Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
1. Particiones.
La OTAN calcula mal y dispara tres veces contra los rebeldes de Bengasi. Los comandantes de la OTAN culpan a una línea de fuego confusa. Es difícil distinguir, dicen, entre rebeldes libios y soldados libios. Libia está efectivamente dividida entre oeste y este.
Gadafi sigue al mando del oeste. Su hijo, Saif-al-Islam dijo a la BBC que su familia no tiene interés en irse a Arabia Saudí, Zimbabue o Venezuela. Saif y su hermano Saadi han presentado una oferta de que su padre podría considerar la renuncia a una posición que afirma que no ocupa, mientras sus hijos puedan permanecer con algún tipo de autoridad. (Gadafi padre realizó la notable proeza de centralizar el poder en nombre de la descentralización). Al parecer el ex congresista de EE.UU. Curt Weldon dijo a Gadafi que le podría nombrar presidente honorario de la Unión Africana y se podría permitir que sus hijos fueran candidatos en una futura elección libia. Los rebeldes de Bengasi están horrorizados. No es lo que esperaban.
El propósito de la intervención humanitaria era más grandioso. Imaginad si Richard Holbrooke hubiera ido donde Milosevic y permitido que Mirjana Markovic (la esposa de Slobodan) se presentara a las elecciones (resulta que Mirjana ahora es líder de la Izquierda Yugoslava, que se presenta a las elecciones serbias). Gadafi utilizó dinero del petróleo libio para financiar a la Unión Africana (ese dinero pagado para la construcción de casas para los dirigentes africanos que asistieron a la cumbre de Lusaka de 2001). Podrían tolerarlo en su capacidad honoraria, aunque sería un desastre para cualquier potencial que siga subsistiendo en la Unión Africana.
Dentro de la familia Gadafi las tensiones hierven. Mutassim, Hannibal y Khamis prefieren las armas, y sus historias cargadas de testosterona no calzan con el tono más conciliador de Saif y Saadi (la conciliación de Saif es hacia Europa y EE.UU., no hacia su propio pueblo, como demostró en su discurso del 20 de febrero).
El lento avance de la rebelión es causa de discordia en la dirigencia rebelde. Los tres principales comandantes militares rebeldes no se llevan bien: Khalifa Hefter, quien abandonó Vienna, Virginia, para ir a Bengasi, no está de acuerdo con el ex ministro del interior, el general Abdul Fattah Younis, ni con Omar el-Hariri. Dos de los dirigentes políticos rebeldes, Mahmoud Jibril (quien trabajó estrechamente con Said-al-Islam en la privatización de Libia) y Ali Essawi (ex embajador en India) permanecen en Europa, buscando apoyo para su Consejo. Pero los desacuerdos se generalizan, y la estrategia inicial para la negociación en Trípoli no le gusta a nadie. Jibril y Hefter tenían grandiosos objetivos, pero no tan grandiosos como los de la comunidad de los derechos humanos.
La rebelión estalló el 15 de febrero, cuando el gobierno libio arrestó al abogado de 39 años Fateh Terbil. Terbil fue liberado, pero no está en la primera línea de los responsables de las decisiones. La gente como Terbil está marginada. Lo más cercano un representante de esa línea es Ahmed Sadik El Gehani, ex consultor legal del gobierno de Gadafi, que ahora está ocupado redactando una Constitución para la nueva Libia. Las negociaciones con el régimen de Gadafi, y su familia, tampoco les gustan. Pero ante el punto muerto militar la alternativa razonable es iniciar negociaciones con Trípoli para un acuerdo a través de mediadores o declarar la formación de Libia Oriental, un nuevo país. En ese caso, Egipto tendría que reconocerlo inmediatamente. Lo mismo vale para Turquía. Son la clave.
Las tierras petrolíferas se encuentran en la frontera entre las dos partes del país, cerca de las arenas movedizas de la línea de fuego, entre Ras Lanuf y Brega. Si hay una partición o un acuerdo a través de intermediarios, será necesario llegar a un entendimiento sobre la estabilidad de oleoductos y gasoductos y sobre la repartición de los beneficios entre este y oeste. Son temas problemáticos, y no se ven en el horizonte de ninguno de los lados del país.
2. Democracia.
Hace algunos años, un amigo mío estaba sentado con E. P. Thompson, el historiador marxista. Mi amigo, Dilip Simeon (que tiene una hermosa nueva novela llamada Revolution Highway), lamentaba los límites de la «democracia burguesa». Edward Thompson, según Dilip, le pidió que dejara de usar la palabra «burguesa» después de «democracia». Le causaba dolor de cabeza a Edward Thompson. La frase ofendía a la democracia.
Es difícil predecir el impacto de eventos revolucionarios.
