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El descalabro de IU y el «modelo catalán»

Fuentes: Rebelión

Tras el fracaso cosechado por Izquierda Unida en los comicios del 9 de marzo, surgen por todas partes análisis y comentarios, tratando de comprender sus causas y su alcance. En ese marco, no habría que considerar sin embargo los pronunciamientos de los organismos dirigentes de IU – y de EUiA, por lo que respecta a […]

Tras el fracaso cosechado por Izquierda Unida en los comicios del 9 de marzo, surgen por todas partes análisis y comentarios, tratando de comprender sus causas y su alcance. En ese marco, no habría que considerar sin embargo los pronunciamientos de los organismos dirigentes de IU – y de EUiA, por lo que respecta a Catalunya – como una opinión más, sino integrarlos en la reflexión colectiva como un elemento revelador de la extrema gravedad de la crisis en que se debate esta formación. Ante un descalabro de estas proporciones, cualquier esperanza de recuperación radica en la capacidad de reacción, en la lucidez del diagnóstico y en la valentía política para asimilar enseñanzas y girar hacia dónde corresponda. Pero, por lo pronto, quienes dirigen o aspiran a dirigir IU – o lo que quede de ella – están dando en la mayoría de los casos muestras de una inquietante superficialidad y de una no menos alarmante ausencia de autocrítica. Hay más preocupación por salvar como sea el magro aparato de la organización, por redistribuir las influencias y posiciones de las distintas familias políticas… que por ir al fondo de las cosas. O mejor dicho: ese esfuerzo de conciliación está comportando – ¡a pesar del electroshock que debería haber supuesto el 9-M! – poner sordina a la crítica política, dejar los balances a medio camino, diluir las razones del fracaso… Malos naipes se están repartiendo de cara a la próxima Asamblea Federal.

Nada caracteriza tanto los balances oficiales como el «objetivismo». Se destaca la exacerbación del bipartidismo y de la «americanización» de las contiendas electorales; se clama al cielo por la injusticia de una ley electoral que penaliza a la izquierda contestataria; se subraya el efecto devastador del «voto útil» al PSOE frente a la amenaza de una derecha ultramontana… Incluso se habla de las mutaciones que ha sufrido la base social tradicional de la izquierda transformadora bajo el impacto de la desindustrialización y las políticas neoliberales, de la fragmentación del mundo del trabajo y del individualismo propiciado por la precariedad, de la «cultura del ladrillo», etc. Esos fenómenos, constitutivos de la derechización que imprime el capitalismo globalizado a las sociedades occidentales – y que han encontrado una traducción particularmente aguda en el «modelo español de crecimiento» -, son ciertos. Y, desde luego, merecen estudio y reflexión. Pero, tanto énfasis en esos factores adversos oculta el debate acerca de la política con que los hemos encarado.

Así pues, generalmente se pasa de puntillas sobre una legislatura caracterizada por la subalternidad y el seguidismo respecto al gobierno de Zapatero, sobre el voto favorable a los presupuestos neoliberales de Solbes, a la Ley de Defensa, a la LOE… y hasta al canon digital, como colofón de una «oposición exigente e influyente» que a pocas cosas se ha opuesto y en menos ha logrado influir mediante la fuerza del verbo de su reducido grupo parlamentario. Algunos interesantes artículos, como el de Manolo Monereo, han señalado con acierto la imposibilidad de imprimir giro alguno hacia políticas progresistas – ni de fortalecer a la izquierda – si no es desde el conflicto social y la movilización. De hecho, como se apunta en esas reflexiones, hay dos maneras de encarar el reto del neoliberalismo desde la izquierda. Un camino ha sido el escogido por la mayoría federal de IU: consiste en considerar que la ofensiva globalizadota es de tales proporciones que sólo cabe ya asociarse a la socialdemocracia, acompañándola críticamente como una suerte de «conciencia social y medioambiental», tratando de influir sobre sus orientaciones desde la colaboración parlamentaria y, apenas fuese posible, desde la participación gubernamental. Pues bien, ésa es la orientación que ha fracasado estrepitosamente.

La otra vía, inédita, es la de la independencia política frente a ese «reformismo de contrarreformas» en que se ha convertido una socialdemocracia entregada a los dogmas neoliberales y en profunda simbiosis con sus instituciones. Es la vía de la movilización, de las resistencias sindicales y sociales, de la construcción de un referente y una alternativa anticapitalistas en todos los terrenos del conflicto. Pero quizás valga la pena referirse al ejemplo catalán, que ilustra perfectamente esa disyuntiva.

