Estado junto a su amigo, compañero de armas y hermano, Blaise Compaoré, un período revolucionario de cuatro años que, bajo el nombre de Revolución Democrática y Popular, iba a alterar radicalmente la vida del pueblo burkinabé, al tiempo que hacía de Burkina Faso un modelo a seguir por los países circundantes y africanos en general y un peligro para los intereses del capital mundial que desde siempre ha fustigado a África.
En tan sólo cuatro años Thomas Sankara y el Consejo Nacional de la Revolución convirtieron el Alto Volta en Burkina y lo devolvieron a los burkinabeses. Se trataba de una revolución endógena, Sankara dijo siempre que el modelo revolucionario burkinabé era inexportable, cada pueblo ha de hacer su propia revolución: pensar globalmente y actuar localmente.
En su magnífico libro «La era Compaoré. Crímenes, política y gestión del poder», el intelectual burkinabé, comprometido y perseguido, Vincent Ouattara, a quién en estos días entrevistamos en su casa de Uagadugú, dice refiriéndose a la revolución: «… La revolución instauró un modelo de desarrollo impulsado fundamentalmente desde dentro. Se trataba sobre todo de enseñar a la población a ser dueña de su destino, a apreciar sus valores, a desarrollar su capacidad de reflexión y de creación, a dejar a un lado la mentalidad de frustrado que conduce a la pereza, al conformismo, que hace de los hombres consumidores de modelos y teorías de desarrollo no asumidas, impropias… Es necesario resaltar que por la revolución, Thomas Sankara y sus compañeros devolvieron la confianza a las poblaciones desesperadas, olvidadas por las elites nacionales… En definitiva, establecieron tres tipos de confianza: la confianza en la gestión del bien público, la confianza hacia los dirigentes y la confianza en sí mismo y en su capacidad para alcanzar los objetivos ligados a la emancipación nacional…».
En definitiva, Thomas Sankara y los suyos convirtieron en programa político una máxima del líder: «vivir como africanos es la única manera de vivir libre y de vivir dignamente«.
En tan sólo cuatro años, Thomas Sankara y su gobierno revolucionario, en un país en el que la agricultura es con mucho su principal activo económico, devolvieron las tierras a los campesinos, levantaron por todo el territorio pequeñas presas que regaban los sembrados, favoreciendo así la autosuficiencia, única base sólida de una independencia real, acometieron vastas campañas de alfabetización y vacunación, universalizaron la educación y la sanidad hasta el punto de que, desde los países vecinos, se desplazaban niños para estudiar o ser vacunados. En estos días Brice y yo nos sorprendíamos de no ver en toda Uaga un solo poliomielítico, algo tan frecuente en otras capitales africanas, y pensábamos que tendría que ver con las campañas de vacunación del período revolucionario. Recuperaron a la mujer para todos los estamentos sociales, promovieron la artesanía local en todas sus facetas, actuaron de forma decidida en la protección del medio: contra la desaparición de especies, la tala abusiva de árboles y el fuego en los bosques, plantaron cara a la corrupción y sobre todo, por primera vez, atacaron de manera frontal el cáncer de la deuda externa. Cometieron también errores, como los excesos de los CDR (Comités de Defensa de la Revolución), el enfrentamiento innecesario con algunos funcionarios y con las siempre reaccionarias autoridades tradicionales y el deseo, en definitiva, de ir demasiado rápido. Errores todos ellos reconocidos por el propio Sankara y en cuya rectificación se encontraba implicado poco antes de morir.
En su discurso ante la OUA en Addis Abeba, Sankara denuncia la esclavitud y la dependencia derivadas de una deuda cínica y pide a los demás países africanos su solidaridad en esta lucha que Burkina sola no puede emprender. De no contar con vuestro apoyo, precisaba Sankara, no volveréis a verme en la próxima reunión. Era el 29 de julio de 1987 y el 15 de octubre de ese mismo año, sólo dos meses y medio después, caía asesinado junto a doce de sus compañeros revolucionarios bajo las balas del felón Compaoré y sus cómplices de la Françafrique.
