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La chispa de Bouazizi

El inicio de un largo proceso revolucionario

Fuentes: Al-Akhbar English

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Es un gran honor para mí unirme a ustedes en la celebración de este primer aniversario del inicio de la revolución tunecina en la propia ciudad de Sidi Bouzid*, la ciudad de Mohamed Bouazizi, donde se encendió la primera chispa de la revolución que se extendió como un reguero de pólvora por todo el mundo árabe, ilustrando así magníficamente el famoso proverbio chino «una simple chispa puede iniciar el fuego de una pradera».

Me resultó muy grato ver en la carta de invitación del Comité para la Conmemoración del Primer Aniversario de la Revolución del 17 de Diciembre de 2010 que para dar nombre al levantamiento tunecino este grupo había elegido el de «Revolución del 17 de Diciembre» por el día de la primera chispa en vez del de «Revolución del 14 de Enero» por el día en que huyó el déspota Ben Ali.

En la discusión actualmente en curso en Túnez acerca de cuál de estas dos designaciones es más apropiada (y que excluye la engañosa y orientalista «Revolución del Jazmín» ya utilizada para el golpe Ben Ali en noviembre de 1987), defiendo firmemente llamar la revolución por el nombre del día en que empezó, como los egipcios llamaron su propia revolución «Revolución del 25 de enero».

Mi preferencia se debe a la misma razón que me llevó a caracterizar aquello de lo que estamos siendo testigos en la región árabe como un proceso revolucionario a largo plazo y no una «revolución» acabada, que a algunas personas les gustaría reducir simplemente al derrocamiento del jefe del anterior régimen.

En realidad, la huida de Ben Ali el 14 de enero, lo mismo que la dimisión de Mubarak el 11 de febrero, no era sino una etapa de un proceso revolucionario en marcha, que bien puede continuar durante mucho tiempo, como la Revolución Francesa. Esta empezó el 14 de julio de 1789 y, según la mayoría de los historiadores, sólo terminó diez años después con el golpe del «18 Brumario» de Napoleón Bonaparte (el 9 de noviembre de 1799).

Bases socioeconómicas de la Revolución

Mi afirmación de que estamos ante un proceso revolucionario a largo plazo no proviene de propensión alguna a proyectar el modelo francés en las revoluciones árabes en marcha. Espero ardientemente que nuestro propio proceso revolucionario no lleve a golpes de personas del estilo de Bonaparte, aunque, en realidad, esto es posible en una parte del mundo que ha conocido tantos golpes militares en la historia contemporánea. Mi insistencia en la larga duración de los procesos se basa más bien en un hecho que debería ser obvio para cualquiera que contemple los actuales levantamientos: que están movidos por unas profundamente arraigadas cuestiones socioeconómicas, incluso en países en los que el movimiento popular luchó o continúa luchando por la democracia y las libertades políticas en contra de un régimen despótico.

Esta realidad se hace evidente si se consideran las actuales revoluciones en el contexto del aumento de las luchas sociales que había preparado el terreno a aquellas durante los años anteriores. También debería ser perfectamente claro para cualquiera que considere el verdadero significado de la primera chispa de la revolución aquí en Sidi Bouzid.

Y es que no fue fundamentalmente el descontento de Bouazizi con la naturaleza del gobierno político en Túnez lo que le llevó al camino del martirio, sino las miserables condiciones de vida impuestas a muchos jóvenes tunecinos como él, obligados a recurrir a fuentes de ingresos marginales y precarias para sobrevivir. Estas condiciones las simboliza ahora muy bien el monumento en piedra que representa el carrito de un vendedor callejero erigido en la plaza central de Sidi Bouzid en memoria de Bouazizi.

Esta realidad la expresaron mejor las consignas que prevalecieron los primeros días del levantamiento generalizado en esta provincia y después en las empobrecidas provincias vecinas que constituyen lo que un periódico tunecino acertadamente denominó ayer [17 de diciembre de 2011] «cuenca revolucionaria». La consigna del levantamiento en Sidi Bouzid («¡Banda de ladrones, el trabajo es un derecho!») se hacía eco directamente del levantamiento de 2008 en la cuenca minera de Gafsa que se centró en la cuestión del empleo.

