Hace años que Marruecos colonizó manu militari la mayor parte del Sáhara Occidental y convirtió a la población originaria en una minoría en sus propias tierras. Mientras el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas mantiene la ficción de unas negociaciones sobre la aplicación del derecho de autodeterminación, la realidad es que sus miembros -principalmente […]
Hace años que Marruecos colonizó manu militari la mayor parte del Sáhara Occidental y convirtió a la población originaria en una minoría en sus propias tierras. Mientras el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas mantiene la ficción de unas negociaciones sobre la aplicación del derecho de autodeterminación, la realidad es que sus miembros -principalmente Estados Unidos y Francia- nunca han presionado seriamente a Marruecos en esa dirección, que es la acorde con el derecho internacional. Y la monarquía alauí nunca ha considerado otra opción que la soberanía marroquí sobre el Sáhara. Para el Majzén, como para la prensa y el conjunto de los partidos políticos marroquíes, no existe un problema de descolonización o, en todo caso, lo identifican con el proceso que permitió la incorporación al Reino de Marruecos del Rif y Tetuán (1956) o Sidi Ifni (1969). Una opinión que parece compartir el Estado español, que hace tres décadas que hizo mutis por el foro -con independencia del color del gobierno- y que desde la Conferencia de Algeciras (1906) no ha dejado de jugar un papel subalterno en el norte de África. Puede encontrarse un buen resumen de la historia reciente en un reciente artículo de José Abu Tarsch, profesor de la Universidad de La Laguna.
En términos militares, el alto el fuego de 1991 -verificado, con mandato limitado, por una desprestigiada Minurso- confirmó la derrota del Frente Polisario, que desde entonces se mantiene replegado en los campos de Tinduf. En 2005 Mohammed Beslem Yissat, representante del Frente Polisario en Argel, explicaba a la organización International Crisis Group la dramática debilidad de la posición negociadora del Polisario:
«En 1991, abandonamos la independencia sin condiciones; en 1994 cedimos en el censo de 1974; en 1997 admitimos la identificación de las tribus contestadas [tribus cuya mayoría de integrantes viven fuera del Sáhara Occidental], y en 2003 admitimos que los marroquíes [los colonos que viven en la zona ocupada] puedan llegar a votar en nuestro referéndum. ¿Qué nos ha dado Marruecos a cambio? Nada.»
Nada le incita a hacer concesión alguna. Sin presiones por parte de las potencias que se sientan en el Consejo de Seguridad, con un Frente Polisario neutralizado, y con una Argelia que no está dispuesta a iniciar una escalada en favor de sus huéspedes, Marruecos no tiene ningún interés en modificar su posición acerca de la marroquinidad del Sáhara Occidental. Su oferta de autonomía, presentada por primera vez en 2003 y reformulada luego en 2007, no tiene otro objetivo que concluir un proceso que le permita obtener la legitimidad y el reconocimiento internacionales. Y, al contrario que los palestinos, los saharauis no pueden jugar a su favor la baza demográfica. James Baker, un enviado personal del Secretario General de la ONU poco imparcial (había sido secretario de Estado con George Bush Sr), lo expresaba hace unos años, con gran cinismo, en una entrevista:
«esta es realmente una disputa de muy baja intensidad, de bajo nivel. Mire, no hay ningún acontecimiento que fuerce las cosas en el conflicto del Sáhara Occidental. Marruecos ganó la guerra. Se encuentra en posesión del territorio. ¿Por qué debería acordar nada?»
Pero los acontecimientos comenzaron a sucederse. Eso sí, no en forma de incursiones guerrilleras o de atentados terroristas. Los que Marruecos considera como súbditos de las Provincias del Sur comenzaron a alzar su voz y a replantear los términos del conflicto.
