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El humanitarismo arrogante

Fuentes: Quilombo

Entiendo la indignación de muchos africanos por el vídeo propagandista que ha producido Jason Russell y su empresa [Jason dixit] Invisible Children, con el que pretenden dar a conocer al mundo la figura de Joseph Kony en una inteligente estrategia de comunicación 2.0 que por momentos parece una campaña electoral. Kony es el líder espiritual […]

Entiendo la indignación de muchos africanos por el vídeo propagandista que ha producido Jason Russell y su empresa [Jason dixit] Invisible Children, con el que pretenden dar a conocer al mundo la figura de Joseph Kony en una inteligente estrategia de comunicación 2.0 que por momentos parece una campaña electoral. Kony es el líder espiritual y militar del Ejército de Resistencia del Señor (LRA, en inglés), guerrilla cristiana que nació en el norte de Uganda y que tras dos décadas de enfrentamiento con el ejército ugandés hoy se limita a unos cuantos centenares de combatientes que se mueven entre la República Democrática del Congo, Sudán del Sur y la República Centroafricana. El vídeo lleva hasta al paroxismo lo más odioso del humanitarismo misionero versión Bono, el egocentrismo occidental y el activismo concebido como estrategia de márketing y de promoción personal. En su prepotencia, ignora por completo la realidad política y social que explica la existencia de un tipo como Kony y la pervivencia de su guerrilla, como también desprecia los esfuerzos realizados por organizaciones y comunidades ugandesas en la reconciliación y la reparación física y emocional de los niños secuestrados por el LRA. Éste último es el tema de la mucho más digna Children of war (2009), de Bryan Single.

El evangelismo pentecostalista, muy presente en Uganda, tiene una influencia muy fuerte en el vídeo de Russell, aunque Invisible children no se muestre como una organización religiosa. El vídeo reduce un conflicto con raíces que se extienden hasta la época colonial a la sempiterna lucha entre el bien y el mal, encarnados, respectivamente, en la blanca figura de Russell -que, como muestra desde el principio, tan bien trata a su hijo y tiene la suerte de nacer donde nació- y el negro rostro de Kony, que se apropia de los hijos de otros africanos y los somete a todo tipo de vejaciones para convertirlos en letales soldados o en esclavas sexuales.

No es que las brutalidades que comete la guerrilla contra los niños no sean ciertas. Pero lo que hace Jason Russell es construir una representación de esa realidad que refuerza los estereotipos coloniales sobre lo africano, por mucho personal local que contrate su organización. Desde una posición de poder (por su nacionalidad y los recursos que puede movilizar), Jason y sus entusiastas chicos realizan lo que Lola López (Centro de Estudios Africanos de Barcelona) denomina la «apropiación simbólica» de los niños africanos, que permite estigmatizar las sociedades de donde proceden y justificar el papel misionero de Occidente. Esta apropiación es muy habitual en las campañas publicitarias de las ong y en la prensa. A los niños africanos se les visibiliza principalmente como víctimas inocentes mientras que a los adultos se les estigmatiza de diversas maneras: invisibilización (los niños están desamparados), infantilización (no saben o no pueden encargarse de los propios hijos), animalización (sus incontrolados impulsos sexuales les llevan a engendrar retoños de los que no pueden ocuparse) o demonización (encarnación del mal).

El otro aspecto de la campaña tiene que ver con el intervencionismo militar que promueve. Muchos periodistas presuntamente críticos, aún aceptando que hay cosas que objetar, no se atreven a entrar de lleno en el elemento clave de su mensaje porque lo consideran moralmente bueno: «si la opinión publica mundial -esto es, fundamentalmente occidental- lo supiera, presionaría a sus gobiernos para que estos intervinieran«. Invisible children reclama al ejército estadounidense que intervenga en la región -en colaboración con los ejércitos locales- para capturar a Kony y llevarlo ante un tribunal, la Corte Penal Internacional, un tribunal que curiosamente de momento solo persigue africanos y cuya jurisdicción Estados Unidos siempre ha rechazado precisamente para poder hacer algunas de las cosas que Russell pretende evitar en el África oriental. Nada como una interpelación emotiva para olvidar quinientos años de imperialismo y pasar por alto por qué el humanitarismo militar es siempre una vía en sentido único que se apoya en la estigmatización antes reseñada. Lo rechazable, parece ser, es que busque apoyarse en el ejército de Uganda, pero no en el de Estados Unidos, cuando este último -que financia al primero- es también responsable de flagrantes violaciones de los derechos humanos y de amparar atrocidades cometidas por milicias, como en Iraq.

En el colmo del cinismo, la misma prensa que ignora o deforma lo que sucede en África valora como algo positivo que al menos la campaña de comunicación haya dado a conocer a un personaje como Joseph Kony. Da igual el tratamiento, lo primordial es que haya logrado lo que se proponía: que Kony sea famoso y merezca el repudio mundial y sobre todo la atención de los poderosos. A la prensa le fascina que Russell haya puesto en valor un nicho que consideraban muy difícil de vender en el mercado de masas. No cabe duda de que el storytelling basado en «un problema, un villano y una solución«, del que Hollywood abusa tanto, funciona, al menos por un tiempo. El riesgo obvio es que los medios acentúen aún más esta fórmula en el tratamiento informativo de los «lugares olvidados», expresión que no se sonrojan en emplear con regularidad. En fin, esta manera de enmarcar el debate en el terreno intervencionista impide abordar desde abajo muchas aristas y fomenta que la crítica se limite a un antiimperialismo que suele redundar en el mismo desprecio por las realidades locales.

Jason
El héroe americano y el triunfo de la voluntad. Jason Russell repite en PCM magazine «I am going to»: «Voy a ayudar a acabar con la guerra más duradera de África, hacer que Joseph Kony sea arrestado y redefinir la justicia internacional.»

No he tratado aquí del LRA porque me extendería demasiado.  Lo dejo para otro día. Es cierto que a raíz de esta promoción y la subsiguiente polémica, muchos nos informaremos más sobre lo que pasa en el norte de Uganda, la etnia acholi -base del LRA- y su historia. Pero no todo vale para poder conseguir este efecto. Lo importante no es asimilar datos ni actuar por actuar sino cómo miramos, cómo entendemos y cómo hacemos que nuestra empatía construya un común que rompa con las injusticias y las jerarquías de poder existentes en lugar de reforzarlas. 

Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/el-humanitarismo-arrogante