Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza.
Unos 600 millones de libras del dinero que Reino Unido destina a la ayuda al desarrollo, cortesía de los contribuyentes, están siendo aprovechados por las grandes empresas para incrementar sus beneficios en África a través de la Nueva Alianza para la Seguridad Alimentaria y la Nutrición. A cambio de recibir ayuda económica e inversiones empresariales, los países africanos tienen que cambiar sus leyes para facilitar a las empresas la adquisición de tierras, el control del suministro de semillas y el de los productos de exportación.
El año pasado, el director de Global Justice Now, Nick Dearden, dijo:
«Es escandaloso que el dinero que Reino Unido destina a la ayuda al desarrollo se esté utilizando para repartir África en beneficio de las grandes empresas. Esto es exactamente lo contrario de lo que se necesita, que es apoyar a los pequeños agricultores y una distribución más justa de la tierra y los recursos para dar a los países africanos mayor control sobre sus sistemas alimentarios. África puede producir suficiente comida para alimentar a su población. El problema es que nuestro sistema alimentario está orientado hacia los gustos superfluos de los ricos, no hacia las necesidades de la gente corriente. El gobierno británico está utilizando la ayuda al desarrollo para empeorar el problema».
Etiopía, Ghana, Tanzania, Burkina Faso, Costa de Marfil, Mozambique, Nigeria, Benín, Malawi y Senegal participan en la Nueva Alianza.
En un artículo de enero de 2015 publicado en The Guardian, Dearden continuaba diciendo que el desarrollo fue una vez considerado un proceso de ruptura con la explotación colonial y de transferencia del control de los recursos desde el «primer» al «tercer mundo», que supuso una lucha revolucionaria por los recursos mundiales. Sin embargo, el actual paradigma se basa en el supuesto de que los países en desarrollo necesitan adoptar políticas neoliberales y que el dinero público, bajo el disfraz de las ayudas, debería facilitar este proceso. La idea de «desarrollo» ha sido secuestrada por las grandes empresas y el concepto de pobreza, despolitizado y separado de las relaciones de poder arraigadas estructuralmente.
Para ver los resultados, no hay que mirar más allá de la conferencia celebrada el pasado lunes 23 de marzo en Londres, y organizada por la Fundación Bill & Melinda Gates y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo (USAID, por sus siglas en inglés). En esta reunión confidencial entre donantes de ayuda y grandes empresas, a la que solo se podía asistir con invitación, se debatió una estrategia para facilitar la venta de semillas patentadas en África y aumentar así el control corporativo sobre las semillas.
Durante generaciones los agricultores han estado guardando e intercambiando semillas entre ellos. Esto les ha proporcionado un cierto grado de independencia, y les ha permitido innovar, mantener la biodiversidad, adaptar las semillas a las condiciones climáticas y defenderse de las enfermedades vegetales. Sin embargo, las grandes empresas de semillas, con la ayuda de la Fundación Gates, del gobierno estadounidense y de otros donantes de ayuda, están contemplando nuevas formas de aumentar su nivel de penetración en el mercado, desplazando los sistemas de semillas de los propios agricultores.
Las semillas híbridas comercializadas por estas empresas a menudo producen mayores cosechas la primera vez que son plantadas, pero con la segunda generación de semillas se obtiene una cosecha menor y los cultivos desarrollan caracteres imprevisibles, que los hace inadecuados para su conservación y uso posterior. Como afirma correctamente Heidi Chow, de Global Justice Now, en lugar de guardar las semillas de sus propios cultivos, los agricultores que utilizan semillas híbridas se vuelven absolutamente dependientes de las empresas de semillas, fertilizantes y pesticidas, lo cual, a su vez, puede provocar (y provoca) una crisis agraria en torno a la deuda, daños medioambientales y problemas de salud.
La conferencia de Londres tenía como objetivo compartir los hallazgos de un informe de Monitor Deloitte sobre cómo desarrollar el sector comercial de las semillas en el África subsahariana. El informe recomienda que en aquellos países donde los agricultores están usando sus propias redes de semillas, las ONG y los donantes deberían animar a los gobiernos a introducir derechos de propiedad intelectual en la reproducción de semillas, y ayudar a convencer a los agricultores para que compren semillas comerciales patentadas en vez de recurrir a sus variedades tradicionales. El informe también sugiere que los gobiernos deberían eliminar las normativas legales para que el sector de las semillas se abra al mercado internacional.
