Foto de Ainara Makalilo
El domingo dimitió el primer ministro Mohamed Ghanoshi, sustituido por el anciano Beji Caïd Essebsi; el lunes los ministros de Industria y Finanzas, últimos flecos del antiguo régimen; por la tarde lo hicieron Nejib Chebbi y Ahmed Brahmi, representantes respectivamente del movimiento Tajdid y del PDP, los dos partidos legales bajo Ben Ali; y el martes les siguieron otros dos ministros. Sin gobierno hemos vivido cuatro días en los que el terror ha seguido cirniéndose como un ave de presa alrededor de la Qasba: jóvenes golpeados, amenazados, perseguidos por policías y delincuentes a sueldo que se han apoderado de las callejuelas de la Medina y de los aledaños de la avenida Nueve de Abril. Al mismo tiempo el espacio se ha recompuesto y la fractura de clase ha trazado nuevas líneas geográficas: mientras la Qasba seguía bien ceñida en su recinto sagrado, con sus bárbaros luminosos y sus militantes aguerridos, la «mayoría silenciosa», callada durante 23 años, decidía hablar dos horas al día, entre las 5 y la 7, en una sentada diaria convocada en la Cúpula, en la pomposa Ciudad Olímpica, para apoyar a Ghanoushi, exigir el fin de las movilizaciones y defender la «revolución» de los que quieren hacer una:
– Nos sentimos oprimidos por el proletariado -dice un refinado empleado de banca.
La segunda ocupación de la Qasba, en cualquier caso, no es como la primera. Santificada por la gran manifestación del viernes pasado, el secreto de su invulnerabilidad tiene que ver con el altísimo nivel de organización y participación articulada. Siguen, sí, los jóvenes cimarrones de Ibn Khaldun, con sus pómulos passolinianos y su solar alegría pueblerina, pero ahora -nos dice Faten, de la Unión Estudiantil de Gafsa- el 80% de los ocupantes pertenecen a partidos, sindicatos u organizaciones. La primera Qasba es «popular «, la segunda es «política». Cada jaima, bandera de una localidad de Túnez, ha elegido un representante para la asamblea que debe elegir portavoces colectivos y que redacta el primer comunicado conjunto. En él se denuncia el nuevo nombramiento ministerial y la represión feroz ejercida -siete muertos incluidos- sobre los ciudadanos; se enumeran una vez más las reivindicaciones de la plaza: dimisión del gobierno ilegítimo, disolución del parlamento y el senado, elección de una asamblea constituyente, disolución del RCD y de la policía política, enjuiciamiento de todos los responsable implicados en actos de tortura, asesinatos y corrupción y suspensión de la actual constitución.
Al mismo tiempo las 24 organizaciones -ligas de DDHH, asociación de abogados, partidos políticos y UGTT- que forman parte del Consejo Nacional de Protección de la Revolución negocian con el presidente Mubazaa para obligarle a reconocer esta instancia política, establecer un gobierno de Salvación Nacional encargado de preparar una ley electoral y convocar elecciones para la Constituyente.
Desde hace tres días se aguarda la declaración presidencial, que se retrasa, entre otras razones, por la visita el miércoles de José Luis Rodríguez Zapatero, garante de los intereses empresariales españoles en Túnez y portador de un rutilante modelo de «transición» democrática: «La UE», amenaza, «estará al frente de las democracias en el mundo árabe». De dictaduras o democracias, de lo que se trata es de que Europa siga «al frente», como recordaba Ainara hace unos días en una contundente carta de denuncia.
Y con todo la Qasba es optimista una hora antes del discurso presidencial, previsto para las 8 de la tarde. Llovizna suavemente, pero la temperatura es más alta que en días anteriores. Las tiendas de colores alzan sus fláccidas pirámides irregulares en esta plaza que ha vuelto a ser durante once días uno de los lugares más emocionantes y hermosos del mundo. Se pasea, se fuma, se comen naranjas mientras se aguarda con expectación el veredicto. En la jaima de información y en la de la Facultad de Ciencias se han instalado ordenadores y altavoces para que la gente pueda seguir el discurso sin necesidad de buscar alguno de los cafés de los alrededores. Dentro de pocos minutos sabremos si es la «mayoría silenciosa» o el pueblo vocinglero el que ha vencido el forcejeo.
Mubazaa, bigotudo franquista, comienza a hablar en medio de la tensión, aumentada por las interrupciones de la lentísima conexión. El comienzo es prometedor: habla con trompetas retóricas de la «revolución de la dignidad», de la «lucha de los jóvenes y de sus mártires» y del «anhelo del pueblo tunecino de una verdadera democracia» que rompa completamente con el pasado. Cuando pronuncia las dos palabras mágicas, majlis taasisi, Asamblea Constituyente, la multitud rompe en un grito de triunfo; cuando anuncia la fecha de las elecciones -24 de julio- se produce un abucheo. El discurso es corto y un poco brumoso: no se anuncia la disolución del parlamento ni se especifica qué gobierno se encargará de elaborar la ley electoral; tampoco se nombra al Consejo Nacional de Protección de la Revolución.
– Hemos ganado, ¿no? -pregunta Fatma, con su bata blanca de enfermera visible bajo un abrigo marrón.
