El Memorial Martin Luther King Jr. debió ser inaugurado en el Bulevar Nacional el (pasado) domingo -exactamente 56 años después del asesinato de Emmet Till en Mississippi, y 48 años después de la histórica Marcha a Washington por Empleos y Libertad. (Debido al huracán Irene, se pospuso la ceremonia.) Estos hechos constituyen importantes hitos en […]
El Memorial Martin Luther King Jr. debió ser inaugurado en el Bulevar Nacional el (pasado) domingo -exactamente 56 años después del asesinato de Emmet Till en Mississippi, y 48 años después de la histórica Marcha a Washington por Empleos y Libertad. (Debido al huracán Irene, se pospuso la ceremonia.)
Estos hechos constituyen importantes hitos en la turbulenta historia de raza y democracia en Estados Unidos, y el innegable éxito del movimiento de derechos civiles -que culminaron en la elección de Barack Obama en 2008- justifica nuestra atención y euforia. Sin embargo, las proféticas palabras del rabino Abraham Joshua Heschel aún nos rondan: «Todo el futuro de Estados Unidos depende del impacto e influencia del doctor King».
El rabino Heschel dijo estas palabras durante los últimos años de la vida de King, cuando 72 por ciento de los blancos y 55 por ciento de los negros desaprobaban la oposición de King a la guerra de Viet Nam y sus esfuerzos por erradicar la pobreza en EE.UU. El sueño de King de un Estados Unidos más democrático se había convertido, según sus palabras, en «una pesadilla», debido a la persistencia de «racismo, pobreza, militarismo y materialismo». Consideró que Estados Unidos era una «sociedad enferma». El domingo posterior a su asesinato, en 1968, había quedado en predicar un sermón titulado «Por qué Puede que Estados Unidos Vaya al Infierno».
King no pensaba que Estados Unidos debía ir al infierno, sino que pudiera ir al infierno debido a su injusticia económica, decadencia cultural y parálisis política. Él no era un Gibbon norteamericano que hacía la crónica de la decadencia y caída del imperio norteamericano, sino un hombre del blues, valiente y visionario, que luchaba con estilo y amor frente a las cuatro catástrofes que había identificado.
El militarismo es una catástrofe imperial que ha producido un complejo militar-industrial y un estado de seguridad social y ha deformado las prioridades y estatura del país (como en el caso de los aviones inmorales sin piloto y el bombardeo a civiles inocentes). El materialismo es una catástrofe espiritual promovida por un complejo corporativo de medios y una industria de la cultura que han endurecido el corazón de los consumidores a ultranza y han abaratado la conciencia de los aspirantes a ciudadanos. Ingeniosos artilugios de distracción masiva provocan un oficio espiritual barato de narcisistas adictos que se auto-medican.
El racismo es una catástrofe moral que se manifiesta de manera más dramática en el complejo industrial carcelario y en la vigilancia policial en guetos de negros y de piel oscura que se hace invisible en el discurso político. Los usos arbitrarios de la ley -en nombre de la «guerra» a las drogas- han producido, según la certera frase de la estudiosa de las leyes Michelle Alexander, una nueva encarcelación Jim Crow masiva. Y la pobreza es una catástrofe económica inseparable del poder de ávidos oligarcas y avariciosos plutócratas indiferentes a la miseria de niños pobres, ancianos y trabajadores.
La era de Obama ha incumplido trágicamente el legado profético de King. En vez de articular una visión democrática radical y luchar por los propietarios de su vivienda, trabajadores y gente pobre mediante la ayuda a las hipotecas, empleos e inversiones en educación, infraestructura y viviendas, la administración nos dio los rescates a los bancos, ganancias récord para Wall Street y gigantescos recortes al presupuesto sobre los hombros de los vulnerables.
Como dijimos el conductor de programas Tavis Smiley y yo en nuestra gira nacional contra la pobreza, el reciente acuerdo del presupuesto es solo la última fase de una guerra desigual verticalista contra los pobres y el pueblo trabajador, en nombre de una política moralmente en bancarrota de desregulación de los mercados, disminución de impuestos y recortes de los gastos dedicados a los que ya estaban socialmente olvidados y económicamente abandonados. Nuestros dos principales partidos políticos, cada uno obligado con el gran dinero, ofrecen meras versiones alternativas del dominio oligárquico.
La ausencia de un discurso digno de King para revigorizar a los pobres y al pueblo trabajador ha permitido que populistas de derecha se aprovechen del momento con argumentos creíbles acerca de la corrupción gubernamental y ridículas aseveraciones de que los recortes de impuestos estimulan el crecimiento. Esta amenaza derechista es una respuesta catastrófica a las cuatro catástrofes de King y provocaría condiciones infernales para la mayoría de los norteamericanos.
King llora en su tumba. Él nunca confundió la sustancia con el simbolismo. Él nunca combinó un sacrificio de carne y sangre con un edificio de piedra y mortero. Celebramos con razón su sustancia y sacrificio porque nos amó tan profundamente. No quedemos satisfechos con el simbolismo porque también a menudo temamos el reto que él aceptó. Nuestro más grande escritor, Herman Melville, quien pasó su vida enamorado de Estados Unidos a pesar de ser nuestro crítico más severo del mito del excepcionalismo norteamericano, señaló: «La verdad, dicha inflexiblemente, siempre tendrá aristas cortantes, de ahí la conclusión de que tal narrativa tiende a estar menos terminada que un remate arquitectónico».
La respuesta de King a nuestra crisis puede resumirse en una sola palabra: revolución. Una revolución en nuestras prioridades, una reevaluación de nuestros valores, una revigorización de nuestra vida pública y una transformación fundamental de nuestra forma de pensar y de vivir que promueve una transferencia de poder de los oligarcas y plutócratas a la gente común y ciudadanos ordinarios.
En concreto, esto significa apoyo para políticos progresistas como el senador Bernard Sanders de Vermont y Mark Ridley-Thomas, un supervisor del condado de Los Ángeles; organización extensiva de la comunidad y los medios; desobediencia civil; y confrontaciones de vida o muerte con el poder al uso. Al igual que King, debemos ponernos nuestra ropa de cementerio y tener el ataúd listo para la próxima gran batalla democrática.