Recomiendo:
0

El encaje imposible de la Catalunya independiente en la Unión Europea

Fuentes: El Salto

Los autonomistas regionales, no sólo en Catalunya sino también, por ejemplo, en Escocia, creen a veces que, habiendo ganado la soberanía, ellos deberían y podrían convertirse en Estados miembros de la UE. Esto sólo muestra que malinterpretan de forma fundamental lo que es la UE.

Europa está mirando a España estos días. ¿Se separará el país, el Estado español? Poca gente se siente capaz de formarse un punto de vista sobre quién tiene razón y quién no, y cuál sería una solución si es que hubiera alguna. Desde una perspectiva desde fuera, uno está tentado a señalar que apenas ningún estado-nación moderno, en Europa o en otro sitio, es homogéneo étnica o lingüísticamente, y ninguno fue conformado sin conflicto, a menudo violento.

Una de las razones por las que el sistema de estados de Europa occidental ha sido comparativamente estable desde el final de la II Guerra Mundial es que sus gobiernos han aprendido, a través de una experiencia amarga, lo que se puede llamar el arte del federalismo: de la descentralización del poder y la delegación del gobierno, haciendo innecesario que las fronteras de los Estados y las naciones sean coincidentes.

El federalismo, no obstante, no es fácil. Presenta grandes exigencias a la integridad del gobierno nacional y a la sabiduría de aquellos con poder sobre la constitución nacional. El centro debe ser digno de confianza, lo que entre otras cosas significa que no puede ser considerado como favorable a una comunidad étnica concreta. Desde una perspectiva socialista, debe haber también suficiente espacio para la experimentación local con instituciones localmente adaptadas y receptivas capaces de aumentar la democracia y contener el capitalismo.

Al menos tan importante es la constitución fiscal de un país: cuánta solidaridad deben las regiones más fuertes a las más débiles y al país como un todo. La mayor parte de la gente está dispuesta a compartir -pero deben confiar en que su contribución no es desaprovechada o absorbida por la corrupción-.

 

Algunos ejemplos pueden ser útiles. Suiza tiene probablemente la experiencia más amplia con el federalismo: con autonomía regional y local por un lado y moderación del gobierno central -así como integridad y profesionalidad- por otro. Italia negoció tras la guerra un tratado con Austria sobre un estatus especial de autonomía para Tirol del Sur que para muchos es un modelo tanto para la pacificación doméstica como internacional. Pero al dar a Alto Adigio prerrogativas denegadas a otras regiones, causa mucha insatisfacción política, especialmente desde que al área le está yendo mejor económicamente que a muchas otras partes del país.

De hecho, el separatismo regional es fuerte hoy en Italia, siendo una de las razones el sumidero de recursos nacionales en el Mezzogiorno y su condición económica deprimente y aparentemente inalterable.

Bélgica, por su parte, ya son dos países de facto, habiendo superado el conflicto étnico potencialmente perjudicial mediante una descentralización muy profunda a tres regiones en décadas de reforma institucional continua.

Respecto al Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, la «delegación» ha estado en la agenda desde los años 70 pero siempre se ha atascado. Una de las cuestiones que resultaron ser intratables fue si Inglaterra, como parte principal y dominante del país, debería tener su propia «asamblea regional», como Escocia y Gales. Esto sacó a relucir el espinoso asunto de cuál sería entonces el rol del «Parlamento de Westminster» y la monarquía.

 

En el caso español, a veces se sugiere que la UE debería mediar entre Catalunya y Madrid. Pero la UE es un artilugio de sus estados miembros y firmemente controlado por ellos (siendo ellos los «Amos de los Tratados»). Si están de acuerdo en algo, es en que esto debe permanecer así. Esto significa que la UE estará al 100% del lado del Estado-nación español, aunque sólo fuera porque algo que parezca una victoria del separatismo catalán desencadenaría inmediatamente similares demandas en otros países, no sólo en Italia sino también, lo cual es importante, en Francia.

Los autonomistas regionales, no sólo en Catalunya sino también, por ejemplo, en Escocia, creen a veces que, habiendo ganado la soberanía, ellos deberían y podrían convertirse en Estados miembros de la UE. Esto sólo muestra que malinterpretan de forma fundamental lo que es la UE.

No sólo no consiguen darse cuenta de su naturaleza como un cártel de estados-nación miembros, que nunca admitirá en su club a una región convertida en estado contra la voluntad del Estado del que se ha separado. También ven a la UE como un imperio de la libertad, un régimen internacional que ofrece cooperación pacífica, de abajo arriba, entre países asociados, o como una federación muy suave de soberanías independientes de facto.

En realidad la UE es, como todo el mundo debería y podría saber, una candidata a súper Estado centralizado, dedicada a imponer mercados libres, competencia global, una divisa fuerte y «reformas estructurales» neoliberales a sus países miembros. Llevar a cabo la difícil lucha por la soberanía nacional y después, habiéndola ganado, entregársela a Bruselas, simplemente no tiene sentido, y menos todavía si encima, como los «nacionalistas» escoceses, se adoptara el euro.

La UE de la que los autonomistas regionales de Europa esperan apoyo y a la que esperan unirse como Estados-nación soberanos no es la UE real sino un país de los sueños, uno que no sólo no existe aún, sino que nunca existirá, ciertamente no mientras las ilusiones sobre su verdadera naturaleza no se desvanezcan radicalmente.

Wolfgang Streeck es Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies

Fuente: http://www.elsaltodiario.com/carta-desde-europa/el-encaje-imposible-de-la-catalunya-independiente-en-la-union-europea