La esperanza había sido asesinada. Empezaba la era Compaoré, la sanguinaria rectificación que en poco tiempo entregaría el país a las garras del neoliberalismo con la firma, en marzo de 1991, de los acuerdos de ajuste estructural con el Banco Mundial.
Desde entonces un reguero de sangre, miseria, corrupción y expolio, de represión sin límite, torturados y desaparecidos, una vergüenza mirar alrededor en Uagadugú y recordar al mismo tiempo la sempiterna propaganda oficial: «20 años de renacimiento democrático», «El progreso continúa con Blaise Compaoré»… etc, y alrededor sólo miseria y hambre, sólo la mirada basta para retratar el fracaso de veinte años que, en palabras de Vincent Ouattara sólo han servido para que algunos «… gocen, en total impunidad, de las riquezas amasadas sobre la espalda de un pueblo del Sahel«.
Pero Sankara ya no está y como bien se dijo durante el simposio: ahora todo depende de nosotros. Pero, ¿cómo es el ahora en Burkina Faso?.
Tras el discurso de La Baule en el año 1990, en el que François Mitterand, tan cínico como siempre, condicionaba la ayuda a la democratización de los países en desarrollo, el comprador Compaoré corrió a ponerse la máscara de una democracia que le permitiese seguir con sus fechorías. Tras esa apariencia de democracia parlamentaria, un puro protocolo de separación de poderes, las bridas acaban siempre en la férrea mano de Compaoré. Los días previos al simposio todo fueron problemas y dificultades para el CNO (Comité Nacional de Organización). Los locales fueron, uno tras otro, sistemáticamente denegados, los espacios públicos prohibidos y los spots publicitarios realizados por los sankaristas para su difusión en la RTB (Radio Televisón Burkinabesa) censurados. Mientras, los actos de apoyo a Blaise Compaoré y su pretendido renacimiento democrático se multiplicaban y ocupaban todos los espacios, sus spots no dejaban de salir en la televisión estatal y sus telediarios, una réplica actualizada de nuestro lamentable NO-DO, le daban a él y a los suyos el 90% de la emisión: pura propaganda.
Incomprensiblemente Myriam Makeba actuó, dentro del programa de celebraciones oficiales, en el estadio 4 de agosto que había sido previamente reservado por los sankaristas y del que fueron expulsados pocos días antes del 15 de octubre. Más incomprensible aún fue la visita de Lula y su participación en los actos conmemorativos del XX aniversario de la sangría y el expolio del pueblo burkinabé. Este mercader de biocombustible que pasea por el mundo su cada vez más agotado crédito democrático y progresista, no tuvo reparos en ofrecer su imagen a la cosmética del asesino. Advertido como estaba por la oposición sankarista que diez días antes de su visita había depositado una carta en la embajada de Brasil en Cotonou, sede más próxima a Burkina de la diplomacia brasileña, en la que se le comunicaba que cualquier otro día del año que no fuese el 15 de octubre sería bien recibido en Burkina, se le explicaba por qué y se le pedía encarecidamente que no participase en esa mascarada de legitimación, ni corto ni perezoso acudió a Uagadugú en la fecha-trampa acordada, permaneció medio día y se dejó fotografiar y filmar en agasajos al dictador. Esa misma noche grabamos el telediario oficial que empezaba con la imagen de Lula descendiendo la escalerilla de su avión, a cuyos pies esperaba un radiante Compaoré que mientras le estampaba los tres besos de rigor dejaba oir una voz en off que decía: «El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, que acude a la celebración del XX aniversario del renacimiento democrático…». Sobran las explicaciones.
