El discurso pronunciado por Barack Obama el 28 de marzo arroja una luz interesante tanto sobre la intervención occidental en Libia como sobre el debate que ha surgido en el movimiento antiguerra sobre esta cuestión. En lo que sigue se analizan algunos pasajes clave del discurso, dejando de lado, claro está, la habitual retórica grandilocuente […]
El discurso pronunciado por Barack Obama el 28 de marzo arroja una luz interesante tanto sobre la intervención occidental en Libia como sobre el debate que ha surgido en el movimiento antiguerra sobre esta cuestión. En lo que sigue se analizan algunos pasajes clave del discurso, dejando de lado, claro está, la habitual retórica grandilocuente y vacía del tipo «destino manifiesto», y añadiendo un comentario sobre los dos aspectos planteados, para terminar con una evaluación de la situación una vez transcurridos doce días desde la adopción de la resolución n.º 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y de las tareas de los antiimperialistas.
«Conscientes de los riesgos y costes de las intervenciones militares, nos mostramos naturalmente renuentes a utilizar la fuerza para resolver los numerosos desafíos en el mundo. Pero cuando están en juego nuestros intereses y valores, tenemos la responsabilidad de actuar. Eso es lo que ha sucedido en Libia en el transcurso de las últimas seis semanas. […] «Algunos se preguntan por qué Estados Unidos tiene que intervenir, aunque sea de manera limitada, en esta tierra distante. Argumentan que hay muchos lugares en el mundo donde civiles inocentes encaran una violencia brutal a manos de sus gobiernos, y no se puede esperar que Estados Unidos sea el policía del mundo, en especial cuando tenemos tantas necesidades apremiantes aquí en nuestro país. […] «Es cierto que Estados Unidos no puede utilizar nuestro ejército en cada lugar que existe la represión; y dados los costes y riesgos de las intervenciones, siempre debemos sopesar nuestros intereses a la hora de valorar la necesidad de actuar. Sin embargo, ello no debe ser argumento para no actuar nunca en aras a hacer lo correcto. En este país en particular, Libia, en este momento en particular, afrontábamos la perspectiva de una violencia de escala horrorosa.» [Las negritas en todas las citas son del autor]
En estos pasajes del discurso, los intereses se anteponen con franqueza a los valores. Lo cierto es que son los intereses imperiales de EE UU los que motivan su intervención por encima de cualquier otra consideración. Los valores son secundarios, por no decir simples hojas de parra, como demuestra hasta la saciedad toda la historia de las intervenciones militares de EE UU. Es posible que en algún momento los intereses de EE UU coincidan de hecho con sus valores proclamados, como por ejemplo su participación en la segunda guerra mundial, pero la mayoría de las intervenciones de EE UU se produjeron en franca violación de sus valores proclamados, mientras que en otras incontables situaciones EE UU se abstuvo de defender sus valores proclamados cuando no coincidían con sus intereses imperiales.
«Durante más de cuatro décadas, el pueblo libio ha estado gobernado por un tirano: Muamar el Gadafi. Gadafi ha privado a su pueblo de su libertad, ha explotado su riqueza, ha asesinado a sus adversarios en el país y en el extranjero, y ha aterrorizado a personas inocentes en todo el mundo, entre ellas a estadounidenses que han sido asesinados por agentes libios.» Esto es totalmente cierto. Aun así, desde el año 2003 EE UU ha estado adulando desvergonzadamente al tirano, y no únicamente por boca del gobierno de Bush. El 21 de abril de 2009, la secretaria de Estado Hillary Clinton recibió en Washington a uno de los siete hijos de Gadafi, el siniestro «doctor» Al Mutassim Billah Gadafi, «asesor de seguridad nacional» que prestó su ayuda a la «guerra contra el terrorismo» asumiendo misiones de guerra sucia por encargo del gobierno de EE UU. «Me complace mucho recibir al señor ministro Gadafi aquí en el Departamento de Estado. Apreciamos enormemente la relación entre Estados Unidos y Libia. Tenemos muchas oportunidades de profundizar y ampliar nuestra cooperación. Y espero con fervor desarrollar esta relación.» Por supuesto que diversos aliados europeos de Washington rindieron pleitesía a Gadafi incluso más que los propios EE UU, en particular el impresentable bufón racista y machista que dirige Italia.