Un partido que «ni lucha, ni gobierna»

Durante la campaña electoral, al tiempo que reclamaba algún ministerio en un futuro gobierno del PSOE, Gaspar Llamazares propugnaba el gobierno tripartito catalán que preside Montilla como el ejemplo de colaboración entre las izquierdas, como el «modelo» a extender al conjunto del Estado. Incluso desde sectores opuestos a Llamazares y desde el propio PCE, la actitud hacia el «govern d’entesa» ha sido y es, por lo menos, ambigua. Sin embargo, en Catalunya tenemos la más clara demostración práctica de que la asociación gubernamental de la izquierda transformadora con el social-liberalismo dominante es letal para la primera. El 9-M así lo ha certificado, con un potente voto obrero y popular hacia el PSC y con el hundimiento de ICV-EUiA y ERC, que han visto a su electorado decantarse por la abstención o transferir sus sufragios a la candidatura socialista.

No ha habido ni entusiasmo por las políticas del PSOE, ni exclusivamente «temor al PP». En los debates del último Consell Nacional de EUiA algún compañero señalaba con perplejidad que el PSC hubiese obtenido sus mejores resultados en los barrios más castigados por la desastrosa gestión de las infraestructuras ferroviarias, o que un buen número de conductores de TMB, en conflicto con el gobierno municipal, acudiesen a votar por Carme Chacón. En ese gesto no sólo está el reflejo de los consabidos factores objetivos, sino también un juicio implacable hacia la izquierda transformadora por parte de la que debería ser su base social natural: esta izquierda, nos indica semejante comportamiento electoral, es percibida como una fuerza secundaria que ni modula la política de los socialistas, ni influye sobre ella para mejorarla… ni tampoco esboza alternativa alguna ante los acuciantes problemas de la vida cotidiana de la ciudadanía. Los movimientos contestatarios y la juventud, por su parte, tienen sobre todo noticias de esa izquierda a través de las intervenciones represivas de los Mossos d’esquadra, que dirige Joan Saura. Así pues, si se trata de cerrar el paso a la derecha en las urnas, es normal – mal que nos pese – que la población trabajadora prefiera votar al partido social-liberal, incluso si anda a la greña con los gobiernos que dirige, antes que a sus impotentes acólitos.

Quizás nada escenifique tanto el desencuentro del gobierno tripartito con los movimientos como el reciente Foro social catalán. La resolución final de la asamblea de movimientos, en su listado de campañas, establecía una letanía de conflictos… con las orientaciones y la práctica de este gobierno: en lo tocante a la defensa del territorio (contestando proyectos agresivos como la interconexión eléctrica con Francia o el Cuarto cinturón); en la defensa de las empresas en lucha (cuyas plantillas se han visto desamparadas o chantajeadas por propia Conselleria de Treball); en cuanto a las reivindicaciones planteadas en empresas gestionadas por la izquierda (como la reivindicación de los dos días en TMB); en el terreno de la defensa de los servicios públicos (frente a las políticas privatizadoras de la «entesa» en sanidad, enseñanza o transportes)… por no hablar de las libertades. ¿Hay que recordar que los Mossos apalearon a los estudiantes de la UAB que protestaban pacíficamente contra el Plan de Bolonia… dos días antes de las elecciones?

ERC e ICV-EUiA han «tragado» con todas esas políticas, se han hecho cómplices de las mismas. Y el electorado se lo ha hecho pagar. Por lo que a nosotros respecta, es EUiA quien se ha llevado la peor parte. Los dirigentes de ICV han tratado de hacer trampa atribuyendo el descalabro a la crisis interna de IU, pretendiendo que «el proyecto ecosocialista gozaba de buena salud». Se trata de una gran mentira, que contiene no obstante un parte de verdad. La caída de la coalición ICV-EUiA en Catalunya es de muy parecidas proporciones a la que ha sufrido IU en el conjunto del Estado. Y, por supuesto, es abusivo atribuir a la incapacidad de EUiA para conectar con su electorado el hundimiento espectacular registrado en el primer cinturón de Barcelona, el de la clase obrera tradicional: en el caso de Badalona, l’Hospitalet, o Santa Coloma estamos hablando de alrededor de un 50 % de sufragios perdidos. La parte de verdad, sin embargo, es que ahí está el público más genuino de EUiA. (Hace mucho que ICV ha renunciado a disputar esa franja de la población al PSC, orientándose hacia otros segmentos: capas superiores de los sindicatos, profesiones liberales, intelectualidad progresista, etc. Esas franjas han permanecido relativamente más fieles a la coalición que los sectores más plebeyos, castigados en sus condiciones de vida y demandantes de un discurso social creíble). En otras palabras: a cambio de una presencia residual en el organigrama del tripartito, EUiA se ha encontrado en la «primera trinchera», dando la cara por políticas que no eran las suyas… e impregnándose hasta la médula de un espíritu pragmático y posibilista que era ante todo «patrimonio» de ICV.

«Un partido de lucha y de gobierno». Esa fue la divisa tradicional del comunismo catalán, que anduvo siempre con los ojos puestos en el gran hermano italiano. Ahora hemos llegado a un «partido» que ni gobierna, ni lucha… ni sabe a dónde ir. Porque lo peor de todo es que la dirección de EUiA saca como conclusión… que hay que seguir aferrándose al gobierno y a la coalición.

¿Hacia otra humillante derrota?

