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Los países que pidieron la intervención quieren que la ONU de vía libre al despliegue

El embrollo de la guerra en Libia

Fuentes: Periódico Diagonal

Con la guerra estancada en un continuo vaivén de avances y retrocesos en los frentes de batalla y las primeras noticias confirmadas (lo de confirmar la noticia parece que sólo se aplica a uno de los bandos) de víctimas civiles o amigas, como consecuencia de los bombardeos de la OTAN, las dudas y hasta diría […]

Con la guerra estancada en un continuo vaivén de avances y retrocesos en los frentes de batalla y las primeras noticias confirmadas (lo de confirmar la noticia parece que sólo se aplica a uno de los bandos) de víctimas civiles o amigas, como consecuencia de los bombardeos de la OTAN, las dudas y hasta diría que una cierta perplejidad parecen ensombrecer el ánimo de los abanderados de la intervención militar en Libia. Porque lo que se presentó como una operación quirúrgica, rápida e indolora está a punto de convertirse en una guerra de desgaste de resultado incierto o al menos no demasiado satisfactorio.

Lo sorprendente es que tal posibilidad, al parecer, no estaba prevista, aunque cualquier observador medianamente informado la hubiera considerado más que posible, probable. Quizá lo que ocurre es que tendemos a sobrevalorar la capacidad de control de quienes pretenden controlar la marcha del mundo. Y a olvidar que la realidad rara vez se ajusta a los esquemas que pretenden no sólo explicarla sino dirigirla.

¿A donde nos llevará esto? ¿A quiénes estamos apoyando? ¿Será Libia un nuevo Afganistán, un nuevo Iraq o peor aún una nueva Somalia? Preguntas como estas se hacen ya explícitamente en los círculos de poder de Washington, Londres y París, con la desfachatez de los que saben que siempre pueden dictar las reglas del juego.

El caso es que ahora todo se enreda y afloran preguntas tan significativas como las respuestas que empiezan a perfilarse. Una: los gobiernos de Londres y París plantean la necesidad de una nueva resolución de la ONU que permita el despliegue de tropas terrestres en Libia. Otra: el Gobierno de Londres declara que uno de los objetivos «legítimos» de la intervención es derrocar a Gadafi. Francia lo suscribe. Estados Unidos lo desmiente.

Otra: el presidente Obama da luz verde a operaciones encubiertas de la CIA que como son encubiertas no sabemos en que consisten: ¿Asesinar a Gadafi? ¿Negociar bajo cuerda con Gadafi? ¿Armar bajo cuerda a los rebeldes? ¿Liquidar a hipotéticos elementos de Al Qaeda en el campo rebelde? ¿Todo eso y algo más?… Pero no se alarmen que todo eso y algo más si se hace se hará por razones humanitarias. ¿O no?

Llegados a este punto conviene aclarar que el rechazo a la intervención militar y el cuestionamiento de las auténticas razones por las que el presidente francés, Nicolás Sarkozy, y su homólogo inglés David Cameron la impulsaron, no implica suscribir la idea de un complot pergeñado desde el inicio por las potencias occidentales para hacerse con el control del petróleo libio. Ese planteamiento que menosprecia las razones de la revuelta y reduce el papel de los sublevados a meros instrumentos de poderes foráneos me parece un tanto racista. Además de erróneo. En realidad, el petróleo estaba bien asegurado con Gadafi quien, por añadidura, a modo de propina, se ofrecía y actuaba como garante de la «guerra contra el terror» tan cara a los estrategas de Washington y sus aliados. Gadafi no era un peligro ni para el control del petróleo ni para los negocios bilaterales y familiares, ni para los intereses estratégicos en la zona.

Era más bien su garantía. Pero las garantías dejan de tener valor cuando ya no pueden garantizar nada. Y Gadafi dejó de tener valor cuando la marea de insurrecciones ciudadanas que habían triunfado en Túnez y en Egipto llegó a Libia.

A diferencia de sus vecinos, la miseria no fue desencadenante de la revuelta, al régimen le sobraban recursos para subvencionar las necesidades básicas de una exigua población de apenas cinco millones de personas, pero ¿quién dice que es sólo el hambre lo que impulsa a la gente a rebelarse? Si así fuera medio mundo estaría en pie de guerra. En Libia no había hambre pero sí humillación, represión feroz, corrupción, brutalidad cotidiana y, por supuesto, ansias de libertad. En una cárcel se come todos los días y se tiene asegurado el cobijo de un techo pero, ¿quién quiere vivir en una cárcel?

Alentada por el triunfo de los levantamientos vecinos la rebelión llegó a Libia casi por sorpresa, como un estallido de euforia libertaria, entusiasta, caótica. Y se estancó en Libia. La brutalidad de Gadafi con el añadido de su incontinencia verborréica puso el resto. No hay respuesta simple al dilema moral tal como fue planteado: o frenar con las bombas la acción criminal de Gadafi o permitir que aplaste a los rebeldes. O intervención militar o matanza. El bien contra el mal nítidamente perfilados. Demasiado nítido para ser verdad. El dilema tal como fue planteado buscaba una única respuesta: la intervención militar.

De modo que la revuelta devenida en guerra civil, ha abierto la brecha por la que las viejas potencias coloniales tratan de colarse de nuevo y recuperar su viejo papel en la zona. Por mucho que se cuente con la luz verde del Consejo de Seguridad, se actúe bajo mando de la OTAN, sean misiles y bombarderos estadounidenses los que llevan el peso de la operación y hasta se haya conseguido el respaldo de algún país árabe, por lo demás muy poco edificante en cuanto a valores democráticos y respeto a los derechos humanos, la intervención militar en Libia ha sido la apuesta de Francia y Reino Unido.

El problema es que las cosas no están saliendo como debían. O como se quería que saliesen. Suele pasar. La realidad rara vez se ajusta a los deseos. Tampoco a los esquemas en los que todo cuadra. Y ahora el dilema ya no es moral sino estratégico. Y no es de extrañar que en algún despacho de Washington alguien se esté preguntando. ¿Pero por qué nos hemos metido en este embrollo? Con lo cómodos que estábamos con Gadafi.

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/El-embrollo-de-la-guerra-en-Libia.html