«Hace diez días, habiendo intentado poner fin a la violencia sin el uso de la fuerza, la comunidad internacional ofreció a Gadafi una última oportunidad de detener su campaña de asesinatos o de lo contrario afrontar las consecuencias. En lugar de desistir, sus tropas continuaron su avance, ejerciendo presión en la ciudad de Bengasi, donde viven cerca de 700.000 hombres, mujeres y niños que deseaban librarse del miedo. «Llegados a este punto, Estados Unidos y el mundo tenían que elegir. Gadafi declaró que no demostraría ‘compasión alguna’ hacia su propio pueblo. Les comparó con ratas y amenazó con ir de puerta en puerta para castigarles. En el pasado, le hemos visto ahorcar a civiles en las calles y matar a más de mil personas en un solo día. Ahora veíamos a las fuerzas del régimen a las puertas de la ciudad. Sabíamos que si esperábamos un día más, Bengasi, una ciudad casi del tamaño de Charlotte, podría sufrir una masacre que habría repercutido en la región y manchado la conciencia del mundo. «Por nuestros intereses nacionales no podíamos dejar que eso ocurriera. […] «Estados Unidos tiene importantes intereses estratégicos en evitar que Gadafi aplaste a aquellos que se oponen a él. Una masacre habría causado que miles de refugiados adicionales cruzaran las fronteras libias…» Esto es absolutamente cierto. En un comentario enviado desde Bengasi para The New Yorker y titulado «¿Quiénes son los rebeldes?» [publicado en castellano en El País del 3/4/2011 http://www.elpais.com/articulo/opinion/Quienes/rebeldes/elpepuopi/20110403elpepiopi_11/Tes] Jon Lee Anderson confirmó hace poco lo que ya habían afirmado muchos otros observadores sobre el terreno, corroborando los temores expresados por los sublevados en Bengasi y la extrema urgencia de su petición de cobertura aérea: «Cuando las primeras columnas de soldados [de Gadafi] llegaron a los límites de la ciudad, muchos miles de habitantes -incluidos algunos miembros del consejo municipal- huyeron hacia el este. De quienes se quedaron para luchar, murieron más de 30, y la situación se salvó solo gracias a la llegada de los aviones franceses.» Como explicó un camionero libio en Aydabiya al reportero del Financial Times: «Sabemos que las armas de la revolución no son nada en comparación con las de Gadafi… Si no fuera por los aviones, este habría llevado a cabo el zanga zanga», refiriéndose con ello al «calle por calle» que anunció Gadafi en su ya famoso discurso en que amenazó con aplastar la rebelión de una forma espantosa.
En su editorial del número del 28 de marzo de Al-Quds al-Arabi, revista en lengua árabe publicada en Londres, Abdul-Bari Atwan, un gran conocedor de Libia, explica la razón de la superioridad militar sobre los rebeldes: «El armamento de los rebeldes, especialmente de los que están concentrados en la provincia oriental, es muy escaso en comparación con el de las fuerzas leales al líder libio… El coronel Gadafi disolvió el ejército libio hace unos veinte años, tras el intento de golpe militar encabezado por Omar Al Mihayshi, y lo sustituyó por milicias armadas dirigidas por sus hijos o miembros de su tribu a fin de garantizarse su absoluta fidelidad.» Era cuestión de pocos días para que las fuerzas de Gadafi hubieran tomado Bengasi y perpetrado una horrible masacre que «habría repercutido en la región y manchado la conciencia del mundo», colocando con ello a los gobiernos occidentales ante la difícil tesitura de haber hecho oídos sordos a la petición de protección de una población en peligro y permitido con su inacción una matanza masiva.
El aspecto clave en este contexto no eran los «valores» ni la «conciencia» como tales, sino el hecho de que la «conciencia manchada» de las potencias occidentales, si hubieran permanecido de brazos cruzados, les habría obligado a declarar el embargo sobre Libia en un momento en que el mercado del petróleo estaba tan tenso que esto habría empujado los precios del petróleo a niveles todavía más altos que los que ya habían alcanzado antes de la crisis libia, con consecuencias calamitosas para la economía mundial. De ahí que, en palabras de Obama, «por nuestros intereses nacionales no podíamos dejar que eso ocurriera.»
