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Túnez

El futuro incierto de la Revolución del Jazmín

Fuentes: Rebelión

Todo comenzó el 17 de diciembre con el intento de suicidio de Mohamed Bouazizi, un joven de 26 años, a quien la policía confiscó su instrumento de trabajo, una modesta carretilla con la que vendía frutas y legumbres. Titular de un diploma universitario, sin trabajo, la venta callejera era su único medio de subsistencia. Desesperado […]

Todo comenzó el 17 de diciembre con el intento de suicidio de Mohamed Bouazizi, un joven de 26 años, a quien la policía confiscó su instrumento de trabajo, una modesta carretilla con la que vendía frutas y legumbres. Titular de un diploma universitario, sin trabajo, la venta callejera era su único medio de subsistencia. Desesperado por esa pérdida se roció sus ropas con gasolina y se prendió fuego. Su muerte se produjo días después, el 4 de enero, como resultado inevitable de sus graves quemaduras.

Es a partir de esta inmolación, seguida de otras, siempre de jóvenes que no tenían nada que esperar del futuro, que va a comenzar lo que algunos llaman la Revolución del Jazmín; una incontenible revuelta popular, salvajemente reprimida por la policía, ocasionando más 100 muertos y más de 1.000 heridos, que va a conseguir lo que pocos días antes parecía imposible: la fuga del dictador Ben Alí, incrustado en el poder supremo desde hace 23 años.

Las causas de esta reacción masiva del pueblo tunecino son múltiples. Sin duda, en primer lugar, las condiciones de miseria en la que viven las clases populares, y en particular los jóvenes, que representan un poco más del 50% de la población (los de menos de 25 años). Situación económica precaria que se ha agravado con la crisis actual, y que se traduce para Túnez en una disminución considerable de la tradicional afluencia turística.

Otro de los factores tiene que ver con el tipo de sociedad impuesto por Ben Alí, basada en el imperio del partido único, donde la menor contestación o el menor signo de descontento se pagaban con años de cárcel. Esta represión política incluía los medios modernos de comunicación, como Internet, llegando al extremo de bloquear sitios populares como YouTube y Dailymotion.

Mientras tanto, Ben Alí y su célebre «familia» hacían de Túnez el reino de la corrupción. Muy pocas personas, ligadas todas por algún lazo de parentesco, se apropiaban de los principales medios de producción, a veces por la fuerza, y construían incalculables fortunas. Todo eso, ante la vista y la paciencia de la población, que asistía impotente cada día a la degradación de su nivel de vida.

De esta situación todo el mundo estaba al corriente, en particular los países europeos y los Estados Unidos. Sin embargo, nadie dijo nunca nada. Primero, porque aprovechaban alegremente de la mano de obra barata para deslocalizar toda suerte de servicios, luego porque Ben Alí representaba para ellos, con su política de represión indiscriminada, la mejor barrera contra el desarrollo del fundamentalismo musulman.

Las condiciones, entonces, estaban maduras para la explosión social y ésta se produjo con la energía de la desesperanza y el odio contenidos durante casi un cuarto de siglo contra el dictador y su familia. Por eso no pudieron pararla ni la represión ni las promesas de última hora de realizar profundos cambios en la estructura política del país (restaurar la democracia, entre otros) y crear nuevos puestos de trabajo.

Hoy, sábado 15, el sátrapa y parte de su familia están fuera del país (en Arabia Saudí) y, legalmente, no podrán regresar nunca más, salvo para ser juzgados y condenados por los crímenes contra la humanidad y delitos que han cometido. El consejo constitucional ha encarrilado el procedimiento legal para remplazar a Ben Alí, por la vía de nuevas elecciones presidenciales que deberán celebrarse en un plazo de 60 días.

Esta perspectiva de evolución es preocupante, pues como resultado de la represión endémica, no existe hoy en Túnez ningún partido político con la capacidad de presentar un programa de transformaciones estructurales que necesita el país, ni tampoco un líder progresista que pueda concitar la adhesión de las mayorías y catalizar su voluntad de cambio. Por lo demás, la situación de caos que se vive en estos días a lo largo y ancho del territorio, con ataques a comercios, empresas, organismos oficiales, y aún domicilios particulares, puede provocar una intervención violenta del ejercito y… despertar en sus principales jefes la ambición del poder, en nombre del orden y la seguridad.

Cualquiera sea el futuro inmediato, habrá que constatar, una vez más, que las grandes revueltas populares no se acompañan siempre, necesariamente, de cambios profundos en la estructura y el funcionamiento de un país. Esperemos sin embargo que la Revolución del Jazmín sea la antesala, o el primer acto, de un proceso orientado a una verdadera Revolución Socialista.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

rCR