Además, si consideramos el lema tripartito «Trabajo, Libertad, Dignidad Nacional» que envolvió la revolución tunecina siguiendo el modelo del famoso lema de la Revolución Francesa «Libertad, Igualdad, Fraternidad» nos damos cuenta de que lo único que se ha logrado hasta hoy es únicamente libertad, por importante que esta sea. Por lo que se refiere a la primera reivindicación referente al empleo, su cumplimiento ni siquiera aparece en el horizonte y aunque librarse de la despótica custodia por parte de Ben Ali sobre el pueblo logró parcialmente la «dignidad nacional», no puede haber una dignidad completa sin una vida digna libre de la humillación del paro y de la pobreza.

El paro y las revoluciones árabes

Dos características principales que distinguen la región árabe del resto del mundo emergen cuando se trata de identificar las causas de la inmensa agitación revolucionaria que está barriendo todos nuestros países. La primera está muy clara. En nuestra región se concentra la mayor cantidad de regímenes despóticos en un solo espacio político. La segunda característica, en cambio, a menudo se pasa por alto. Durante décadas hemos tenido los índices de paro más altos del mundo (incluyendo el paro de los licenciados, que en caso de Túnez pasó del 5% a más del 22% desde que Ben Ali tomó el poder en 1987).

Nuestra región no solo destaca por los más altos índices de paro femenino del mundo (una característica fundamental de nuestro subdesarrollo) sino que tiene el mayor índice de paro juvenil entre hombres y mujeres menores de 25 años. El índice de paro juvenil en lo que las organizaciones internacionales denominan Oriente Próximo y Norte de África (MENA, por sus siglas en inglés) es de aproximadamente el 24%, mientras que no supera el 12% en el África subsahariana y el 15% en el sur de Asia, aun cuando estas regiones están bastante más empobrecidas y pobladas que nuestra región. Ello a pesar del hecho de que estas cifras se basan en estadísticas proporcionadas por los Estados y todo el mundo sabe que están muy por debajo de la realidad.

Por otra parte, tal como se contabiliza aquí el paro se limita a aquellas personas que afirman estar buscando un trabajo y no declaran ni siquiera una hora de actividad económica durante los días anteriores al estudio. Esto significa que no aparecen grandes cantidades de personas que han renunciado a buscar trabajo o que están ocupadas en actividades marginales que con toda exactitud se pueden calificar de «paro encubierto».

Esta realidad social básica es lo que constituye la fuente profunda de la explosión revolucionaria que ha barrido nuestros países. Las cifras de paro son resultado del pobre desarrollo y a su vez aumentan este, con lo que afianzan a nuestros países en un círculo vicioso que produce marginación social y miseria, tanto material como moral. Visto desde este punto de vista, las victorias en Túnez, Libia y Egipto son sólo la primera fase de un proceso revolucionario en tres países que carecieron de libertad y de democracia en diferentes grados.

Dinero y política

Esta primera etapa ha consistido en ganar libertades políticas y en lograr una democracia formal basada en aquellas libertades. Sin embargo, la verdadera democracia no se puede realizar a menos que la igualdad se añada a libertad, no solo iguales derechos, que sigue siendo estrictamente formal, sino igualdad también en recursos materiales.

En efecto, el defecto principal de las democracias occidentales (que se refleja en su profunda crisis económica la cual se traduce en la baja proporción de personas con derecho a voto que participan en las elecciones) es que representan «la mejor democracia que puede comprar el dinero», como lo expresó correctamente un crítico estadounidense. El proceso electoral en esta democracia deficiente e ilusoria depende extremadamente del dinero, incluyendo la televisión que es la principal herramienta de propaganda en nuestras sociedades del espectáculo.

Hay intentos de limitar la enorme desigualdad creada por el dinero en la política en unos pocos países occidentales, en los que el Estado ha puesto límite a los presupuestos de las campañas electorales y participa en su financiación, con lo que también garantiza a todos los participantes la oportunidad de presentar su plataforma al público en la televisión.

Lo que hasta ahora hemos logrado en Túnez y Egipto es una democracia formal pero deficiente que pone pocos límites al papel del dinero en la política en conformidad con la forma desenfrenada de capitalismo que prevalece en nuestra región. Ambos países han celebrado elecciones para una Asamblea Constituyente, las cuales han estado ostensiblemente dominadas por los recursos económicos. Los fondos recibidos por los partidos religiosos de parte de los países petroleros del Golfo desempeñó un papel destacado en las elecciones, además de la privilegiada cobertura que estos partidos obtienen de la principal red de televisión árabe, al Jazeera, cuya relación con ellos y el apoyo que les dan son bien conocidos de todos.