«[…] autoricé la operación militar para detener la matanza y hacer cumplir la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Atacamos a las fuerzas del régimen que se acercaban a Bengasi para salvar a la ciudad y a su población. Atacamos a las tropas de Gadafi en la vecina ciudad de Aydabiya, lo que permitió que las fuerzas de la oposición las expulsaran de allí. Atacamos las defensas aéreas de Gadafi, lo cual allanó el camino para establecer la zona de exclusión aérea. Atacamos tanques y objetivos militares que habían estado asediando poblaciones y ciudades, y cortamos el acceso a la mayoría de sus fuentes de suministro. Y esta noche puedo informarles de que hemos parado el mortífero avance de Gadafi.» Es una descripción básicamente exacta de lo que ocurrió, aparte de la muerte inevitable de civiles a raíz de los bombardeos de la coalición, que para ser sinceros han causado hasta ahora relativamente pocos daños en comparación con las guerras de Irak y Afganistán. Por supuesto, el espectáculo de los aviones y misiles occidentales machacando las posiciones de Gadafi en Libia ha provocado legítimos sentimientos al no poder por más que recordar agresiones puramente imperialistas como la invasión de Irak en 2003. Pero no había otra manera de parar los pies a Gadafi y evitar que cometiera la masacre anunciada sin imponer una zona de exclusión aérea y detener el avance de sus blindados hacia las zonas pobladas en manos de los sublevados. No podíamos apoyar los ataques occidentales debido a nuestra desconfianza total en la acción arrasadora del Pentágono y sus aliados y a nuestra certeza, derivada de experiencias anteriores, de que irían más allá del mandato de las Naciones Unidas de proteger a los civiles. Pero tampoco podíamos oponernos a la zona de exclusión aérea y al bombardeo inicial contra el armamento pesado de Gadafi, reclamado insistentemente por los sublevados para salvarse de la venganza asesina de Gadafi.
«Una masacre habría [ejercido] una presión enorme sobre las pacíficas, pero frágiles, transiciones de Egipto y Túnez. Los impulsos democráticos que están brotando en la región se verían eclipsados por las dictaduras más sombrías, ya que los líderes represores concluirían que la violencia es la mejor estrategia para aferrarse al poder.» Por una vez, Obama tiene razón frente a algunos comentaristas de la izquierda que afirmaron que la intervención occidental en Libia estaba destinada a detener, y detendría, la ola de levantamientos democráticos que barre todo el Norte de África y Oriente Próximo. Por el contrario, si Gadafi hubiera conseguido aplastar la revuelta libia en un baño de sangre, esto habría afectado muy negativamente a toda la situación, alentando a las fuerzas contrarrevolucionarias de la región y disuadiendo al movimiento de protesta de proseguir con su lucha en la mayoría de países. El hecho de que se evitara la masacre y los insurgentes reanudaran su ofensiva en Libia ha reforzado el proceso revolucionario regional. Desde entonces, el movimiento no solo ha cobrado impulso en los países en que ya se había manifestado, como Marruecos y Yemen, sino que además se ha extendido y ampliado en Siria, el único país importante de la región en el que hasta ahora la protesta había sido muy débil.
«Lo que es más, hemos alcanzado estos objetivos en concordancia con la promesa que hice al pueblo estadounidense al principio de nuestras operaciones militares. Dije que el papel de Estados Unidos sería limitado, que no enviaríamos tropas de tierra a Libia, que centraríamos nuestras capacidades únicas en el inicio de la operación y que trasladaríamos las responsabilidades a nuestros aliados y socios. Esta noche estamos cumpliendo esa promesa. «Nuestra alianza más eficaz, la OTAN, ha tomado el mando para hacer cumplir el embargo de armas y la zona de exclusión aérea. Anoche, la OTAN decidió asumir la responsabilidad adicional de proteger a los civiles libios. […] «Desde luego, no hay duda de que Libia, y el mundo, estarían mejor sin Gadafi en el poder. Yo, junto con muchos otros líderes del mundo, he adoptado ese objetivo, y lo intentaremos alcanzar por medios no militares. Sin embargo, ampliar nuestra misión militar para que incluya el cambio de régimen sería un error. «La tarea que he asignado a nuestras tropas -proteger al pueblo libio del peligro inmediato y establecer una zona de exclusión aérea- está avalada por un mandato de la ONU y el apoyo internacional. También es lo que la oposición libia nos ha pedido que hagamos. Si intentáramos derrocar a Gadafi, nuestra coalición se dividiría. Probablemente tendríamos que colocar tropas estadounidenses en el terreno para lograr esa misión, o arriesgarnos a matar a muchos civiles desde el aire. […] «Hemos intervenido para parar una masacre y trabajaremos con nuestros aliados y socios para mantener la seguridad de la población civil. Negaremos armamentos al régimen, cortaremos sus suministros de dinero en efectivo, ayudaremos a la oposición y trabajaremos con otros países para acelerar el día en que Gadafi abandone el poder.»
