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El imperio contraataca

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El discurso de George W. Bush sobre el Estado de la Unión (algunos le llamaron sobre el «Estado de la Guerra») vuelve a ponernos los pelos de punta: arrogante y despectivo como el que más, confirma su visión imperial desde la jefatura del gobierno de Estados Unidos, su obsesión por el poder y su desdén […]

El discurso de George W. Bush sobre el Estado de la Unión (algunos le llamaron sobre el «Estado de la Guerra») vuelve a ponernos los pelos de punta: arrogante y despectivo como el que más, confirma su visión imperial desde la jefatura del gobierno de Estados Unidos, su obsesión por el poder y su desdén hacia cualquier contención al proceder de los gobiernos. La ley del más fuerte (la Casa Blanca de Bush) como única norma y moral de aplicación mundial. Y todavía: contiene ya las semillas de nuevas guerras apenas disimuladas por su retórica.

Ante las críticas de sus conciudadanos y los fracasos de su política violatoria del derecho internacional y del derecho interno, Bush opta por el escape hacia delante: apuntalar los «derechos» autoproclamados del poder imperial y el desprecio por el resto de las naciones. La Casa Blanca es el ombligo del mundo al que han de someterse todos los otros intereses, visiones de la sociedad y de la historia, proyectos nacionales…

Es obligatorio señalar las presiones a nuestro país en recientes días y semanas. Presiones que parecen haber sorprendido mucho a los ingenuos Fox y Derbez, porque ¿»cómo ese trato inconsecuente con su socio y amigo»? Dos o tres ilusiones que han nublado periódicamente a los responsables de nuestra política exterior, y que ahora llega al paroxismo con quienes han sido los «seguros servidores de los intereses de Washington».

Fox debe preguntarse por qué, si ha cumplido al pie de la letra las instrucciones (directas e indirectas) de «su amigo Bush», ahora se le paga con esa moneda. Sin ir más lejos la «misión» de pronunciarse a favor del ALCA en la reunión de Buenos Aires, en que pensaban distinto la mayoría de los gobernantes latinoamericanos. ¿Y su diaria predica en favor del libre comercio, de las reformas estructurales y su cerrada oposición a que alguien en México pueda pensar en un proyecto distinto de nación? Y, por si fuera poco, esa predica diaria desde el púlpito (Monsiváis dixit) de la TV en contra de la candidatura de López Obrador, que piensa no responde a las preferencias de sus amigos de la Casa Blanca.

¿Y por qué ese remolino de respuestas inconsecuentes al más servicial de sus socios y servidores? Primero fue «el muro de la ignominia», que resulta una vergüenza para ellos y también para nosotros. Esto es lo alcanzado después de mostrar tanto interés por la cuestión migratoria, que pensó Fox terminaría favorablemente comiéndose la «enchilada completa». Y luego las agresivas declaraciones de «tolerancia cero» en la frontera y su ejecución hasta matar por la espalda a compatriotas nuestros.

Y, para rematar la cuestión, sale de las sombras Dimitri Negroponte, jefe de la Inteligencia estadounidense y exembajador en México, que también se dedicó en América Central a organizar a los «contra» que asesinaron a miles y miles de centroamericanos, para decir que «México está cayendo en un ‘circulo vicioso’ en el que un gobierno débil permite que narcotraficantes y organizaciones criminales minen la autoridad del Estado, tal como sucede en Haití y Jamaica». ¡Esa comparación si resulta intolerable!, debe pensar Fox. Pero ¿qué hacer?, tanto más que las protestas de su gobierno han sido corteses en extremo (para no decir cortesanas), sin relación alguna con el violento lenguaje que nos aplican «sus queridos amigos».

Para colmo, dirá todavía Fox, se nos acusa de que un contingente del ejército penetró en territorio estadounidense protegiendo al narcotráfico, cuando en realidad hay pruebas de que en diversas ocasiones el ejército estadounidense se ha aliado a los delincuentes. Y cuando se ha afirmado oficialmente que no se trató de militares mexicanos sino en todo caso de maleantes disfrazados.

Y la cosa no termina: en una escandalosa aplicación extraterritorial de la ley Trading with the Enemy (Comerciando con el enemigo), el Departamento del Tesoro de Estados Unidos instruye a la matriz en Phoenix de los hoteles Sheraton expulsar de sus locales en Ciudad de México a una delegación cubana que negociaba con otra delegación estadounidense (representantes de la Asociación de Comercio Cubano-Estadounidense), con el argumento de que esa ley impide a empresas de ese país dar servicios a personas o entidades cubanas.

Esto significa para México un atropello de dimensiones incalculables: la ley estadounidense aplicándose extraterritorialmente en violación de la Constitución mexicana y de diversas leyes mexicanas, tanto las que tienen que ver con la libertad de reunión y la protección de particulares, hasta aquellas que obligan a las firmas foráneas que invierten en México a respetar las leyes mexicanas, a sujetarse a ellas y a quedar bajo la jurisdicción de los tribunales mexicanos. Todos estos requisitos son insoslayables obligaciones que impone la ley mexicana a los inversionistas extranjeros en México.

