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El dirigente africano Thomas Sankara tendría algo que decir a Europa

Fuentes: Red Pepper

Traducción del inglés para Rebelión por Atenea Acevedo

Tras la conmemoración del vigésimo quinto aniversario del asesinato de Sankara, Nick Dearden aborda la necesidad de evocar su liderazgo para cuestionar las opiniones dominantes en torno a África y para dar la pelea en medio de la crisis de la deuda que afecta a Europa

El 15 de octubre de 1987 se interrumpió abrupta y sanguinariamente un proceso revolucionario con el asesinato de Thomas Sankara, presidente del recientemente nombrado Estado de Burkina Faso. En los años que siguieron al magnicidio planeado por su otrora amigo Blaise Compaoré, dirigente de Burkina Faso al día de hoy, la revolución de Sankara zozobró y su país se convirtió en un feudo africano más del Fondo Monetario Internacional. Mas no hay que olvidar que, durante un breve período de cuatro años, Burkina Faso brilló como tenaz ejemplo de lo que puede lograrse incluso en uno de los países más pobres del mundo.

Sankara fue oficial subalterno del ejército de Alto Volta, ex colonia francesa administrada como fuente de mano de obra barata para beneficio de una minúscula clase gobernante en el vecino Costa de Marfil y de sus patrocinadores en París. En su época de estudiante, en Madagascar, Sankara radicalizó sus ideas como consecuencia de las oleadas de manifestaciones y huelgas en ese país. En 1981 fue nombrado funcionario del gobierno militar de Alto Volta, pero su abierto apoyo a la liberación del pueblo, manifestado dentro y fuera de las fronteras, terminó por causar su detención. En 1983 su amigo Blaise Campaoré organizó el golpe de Estado que llevaría a Sankara a la presidencia a la temprana edad de 33 años.

Sankara concebía su gobierno como parte de un amplio proceso de liberación de su pueblo. No tardó en convocar a movilizaciones y a la formación de comités para defender la revolución. Estos comités se convirtieron en la piedra angular de la participación popular en el ejercicio del poder. Se disolvieron los partidos políticos, pues Sankara los consideraba representantes de las fuerzas del viejo régimen. En 1984 Sankara cambió el nombre del país a Burkina Faso, que significa «tierra del pueblo íntegro».

Sankara purgó la corrupción del gobierno, recortó los sueldos de los ministros y adoptó una actitud espartana ante la vida. La periodista Paula Akugizibwe afirma que Sankara «iba en bici al trabajo antes de pasar, por insistencia de su gabinete, a conducir un Renault 5, uno de los autos más baratos en Burkina Faso en aquella época. Vivía en una casita de ladrillo y solo vestía algodón producido, tejido y cosido en Burkina Faso».

De hecho, la adopción de la vestimenta y los alimentos de producción nacional fue uno de los elementos centrales de la estrategia económica diseñada por Sankara para que el país rompiera con la dominación occidental. Es famosa su frase «¿Dónde está el imperialismo? En nuestros platos de arroz, maíz y mijo importado… eso es imperialismo».

Su solución radicó en la agricultura con el lema «Consumamos únicamente lo que está bajo nuestro control». El resultado fue increíble: el país alcanzó la autosuficiencia alimentaria en cuatro años. Jean Ziegler, ex Relator Especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación, señala que la combinación de una masiva distribución de las tierras, fertilizante y riego favoreció el auge de la productividad agrícola y «el hambre fue cosa del pasado».

Se lograron avances comparables en salud gracias a la vacunación de millones de niños y en educación en un país que había padecido un analfabetismo superior al 90%. Se construyó infraestructura básica para desarrollar las comunicaciones internas, se nacionalizaron los recursos y se fomentó la industria nacional. Se plantaron millones de árboles para frenar la desertificación. Estos esfuerzos demandaron la intensa movilización del pueblo burkinés, un pueblo que empezó a construir su país con sus propias manos, algo fundamental en opinión de Sankara.

Pocos revolucionarios han enfatizado tanto la importancia de la liberación de las mujeres como Sankara. Para él, la emancipación de las mujeres era crucial para romper con el sistema feudal impuesto al país. Dicha emancipación comprendía el acceso de las mujeres a todas las profesiones, incluidas aquellas propias del ejército y la administración pública, además de la interrupción de las presiones sociales para que las mujeres contrajeran matrimonio y la implicación de las mujeres como protagonistas de la movilización revolucionaria desde las bases: «No hablamos de la emancipación de las mujeres como un acto de caridad ni como un gesto de compasión humana. Se trata de una necesidad básica para el triunfo de la revolución». Sankara concebía la lucha de las mujeres en Burkina Faso como «parte de la lucha de todas las mujeres del mundo».