Llegamos así al punto clave con respecto a la resolución 1973 del Consejo de Seguridad, que invoca la responsabilidad de proteger. De acuerdo con la petición expresa de los sublevados, la resolución descarta «toda fuerza de ocupación extranjera en cualquier parte del territorio libio», y esta salvaguardia frente al control imperialista de Libia es, sin duda, crucial. Quienes creen que EE UU puede imponer a un «Karzai» en Libia exclusivamente en virtud de su supremacía aérea todavía han de demostrarnos cómo sería eso posible. Cualquiera que conozca la situación en Afganistán debería saber que si las tropas estadounidenses no controlaran Kabul, Hamid Karzai, cuya influencia en el país era insignificante, nunca habría sido capaz de asumir la presidencia del país. Y mientras que los aliados afganos de EE UU en la Alianza del Norte carecían de base popular fuera de sus regiones étnicas, la oposición libia tiene sin duda una base de masas en las principales regiones del país, con lo que resultará mucho más difícil controlar la solución política desde el exterior sin una presencia militar sobre el terreno. Los reparos de algunos círculos políticos y militares occidentales y los informes publicados por los grandes medios occidentales sobre la posible presencia de Al Qaeda en las filas de la oposición son muy reveladores al respecto. Señalar a unos pocos individuos de diversas identidades políticas contrapuestas que desempeñan o intentan desempeñar algún papel en la insurrección libia no dice nada de su influencia real y no puede ser una indicación convincente de la futura configuración de la Libia posterior a Gadafi, máxime cuando el Consejo Nacional de Transición impulsa un claro programa de cambio democrático y reclama elecciones libres y limpias. La sucia campaña contra la revuelta libia es equivalente a la de quienes trataron de desacreditar la revuelta egipcia señalando el papel de los Hermanos Musulmanes o calificando a Mohamed el Baradei de títere del imperialismo y al Movimiento de la Juventud del 6 de Abril de grupo entrenado en EE UU. Y lo que puedan decir uno u otro miembro del Consejo a los medios occidentales para halagar a los gobiernos que están ayudando a la revuelta es secundario con respecto al hecho de que la caída de Gadafi permitirá que surja una izquierda en Libia por primera vez en cuatro décadas y que los movimientos progresistas internacionales ejerzan una presión efectiva sobre el Estado libio para que anule el vergonzoso acuerdo con firmó Gadafi con su compinche Silvio Berlusconi en 2008 para facilitar la devolución ilegal, por parte de Italia, de inmigrantes ilegales subsaharianos.
La cuestión ahora es saber qué viene después. Una vez evitada la masacre y destruida irremediablemente la fuerza aérea de Gadafi, su poderío está muy debilitado, a pesar de seguir siendo superior al de los insurgentes. El mandato de las Naciones Unidas se ha cumplido en todos sus extremos, como ha reconocido el propio Obama, pero la OTAN asume ahora el mando con un plan de operaciones de tres meses de duración sobre Libia. Toda continuación de los bombardeos supone indiscutiblemente un incumplimiento del mandato, convirtiendo a la OTAN en parte implicada en la guerra civil en curso en Libia, aunque solo sea desde el aire y el mar. El pretexto de que esto es necesario para «proteger a los civiles» y está amparado en la resolución inaceptablemente vaga del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se apoya en la superioridad militar de las fuerzas leales a Gadafi. Sin embargo, la manera de poner fin a esta superioridad y de permitir que gane la revuelta, de conformidad con el derecho del pueblo libio a la autodeterminación, es que los hipócritas gobiernos occidentales -que vendieron montones de armas a Gadafi desde que se levantó el embargo sobre Libia en octubre de 2004 y Gadafi se convirtió en un «modelo»- entreguen armas a los insurrectos. (La Unión Europea concedió licencias de exportación de armas a la Libia de Gadafi por importe de 834,5 millones de dólares hasta finales de 2009, sin contar la expansión de las ventas en 2010; el gobierno de EE UU bajo la presidencia de Bush aprobó ventas de armas a Libia por importe de 46 millones en 2008; el gobierno de Obama redujo esta cifra a 17 millones en 2009 mientras estudiaba un contrato de suministro de vehículos blindados que la habría incrementado sustancialmente.) Mahmud Shamam, portavoz de la oposición libia, explicó a los periodistas durante la reunión internacional sobre Libia que tuvo lugar en Londres el 29 de marzo que si estuvieran debidamente equipados, los rebeldes «acabarían con Gadafi en pocos días». Otros miembros de la oposición libia se expresaron en el mismo sentido. Sin embargo, so pretexto de que la resolución 1973 reiteraba la imposición del embargo de armas sobre el territorio libio, los gobiernos occidentales se muestran reacios a suministrar armas a los insurrectos, mientras EE UU está indeciso hasta el punto de que Obama tuvo cuidado de no mencionar la cuestión en su discurso y se limitó a decir que se denegaba la entrega de armas al régimen. Cuando más tarde le preguntaron en rueda de prensa, contestó que «no lo descarto, pero tampoco lo confirmo». Está claro que esta actitud debe denunciarse.
