En el pasado hemos señalado que la política exterior de Estados Unidos no está fundada en principios sino en intereses. El discurso pronunciado por el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama el pasado 28 de marzo de 2011, viene a confirmar nuestras afirmaciones. En su mensaje al país desde una institución educativa militar, aquel a […]
En el pasado hemos señalado que la política exterior de Estados Unidos no está fundada en principios sino en intereses. El discurso pronunciado por el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama el pasado 28 de marzo de 2011, viene a confirmar nuestras afirmaciones. En su mensaje al país desde una institución educativa militar, aquel a quien hace apenas poco más de un año el Comité Nobel le obsequió con un premio de rango internacional como persona destacada por sus acciones en pro de la paz mundial, premio este que a juicio de muchos observadores internacionales no era uno devengado a base de sus ejecutorias sino meramente otorgado por otro tipo de motivaciones, dejó clara la posición de su país su Administración.
En su oratoria Obama señaló, como si la historia no se hubiera encargado de desmentirle una y mil veces, que Estados Unidos, tomando en consideración los riesgos y coste de las acciones militares de las cuales participa, no suele estar predispuesto al uso de tal fuerza militar «para resolver los muchos desafíos del mundo». Acto seguido, sin embargo y con el mayor cinismo, expresó que «cuando los intereses y valores» de su país están en juego, Estados Unidos tiene la llamada responsabilidad de «actuar».
Se trata de la misma retórica con la cual, en su discurso de aceptación de Premio Nobel, cuando todavía Estados Unidos estaba involucrado en dos guerras simultáneas, reclamó «el derecho de actuar unilateralmente si es necesario para defender mi país».
La realidad es que no puede afirmarse tal defensa de su país o amenaza militar contra su integridad territorial, cuando con falsos argumentos como la existencia de armas de destrucción masiva, su antecesor pretendió justificar por parte de Estados Unidos la guerra contra Iraq. Lo mismo podemos indicar en lo relacionado con la guerra de Estados Unidos contra el gobierno de los talibanes en Afganistán, cuando la realidad es que el supuesto inmediato de la guerra era y es la lucha contra una organización terrorista como Al Qaeda, esparcida por al menos 80 países en el mundo. Lo mismo ocurre ahora cuando los tambores de la guerra en voz de Obama, repican en torno al drama libio.
Cuando Obama se dirigió al público presente durante la aceptación del Premio Nobel de la Paz comentamos lo siguiente:
«El discurso de Barack Obama es la nueva ideología que aflora en la visión geopolítica de la dominación estadounidense para el siglo 21. Por eso se reserva el derecho a actuar unilateralmente; por eso indica que se siente orgulloso de ser heredero del legado que han hecho generaciones pasadas en su historia; por eso echa a un lado los llamados ‘errores’ que Estados Unidos ha cometido en el pasado, para proclamar triunfalmente que la fuerza puede ser necesaria a la hora de asegurar la llamada ‘seguridad’ con la cual Estados Unidos está comprometido. De hecho, bajo esa misma doctrina de la seguridad, a partir de la Administración Reagan se intensificó el uso por parte de Estados Unidos de los llamados conflictos de baja intensidad donde Estados Unidos, bajo la doctrina de la seguridad preventiva avivó la desestabilización de los procesos triunfantes como la Revolución Sandinista en Nicaragua, intervino abiertamente en el conflicto civil en El Salvador y penetró las fuerzas armadas y partidos políticos de derecha en otras repúblicas latinoamericanas con el fin de asegurar sus intereses geopolíticos en la región.»