Se trata de la famosa Cláusula Calvo: en la práctica, cualquier sociedad en México, incluso las dependientes de matrices extranjeras, para efectos de la ley en nuestro país, son mexicanas al 100%. Por eso decimos que la conducta del Departamento del Tesoro y de los hoteles Sheraton resulta, ni más ni menos, una flagrante violación constitucional, además de violatoria a otras leyes secundarias que también se incumplieron.

No sería el caso, pero recordemos que técnicamente la expropiación petrolera en 1938 se hizo por la razón de que empresas británicas se negaron a acatar un laudo de los tribunales laborales del país, es decir, por su negativa a cumplir con una sentencia de tribunales mexicanos. Tal controversia está en el origen de la vigencia de la Cláusula Calvo en México. ¿Cuál será en este caso la respuesta del acorralado gobierno de Fox? Los mexicanos esperamos, ahora sí, una muy enérgica protesta, ya que se trata de una violación flagrante de la Constitución y del orden jurídico nacional, que el Presidente de la República está obligado a cumplir y hacer cumplir.

¿También en esta circunstancia de violación flagrante de la soberanía nacional y de la Constitución el jefe del Ejecutivo y el Secretario de Relaciones Exteriores sacarán el bulto y se pondrán de perfil para no hacerse notar? Resulta grotesca la primera reacción de la Secretaría de Relaciones Exteriores declarando que simplemente se trató de un «conflicto entre particulares». Además de que «está investigando los hechos», cuando hay ya la admisión directa del gobierno de Estados Unidos de que ordenó la aplicación de una ley suya en territorio mexicano.

Viéndolo desde otro ángulo, este diluvio reciente de presiones y agresiones a México son el resultado de un gobierno, el de Vicente Fox, que se ha imaginado que los encuentros en los ranchos de uno u otro de los mandatarios desterrarían los malos tratos y las agresiones, sin ver que ante el gobierno de Estados Unidos es precisamente la cortesanía y la sumisión la que llama a la prepotencia y a más agresiones, y que históricamente han sido los gobiernos mexicanos con mayor decisión y dignidad los que han evitado el trato de lacayos (¡Recordemos a Lázaro Cárdenas!)

Nuestro gobierno sumiso y débil mientras el otro, el de nuestros vecinos, por boca de George W. Bush, exhibe los colmillos no sólo a México sino al mundo. Como han dicho algunos comentaristas: el último discurso de Bush es uno de los más beligerantes y amenazadores en la historia de ese país. El presidente dibujó las grandes líneas de un programa de guerra perpetua, en todos los continentes y en contra de cualquier régimen que se atreva a cruzarse en el camino de la rapaz élite económica, política y militar de Estados Unidos.

Dos días después del Informe Bush, el Pentágono dio a conocer un documento de 90 páginas que fija la ruta para los próximos 20 años de lo que llama una «larga guerra», que contiene los planes para el despliegue de tropas, a menudo clandestinamente, en docenas de países, a fin de enfrentar «el terrorismo y otras amenazas no tradicionales». Algunas de las principales iniciativas de ese documento suponen la ampliación de fuerzas militares, doblando la capacidad sobre todo en el aérea de espionaje. En el documento se señala a China como «el más grande potencial para competir militarmente con Estados Unidos» en el futuro, al mismo tiempo que establece nuevos planes para ampliar las fuerzas aéreas con capacidad de ataque a grandes distancias, así como para efectuar guerras prolongadas más allá de los océanos.

Ante la exigencia de que salga el ejército de Irak, Bush sostuvo que la decisión estaba en manos de los militares: como si se tratara de una cuestión técnica y no política, entregando, aunque sólo sea para cubrirse, una facultad que corresponde al Presidente y al Congreso. Bush, de hecho, amenazó con atacar a Irán y a Corea del Norte (Irak ya sufrió la invasion) sosteniendo que los tres países buscan desarrollar armas químicas, biológicas y nucleares, y que representan un «grave y creciente peligro para Estados Unidos».

Las intimidaciones y el lenguaje son bien conocidos; el problema es que los fundamentalistas de la Casa Blanca son capaces de ejecutar sus amenazas sin importar el incendio del mundo. (Incidentalmente: la comparación de Hugo Chávez con Hitler parece mucho más aplicable a Bush, quien llegó al poder por el voto de un magistrado de la Suprema Corte de Justicia y se ha convertido en amenaza mundial. Recordemos que Hitler fue convocado como Canciller de Alemania por un Hindenburg debilitado y aterrorizado. El cinismo de las declaraciones, las mentiras y las provocaciones son paralelas entre ambos).

En su discurso, Bush busca disipar sus problemas internos (económicos y de opinión pública) por vía de la aventura internacional, y todavía advierte al Congreso: «el tiempo no está de nuestro lado, y no esperaré a que los eventos peligrosos se junten: no permaneceré impasible mientras el peligro se acerca más y más». Claro está que el presupuesto de Estados Unidos crecerá exponencialmente no en las principales necesidades sociales del pueblo, como educación y salud, sino en gastos militares y en «seguridad interna».

Mucho más podría decirse de esta vuelta del Imperio al ataque, que en el lenguaje de su dirigente parece una tira cómica pero que resulta escalofriante por la capacidad militar y la agresividad desencadenada de sus dirigentes. Otros elementos hay en el Informe a la nación de George. W. que confirman el ánimo imperial del «líder» de esa nación.