En resumen, era un error por parte de cualquier fuerza de izquierda oponerse a la idea de una zona de exclusión aérea y de destrucción de las unidades blindadas de Gadafi ante la ausencia de cualquier alternativa para evitar la masacre a gran escala en Libia. Oponerse a la zona de exclusión aérea sin ofrecer ninguna alternativa plausible, como han hecho muchos grupos de la izquierda sensata y sincera con la mejor de las intenciones, no era convincente. Debilitó a la izquierda a los ojos de la opinión pública. Oponerse a la zona de exclusión aérea sin mostrar preocupación alguna por los civiles, como han hecho algunos grupos marginales, era una inmoralidad, por no hablar ya de la actitud de los estalinistas reconstituidos o no reconstituidos que apoyan a Gadafi como «antiimperialista progresista» y descalifican la revuelta tachándola de conspiración urdida por EE UU» o por Al Qaeda (y recurriendo a calumnias típicamente estalinistas al comentar la posición de los sectores de izquierda que apoyaban la solicitud de protección de los rebeldes libios).
No había que oponerse a la petición de una zona de exclusión aérea por parte de los sublevados. Sin embargo, debíamos haber expresado nuestras profundas reservas con respecto a la resolución 1973 del Consejo de Seguridad denunciando cualquier intento de aprovecharla como pretexto para favorecer los planes imperialistas. Como dije el día después de que se aprobara la resolución, «sin estar en contra de la zona de exclusión aérea, debemos expresar nuestra desconfianza y defender la necesidad de vigilar muy de cerca las acciones de los países que intervengan, a fin de asegurar que no vayan más allá de la protección de los civiles con arreglo al mandato de la resolución del Consejo de Seguridad.» Nuestra prevención habitual ante las intervenciones militares de los países imperialistas tenía que pasar a un segundo plano ante la urgencia de una masacre inminente, pero esa urgencia ya no se da en estos momentos y la protección de la revuelta puede realizarse ahora mucho mejor mediante el suministro de armas a los rebeldes.
Ahora que se ha establecido la zona de exclusión aérea con la típica contundencia de la OTAN y que la capacidad de las fuerzas de Gadafi para amenazar a las poblaciones civiles con una masacre a gran escala está muy debilitada, deberíamos centrar nuestra campaña en dos exigencias principales e inseparables a la coalición dirigida por la OTAN: ¡Alto a los bombardeos! ¡Entregad armas a los insurgentes! Estas dos exigencias juntas reflejan nuestra manera de demostrar concretamente que defendemos la revuelta del pueblo libio contra su tirano mucho más que aquellos que les deniegan armas y desean controlar su movimiento.
Gilbert Achcar se crió en el Líbano y actualmente es profesor de la School of Oriental and African Studies (SOAS) de la Universidad de Londres. Ha publicado, entre otros, los libros El choque de barbaries, traducido a 13 lenguas; Estados peligrosos, en colaboración con Noam Chomsky; y más recientemente, The Arabs and the Holocaust: The Arab-Israeli War of Narratives.
Fuente:
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Traducción: VIENTO SUR: http://www.vientosur.info/articulosweb/noticia/?x=3792