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El establishment imperial contra Trump

Fuentes: Rebelión

Como ocurre tantas veces, el humo no deja ver el fuego y los ruidos apagan las voces. Tal ocurre con la feroz campaña en marcha contra Donald Trump, presentado acá y acullá como poco menos que émulo de Hitler. Humo y ruido ha hecho obviar una pregunta básica para vislumbrar lo que pasa: ¿por qué […]

Como ocurre tantas veces, el humo no deja ver el fuego y los ruidos apagan las voces. Tal ocurre con la feroz campaña en marcha contra Donald Trump, presentado acá y acullá como poco menos que émulo de Hitler. Humo y ruido ha hecho obviar una pregunta básica para vislumbrar lo que pasa: ¿por qué el establishment vinculado al Partido Demócrata y sectores aledaños mantienen una campaña tan implacable contra el recién electo presidente? Aunque no hay antecedentes de nada similar en la historia de EEUU, la campaña anti-Trump se quiere justificar con memeces, como el malhadado muro con México -tema viejo- o los contactos -reales y ficticios- de personas próximas a Trump con funcionarios rusos. De hecho, varios colaboradores de Trump se reunieron con oficiales de, al menos, una docena de países, dentro de la práctica común, en todo el mundo, de realizar los gobernantes electos contactos con países que interesan. Más sorprendente aún al saberse que también colaboradores de Hillary Clinton se vieron con el embajador ruso. Nadie mencionó tales reuniones. Carentes de elementos para explicar la anomalía, los análisis se han reducido a apalear a Trump, sin indagar explicaciones.

Esas otras explicaciones existen, pero las visiones simplistas han reducido la situación de EEUU -y de sus políticas externas- a una lid caricaturesca de buenos y malos, con Donald Trump en el papel de villano y a sus detractores demócratas como los buenos. Pero las políticas de poder no son juegos malabares, ni temas que se expliquen con frivolidades. La causa de la guerra contra Trump puede ser esta: Trump ha provocado -quizás sin querer y sin saber- un conflicto entre dos modos de entender el imperialismo estadounidense y sobre cómo lograr que prevalezca sobre los desafíos planteados por el resurgimiento de Rusia y el creciente poder económico, comercial, industrial y militar de China. Sería ésa y no otra la cuestión que las élites dominantes de EEUU estarían dirimiendo, ya que Trump -un político advenedizo- amenaza cambiar fundamentos esenciales de lo que, hasta su victoria electoral, era una estrategia imperial consensuada, que se venía aplicando sin sobresaltos desde el suicidio de la URSS, en 1991. Para situarnos en el tema es preciso recordar que, desde los años 90 del pasado -y aún presente- siglo XX, el establishment estadounidense se ha volcado en políticas dirigidas a imponer la hegemonía mundial de EEUU, para aprovechar el enorme vacío de poder dejado por la Unión Soviética. En 1997, se formó un grupo de presión estadounidense denominado Project For a New American Century (PNAC), cuyo propósito era definir la estrategia para garantizar la supremacía de EEUU en el nuevo siglo. La cúpula del PNAC la formaban destacados políticos republicanos como Dick Cheney y Paul Wolfowitz -promotores años después de la invasión criminal de Iraq- y teóricos de extrema derecha como Robert Kagan. El documento del PNAC, a su vez, se basaba en uno del Departamento de Defensa, de 1992, titulado Draft Defence Policy Guidance -DDPG-, o «Guía para la Planificación de la Defensa», sobre cómo reestructurar el mundo tras la inmolación de la superpotencia soviética. Años después, destacados miembros del PNAC formaron parte del gobierno de George W. Bush, logrando que sus sueños de dominio mundial se hicieran parte esencial de la política de EEUU. Esa política fue defendida por Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad nacional con James Carter, y quien fue llamado «el hombre detrás de la política exterior de Obama».

En la misma línea del PNAC, en mayo de 2016 se hizo público un documento titulado «Extending American Power», elaborado por otro influyente think tank, el Center for a New American Security (CNAS), dirigido por James P. Rubin, ex secretario asistente del Departamento de Estado con Bill Clinton, y por el omnipresente Robert Kagan, ya ex asesor de George W. Bush. Kagan y Rubin encabezaron un equipo, multidisciplinar y bipartidista, con el objetivo de fijar líneas políticas que, desde «un nuevo consenso bipartidista», garantizaran y prolongaran la hegemonía total de EEUU en el mundo.

Lo relevante del documento en cuestión es que fija unos «supuestos fundamentales» que, en opinión del CNAS, debían ser adoptados por el gobierno que saliera de las elecciones de noviembre de 2016, si EEUU quería renovar y extender su hegemonía mundial. Partiendo de que los rivales a batir eran China, Rusia e Irán, el documento marcaba los pasos a seguir para enfrentar los desafíos planteados por estos tres países. Según el CNAS, esos pasos fundamentales debían ser los siguientes:

1.- EEUU debe mantener su presencia en los océanos Atlántico y Pacífico, aunque en el Pacífico es donde está su mayor desafío: China. Para enfrentar a la potencia asiática, EEUU debe aprobar el TTP, pues la aprobación de este acuerdo «será una señal de la renovada determinación de EEUU de mantener sus compromisos en Asia oriental, tanto política como estratégica y económicamente… si no se aprueba el TPP se enviará un mensaje a Asia y al mundo de que EEUU está demasiado dividido internamente y no le interesa» un acuerdo comercial tan ventajoso. En caso de fracasar, China tendría una mano mucho más libre para escribir las reglas económicas en Asia». «EEUU tiene seguramente las capacidades -militares, económicas y diplomáticas- para responder al nuevo e inaudito desafío de una creciente y cada vez más firme China. Pero los aliados y amigos asiáticos temen que Washington no tenga voluntad de responder. Ahora debe demostrarlo nuevamente.»