Panorámica del campamento de Gdeim Izik, antes de su desmantelamiento. © Rue89. Un nuevo ciclo de revueltas
Cinco años después de las protestas de 2005, miles de saharauis realizaron un insólito éxodo desde El Aaiún y otras ciudades para instalar un multitudinario campamento de protesta en Gdeim Izik, a 18 km de la capital saharaui. Una iniciativa que en cierto modo recuperaba el espíritu nómada de antaño y la epopeya del jeque saharaui Ma al’-Aynayn (1830-1910), fundador de la ciudad de Smara (hechos rememorados por Le Clézio en «Desierto«). Entre 15 y 20 mil personas se autoorganizaron durante semanas en medio del desierto, pese al cerco al que pronto les sometió el ejército marroquí. Una cifra enorme que supone el 10 % de la población saharaui de los territorios ocupados. Casi todas las familias de El Aaiún tenían algún miembro en Gdeim Izik, que acabó siendo desmantelado por parte de la policía y el ejército en vísperas de una nueva ronda de conversaciones entre Marruecos y el Frente Polisario. A la violenta expulsión de los acampados siguieron manifestaciones de protestas en El Aaiún y un brutal operativo policial que se ha visto acompañada por un bloqueo informativo, apenas roto por la presencia de algunos activistas españoles. La ofensiva marroquí ha dejado un saldo de cientos de detenidos, torturados y cifras inciertas de muertos y desaparecidos, que podrían ser bastante elevadas según el Frente Polisario y numerosos testigos. El Sáhara Occidental continúa en estado de sitio.
La exhibición de fuerza policial coincidió con el trigésimo quinto aniversario de la Marcha Verde. El año pasado, una semana después del trigésimo cuarto aniversario de dicho acontecimiento, el gobierno marroquí había expulsado a Aminatu Haidar de El Aaiún. Cada golpe de fuerza estuvo precedido por un discurso del rey Mohamed VI en el que reafirmaba la soberanía de Marruecos sobre el territorio saharaui. El año pasado el monarca alauí declaraba lo siguiente: «o el ciudadano es marroquí, o no lo es. (…) O se es patriota o se es un traidor.» Este año condenó «el abuso vergonzoso de las libertades que otorga nuestro país«. No cabe, pues, cuestionamiento alguno del carácter marroquí del Sáhara Occidental, que es lo que para el rey condiciona el ejercicio de todo derecho.
La reafirmación de la soberanía del Estado pasa, al mismo tiempo, por la negación de la autonomía del movimiento saharaui y del carácter político de su protesta. Marruecos continúa con la retórica, cada vez menos creíble, de la manipulación extranjera. Para Mohamed VI,
«ahora es el momento de la verdad, cuando la comunidad internacional verá la represión, la intimidación, la humillación y la tortura que sufren nuestros hijos e hijas en los campos de Tinduf, en flagrante violación de los principios básicos del derecho internacional humanitario.»
Este último es el argumento retorcido que suele esgrimir el Estado marroquí. Para ello se apoyan, por ejemplo, en casos como el de Mustafá Sala, que poco tiene que ver con lo que ha sucedido en El Aaiún. También eran unos «delincuentes» quienes, según las autoridades, «mantenían secuestradas» a miles personas en el campamento, después de que el gobierno hubiera aceptado supuestamente algunas de las reivindicaciones sociales de los saharauis. La prensa marroquí, como el diario Tel Quel, también duda de la naturaleza de la rebelión popular de Gdeim Izik:
«Lo que es seguro es que el transporte y montaje de miles de tiendas en pleno desierto necesita medios financieros y logísticos importantes. El campamento se desplegó en un tiempo récord, lo que deja suponer una preparación minuciosa previa.»
La prensa no cree posible que se hayan movilizado de esa manera por su cuenta, que los saharauis hayan protagonizado semejante éxodo y que hayan podido crear un «Estado dentro del Estado«, en palabras de un funcionario marroquí, mediante la división de tareas y la organización de servicios como el de recogida de basuras o el de la seguridad. Sólo los servicios secretos argelinos podrían haberlo montado. Lo cual es comprensible cuando se piensa en súbditos y no en ciudadanos.