Sin embargo, el dinero y la televisión no solo beneficiaron a los partidos religiosos. También desempeñaron un papel fundamental en los resultados electorales de listas como la Petición Popular en Túnez, dirigida por Mohamed Hechmi Hamdi y de la coalición del Partido de los Egipcios Libres dirigida por Naguib Sawiris, dos empresarios cada uno de los cuales es dueño de una importante televisión.

Los partidos religiosos gozaron de importantes recursos además del prestigio derivado del hecho de que durante las últimas décadas habían constituido la principal fuerza de oposición (y con los años habían logrado crear una amplia organización en Egipto), por no mencionar su demagogia religiosa y el hecho de aprovecharse de las emociones de los creyentes.

Así que no resulta sorprendente que el objetivo fundamental para estos partidos tras la caída de los dictadores tanto en Túnez como en Egipto fuera acelerar las elecciones. Argumentaban que querían acelerar la consolidación de la «revolución» e impedir que fuera secuestrada, pero en realidad se estaban apresurando a cosechar los frutos del trabajo de la revolución antes de que otros tuvieran la posibilidad de negárselos.

Desarrollo sin corrupción

A consecuencia de ello, los problemas básicos que desencadenaron la explosión social y dieron lugar al proceso revolucionario en nuestra región, la mejor personificación de lo cual es nuestro índice de paro, fueron asuntos casi sin importancia en las elecciones, que en vez de ello estuvieron dominadas por los señuelos de la identidad (religiosa, sectaria, regional e incluso tribal).

La fuerzas que llegaron a dominar el escenario político defendían «programas» (si se les puede llamar así) que no diferían significativamente de los de los regímenes anteriores en los dominios social y económico, excepto por unas pocas consignas vagas y falsas promesas del tipo al que los votantes están acostumbrados los días antes de las elecciones. Son promesas y consignas vacías que no están respaldadas por ningún plan serio de implementación; de hecho, se basan en la ignorancia de los votantes corrientes.

Todas las fuerzas que dominan el escenario electoral apoyan los principios neoliberales que priorizan el mercado, el sector privado y el libre mercado, exactamente los mismos principios que llevaron a nuestros países al actual atolladero. De hecho el grave problema de desarrollo que padecen nuestras sociedades es el resultado del tipo de capitalismo que prevalece en nuestros países, junto con el dominio de la renta del petróleo en nuestras economías. Es un capitalismo de beneficios rápidos, sin incentivos para una inversión productiva a largo plazo capaz de generar un aumento de empleo intensivo, especialmente porque teme la falta de estabilidad que caracteriza a la región árabe.

La verdad es que las condiciones revolucionarias que se están desarrollando en nuestra región, con el correspondiente aumento de demandas sociales no harán sino empeorar la falta de voluntad por parte del capitalismo preponderante de invertir en la creación de empleo.

Por consiguiente, la verdad que no se puede ignorar es que nuestro desarrollo económico no se producirá basándose en capital privado. Ello exige una clara ruptura con el modelo neoliberal para volver a situar al Estado y al sector público en el asiento del conductor del desarrollo y dedicar los recursos del país a esta prioridad fundamental por medio de unos impuestos y unas nacionalizaciones progresistas.

Con todos sus inconvenientes, las políticas de desarrollo que se implementaron en nuestra región desde la década de 1950 a la de 1970 tuvieron un impacto y unos efectos sociales mejores que las políticas neoliberales que vinieron después. Lo que hoy se necesita es una vuelta a las políticas de desarrollo de aquella época sin el despotismo y la corrupción que llevaban aparejados, mientras que los regímenes que las han reemplazado solo han acabado con el desarrollismo al tiempo que mantienen el despotismo y llevan la corrupción a un nivel mucho más alto.

El hecho de que las masas se hayan acostumbrado a hacer oír sus voces en las calles y en las plazas desde la revolución que empezó en Sidi Bouzid proporciona la condición clave para el control popular democrático sobre la concentración del potencial de la nación en manos del Estado. Esto es una condición necesaria para que el mundo árabe emprenda el camino del desarrollo sin corrupción después de haber experimentado el desarrollo con corrupción y la corrupción sin desarrollo de forma sucesiva desde la década de 1950.

