Traducido por Lydia Neri para Rebelión
Compartimos las patologías de todos los imperios moribundos con su mezcla de bufonería, corrupción rampante, fiascos militares, colapso económico y salvaje represión estatal.
Los multimillonarios, fascistas cristianos, estafadores, psicópatas, imbéciles, narcisistas y facinerosos que han tomado el control del Congreso, de la Casa Blanca y de los tribunales están canibalizando la maquinaria del Estado. Estas heridas autoinfligidas, características de todos los imperios tardíos, paralizarán y destruirán los tentáculos del poder. Y entonces, como un castillo de naipes, el imperio se derrumbará.
Cegados por su arrogancia, incapaces de comprender la disminución del poder del imperio, los mandarines de la administración Trump se han refugiado en un mundo de fantasía donde los hechos duros e indeseables ya no tienen peso. Escupen absurdas incoherencias mientras usurpan la Constitución, y sustituyen la diplomacia, el multilateralismo y la política, por amenazas y juramentos de lealtad. Agencias y departamentos creados y financiados por las leyes del Congreso van desapareciendo.
Están eliminando informes y datos gubernamentales sobre el cambio climático retirándose del Acuerdo climático de París. Se han retirado de la Organización Mundial de la Salud. Han sancionado a los funcionarios que trabajan en la Corte Penal Internacional, que emitió órdenes de arresto contra el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el ex ministro de Defensa, Yoav Gallant, por sus crímenes de guerra en Gaza. Sugirieron que Canadá se convirtiera en el estado número 51. Han formado una fuerza especial para “erradicar los prejuicios anticristianos”. Piden la anexión de Groenlandia y la toma del Canal de Panamá. Proponen construir resorts de lujo en la costa de una Gaza despoblada, bajo la supervisión de EE.UU., control que, de concretarse, derribaría los regímenes árabes que han sido apuntalados por Estados Unidos.
Los gobernantes de todos los imperios tardíos, incluidos los emperadores romanos Calígula y Nerón o Carlos I, el último gobernante de los Habsburgo, son tan incoherentes como El Sombrerero [n. de la t.: personaje de Alicia en el país de las maravillas]: profieren comentarios sin sentido, plantean acertijos sin respuesta y recitan ensaladas de palabras llenas de incoherencias. Ellos, como Donald Trump, son un reflejo de la podredumbre moral, intelectual y física que afecta a una sociedad enferma.
Pasé dos años investigando y escribiendo sobre las perversas ideologías de quienes ahora han tomado el poder, en mi libro “Fascistas estadounidenses: la derecha cristiana y la guerra contra Estados Unidos”. (Léelo mientras aún puedas. En serio) American Fascist: The Christian Right and the War on America.
Estos fascistas cristianos, que determinan la ideología central de la administración Trump, no se avergüenzan por su odio hacia las democracias pluralistas y seculares. Buscan, tal cual detallan exhaustivamente en numerosos libros y documentos “cristianos” (como el Proyecto 2025 de la Heritage Foundation) deformar los poderes Judicial y Legislativo del gobierno, junto con los medios de comunicación, y la academia, para convertirlos en apéndices de un Estado “cristianizado” dirigido por un líder ungido por la divinidad. Ellos admiran abiertamente a apologistas nazis tales como Rousas John Rushdoony, un partidario de la eugenesia, que sostiene que la educación y las prestaciones sociales deberían ser entregadas a las iglesias, y que la Ley de la Biblia debe reemplazar el Código jurídico secular; también admiran a teóricos del Partido Nazi, como Carl Schmitt. Son racistas, misóginos y homófobos declarados. Adoptan teorías conspirativas extrañas, desde la teoría del reemplazo blanco hasta un sombrío monstruo al que llaman el “woke”. Baste decir que sus fundamentos no están basados en un universo realista.
Los fascistas cristianos provienen de una secta teocrática llamada Dominionismo. Esta secta enseña que los cristianos estadounidenses han recibido el mandato de hacer de Estados Unidos un Estado cristiano y un representante de Dios. Los oponentes políticos e intelectuales de este ‘biblicanismo’ militante son condenados como representantes de Satanás.