La contrarrevolución aplastó las revueltas de 1848, pero no pudo romper su espíritu ni su dinámica. La cultura del feudalismo pereció como secuela, rota por el ascenso de nuevas identidades sociales. «Nuestra época, la época de la democracia, se abre», escribió Federico Engels en febrero de 1848. Un trabajador, pistola en mano, entró a la Cámara de Diputados francesa y dijo: «No más diputados, somos los amos». La contrarrevolución fue feroz. «La burguesía, plenamente consciente de lo que está haciendo, libra una guerra de exterminio contra ellos», señaló Marx. A pesar de todo, 1848 abrió un nuevo horizonte social, contra esclavitud y sometimiento, y un punto medio de lucha entre la promesa de una revolución anterior (1789) y la posibilidad de una ulterior (la Comuna de París de 1871). Europa no pudo volver a su época del látigo y las pelucas empolvadas. Ese tiempo había terminado.
Otras tantas revoluciones han tenido un impacto similar, rompiendo la marcha de formas más antiguas de claustrofobia social, sin inaugurar de inmediato nuevas formas de libertad social. Las de 1905 y 1917 de Rusia fortalecieron la voluntad de movimientos anticoloniales. Gandhi, entonces abogado en Sudáfrica, escribió sobre la Revolución Rusa de 1905: «La agitación actual en Rusia contiene una gran lección para nosotros. Los trabajadores rusos y todos los demás sirvientes declararon una huelga general y detuvieron todo trabajo», y «está fuera de las posibilidades, incluso del Zar de Rusia, obligar a los huelguistas a volver con las puntas de las bayonetas. Porque incluso los poderosos no pueden gobernar sin la cooperación de los gobernados.» Si los obreros y campesinos rusos podían declararse en huelga contra sus autócratas, así podían hacerlo los indios e indonesios, los sudafricanos y los persas. La idea de no cooperación de Gandhi llegó a través de San Petersburgo.
El proyecto de los movimientos de liberación nacional del Tercer Mundo emergió con la cabeza en alto en los años veinte y luego desapareció derrotado de la escena de la historia en los años ochenta. Y sin embargo, también en este caso, se destruyó un legado de arbitrariedad colonial cuando los países comprometidos con el proyecto trataron de corregir problemas que pensaban que sólo ellos podían enfrentar (siguiendo estas líneas, Fanon escribió en 1961: «El Tercer Mundo actual se enfrenta a Europa como una masa colosal cuyo proyecto debe ser el intento de resolver los problemas para los cuales Europa no ha sido capaz de encontrar las respuestas»). Las tasas de desigualdad en el Sur Global contradicen cualquier éxito de este proyecto, y sin embargo es un formidable ejemplo de la era del Tercer Mundo que ofrece sustento a tantas luchas que germinan en el Sur.
Más cerca de nuestro tiempo, los levantamientos globales de 1968 de Tokio a Ciudad de México, de París a Karachi, puediera parecer que no tuvieron mucho impacto. Los sueños revolucionarios de trabajadores y estudiantes quedaron desbaratados al borde del camino mientras los jóvenes entregaban sus consignas y su inconformismo atraídos por su prosperidad personal. Y sin embargo, el impacto social y político de 1968 es formidable, y el nuevo horizonte establecido en las relaciones de género y de raza no es el menos importante. Muchos de la generación del 68 podrán haber emigrado al mundo de las corporaciones, y ése fue el gran límite de esa revuelta, pero a pesar de todo no han podido dar marcha atrás en los nuevos compromisos de igualdad social.
Túnez y Egipto planean elecciones en este año. Hay un cambio social importante en el mundo árabe. De las numerosas lecciones que tenemos que sacar del experimento de la URSS y de los intentos de los Estados de liberación nacional es que juzgaron mal la importancia de las ansias democráticas y de las instituciones democráticas. Gadafi ciertamente suministró pagos de transferencia de la riqueza del petróleo a la población libia, de modo que la gente en el país goza de altos indicadores de desarrollo humano (durante los últimos diez años, sin embargo, esos pagos han disminuido). Pero semejantes pagos no representan un sustituto de la dignidad social y política, como descubren los emires del Golfo en sus poblaciones inquietas. Las elecciones no son una panacea, pero establecen un nuevo fundamento. Las demandas aumentarán. Nuevas formas de participación popular, nuevos espacios públicos, nuevos sueños democráticos que exceden de lejos las limitaciones rancias del neoliberalismo.
El resultado en Libia no está claro. El general del AFRICOM, Carter Ham, dice ahora que incluso a pesar de que las tropas terrestres de EE.UU. no serían una situación ideal en Libia, podrían ser la única manera de ayudar a los rebeldes. Un conflicto militar prolongado de este tipo beneficiaría a la contrarrevolución, ya que debilitaría la mano de los que buscan un camino político hacia adelante, basado en los nuevos horizontes sociales creados por los levantamientos. Ante el impasse, los que solo conocen la guerra quieren más guerra. Otros buscan un alto el fuego, negociaciones y un camino basándose en lo que se ha logrado, que es considerable.
Los países árabes no volverán a ser los mismos.
Vijay Prashad es catedrático de Historia del sur de Asia y director de Estudios Internacionales del Trinity College de Hartford, EE.UU. Su libro más reciente, titulado The Darker Nations: A People’s History of the Third World, ganó el premio Muzafar Ahmad de 2009. Las ediciones sueca y francesa acaban de aparecer. Para contactos: [email protected]
Fuente: http://www.counterpunch.org/
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