Estando en Uagadugú uno tiene la impresión de que Compaoré busca fuera lo que no tiene dentro: crédito moral. Es una ciudad en la que constantemente se está propiciando eventos internacionales, algunos de ellos disparatados, en lo que parece ser un claro intento de ganarse el reconocimiento en la complicidad ajena. Legitimado por varias elecciones fraudulentas preñadas de abuso de poder, coacciones, omnipresencia en todos los medios, falta de proporcionalidad en el sistema de representación y negación del estatuto de jefatura de la oposición a quienes deberían detentarlo y su concesión a quienes, aparentando ser opositores, actúan realmente como cómplices de la mayoría, Compaoré se sabe no querido, en el mejor de los casos temido y es por eso que busca fuera lo que no tiene dentro. Internacionalizando su régimen busca el reconocimiento del que sabe carece. Ahora es el mediador en el conflicto de Costa de Marfil y por sus telediarios pasan altos cargos de la administración marfileña rindiéndole pleitesía. Ahora es el garante de las elecciones en Togo, el hombre de la Françafrique en la zona. Pero durante demasiado tiempo convirtió su país en refugio de canallas y últimamente, en el dossier de miles y miles de páginas que se sigue, en el Tribunal Especial de la ONU para Sierra Leona, contra el genocida Charles Taylor, dicen que su nombre aparece de media cada siete páginas. La codicia por los diamantes de Liberia y Sierra Leona le movió a enviar tropas burkinabesas a una zona donde, como todo el que quiera puede saber, abundaron durante años las atrocidades y los crímenes de lesa humanidad. La esperanza de algunos sankaristas, a mi parecer excesivamente optimistas, es que en algún momento Taylor declare en su contra.
Así pues, días antes de aterrizar en el aeropuerto de Uagadugú, dos días antes para ser más precisos, no había lugar donde celebrar los actos, habían aumentado las amenazas de muerte y el coche de Samsklejah -músico bukinabé y comunicador de radio, autor del disco «Une bougie pour Thomas Sankara» (Una vela para Thomas Sankara), cuyas canciones junto a las de Bob Marley acompañaron a la caravana sankarista por las calles de Uaga, valiente sankarista, miembro del CNO y varias veces amenazado de muerte- había sido incendiado.
Sin embargo, los preparativos continuaban, el desafío estaba echado y los sankaristas dispuestos a conmemorar el XX aniversario del asesinato de su líder en la misma calle.
Ni que decir tiene que quienes íbamos, ante las noticias que desde allí nos llegaban, temíamos lo peor. Sabíamos que a Compaoré no le interesaba ahora la represión, sabíamos que Francia se preocupa ahora en lavar su imagen, pero por experiencia también sabíamos que la conveniencia no es siempre el mejor freno. Ahora que el telón ha caído sobre esos días pasados, ahora que poco a poco hemos ido regresando, hemos de estar muy pendientes de lo que pase con los Samsklejah, los Vincent Ouattara, Jonas Hien o Issaka Traoré, todos esos valientes burkinabeses que se dedican a destapar las cloacas de su sistema. Tal vez hoy no le convenga a Compaoré pero, a medida que el cerco se estreche, la sangre volverá a correr sobre el país de los hombres íntegros.
Esta vez sin embargo tomamos la calle en un éxtasis colectivo que me recordaba los últimos años del franquismo y los primeros de la transubstanciación. Primero fue la salida de Uagadugú al encuentro de la guagua que, fletada por sankaristas, había salido de Méjico hacía un par de meses y que, tras atravesar Francia, Senegal y Mali, llegaba a Uaga desde Bobo Dioulasso, segunda ciudad del país. Íbamos en un 4 x 4 de Maître Bénéwendé S. Sankara, presidente del principal partido sankarista, la UNIR/MS (Unión por el Renacimiento del Movimiento Sankarista), a quién esa misma mañana habíamos entrevistado en el ATB. Con nosotros iban también la viuda y las dos hijas del periodista burkinabé Paulin Bamouni, autor del libro «Burkina Faso, el proceso de la revolución», director de la prensa escrita con Thomas Sankara y uno de los doce asesinados junto al líder de la revolución.
Recorrimos unos diez kilómetros de la carretera que une Uagadugú con Bobo Dioulasso, hasta alcanzar un control de peaje donde nos esperaba la guagua sankarista. Íbamos permanentemente escoltados por las mobylettes y las bicicletas de Uaga, ciudad que estoy convencido detenta el récord de esas motos en toda África. Delante de nosotros, un camión plataforma, rebosante de gente, lanzaba al aire a través de potentes altavoces las canciones del disco de Samsklejah que ensalzan la figura de Sankara, y algunos de los temas de Bob Marley que reivindican la dignidad y los derechos, todos ellos coreados por la gente.