“Bajo el dominio cristiano, Estados Unidos ya no será una nación pecadora y caída, sino una en la que los Diez Mandamientos formen la base de nuestro sistema legal; el creacionismo y los ‘valores cristianos’ formen las bases de nuestro sistema educativo; y donde los medios de comunicación y el gobierno proclamen las Buenas Nuevas a todos y cada uno” -señalé en mi libro. “Se abolirán los sindicatos, las leyes de los derechos civiles y las escuelas públicas. Las mujeres serán retiradas de la fuerza laboral para quedarse en casa, y se negará la ciudadanía a todos aquellos que sean considerados insuficientemente cristianos. Además de su mandato proselitista, el gobierno federal se reducirá a la protección de los derechos de la propiedad y la seguridad “nacional”.
Los fascistas cristianos y sus financiadores multimillonarios, señalé, “hablan en términos y frases que son familiares y reconfortantes para la mayoría de los estadounidenses, pero ya no usan las palabras para significar lo que significaban en el pasado”. Cometen logocidio, al matar viejas definiciones reemplazándolas por otras nuevas. Las palabras, incluidas: — verdad, sabiduría, muerte, libertad, vida y amor— se deconstruyen, y se les asignan significados diametralmente opuestos. Vida y muerte, por ejemplo, significan vida en Cristo o muerte para Cristo, una señal de creencia en la incredulidad. Sabiduría, se refiere al nivel de compromiso y obediencia a la doctrina. Libertad (Liberty) no tiene que ver con la libertad (freedom), sino con la libertad que proviene de seguir a Jesucristo y liberarse de los dictados del secularismo. El Amor, se distorsiona para significar obediencia incondicional a aquellos que, como Trump, afirman hablar y actuar en nombre de Dios.
A medida que se acelere la espiral de muerte, se culpará de su desaparición a enemigos fantasma, nacionales y extranjeros, y se les perseguirá y condenará hasta su aniquilación. Una vez que el naufragio se haya consumado (lo que asegura la pauperización de la ciudadanía, el colapso de los servicios públicos y engendrará una rabia incoherente) sólo quedará el instrumento contundente de la violencia estatal. Mucha gente sufrirá, especialmente a medida que la crisis climática inflija, con cada vez mayor intensidad, su castigo letal.
El cuasi colapso de nuestro sistema constitucional de separación de poderes tuvo lugar mucho antes de la llegada de Trump. El regreso de Trump al poder representa el estertor de la Pax Americana. No está lejano el día en que, como el Senado romano, en el año 27 a. C., el Congreso celebre su última votación significativa y entregue el poder a un dictador. El Partido Demócrata, cuya estrategia parece ser, no hacer nada y esperar a que Trump implosione, ya ha consentido lo inevitable.
La cuestión no es si caeremos, sino cuántos millones de inocentes nos llevaremos con nosotros. Dada la violencia industrial que ejerce nuestro imperio, podrían ser muchos, especialmente si los que están en el poder deciden recurrir a las armas nucleares.
El desmantelamiento de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) —que Elon Musk afirma que está dirigida por “un nido de víboras marxistas de izquierda radical que odian a Estados Unidos”— es un ejemplo de cómo estos pirómanos no tienen idea de cómo funcionan los imperios.
Esa ayuda extranjera no es benévola. Se utiliza como arma para mantener la primacía sobre las Naciones Unidas (ONU) y eliminar a los gobiernos que el imperio considera hostiles. Esas naciones que reciben ayuda en la ONU (y en otras organizaciones multilaterales que votan como exige el imperio) entregan su soberanía a las corporaciones globales y al ejército estadounidense, y son, las que reciben asistencia. Las que no lo hacen, no la reciben.
Cuando Estados Unidos ofreció construir el aeropuerto en Puerto Príncipe, la capital de Haití, según informa el periodista de investigación Matt Kennard, exigió que Haití se opusiera a la admisión de Cuba en la Organización de Estados Americanos (OEA), cosa que hizo.
La ayuda extranjera del USAID construye proyectos de infraestructura para que las corporaciones puedan operar talleres clandestinos globales (maquiladoras) y así extraer recursos. Otorga financiamiento para “promover la democracia” y la “reforma judicial” que desbarata las aspiraciones de los líderes políticos y los gobiernos que buscan permanecer independientes de las garras del imperio.
USAID, por ejemplo, pagó un “proyecto de reforma de partidos políticos” que fue diseñado “como contrapeso” al “radical” Movimiento al Socialismo (de Bolivia), y buscó impedir que socialistas como Evo Morales fueran elegidos en Bolivia. Luego, una vez que Morales asumiera la presidencia, USAID financió organizaciones e iniciativas, incluidos programas de capacitación para que a los jóvenes bolivianos se les educara en prácticas estadounidenses de negocios, y debilitar así el poder del Movimiento.
