En abril de este año, la Casa Blanca empezó a experimentar con un enfoque diplomático hacia Venezuela, después de haber recibido un rechazo regional contra las sanciones económicas que impuso al país el 9 de marzo. Como he mencionado en mis columnas anteriores, esto incluyó una reunión sin precedentes, en abril, entre el presidente Obama […]
En abril de este año, la Casa Blanca empezó a experimentar con un enfoque diplomático hacia Venezuela, después de haber recibido un rechazo regional contra las sanciones económicas que impuso al país el 9 de marzo. Como he mencionado en mis columnas anteriores, esto incluyó una reunión sin precedentes, en abril, entre el presidente Obama y el presidente Maduro durante la Cumbre de las Américas; el envío de un diplomático de alto rango (Thomas Shannon) para reunirse con autoridades venezolanas; y la renuncia a la retórica hostil en contra del gobierno de Venezuela, quizá por el periodo más largo en catorce años. Estas eran señales positivas, e indudablemente estaban relacionadas con el inicio de la normalización de relaciones con Cuba, el que culminó con la apertura de embajadas en la Habana y en Washington, el 20 de julio.
Sin embargo, últimamente existen preocupantes indicios de que la Casa Blanca no tome en serio la normalización de las relaciones con Venezuela, como sí lo hace con las de Cuba.
Uno de esos indicios ha sido las recientes declaraciones del secretario de Estado, John Kerry, y del portavoz del Departamento de Estado pidiendo «una observación electoral creíble y oportuna» para las elecciones venezolanas a la Asamblea Nacional en diciembre. Aunque el Departamento de Estado no ha explicado qué entiende por «creíble y oportuna», las declaraciones coinciden directamente con un gran trabajo de lobby por parte de la oposición venezolana para que la Organización de Estados Americanos (OEA) envíe a una misión de observadores. Como apunté meses atrás, en junio había señales provenientes de los círculos de política exterior de la línea más dura de la derecha en Washington de que esto iría a formar parte de un intento para deslegitimar las elecciones. Ahora Kerry parece estar preparado para adoptar esta postura; y si lo hace, toda la región lo verá como una jugada muy hostil, y con razón. Para entender esto, uno ha de saber el papel que la OEA ha jugado en las elecciones en países donde Washington ha promovido un cambio de régimen, o donde se ha decidido a favor o en contra de un candidato en particular.
En el 2000, los observadores de elecciones de la OEA aprobaron, en un inicio, los resultados de las elecciones presidenciales y parlamentarias de Haití. Luego, cambiaron su posición en respuesta a la presión proveniente de Estados Unidos. La prensa haitiana e internacional utilizó después este resultado para deslegitimar al gobierno democráticamente electo en Haití. Estados Unidos y sus aliados cortaron la ayuda al gobierno; y ya que Haití es extremadamente pobre, tanto los esfuerzos por destruir su economía, así cómo los de estabilización, lograron derrocar al gobierno en 2004. Miles de personas fueron asesinadas durante y después del golpe, mientras que hasta el día de hoy Haití sigue estando ocupado por las tropas de la ONU.
En 2011, y una vez más en Haití, la OEA colaboró con Estados Unidos en hacer algo que nunca antes se había hecho en la historia de la supervisión de elecciones: anuló de facto los resultados de la primera ronda de las elecciones presidenciales de Haití. Normalmente, si unas elecciones tienen deficiencias, hay un recuento de votos; si eso no es suficiente para determinar al ganador, las elecciones se vuelven a realizar. Las autoridades de monitoreo electoral jamás deciden simplemente revertir los resultados sin tener un recuento o sin alguna prueba estadística. Y, sin embargo, esto es lo que hizo la OEA, mientras que funcionarios estadounidenses amenazaron a Haití -todavía tambaleándose por la devastación del terrible terremoto de 2010- con cortarles la ayuda humanitaria si no aceptaban al candidato preferido de la OEA (es decir, de Washington). (Apenas el mes pasado, la OEA puso su sello de aprobación a la primera elección que se celebraba en Haití desde 2011, a pesar de que casi un cuarto de las papeletas de votación nunca se contaron).
Ahora es probable que usted piense que Washington puede hacer cualquier cosa en Haití porque Haití es pobre y negro, y el extendido racismo le da licencia para hacerlo. Y es cierto; pero otros países también son vulnerables. No olvidemos que Washington también ha logrado distorsionar enormemente la realidad de Venezuela, y en el momento del golpe de 2002, logró conseguir que la mayor parte de la prensa internacional le dijera al mundo que no fue un golpe de Estado en lo absoluto; y que Estados Unidos no tuvo nada que ver con ello. Este último mito persiste en los principales medios de comunicación, a pesar de las numerosas pruebas documentadas, incluyendo un informe del Inspector General del Departamento de Estado que demuestra que EE.UU. financió a grupos involucrados en el golpe de Estado, inclusive a través de la Fundación Nacional para la Democracia (NED, por sus siglas en inglés). Desde 2012, la NED ha aumentado su financiación en Venezuela en un 80 por ciento.
La posición de Kerry también es muy preocupante, porque no tiene ninguna razón legítima para exigir dicho monitoreo electoral. A diferencia de la elección presidencial del 2000 en Estados Unidos, o de la de México en 2006, nunca ha habido una elección en Venezuela en la que exista dudas sobre los resultados. En 2013, Estados Unidos se aisló al ser el único gobierno en el mundo que se negó a reconocer los resultados de las elecciones en Venezuela, exigiendo un «recuento total». Sin embargo, el recuento que se hizo fue tan grande, que la probabilidad estadística de obtener los resultados oficiales, si la elección hubiese sido robada, era menor a uno en 25.000 billones. (Eventualmente, Washington cedió a la presión del resto de la región y reconoció los resultados).
Teniendo en cuenta esta reciente historia y su contexto, las declaraciones de Kerry no son sólo un insulto, sino una suerte de amenaza.
El otro indicio inquietante de la Casa Blanca es el nombramiento, por parte del presidente Obama, de Marcos Feierstein para el cargo de director principal para Asuntos del Hemisferio Occidental en el Consejo de Seguridad Nacional. Feierstein tiene una larga historia de participación en las labores destinadas a cambiar regímenes en América Latina, que se remonta a los sandinistas en la era Reagan-Bush (George H.W.) en Nicaragua. Ha trabajado en contra del gobierno venezolano; y como un alto functionario de USAID, presidió una importante operación encubierta contra el gobierno cubano que causó una gran vergüenza cuando fue expuesta por Associated Press. Casi seguro, esta última maniobra fue ilegal, ya que la ley de Estados Unidos prohíbe que USAID participe en operaciones encubiertas. Nadie en Washington parece saber por qué el presidente Obama nombró a un político de línea dura como Feierstein para ser su principal asesor sobre América Latina, en un momento en el que está trabajando para normalizar las relaciones con Cuba.
Se ha tardado más de medio siglo para que Washington comience a reconocer la soberanía nacional de Cuba y de su pueblo, y para empezar a normalizar las relaciones. Esperemos que no se necesite tanto tiempo para iniciar este proceso con Venezuela.
Mark Weisbrot: Co-director, Center for Economic and Policy Research, Washington, D.C.
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