No es necesario tener dotes de adivinación para vislumbrar el nuevo y humillante fracaso que se avecina para EUiA. Las elecciones del 9-M han dejado un panorama político netamente desplazado hacia la derecha. El PSOE planea asentar su legislatura sobre pactos con la derecha nacionalista vasca y catalana. Probablemente, en un primer momento el acuerdo explicito sea con el PNV y el BNG. Pero, tanto por razones políticas como de simple aritmética parlamentaria, CiU tiene todos los números para convertirse en la garantía de estabilidad gubernamental que reclama Zapatero ante la crisis económica que se nos echa encima. La crisis del tripartito catalán está servida. Sería tan ocioso como aventurado tratar de pronosticar sus episodios. Pero es evidente que la presión del giro al «centro» de Zapatero (la acentuación de las políticas liberales, de las restricciones presupuestarias e incluso el cicateo del autogobierno) acabará por hacerse insoportable para la «entesa». Es posible que ERC sea una vez más su eslabón más débil y que la crisis de la formación republicana y sus nuevos alineamientos internos desestabilicen definitivamente al tripartito… Sea cual sea el camino, parece evidente que un entendimiento entre CiU y Zapatero en Madrid deberá comportar cambios en Catalunya. No bastará con un ministerio para Durán: será necesario – a través de elecciones anticipadas o de otro mecanismo parlamentario – abrir por fin a Mas las puertas de la Generalitat – cuando menos como «conseller en cap», si no lograse desbancar al PSC en las urnas.

Aunque sería prolijo extenderse sobre el tema, no está de más recordar que, por cobardía política, EUiA malgastó una oportunidad de hacer visible su proyecto que pudo ser decisiva – y que nunca más volverá a presentarse. Fue durante la crisis abierta en la anterior legislatura en torno a la reforma estatutaria, cuando, plegándose a las exigencias de ICV, EUiA aceptó el pacto Mas-Zapatero y el humillante y mutilado texto que acabó saliendo de las Cortes. (Cuyo despliegue legislativo y competencial, dos años después de su aprobación, sigue aún paralizado). Sobre EUiA, a pesar de sus limitadas fuerzas, recayó por un momento la posibilidad de cargar las aspiraciones democráticas al autogobierno – y la perspectiva de la autodeterminación – de un profundo contenido social progresista y solidario. Es cierto que había – y hay – mucho rancio centralismo en IU detrás de algunos discursos federalistas que casi podríamos llamar «de obligada adhesión» a la unidad de España. Pero no lo es menos que a la dirección de EUiA le temblaron las piernas y que optó rápidamente por las migajas que le procuraba la sumisión. La frustración de la reforma catalana fue el preludio del fracaso del proceso de paz en Euskadi. Pero, una vez más también, ha remitido la reivindicación de los derechos nacionales – bajo su forma más chata, patriotera y mercantil – entre las manos de esa derecha meapilas que representa CiU; ha fracturado discurso social y anhelo democrático y allanado el camino a la «sociovergencia».

O mucho cambian las cosas, o ICV-EUiA y ERC pueden recibir dentro de poco un solemne puntapié en el trasero en agradecimiento por los servicios prestados. Para EUiA, ése podría ser el golpe definitivo. Hace tiempo también que su impulso fundacional como movimiento político y social anticapitalista se agotó, naufragando en las aguas del institucionalismo y la subordinación a un gobierno social-liberal. Su expulsión de la «entesa» certificaría el fracaso de toda una estrategia y la propia futilidad de EUiA como entidad política. Por lo que a su dirección actual se refiere, resulta más fácil imaginar una desbandada en busca de cargos de supervivencia de la mano de ICV o del propio PSC que un retorno a los movimientos, a las luchas, a los barrios… ¿Con qué credibilidad, después de haber hundido el proyecto de izquierdas más esperanzador de los últimos años?

Ha empezado la cuenta atrás. ¿Habrá reacción en las filas de EUiA? Quizás sea ya demasiado tarde. Muchas de las fuerzas militantes que animaron sus comienzos llevan tiempo alejándose de una formación en cuya deriva les resulta cada día más difícil reconocerse. Sin embargo, el propósito con que nació EUiA sigue siendo actual. Y sigue existiendo un espacio social que resiste a las políticas neoliberales y que necesita un referente político transformador. La evolución hacia la derecha del panorama político se combina con una agudización de las contradicciones sociales en el marco de una nueva y profunda crisis del capitalismo mundial. Más que nunca está a la orden del día la construcción de una izquierda anticapitalista, combativa y plural, enraizada en las filas de la clase trabajadora y en simbiosis con los movimientos sociales. Está por ver con qué fuerzas y bajo qué forma se dará esa reconstrucción. Pero, desde luego, deberá incorporar el balance del curso subalterno que ha carcomido IU… y de su lamentable «modelo catalán».

*Lluís Rabell es miembro del Consell Nacional de EUiA y de la Coordinadora Confederal de Espacio Alternativo