Kennard, en su libro “The Racket: A Rogue Reporter vs The American Empire”, documenta cómo instituciones estadounidenses como el National Endowment for Democracy, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Interamericano de Desarrollo, USAID y la Administración para el Control de Drogas (DEA) trabajan en conjunto con el Pentágono y la Agencia Central de Inteligencia (CIA) para subyugar y oprimir al Sur Global.
Los Estados clientes que reciben ayuda deben disolver los sindicatos, imponer medidas de austeridad, mantener los salarios bajos y mantener gobiernos títeres. Los programas de ayuda fuertemente financiados y diseñados para derrocar a Morales, llevaron finalmente al presidente boliviano a expulsar a USAID del país.
La mentira que se vende al público es que esta ayuda beneficia tanto a los necesitados en el extranjero como a nosotros en casa. Pero la desigualdad que estos programas promueven en el exterior reproduce la misma desigualdad impuesta en el país. La riqueza extraída del Sur Global no se distribuye equitativamente, termina en manos de la clase multimillonaria, con frecuencia, escondida en cuentas bancarias en el extranjero, para evitar impuestos.
Mientras tanto, nuestros impuestos financian desproporcionadamente al ejército, que es el puño de hierro que sostiene el sistema de explotación. Los 30 millones de estadounidenses que fueron víctimas de despidos masivos y de la desindustrialización perdieron los empleos que fueron a parar en los trabajadores de los talleres clandestinos en el extranjero. Como señala Kennard, tanto a nivel nacional como internacional, se trata de una enorme “transferencia de riqueza de los pobres a los ricos a nivel global y nacional”.
“Los mismos que inventan mitos sobre lo que hacemos en el extranjero, han construido también un sistema ideológico similar, que legitima el robo en el país; “El robo a los más pobres por parte de los más ricos”, escribe. “Los pobres y trabajadores de Harlem tienen más en común con los pobres y los trabajadores de Haití que con sus élites, pero esto hay que esconderlo para que el tinglado funcione”.
La ayuda extranjera mantiene talleres clandestinos o “zonas económicas especiales” (maquiladoras) para las corporaciones globales en países como Haití, donde los trabajadores se afanan por unos céntimos la hora, y a menudo, en condiciones de inseguridad.
“Una de las facetas de las ‘zonas económicas especiales’ y uno de los incentivos para las corporaciones en los EE.UU., es que las ‘zonas económicas especiales’ tienen incluso menos regulaciones que el Estado Nacional en cuestiones relacionadas con la mano de obra, los impuestos y las aduanas” — me dijo Kennard en una entrevista. “Tu abres estos talleres clandestinos en las ‘zonas económicas especiales’, les pagas a los trabajadores una miseria y sacas todos los recursos sin tener que pagar ni aduanas, ni impuestos. El Estado, en México o Haití o en cualquier lugar donde exista la producción offshoring, no se beneficia en absoluto. Eso es por diseño. Las arcas del Estado serán siempre las que nunca aumenten. Son las corporaciones las que se benefician”.
Estas mismas instituciones de EE.UU. y sus mecanismos de control” — escribe Kennard en su libro”— fueron empleados para sabotear la campaña electoral de Jeremy Corbyn, un feroz crítico del imperio estadounidense, postulado para primer ministro de Gran Bretaña.
Estados Unidos desembolsó casi 72 mil millones de dólares en ayuda exterior en el año fiscal de 2023. Financió iniciativas de agua potable, tratamientos contra el VIH/SIDA, seguridad energética y trabajo anticorrupción. Para 2024, proporcionó el 42 por ciento de toda la ayuda humanitaria, monitoreada por las Naciones Unidas.
La ayuda humanitaria, a menudo descrita como “poder blando”, está diseñada para enmascarar el robo de recursos en el Sur Global por parte de las corporaciones de Estados Unidos; la expansión de la presencia militar estadounidense; el control rígido sobre los gobiernos extranjeros; la devastación causada por la extracción de combustibles fósiles; el abuso sistemático de los trabajadores en los talleres clandestinos globales; y el envenenamiento de niños trabajadores en lugares como El Congo, donde son utilizados para extraer litio.
Dudo que Musk, y su ejército de jóvenes secuaces en el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), que no es un departamento oficial dentro del gobierno federal, tengan idea alguna sobre cómo funcionan las organizaciones que están destruyendo, por qué existen, o qué significará su desaparición para del poder estadounidense.