Algunos que pasaban junto a nuestro coche y reconocían al Maître alzaban su puño y buscaban complicidad en el líder sankarista, famoso desde que asumió la causa civil en el abominable asesinato, a manos de elementos de la seguridad presidencial, el 13 de diciembre de 1998, del periodista Norbert Zongo, independiente, tenaz y valiente investigador del caso David Ouedraogo, chófer entregado un año antes por François Compaoré, hermano pequeño y asesor del presidente de Burkina, a la guardia presidencial para su tortura hasta la muerte y cuyo cuerpo nunca fue entregado a su familia. El asesinato de Zongo derivó en revueltas populares que obligaron a Compaoré a abrir la mano y permitir una cierta libertad de expresión en la que es habitual, por pura conveniencia, la práctica de la autocensura.
El ambiente en la caravana era festivo y la alegría y el compromiso se reflejaban en todas las caras, así y todo lo que no esperábamos fue la explosión que supuso la vuelta a Uaga. A medida que la caravana iba avanzando cada vez más lenta, más y más personas se iban uniendo a ella hasta convertirse en una multitud motorizada compuesta por los tipos más heterogéneos. Todas las edades estaban allí representadas y en los aledaños de la carretera, allí donde aparecían pequeños terrenos labrados, negocios con todos los desechos imaginables, alguna gasolinera, parada de camiones o bar, las gentes se volvían para saludar el paso de la caravana, puño en alto y en la boca la sentencia con la que se cierra el himno de Burkina, nacido de la revolución y tantas veces oído a lo largo de esos días: «la patrie ou la mort, nous vaincrons» (Patria o muerte, venceremos).
Durante todo el trayecto el Maître iba colgado a su móvil en permanente contacto con la cabeza de la manifestación desde donde le iban informando de los movimientos de la policía, en función de los cuales la ruta se iba, hasta cierto punto, improvisando.
Afortunadamente la policía, dedicada a proteger los espacios ocupados por los compaoristas, no se dejó ver en todo el trayecto y ya en Uaga, con la combustión por cientos de vehículos (se hablaba de entre cinco y siete mil personas) de la peor gasolina del planeta, el aire se había vuelto irrespirable. Fotografiamos y filmamos aquella locura desatada, nos mezclamos en ella y aún conscientes de que era el producto de una cruel anormalidad, de una larga y monstruosa represión, nos dejamos llevar por la alegría.
La manifestación se disolvió en el ATB, sede permanente del simposio sankarista para, cuatro horas más tarde, reencontrarse en el aeropuerto de Uagadugú donde, en un vuelo de Air Burkina, se esperaba la llegada, por primera vez en veinte años de exilio, de Mariam Sankara, viuda del presidente asesinado quien, impulsada por los éxitos recientes ante el Comité de Derechos Humanos de la ONU de un colectivo de 22 abogados voluntarios denominado Justicia para Sankara y por la proclamación, en el último Foro Social Mundial de Bamako (Mali), del año 2007 como año Sankara, volvía, en contra de su voluntad de veinte años, fugazmente a casa. La locura le acompañó hasta su domicilio, el mismo en el que había vivido con Thomas Sankara y en el que había tenido a sus hijos.
Al día siguiente, 15 de octubre, el último acto público programado del simposio, fue la lectura por parte de la delegación española de la declaración que habíamos llevado. Apenas le faltaba a Brice Payen un párrafo por leer cuando fuera de la sala, en el patio principal del edificio, empezaron a escucharse aplausos. La viuda llegaba. No hizo sino terminar Brice su lectura cuando la apoteosis estalló, la sala abarrotada y en pie ovacionaba a Mariam Sankara y todos, como una sola voz, empezaron a cantar el himno de Burkina. Fue un momento de intensa emoción seguido de unas breves palabras de Mariam Sankara quien, aclamada para despecho de la soberbia Chantal Compaoré como primera dama de Burkina Faso, expresó su mayor deseo que no era otro que la unidad de todos los sankaristas.