El escenario no ha cambiado. Sencillamente se ha movido; se ha desplazado de regiones. Ayer fue en Iraq y Afganistán, donde aún se libran dos guerras por parte de Estados Unidos con la participación de la OTAN; hoy se integran en el juego internacional de la competencia imperialista, el norte de África y regiones del Medio Oriente, para así mover las fichas de la voracidad imperial hacia una nueva redistribución del mundo en zonas de influencia. Es el petróleo y el agua subterránea, junto con el posicionamiento militar para el control de la región la que mueve a Estados Unidos. Poco importa si mueren civiles como resultado de los bombardeos entre facciones rivales en el drama libio; o si las muertes vienen de parte de los misiles con revestidos con uranio reducido que se lanzan contra blancos en Libia. Para Obama, las muertes producto del intercambio de los bombardeos entre las facciones libias es un genocidio de una de las partes; sin embargo, aquellos causados por la aviación de la OTAN, si se les toma en consideración, son concebidos como daños colaterales de una misión humanitaria de la alianza imperialista internacional. ¡Ése es el valor real de la vida humana para los dirigentes de estos países!
Ya ha comenzado la discusión en torno a si el discurso de Obama y las acciones de Estados Unidos con referencia a Libia anticipan el surgimiento de una nueva doctrina militar en Estados Unidos. El propio presidente Obama, sin embargo, se ha encargado de desmentir al señalar que no existe como tal una «Doctrina Obama» que establezca precedente. Sencillamente, ha indicado, no se trata de aplicar en adelante un «molde», ya que «cada país en esta región es diferente». Sin embargo, esa expresión tiene que ser examinada a la luz de otras expresiones que acompañan su discurso sobre acciones futuras. En sus declaraciones expresa lo siguiente:
«He dejado claro que no dudaré en usar nuestro ejército en forma rápida, decidida y unilateral cuando sea necesario para defender nuestro pueblo, nuestro territorio, nuestros aliados, y nuestros valores».
¿De qué entonces hablamos? Sencillamente que Estados Unidos continúa abrogándose la determinación de cuándo y dónde intervenir. De hecho, las referencias que hace a «movilizar a la comunidad internacional» no son sino cantos de sirena. ¿A cuál comunidad internacional se recurrió en este caso, cuando se amparan en una Resolución como la 1973 del Consejo de Seguridad, donde en ningún momento se autoriza las acciones armadas contra la población libia, ni contra objetivos civiles, ni contra la infraestructura del país? ¿A cuál comunidad internacional nos referimos cuando la intervención ha venido de parte de países que conforman una alianza militar como la OTAN, sin la participación o consentimiento de países como Rusia, China, India y Brasil? La verdad oculta está detrás de sus propias expresiones cuando indica que esa movilización de la comunidad internacional en una acción colectiva se sostendrá en «su mayor poderío logístico y militar», es decir, aquella a la cual Estados Unidos pueda llevar a otros países interesados.
El discurso de Obama no hace sino afirmar las concepciones de sus antecesores sobre la guerra preventiva. Se trata de aquel mismo discurso de Donald Rumsfeld cuando como Secretario de la Defensa bajo la Administración Bush urgía por la transformación militar de Estados Unidos, donde el eje de la nueva doctrina se afianzaba en que Estados Unidos estuviera en condiciones de mantener abiertos diferentes frentes de guerra a la vez en diferentes regiones del mundo. Se trata de ensayos donde hoy las piezas en el tablero son pequeños países ricos en petróleo y recursos naturales, que en forma alguna compiten con las capacidades en tecnología y armamentos que tiene Estados Unidos. Mañana estos mismos ensayos llevarán a Estados Unidos a otras aventuras, esta vez más peligrosas, aquellas por las cuales la humanidad ha pagado un precio incalculable en las guerras por la redistribución del mundo en zonas de influencia y control por parte de potencias imperialistas como fueron las dos grandes guerras del siglo 20.
El desenlace de la crisis en Libia tiene el potencial de sentar la tónica de lo que será el curso de acción de las potencias occidentales con relación a la redistribución de los espacios y los recursos naturales en el continente africano. Aparentemente, ya las fronteras trazadas por esas mismas potencias durante el pasado siglo son insuficientes para sus necesidades actuales. Está por verse hacia dónde llevarán a la humanidad el nuevo imperialismo del siglo 21.
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