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El desempleo y la desesperación golpean en el interior de EE.UU.

Fuentes: AP

En este rincón de los Estados Unidos, conocido como la capital mundial de las casas rodantes, Todd Brink se ganaba la vida produciendo esos brillantes vehículos de gran tamaño que surcaban las amplias carreteras del país. Brink prosperaba, al igual que su industria. Hasta que llegaron los tiempos difíciles. Las penurias comenzaron cuando los pagos […]

En este rincón de los Estados Unidos, conocido como la capital mundial de las casas rodantes, Todd Brink se ganaba la vida produciendo esos brillantes vehículos de gran tamaño que surcaban las amplias carreteras del país. Brink prosperaba, al igual que su industria. Hasta que llegaron los tiempos difíciles.

Las penurias comenzaron cuando los pagos de su hipoteca se dispararon y se secaron sus ahorros, y el año pasado se vio obligado a vender su casa y mudarse con toda su familia a un trailer alquilado por 300 dólares al mes. Como si ello fuese poco, en septiembre la Monaco Coach Corp. cerró la planta que tenía en la zona, y Brink quedó desempleado.

Golpeados por la escasez del crédito, el aumento del precio de los combustibles y el derrumbe de las ventas, en los últimos meses los fabricantes de casas rodantes dejaron cesantes a miles de trabajadores, muchos de ellos del norte y del centro de Indiana. Y Brink, que forma parte de ese grupo de votantes de overol que tanta atención concitan durante la campaña presidencial, hoy trata de imaginar cómo sobrevivir.

«Siempre tuve un colchón de 2000 o 3000 dólares. Ahora no tengo nada», dice Brink, de 38 años, quien trabajó intermitentemente en la Monaco durante 14 años. «Tenía un trabajo que me permitía mantener a mi familia. Ahora no lo tengo. Es devastador.»

«Tengo miedo de no poder mantener a mi familia. Todo el peso está sobre mis hombros», agrega Brink, único sustento de su esposa y sus cuatro hijos, el mayor de los cuales tiene 10 años.

La inquietud económica respecto del desempleo, el colapso de Wall Street y el espectro de la recesión han recorrido como un escalofrío toda esta tranquila franja del interior de Estados Unidos. Los vecinos del lugar están alarmados por el alza de los precios, lamentan la pérdida de sus trabajos bien pagos y dudan de que Obama y McCain comprendan sus preocupaciones.

«Todos juegan con nuestro miedo ahora», dice Jody Baugh, un soldador que perdió su trabajo este mes con el cierre de la Monaco. «Si alguno de ellos tuviera que vivir como nosotros un solo día, tendría una perspectiva muy diferente -cuenta-. No tienen ni la más remota idea de las cargas de la vida diaria.»

Para ambos trabajadores, la pérdida de sus empleos fue el último de una serie de reveses financieros. Los dos tenían hipotecas con tasa de interés variable que en los últimos años treparon de manera astronómica.

Brink debió vender su casa cuando la cuota de su hipoteca subió de 670 dólares a 1050 dólares por mes. Baugh, de 40 años, quedó atrapado en un aprieto todavía mayor: aumento del costo del seguro de vivienda, gastos médicos comunes y el peso de tener que ayudar a dos de sus cuatro hijas, que van a la universidad. «Esperan que una familia de seis viva con un sueldo de entre 10 y 11 dólares la hora. Es imposible», dice Baugh, acongojado.

Tanto Obama como McCain se desviven por conseguir el apoyo de los trabajadores del tan codiciado Medio Oeste. Faltan menos de seis semanas para las elecciones y una encuesta reciente muestra que los candidatos van parejos en siete estados: Indiana, Ohio, Michigan, Wisconsin, Pensilvania, Iowa y Minnesota.

Industria en decadencia

En algunos de esos estados, el desempleo sigue siendo más alto que el promedio nacional. Ciertos rincones de la región vienen sufriendo hace décadas, y ciudades como Flint, de Michigan, Gary, de Indiana, y Youngstown, de Ohio, se han convertido en símbolos de la decadencia de la industria del Medio Oeste. Ambos candidatos a la presidencia han apuntado a esta región, con frecuentes visitas que incluyeron una escala de Obama en Flint y una aparición pública de McCain en Youngstown.

Si bien la industria manufacturera sigue siendo una parte muy activa de la economía de Estados Unidos, según Robert Scott, economista internacional del Instituto de Política Económica, entre marzo de 1998 y agosto del corriente año, el sector perdió más de 4,2 millones de puestos de trabajo.

Scott afirma que en las últimas décadas se ha perdido un amplio espectro de empleos, no sólo en la industria automotor o siderúrgica. Los rubros como electrónica, herramientas, software, la contaduría y los centros de atención telefónica también se han trasladado al extranjero.

«Hace 20 años, la gente sabía lo debía hacer para asegurarse una vida de clase media con buenos empleos y beneficios -dice Scott-. Ahora, todos esos caminos están cerrados. Hoy es mucho más difícil conseguir un trabajo en una fábrica y conservarlo».

En Indiana, solamente, desde el año 2000 la industria manufacturera ha perdido 148.000 puestos de trabajo, un 22% del total, según cifras oficiales.

Obama espera capitalizar la frustración de los trabajadores de overol y encolumnar tras de sí al estado de Indiana, que desde hace 44 años vota por los republicanos. Será una tarea titánica, pero con una tasa de desempleo del 8,9% en agosto, casi tres puntos por encima del promedio nacional, el cambio que reclama Obama empieza a tener sentido para Baugh, el soldador desempleado. Se inclina por él, pero quiere estar seguro de elegir a alguien «que ayude a la clase media».

McCain también tiene sus partidarios. Kenny Twa, dueño de una empresa de hardware del lugar, dice que lo apoya porque «no se deja manejar». Otros admiran su historial militar, pero algunos votantes se preguntan aquí si un presidente alcanza para cambiar el rumbo del país y de la economía.

Terry Swihart, despedida de Monaco la primavera pasada después de 28 años y medio de servicios, está preocupada por el alza en los costos de atención médica.

Su esposo Jim, de 56 años y que también perdió su empleo en Monaco, fue operado de la columna hace tres años y tiene implantes en caderas y tobillos. Entre los dos pagan unos 900 dólares por mes de gastos. «Salvataje para éste y aquél -dice, al referirse a los gigantescos bancos hipotecarios-. ¿Pero a nosotros quién nos va a salvar?»

Traducción: Jaime Arrambide