Porque en Burkina hoy los sankaristas están divididos. Por un lado está la UPS (Unión de Partidos Sankaristas) que reúne a cinco organizaciones que esperan convertirse en un solo partido a partir de un congreso extraordinario que se celebrará el próximo 13 de enero, por otro está el ya nombrado UNIR/MS (Unión por el Renacimiento del Movimiento Sankarista). A partir pues del próximo mes de enero el sankarismo en Burkina quedará reducido a dos partidos que, conscientes de que lo esencial les une, buscarán sin duda acercarse y convertirse en una única organización. Hoy, la ausencia de un líder y los deseos de protagonismo han provocado una crisis de representatividad que debilita aún más a la única oposición real del país.
En este sentido el simposio, a través de diferentes ponencias, revisitaba no sólo la figura de Thomas Sankara sino más bien y sobre todo el ideario sankarista. Con un planteamiento pedagógico el congreso indagaba en lo esencial del sankarismo, buscaba conceptualizar el sankarismo de hoy para por una parte, conscientes de que sus diferencias no son esenciales, caminar hacia la unidad y por otra poder convertir este ideario en un arma política al servicio del pueblo. Se trata de llegar cuanto antes al poder para gestionar Burkina según esta actualización del ideal de Sankara. Se busca la toma del poder por vías políticas y esperamos, para bien de los burkinabeses, que así sea. En este sentido el ejemplo de las revoluciones democráticas hoy en América Latina es un referente de cambio para los pueblos oprimidos de África.
A fin de cuentas no es tarea difícil actualizar el sankarismo. Thomas Sankara fue un revolucionario pero también fue un visionario, un adelantado a su tiempo. Todas las ideas por las que luchó y de las que, una semana antes de morir, en un discurso con ocasión del XX aniversario del asesinato del Che, dijo: «No se puede matar las ideas, las ideas no mueren«, son hoy el núcleo aglutinador de los movimientos por otra globalización y son el eje discursivo de los Foros Sociales Mundiales. Sankara fue un precursor de la altermundialización, particularmente por su lucha frontal contra la deuda, su compromiso medioambiental, su apuesta por la soberanía alimentaria y por la emancipación total de la mujer así como su compromiso inflexible contra la corrupción, cáncer que corroe hoy a buena parte de los gobiernos africanos, por no decir mundiales.
La tarde de ese último día, con el simposio ya clausurado, acompañamos en una multitudinaria procesión a Madame Sankara hasta el cementerio de Dagnoën donde yacen los cuerpos de Thomas Sankara y sus doce compañeros. Un estercolero, un cementerio de arrabal donde la noche del crimen fueron enterrados por presidiarios, deprisa y corriendo, los trece cuerpos. Un testigo describe la espantosa escena: «… las tumbas eran pasto de grandes moscas negras, hasta ese punto los cuerpos no habían sido profundamente enterrados. Un papel colocado sobre cada tumba indicaba el nombre de la víctima que hasta ayer había sido presidente, soldado o universitario…».
Hoy esas mismas tumbas, en un entorno de basura y desolación, lucen impolutas, pintadas con mimo para la ocasión, y uno recuerda las palabras de Thomas Sankara que, como dice Vincent Ouattara, conocía desde siempre el epílogo de su tragedia: «Me hice una composición de lugar. O bien terminaré como anciano en algún lugar, o bien será un final violento pues son tantos nuestros enemigos. Una vez aceptado ya sólo era cuestión de tiempo. Ocurrirá hoy o mañana. De cualquier forma sé que nunca llegará el día en el que señalándome se diga: «Es el antiguo presidente de Burkina Faso», se dirá: «Es la tumba del antiguo presidente de Burkina Faso«.
Y para concluir, tomo prestada una frase de Sankara que encabeza la conferencia que un amigo senegalés, miembro del Comité Senegalés por el XX aniversario del asesinato de Thomas Sankara, Demba Moussa Dembélé, dio el pasado 20 de octubre en la ex Ecole Normale Supérieure de Dakar mientras rendía homenaje a un hombre íntegro:
«Deseo que se conserve de mí la imagen de un hombre que ha llevado una vida útil para todos«.
Querido presidente, no vamos a olvidarte. Es un deber de memoria.