2.- Sobre Europa, el CNAS afirma que «históricamente, la mayor parte de los logros de la política exterior estadounidense se han llevado a cabo en asociación con nuestros aliados más cercanos en Europa». En el presente, Europa está «estratégicamente… amenazada por la creciente ambición de Rusia». «Para proporcionar seguridad a los aliados de EEUU y también para disuadir los esfuerzos de Rusia… [EEUU debe] establecer una presencia más sólida» de sus fuerzas armadas, «que debería incluir una mezcla de fuerzas estacionadas permanentemente, fuerzas de despliegue rotativo, equipo pre-posicionado, acuerdos de acceso y un calendario más vigoroso de entrenamiento y ejercicios militares».

3. El fortalecimiento de la influencia de EEUU en Europa hace «esencial que el TTIP sea negociado y aprobado exitosamente tanto por el Congreso de EEUU como por la Unión Europea». «El próximo presidente, en lugar de considerar el TTIP como uno de los temas «difíciles» que debería ser postergado, tiene que convertirlo en una prioridad del Gobierno y del Congreso desde un principio».

4. Respecto a Siria, el CNAS propone que «EEUU, junto a Francia y otros aliados, debe emplear la potencia militar necesaria, incluida una zona de exclusión aérea debidamente diseñada, para crear un espacio seguro en el que los sirios puedan trasladarse sin miedo de ser asesinados por las fuerzas de Assad y donde las milicias de oposición moderadas puedan armarse, entrenarse y organizarse. EEUU puede encabezar la asistencia y protección necesarias para este espacio seguro, de la misma manera que lo hizo con los kurdos en el norte de Irak después de la primera guerra del Golfo». Todo ello dirigido a derrocar al régimen de Bashar el Asad y establecer un «gobierno amigo» de EEUU.

No existen contradicciones entre el documento del CNAS de 2016 y el documento del PNAC de 1997, reflejo del consenso general en las élites gobernantes para sostener la supremacía mundial de EEUU. Un guión seguido disciplinadamente por los gobiernos de Bill Clinton, George W. Bush y Barack H. Obama. Si Hillary Clinton hubiera ganado en 2016, este guión se habría seguido aplicando y habría una presidencia plácida. No fue así. El guión de las élites dominantes se agrieta con la inesperada victoria de Donald Trump, un ‘outsider’ salido del extrarradio republicano y sin ningún bagaje ni vínculo con esas élites. Trump, durante su campaña electoral, no ocultó sus simpatías por Putin ni su deseo de alcanzar acuerdos con Rusia. Acuerdos en Europa («Crimea no vale una guerra nuclear»), que incluyan el fin de las sanciones por tal tema; y sobre Siria, para combatir al terrorismo islamista junto a Rusia («el Estado Islámico lo creó Obama»). Trump, además, declaró la guerra a los tratados de libre comercio, siendo el TTP el primero en ser tumbado, suerte que seguirá el TTIP. De esa forma, Trump rompía las mandíbulas geoestratégicas diseñadas para atenazar al continente euroasiático. Porque TTP y TTIP usaban el comercio como medio de apuntalar un orden geopolítico dominado por EEUU. Eran arietes para arrinconar a Rusia -el TTIP- y a China -el TTP.

Los motivos reales de la guerra mediática, política y legal contra Trump no serían la defensa de los inmigrantes ilegales (¿cuándo han importado realmente?); mucho menos el manoseado muro con México (a Bill Clinton le corresponde la medalla en ese tema). No obstante, inmigrantes y muro tienen la carga emocional suficiente para servir de tapadera a lo que serían el motivo real: impedir que Trump demuela el consenso imperial vigente desde los años 90 del siglo XX. No es una pelea de buenos y malos, porque en ella no hay buenos. Trump, simplemente, estaría pagando el precio de romper ese consenso y querer imponer un imperialismo de viejo cuño, basado esencialmente en la supremacía militar, similar a la de Theodore Roosevelt, a principios del siglo XX.

No obstante, lo que más animadversión despertaría es su idea de acuerdos con Rusia. La doctrina imperial de EEUU, desde 1992, se basa en la idea de impedir el resurgimiento de una superpotencia en Eurasia, que pueda disputar la supremacía mundial de EEUU. Eso explicaría por qué el grueso de los tiros han sido dirigidos contra los colaboradores de Trump sospechosos de ‘rusofilia’. Con una carambola: liquidando políticamente a esos colaboradores, se arrinconaba a Trump y se le obligaba a recular en sus planes de acercamiento a Rusia. La razón de todo ello está en los documentos citados y en muchos otros, con una razón de fondo: EEUU necesita que el peón Europa contenga a Rusia para tener manos libres con China, pues EEUU no podría con Rusia y China a la vez. El documento del CNAS lo dice diplomáticamente: «Si los dos lados del Atlántico esperan compartir la responsabilidad de defender el orden mundial liberal, deberían tener… una comprensión común de lo que ello conlleva». Vaya, que los europeítos deben asumir que, si EEUU dice que deben ir a la guerra, a la guerra deben ir. Para colmo, Trump ha apoyado eufóricamente el ‘brexit’, aunque para el CNAS, «un Reino Unido fuerte en una Europa fuerte es un interés estadounidense dominante». Si insiste en sus ideas, Trump podría tener su ‘Maidán’. Que EEUU no será cobaya de un advenedizo. En fin.

Augusto Zamora R. es autor de Política y geopolítica para rebeldes, irreverentes y escépticos, Akal, 2016.