Fatma tiene 21 años y es una flor. Pequeña y vivaz como la Gelsomina de La Strada, ingenua, pura, seria, apasionada, generosa, dan ganas de inclinarse para olerla. Es voluntaria en la tienda de la Media Luna Roja y lleva cuatro días sin dormir, ocupada en patrullar las tiendas, suministrando medicinas y poniendo termómetros a los muchos griposos víctimas del frío y la humedad. Su compañero Sami, diplomado en enfermería, trabaja de camarero, pero se ha incorporado también como auxiliar sanitario a la exquisita coordinación de la acampada. Fatma y Sami, como todos los demás, pasan de la alegría a la confusión a la decepción a la tensión. Más allá de la penumbra del discurso, hay algo que les parece atroz, insoportable, incompatible con el tiempo de la revolución: no pueden esperar cuatro meses y medio para tener ese majlis taasisi que en su justísima urgencia habían casi concebido como una nieve de oro que iba a caer, al conjuro de las palabras, sobre la Qasba. ¿Cuatro meses y medio? ¿Y esperar en casa?
Una ola eléctrica recorre la plaza. Como cuando se nada en el Mediterráneo, se atraviesan franjas de muy diversa temperatura. Hay focos festivos; otros perplejos; e incluso tres o cuatro conatos de reyerta entre los que consideran satisfechas las demandas y los que sospechan alguna trampa y apuestan por prolongar el i’tisam.
En medio de un apretado corro rodea la plaza una mujer pequeña de mediana edad. Es Sihem Ben Sedrine, portavoz del Consejo Nacional por las Libertades y miembro del Consejo Nacional de Protección de la Revolucuón, uno de los símbolos de la oposición al gobierno de transición. Va a hablar en la jaima de la Facultad de Ciencias ante un centenar de personas y entendemos que su posición reflejará la de las organizaciones políticas. Enseguida está claro que acepta como un triunfo popular el discurso presidencial. Dice sentirse orgullosa de los logros alcanzados gracias a la lucha del pueblo tunecino e invita a los qasbaníes a seguir vigilantes. «Degage», grita uno; otra voz aislada la increpa; nadie aplaude. Una mujer a mi lado dice que «Ben Sedrine está pagada por los estadounidenses».
Pero la suerte está echada. A la Qasba van llegando racimos y racimos con banderas jubilosas que se mezclan -entibiando el frío- con los desconcertados y descontentos. El resultado es, sí, una especie de tibieza que no arranca hacia ningún lado. Se está contento, en efecto, pero no contentísimo; y un nocontentísimo, después de tantos días de fatigas, parece poco revolucionario.
Junto a la jaima de información ha llegado una camioneta de Al-Jazeera; y mientras su corresponsal hace entrevistas en la explanada vemos en una pantalla instalada en el interior de la tienda precisamente un informativo de la cadena. Es un largo reporte sobre la relación entre el ejército y la política en Túnez que no descarta una solución a la egipcia y que incluye las declaraciones amenazadoras de Nejib Chebbi, el ministro dimisionario y dirigente del PDP: según él, un vacío de poder podría conducir a un golpe de Estado militar. Nos viene, sí, una especie de regüeldo de «transición española».
A las 11.45, con la oposición inicial de Qasserine y Kairouan, la asamblea de la Qasba decide «suspender» la ocupación. Una muchacha alegre reparte pastelillos entre los presentes; se baila y se canta; algunos habitantes de la capital recogen ya sus mantas y se vuelven a casa. Por la mañana los últimos bárbaros de las regiones abandonarán la plaza.
¿Han ganado? Un amigo del Partido del Trabajo Patriótico Democrático, componente del Frente 14 de Enero, me dice que no les queda más remedio que ser optimistas. Mañana se aguarda un decreto ley que reconozca al Consejo Nacional de Protección de la Revolución y aclare los distintos afluentes jurídicos que desembocarán en las elecciones. Se tiene ya, en todo caso, el majlis taasisi.
Pero Zied, nuestro querido amigo Zied, llora a lágrima viva. No es por la lejanía, inalcanzable para la mano, del soñado majlis taasisi ni por la oscuridad del discurso de Mubazaa. Es que por primera vez en su vida ha sido intensamente feliz, intensamente humano, intensamente hermano, y la nostalgia le dobla ya las piernas de una tristeza inconsolable. Procedente de Sidi Bouzid, patria de Mohamed Bouazizi, cuna de la revolución, es el único sostén de dos padres enfermos; trabaja irregularmente y su futuro es tan incierto como antes del 14 de enero. Ha tenido por unos días un poco de presente. Moreno, cobrizo y sonriente, nítido de ojos, nos enseñó el primer día con orgullo su «casita amarilla», la tienda minúscula donde ha dormido las últimas once noches. Nos ha acompañado siempre con dulzura viril, respetuoso, alegre, protector, sorprendente hijo de campesinos tan libre de prejuicios como un pájaro está libre de escamas o aguijón. Y cuando en estos momentos llora y llora como un hombre, apretado contra nuestro pecho, comprendemos que no nos ha mentido y que tiene realmente -solo- dieciocho años. No tuvo miedo cuando le pegó la policía ni frío cuando llovió implacablemente sobre las tiendas ni dudas cuando se le pidió que resistiera; pero la tristeza -ay- la tristeza es el derecho inalienable de los niños que han crecido demasiado deprisa y que han tenido esa cosa extraordinaria por primera vez en su vida: una vida.
La segunda Qasba ha muerto. Viva la Tercera.
Nuestro amigo Zied: «orgulloso de ser tunecino»
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