La lista de invitados incluía empresas, organismos de desarrollo y donantes de ayuda, entre los que se encontraban Syngenta, el Banco Mundial y la Fundación Gates. Dice mucho que ninguna organización agraria fuera invitada. Durante miles de años los agricultores han estado imbuidos de espíritu emprendedor. Han sido «científicos, innovadores, administradores de recursos naturales, guardianes de semillas y expertos en hibridación«, que progresivamente han visto reducido su papel al de receptores de soluciones técnicas y consumidores de productos envenenados procedentes de una creciente industria de insumos agrícolas. Así que ¿quién mejor ellos para discutir los asuntos que tienen que ver con la agricultura?
Sin embargo, la razón de ser de una conferencia de este tipo es que Occidente ve la agricultura africana como una «oportunidad de negocio», aunque venga envuelta en arrullos como «alimentar África» o «sacar de la pobreza a millones de personas». El legado de Occidente en África (y el resto de lugares) ha sido hundir a millones de personas en la pobreza. La imposición de reformas estructurales en beneficio de las grandes agroindustrias y sus insostenibles y tóxicos insumos transgénicos/petroquímicos representa la continuación del saqueo neocolonialista de África. Estados Unidos hace décadas que identificó la agricultura como un elemento clave de su política exterior para asegurar la hegemonía mundial.
Phil Bereano, activista por la soberanía alimentaria dentro de AGRA Watch y profesor emérito de la Universidad de Washington explica:
«Esto es una extensión de lo que la Fundación Gates ha estado haciendo durante años: trabajar con el gobierno estadounidense y los gigantes del agronegocio como Monsanto para privatizar la riqueza genética de África en beneficio de terceros. ¿No se dan cuenta Bill y Melinda de que ese colonialismo está pasado de moda? Es hora de apoyar la autodeterminación de los agricultores africanos».
Bereano demuestra también que las empresas occidentales solo eligieron los aspectos más rentables de la cadena de producción de alimentos, mientras que dejaron que el sector público de África corriera con los gastos de los aspectos que no resultaban rentables, lo que mejoró la rentabilidad a lo largo de la cadena.
Los gigantes de la agrotecnología, con sus semillas patentadas y los insumos químicos asociados, están provocando un distanciamiento de la agricultura diversificada que garantiza la producción alimentaria local y equilibrada, la protección de los medios de subsistencia y la sostenibilidad agrícola. Se está dejando a la agricultura africana en manos de esos gigantes para beneficio privado con el pretexto de estar ayudando a los pobres. La Fundación Gates es propietaria de medio millón de acciones de Monsanto. Teniendo en cuenta el respaldo activo que recibe Monsanto del Departamento de Estado y los vínculos existentes entre la Fundación Gates y la USAID, los agricultores africanos se enfrentan a una fuerza formidable.
Numerosos informes indican que lo que hace falta es apoyar la agricultura convencional, la agroecología y las economías locales del Sur Global. En vez de eso, los gobiernos occidentales han usado el dinero de los contribuyentes para apoyar a grandes empresas cuyo propósito, a través de la OMC, el Banco Mundial y el FMI, ha sido fomentar los préstamos condicionados, los monocultivos para la exportación usando semillas patentadas, la reestructuración de las economías, la exposición de las economías a los vaivenes de la especulación con tierras y materias primas, y un sistema de comercio globalizado diseñado para favorecer a Occidente.
Según esta visión de África, a los agricultores que se considera que tienen un papel que desempeñar en todo esto se los ve únicamente como consumidores pasivos de las semillas y los programas patentados por las grandes empresas. Una vez más, el futuro de África está siendo decido en Londres por los ricos.
Colin Todhunter es investigador político-social y escritor. De origen británico, ha vivido muchos años en India y sus artículos han sido publicados en periódicos, revistas, libros y sitios web.