La confiscación de los expedientes del personal del gobierno, y del material clasificado; el esfuerzo por rescindir contratos gubernamentales con valor de cientos de millones de dólares —en su mayoría relacionados con Diversidad, Equidad e Inclusión (DEI)—; las ofertas de adquisición para “drenar el pantano”, que incluye la oferta de compra de toda la fuerza laboral de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) (ahora temporalmente bloqueada por un juez); el despido de 17 ó 18 inspectores generales y fiscales federales; la suspensión de la financiación y subvenciones que otorgaba el gobierno; los están mirando canibalizar al leviatán que veneran.
Planean desmantelar la Agencia de Protección Ambiental (EPA); el Departamento de Educación y el Servicio Postal de Estados Unidos, parte de la maquinaria interna del imperio. Cuanto más disfuncional se vuelve el Estado, más oportunidades de negocios se crean para las corporaciones depredadoras y las empresas de capital privado. Estos multimillonarios harán una fortuna “cosechando” los restos del imperio. Pero en última instancia, están matando a la bestia que creó la riqueza y el poder estadounidenses.
Una vez que el dólar deje de ser la moneda de reserva mundial, algo que el desmantelamiento del imperio garantiza, Estados Unidos será incapaz de pagar su enorme déficit vendiendo sus bonos del Tesoro. La economía estadounidense caerá en una depresión devastadora. Esto provocará el colapso de la sociedad civil, un aumento vertiginoso de los precios (especialmente de los productos importados); el estancamiento de los salarios y elevadas tasas de desempleo. El financiamiento de las, al menos 750, bases militares en el extranjero y de nuestro hinchado ejército será imposible de sostener. El imperio se contraerá instantáneamente. Se convertirá en una sombra de sí mismo. El hipernacionalismo, alimentado por una rabia incipiente y una desesperación generalizada, se transformará en un fascismo estadounidense lleno de odio.
“La desaparición de Estados Unidos como principal potencia mundial podría llegar mucho más rápido de lo que nadie imagina”, escribe el historiador Alfred W. McCoy en su libro “In the Shadows of the American Century: The Rise and Decline of US Global Power” (En las sombras del siglo americano: El ascenso y declive del poder global estadounidense):
“A pesar del aura de omnipotencia que suelen proyectar los imperios, la mayoría son sorprendentemente frágiles y carecen de la fuerza inherente, incluso, de un modesto Estado-nación. De hecho, un vistazo a su historia debería recordarnos que los más grandes son susceptibles de derrumbarse por diversas causas, siendo generalmente las presiones fiscales un factor primordial. Durante la mayor parte de dos siglos, la seguridad y prosperidad de la patria ha sido el objetivo principal de la mayoría de los Estados estables, lo que convierte a las aventuras extranjeras, o imperiales, en una opción prescindible, a la que por lo general se les asigna no más del 5 por ciento del presupuesto interno. Sin el financiamiento, que surge casi orgánicamente en el seno de una nación soberana, los imperios notoriamente son depredadores en su incesante búsqueda de saqueo o ganancias: basta con ver el comercio de esclavos en el Atlántico, la pasión de Bélgica por el caucho en El Congo, el comercio del opio de la India británica, la violación de Europa por parte del Tercer Reich, o la explotación soviética de Europa del Este.”
Cuando los ingresos disminuyen o colapsan, señala McCoy, “los imperios se vuelven frágiles”.
“Tan delicada es su ecología de poder, que cuando las cosas empiezan a ir realmente mal, los imperios se desmoronan a una velocidad impía: sólo un año para Portugal, dos años para la Unión Soviética, ocho años para Francia, once años para los otomanos, diecisiete para Gran Bretaña, y, con toda probabilidad, sólo veintisiete años para los Estados Unidos, contando desde el crucial año de 2003 [cuando EE.UU. invadió Irak]», escribe Alfred W. McCoy en su libro “In the Shadows of the American Century: The Rise and Decline of US Global Power”.
El arsenal de herramientas utilizadas para la dominación global —vigilancia a gran escala; desmembramiento de las libertades civiles (incluyendo el debido proceso, la tortura, la policía militarizada, el sistema penitenciario masivo, los drones y satélites militarizados) se emplearán contra una población nerviosa y enfurecida.
La acción de devorar el cadáver del imperio para alimentar la desmesurada codicia y los egos de estos carroñeros es el presagio de una nueva era oscura.
Texto original en inglés:
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.