El Conflicto interno de Somalia está propulsado por un combustible que es una mezcla de religión, política y rivalidad entre clanes. A diario se mata a civiles en Mogadiscio, hay bombas al borde de la carretera y ataques con morteros, y los periodistas y políticos son el objetivo. Para empeorar las cosas, el país ha […]
El Conflicto interno de Somalia está propulsado por un combustible que es una mezcla de religión, política y rivalidad entre clanes. A diario se mata a civiles en Mogadiscio, hay bombas al borde de la carretera y ataques con morteros, y los periodistas y políticos son el objetivo. Para empeorar las cosas, el país ha sufrido este año tanto sequías como inundaciones.
Esta combinación de inseguridad y desastres naturales ha desplazado un enorme número de personas y causado sufrimiento a una escala de sufrimiento digna de contemplarse. Según las cifras más recientes de Naciones Unidas, 400.000 personas, o casi un tercio de la población de Mogadiscio, ha huido de la ciudad.
Aún así, Somalia muy raramente sale en los titulares de prensa. Esto refleja en parte la casi imposibilidad de recopilar noticias allí. Muy pocos periodistas extranjeros se aventuran a entrar allí, es demasiado difícil y peligroso para ellos trabajar dentro del país, y los periodistas locales son acosados por las autoridades. Y, incluso cuando hay noticias, la capacidad del mundo de absorber historias malas y tristes desde otro lugar infernal más, es limitada.
Desde el pasado mes de diciembre, Somalia ha estado en una situación de guerra civil de hecho. El Gobierno secular, apoyado por Naciones Unidas, la Unión Europea y Estados Unidos, con refuerzos militares de Etiopía, ha estado luchando contra los insurgentes de la Unión de las Cortes Islámicas, un grupo acusado de esconder a terroristas de Al-Qaeda, y cuyos líderes están apoyados por Eritrea.
El caos total y la ausencia de seguridad hace casi imposible encontrar una solución política. Cuando los ancianos locales y los delegados querían reunirse en Mogadiscio, para una conferencia de reconciliación, las condiciones de seguridad les obligaban a posponer la conferencia varios meses, (aunque cuando por fin se reunían, en gran cantidad y por largo tiempo, no hace ningún avance).
No hace mucho, se negó el permiso para aterrizar en Baidoa (Sede del Parlamento de Somalia) a un avión con el enviado de la ONU para Derechos humanos, y los pilotos a veces se niegan a llevar en sus aviones a extranjeros a Mogadiscio, porque es muy peligroso. La misma falta de seguridad afecta al reparto de la ayuda humanitaria: en una visita reciente al norte de Somalia, para evaluar las necesidades humanitarias, un equipo del Comité Internacional de Rescate, del cual yo era parte, pasó más tiempo, esfuerzo y dinero en asuntos de seguridad que en inspeccionar los pozos y evaluar las necesidades de letrinas, aunque la falta de agua y sanitarios es grave.
En un tramo de 25 millas de carretera entre las ciudades del sur de Kismayo y Jilib, hay al menos 35 puestos de control conducidos por hombres armados que cobran a los pasajeros entre 50 y 200 dólares americanos por pasar. En el mar, la piratería trastorna gravemente la ayuda enviada por barco.
Un incidente en el sur de Somalia demuestra vívidamente cómo la inseguridad puede obstaculizar el trabajo humanitario. Mientras que nuestro equipo de evaluación se encontraba en la ciudad de Marare, una escena banal de dos amigos veinteañeros desayunando se convirtió en un gran drama cuando uno de los chicos puso mal su kalashnikov y mató accidentalmente a su amigo.
Los chavales eran del mismo clan, pero, desgraciadamente de diferente sub-clan. El proceso habitual es que la familia de la víctima escoge a alguien del sub-clan del perpetrador para matarlo. Los ancianos de los dos sub-clanes pasaron cuatro días negociando una solución menos sangrienta, y al final acordaron que se pagase el precio de 100 camellos, (por valor de 7.000 dólares americanos), como compensación. Pero durante esos cuatro días, se entorpeció el trabajo en el hospital local (llevado por una organización internacional no gubernamental) ya que los trabajadores que eran miembros del sub-clan del perpetrador, se mantuvieron alejados de sus puestos de trabajo, por si acaso eran seleccionados para la matanza por venganza.
El dilema que planteó el accidente no es fácil de comprender para los extranjeros. Pero la manera en la que los ancianos esquivaron una resolución violenta es un ejemplo admirable de buena gobernabilidad.
Si tan solo estas prácticas fueran utilizadas para abordar la mayoría de los problemas que abruman a Somalia. En este ‘Estado fracasado’ por excelencia, esta especie de sabiduría de ancianos podría ser la única opción para empezar a afrontar el atolladero creado por el desorden que ha oprimido al país desde la marcha del dictador Said Barre, en 1991.
Ignorar la situación en Somalia y no intentar restablecer la ley y el orden no es una opción. Las dos principales facciones que combaten en Mogadiscio están respaldadas, respectivamente, por Etiopía y por Eritrea. Porque esas naciones, de entre las más pobres de África, tienen una disputa sin resolver sobre la frontera que las separa, que les llevó a una guerra, entre 1998 y 2000, en la que murieron decenas de miles de personas de ambos lados y las hostilidades en la zona continúan, su participación, por delegación (by proxy), en la guerra civil de Somalia podría tener graves implicaciones para todo el cuerno de África.
*Anna Husarska es Senior Policy Adviser en el ‘International Rescue Committee’. www.theIRC.org.
Traducido por Rosa Moro del Departamento África de la Fundación Sur.