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Egipto

El Ejército contra los revolucionarios

Fuentes: Viento Sur

A pesar de la dimisión de Mubarak, el Consejo Supremo de las fuerzas armadas que dirige hoy el país sigue sin liberar a los militantes presos, prohíbe las huelgas y autoriza las manifestaciones con cuenta gotas. Sin embargo, la población egipcia no está dispuesta a dejarse confiscar su revolución. Desde la caída de Mubarak, es […]

A pesar de la dimisión de Mubarak, el Consejo Supremo de las fuerzas armadas que dirige hoy el país sigue sin liberar a los militantes presos, prohíbe las huelgas y autoriza las manifestaciones con cuenta gotas. Sin embargo, la población egipcia no está dispuesta a dejarse confiscar su revolución.

Desde la caída de Mubarak, es el ejército el que está en el poder en El Cairo. Y la mayor parte de los egipcios tienen confianza en sus soldados, pues no han disparado contra los manifestantes en la plaza Tahrir. Pero algunas voces se elevan, entre los obreros, los asalariados, los artistas y los estudiantes, para denunciar al Consejo Supremo de las fuerzas armadas.

Considerado como un vestigio del antiguo régimen, este estado mayor tarda en efecto en liberar a todos los militantes presos bajo el reino de Mubarak, presiona a los huelguistas para que vuelvan al trabajo, prohíbe al acceso a los lugares en huelga a los periodistas, bloquea la carretera hacia Gaza e inunda de SMSs los móviles de todos los egipcios, exhortándoles a permanecer en calma y a volver al trabajo.

Pues las fuerzas armadas egipcias, que pueden utilizar a su conveniencia todas las redes de comunicación, privadas o públicas, tanto Vodafone como Mobinil, se comportan como un gobierno militar. Con el pretexto de asegurar la seguridad en la ciudad, el toque de queda es mantenido y el estado de urgencia, en vigor desde hace casi 30 años, sigue sin ser levantado. Por otra parte, respecto a lo de la protección de la ciudad, son esencialmente los bancos, la bolsa, la embajada americana, el parlamento y la sede de la televisión pública lo que protegen los tanques. En Chobra, por ejemplo, un barrio del norte de El Cairo, ningún tanque ha venido a proteger una iglesia que desde hace tres días está amenazada de ser quemada por musulmanes, con el pretexto de que un joven cristiano habría quemado el Corán en la calle. Los coptos deben pues apañárselas solos para asegurar su propia protección.

«Militares, atención, se os vigila» El viernes pasado, durante la manifestación que en principio celebraba la victoria -supervisada por el ejército que había montado controles un poco por toda la ciudad- algunos contestatarios señalaban aún con el dedo a los militares. «Ni soñar con que nos roben nuestra revolución como en 1952», exclamaba Ahmed Elkoussy que, con una cincuentena de asalariados de su almacén de artes gráficas, enarbolaba pancartas con «La revolución no ha terminado», «Militares atención, os vigilamos». Un poco más lejos, al pié del podio, un hombre exhibía las heridas recién cicatrizadas: «es el ejército, es el ejército el que me ha hecho esto, ¡hace unos días a penas!, antes de ser llevado sin contemplaciones por un oficial, lejos de los periodistas.

Pues el ejército está nervioso. Los oficiales no quieren que se fotografíen los tanques, tampoco quieren responder a las preguntas. El viernes por la noche, después de la manifestación, mientras los jóvenes de los barrios populares permanecían en la plaza Tahrir, los de los medios más acomodados llevaban su manifestación cincuenta metros más lejos, a la plaza Talaat Harb. Resultado: dos ambientes completamente diferentes. En Talaat Harb, los militares han dejado a los jóvenes estar de fiesta toda la noche, proyectar videoclips, etc. En Tahrir, imposible entrar en la plaza, bloqueada por un tanque. El ejército había incluso llamado a las fuerzas especiales, unidad antiterrorista, y había requisado un hotel vacío de la plaza, el Cleopatra, para hacer de él un centro de mando improvisado. «No os diremos lo que se hace ahí», decía lacónicamente un soldado, colocado a la entrada del edificio, cuyos accesos estaban igualmente prohibidos. Así pues, para los jóvenes de los barrios populares, toque de queda y vigilancia estrecha.

Huelgas prohibidas Para los trabajadores también. En Mahallah, por ejemplo, una de los mayores complejos industriales del Medio Oriente, donde los 24.000 obreros de la fábrica textil estaban en huelga durante cinco días hasta el sábado, era imposible acercarse a la fábrica; los militares habían cortado la circulación. Pues las huelgas dan miedo a los militares. No han olvidado que fue en Mahallah donde comenzó el movimiento de huelga general del 6 de abril de 2008, del que salió directamente la coalición que llamó a manifestarse, el 25 de enero pasado, provocando la partida del rais. A fin de apaciguar la situación, las fuerzas armadas han acabado pues por ceder a las reivindicaciones de los obreros y han despedido a toda la antigua dirección de la fábrica, corrompida y demasiado ligada al antiguo régimen. El Consejo Supremo ha prometido igualmente poner en pie, de aquí a seis meses, un salario mínimo de 1.200 libras, para todos los trabajadores de Egipto y mejorar el seguro de salud, los transportes públicos, etc. Y para evitar el contagio, que había ganado ya a varios sectores como los bancos, los hospitales y la construcción, las fuerzas armadas han enviado dos SMSs, la noche del lunes al martes. El mensaje es claro: «Por razones de seguridad nacional, todas las personas que participen en manifestaciones o acciones que no estén expresamente autorizadas por el ejército serán detenidas». Pero cuando escribimos estas líneas, un millar de personas se manifiestan en la plaza Tahrir contra el gobierno militar.

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Traducción de Faustino Eguberri