Sankara fue más que un dirigente y visionario… acaso lo que hoy nos resulta más interesante de su liderazgo es la manera en que convirtió los encuentros internacionales en plataformas para exigir a sus contrapartes desafiar las profundas injusticias estructurales que enfrentaban países como Burkina Faso. A mediados de la década de 1980 esa exigencia apuntaba a pronunciarse sobre la deuda externa.

Durante la Conferencia de la Organización para la Unidad Africana celebrada en 1987, Sankara tomó la palabra para convencer a sus contrapartes, mandatarios africanos, de rehusar el pago de sus deudas con las siguientes palabras: «La deuda es una inteligente maniobra para reconquistar a África. Se trata de una reconquista que nos convierte, a cada uno, en esclavo financiero». Al ver cómo cada mandatario se acercaba a Occidente para buscar una tenue reestructuración de su deuda, hizo un llamado a la organización de acciones colectivas para liberar a todo el continente africano de la dominación occidental y declaró: «Si Burkina Faso es el único país que rehúsa pagar la deuda, no viviré para asistir a la siguiente conferencia». Por desgracia, sus palabras fueron proféticas.

Claro que no todas las políticas de Sankara funcionaron. Entre las más controvertidas figura su reacción a una huelga de maestros: tras despedir a miles de docentes decidió reemplazarlos con un ejército de ciudadanos, en su mayoría no cualificados como maestros. Su sistema de tribunales revolucionarios fue vehículo de abusos por parte de quienes tenían rencillas personales. Además, prohibió los sindicatos y los partidos políticos.

Algunas de esas medidas, aunadas a una transformación radical de la sociedad, le ganaron enemigos. Sankara fue asesinado en un golpe de Estado planeado por Blaise Compaoré. Todo indica que Compaoré contó con apoyo del exterior, al menos del presidente costamarfileño Félix Houphouët-Boigny, siervo del gobierno francés. La revolución de Sankara fue echada atrás por quien hubiese sido su compañero y Burkina Faso se convirtió en un país africano más cuya economía es sinónimo de pobreza y desesperanza.

Hoy Sankara no es conocido más allá de África: su personalidad e ideas sencillamente no calzan con la noción que Occidente ha fabricado de África en los últimos 30 años. Es difícil encontrar en el mundo a un dirigente menos corrupto y menos interesado en la autocomplacencia como Thomas Sankara; sin embargo, su persona tampoco calza con la imagen que las organizaciones caritativas esgrimen para referirse a los ‘pobres necesitados’ en África. Sankara tenía la misma claridad en cuanto al papel de la ayuda occidental como en cuanto al papel de la deuda como instrumento para controlar a África:

«La raíz de la enfermedad es política; el tratamiento no puede ser sino político. Desde luego, aceptamos la ayuda que nos ayude a dejar de necesitar ayuda. No obstante, en términos generales las políticas asistencialistas solo han conseguido desorganizarnos, someternos y arrebatarnos un sentido de responsabilidad hacia nuestros propios asuntos económicos, políticos y culturales. Elegimos el riesgo de trazar nuevos senderos para alcanzar un bienestar mayor».

Los asombrosos logros en la calidad de vida del pueblo burkinés fueron resultado de las políticas de Sankara; sin embargo, a él no le sorprendería saber que esas políticas fueron sistemáticamente socavadas por gobiernos y organizaciones occidentales que dicen desear tales logros para sí.

Acaso hoy las palabras de Sankara sean más que pertinentes para revisar nuestra propia crisis europea. Sus palabras encuentran eco en el pueblo griego, el pueblo portugués, el pueblo español o el pueblo irlandés que apenas saben quién fue Sankara: «Quienes nos indujeron a la deuda estaban especulando como si se encontraran en un casino. Hoy hablan de crisis, pero mienten: apostaron y perdieron. No podemos pagar la deuda porque no tenemos con qué pagarla. No podemos pagar la deuda porque no es nuestra responsabilidad».

Thomas Sankara creía profundamente en el pueblo, no solo en el pueblo burkinés o en los pueblos africanos, sino en los pueblos del mundo. Estaba convencido de que el cambio debe ser creativo, alejarse del conformismo e incluso albergar «una cierta locura». Creía que el cambio radical solo se gestaría cuando el pueblo estuviera convencido y se mantuviera activo en lugar de pasivo y sometido. Creía, además, en soluciones políticas, no de beneficencia. No cabe duda de la relevancia extraordinaria de Sankara, hoy por hoy, para nuestra lucha por la justicia en Europa y el resto del mundo.

Fuente: http://www.redpepper.org.uk/thomas-sankara-an-african-leader-with-a-message-for-europe/