Cuando vemos a un hombre negro que constantemente está siendo elogiado por los americanos, empezamos a sospechar de él. Uno no puede odiar su propio origen sin acabar odiándose a si mismo. Malcom X 1 Hubo un día en que los afroamericanos decidieron dejar de ser negros a cambio de ser ciudadanos estadounidenses. A partir […]
Cuando vemos a un hombre negro que constantemente está siendo
elogiado por los americanos, empezamos a sospechar de él.
Uno no puede odiar su propio origen sin acabar odiándose a si mismo.
Malcom X 1
Hubo un día en que los afroamericanos decidieron dejar de ser negros a cambio de ser ciudadanos estadounidenses. A partir de entonces, no sólo podrían utilizar los mismos urinarios públicos que los WASP, sino también convertirse en empresarios, generales condecorados y, cómo no, llegar a Presidente de los Estados Unidos.
El color de su piel -hasta entonces fuente de conciencia de clase- se convirtió en producto de mercado; y los cines, las canchas, las televisiones y las tiendas de discos se atiborraron de negros triunfadores que, traicionando a sus masacrados ancestros, prostituían sus tradiciones dejando que expertos blancos las pasaran por el laboratorio del marketing y el merchandising.
¿Para qué seguir tomándose la engorrosa molestia de empalarlos en ardientes cruces cuando podían ser reciclados en lucrativo negocio a la vez que en mediática legitimación viviente del Paraíso de Libertad y Oportunidades que es EEUU?
Porque esos negros ya no eran negros, sino blancos de pigmento subido. La lucha por la «Igualdad» fue, desde luego, un éxito: consiguieron llegar a ser tan viles, tan mediocres, tan alienados y tan hijos de la Gran Puta como los blancos.
Basta con ver cualquier video (visto uno, vistos todos) de hip-hop en MTV para comprobar a dónde han llegado sus aspiraciones y su pretendido lifestyle: limousinas, descapotables, fajos de dólares en las manos enjoyadas, pesados colgantes de oro con el emblema «$», ropa de marca y decenas de sudadas prostitutas mulatas meneando obscenamente sus culos alquilados ante la cámara.
Es el triunfo de la moral de los esclavos, del resentimiento. En vez de decapitar al Patrón, optaron por emularlo. En lugar de destruir la maquinaria que los jodía, fueron fagocitados por ella hasta el punto de convertirse en su bandera. El mito Rockefeller tiene su actualizada y eficiente versión en Puff Daddy, Colin Powell, Condolezza Rice y -¿por qué no?- Barak Obama.
El KKK se quedó sin barbacoas dominicales. Pero, sutil y eficientemente, triunfó.
1 Malcom X habla a la juventud – Discursos en EEUU, Gran Bretaña y África
Pathfinder Press/Casa Editora Abril