Los trabajadores y los movimientos juveniles

Dado que está en el centro del proceso de producción y combina el conocimiento y la experiencia de la clase trabajadora, el movimiento de los trabajadores es el más calificado para supervisar las políticas de desarrollo del Estado, siempre que siga siendo independiente y libre.

Conocemos el papel crucial que el movimiento de los trabajadores desempeñó en el primer estadio de las revoluciones tanto de Túnez como de Egipto, derrocando a los dictadores y eliminando todos los símbolos e instituciones del viejo orden político. Nadie puede ignorar el papel fundamental desempeñado por la Unión General Tunecina del Trabajo a este respecto ni el decisivo papel del movimiento de huelgas de trabajadores en Egipto que empezó a expandirse en los días que llevaron a la dimisión de Hosni Mubarak. También llevaron a la creación de la Federación Egipcia de Sindicatos Independientes, cuyas filas aumentaron hasta llegar casi al millón y medio de miembros en unos pocos meses.

Aquí está la paradoja del proceso revolucionario del que estamos siendo testigos. Los hombres y mujeres del movimiento obrero allanaron el terreno para las revoluciones tunecina y egipcia, y desempeñaron un papel decisivo en el derrocamiento del régimen anterior, pero han estado completamente ausentes de la fase electoral. Aunque probablemente el movimiento obrero es la única fuerza progresista que tiene las raíces populares y el alcance nacional capaces de derrotar a los partidos conservadores y de alzarse a una posición dirigente para implementar el cambio revolucionario necesario, estuvo físicamente ausente de la batalla electoral ya que carecía de representación política. Por ello también estuvo ausente políticamente y los partidos que dominaron la escena electoral ignoraron casi por completo los problemas y las reivindicaciones de la clase trabajadora, y en el mejor de los casos los desplazaron a un segundo plano.

Lo mismo ocurre con el movimiento juvenil, con su importante componente femenino, que inició los levantamientos y revoluciones, y sigue estando en la primera línea en todas partes. Sin embargo, estuvo casi completamente ausente de la fase electoral, que ha estado dominada por organizaciones políticas dirigidas por hombres de más edad que defendían un régimen moral puritano y una regresión cultural oscurantista, muy lejos de las aspiraciones de la vasta mayoría de la juventud revolucionaria.

En resumen, nos encontramos ante una discordancia histórica en la naturaleza social entre, por una parte, las fuerzas que prepararon el terreno para el movimiento revolucionario, lo iniciaron y lo empujaron a su radicalización, lo que eliminó las instituciones del régimen anterior; y, por otra parte, las fuerzas que llegaron a dominar el escenario electoral y a ganar la mayoría de los escaños, todas las cuales se unieron a la movilización revolucionaria una vez que había empezado y tras haber denunciado inicialmente a quienes la iniciaron.

Existe una discordancia entre, por una parte, los profundos problemas que provocaron la explosión revolucionaria y siguen aquejando a los trabajadores, a las personas marginadas, a las mujeres y a la juventud, y, por otra parte, las fuerzas que se han apoderado del foco de atención política y están tratando de reducir la lucha a un combate entre el «laicismo» y el «Islam». Afirman representar al «Islam», al que ellos presentan como «la solución», lo que ilustra lo apropiado de la crítica del uso de la religión como «el opio del pueblo», pensado para distraer al pueblo de hacer frente a los problemas básicos que le afligen.

Esta discordancia solo se puede superar por medio de la construcción de la representación política del movimiento de los trabajadores y su entrada en la arena electoral con el objetivo de llegar al poder en alianza con las organizaciones independientes juveniles y de mujeres. Mientras esto no se logre, las causas que provocaron la agitación revolucionara no desaparecerán sino que en realidad empeorarán garantizando así que el proceso revolucionario que se inició por primera vez en Sidi Bouzid el 17 de diciembre de 2010 verdaderamente será un proceso a largo plazo.

*Esta charla se ofreció en Sidi Bouzid, Túnez, el 18 de diciembre de 2011 a invitación del Comité para la Conmemoración del Primer Aniversario de la Revolución del 17 de Diciembre de 2010.

Gilbert Achcar es profesor de Estudios para el Desarrollo y Relaciones Internacionales de la Escuela de Estudios Orientales y Africanos (SOAS, por sus siglas en inglés) en Londres.

Los puntos de vista expresados por el autor no reflejan necesariamente la política editorial de al-Akhbar.

Fuente: http://english.al-akhbar.com/content/bouazizi-spark-beginning-long-revolutionary-process