Pero no es el Frente Polisario, mucho menos Argelia, el que organizó la protesta. Se trata de un movimiento más amplio, popular y urbano, que reivindica una mejora sustancial de sus condiciones de vida en tanto que saharauis, lo cual podrá pasar o no por la consecución de un Estado propio. Algunos piensan que sólo adquiere dimensión política cuando hay reclamos abiertos por la independencia. Pero esto es porque parten de una concepción muy pobre de la política. La cruenta reacción del gobierno marroquí indica más bien todo lo contrario: que el reclamo, articulado en torno a la identidad saharaui, de una ciudadanía sustancial que incluya no sólo el reconocimiento de mayores libertades sino el fin de la discriminación a la hora de obtener un empleo y un acceso más justo a los recursos económicos (pesca, fosfatos) del territorio, constituye una verdadera amenaza. A falta de República saharaui, porque así lo ha querido el gobierno marroquí, la amenaza será interna.
Geopolítica y gobernanza
Acto vandálico sobre el yacimiento arqueológico de Lajuad (territorio «liberado» del Sáhara Occidental), realizado por un militar croata de la Minurso. Fuente: Western Sahara Project (2007).
La rebelión saharaui altera el guión establecido de las negociaciones entre Estados y una fuerza política que aspira a controlar uno propio. En los últimos años el Frente Polisario intenta mantenerse como representante de los saharauis en los foros internacionales, e intenta influenciar el movimiento desde dentro, pero ha jugado claramente un papel secundario en el desarrollo de los últimos acontecimientos. La escala de las protestas, sin precedentes, obliga a Marruecos a reconsiderar el discurso de la manipulación exterior, al menos de puertas adentro, y a profundizar sus planes de autonomía. Si se mantiene en el tiempo un alto grado de tensión, algunos prohombres saharauis colaboracionistas, como Khali-Henna Ould Errachid, que hoy manejan el Corcas y que lideran las redes clientelares con el Estado en beneficio propio, podrían verse tentados a adoptar un discurso más nacionalista.
Este es otro aspecto que, vinculado a la cuestión demográfica, diferencia la situación saharaui de la palestina. Es cierto que, del mismo modo que el Estado de Israel necesita la segregación de la población árabe/palestina -tendencialmente mayoritaria sobre todo si incluímos a los refugiados- para mantener un sistema político racista, la monarquía alauí vería peligrar seriamente su legitimidad política en el caso del reconocimiento de un Sáhara independiente. Pero, por sí misma, la población saharaui -aún contando con los refugiados de Tinduf- no constituye una amenaza existencial al sistema de dominación en Marruecos, como sí es el caso en Israel. De ahí que, por más violenta que sea la represión, todavía no llega al grado de ensañamiento israelí.
Otro paralelismo es que tanto Marruecos como Israel mantienen relaciones privilegiadas con Estados Unidos y con la Unión Europea. Por lo que respecta a Marruecos, la ministra española de Exteriores Trinidad Jiménez aseguraba que
«es una relación esencial que debemos preservar por razones de seguridad, de combate contra el terrorismo, de control de los flujos de inmigración y del narcotráfico, y por las relaciones comerciales y económicas«.
Es un error pensar que con esta afirmación el gobierno español simplemente «se baja los pantalones» ante el gobierno marroquí, como suele alegarse. Ambos Estados están tan íntimamente ligados por un entramado de relaciones -empezando por el vínculo monárquico- que en ciertos asuntos resulta difícil hablar con propiedad de relación bilateral en sentido clásico. Obsérvese que buena parte de los ámbitos que enumera la ministra tienen que ver con la seguridad y el control policial de las poblaciones. ¡Cómo es posible, si Marruecos no es una auténtica democracia!, se indignan muchos. Pero ese es precisamente el valor añadido de los Estados del sur del Mediterráneo y, a su manera, más liberal, de Israel. Tanto Marruecos como Israel mantienen con la Unión Europea unos acuerdos de asociación euromediterráneos con los que se pretende extender la gobernanza europea de múltiples niveles y actores al otro lado del Mediterráneo. Dichos acuerdos están presididos, respectivamente, por un mismo artículo 2 que hace de los derechos humanos un «elemento esencial» de los mismos. No es que los gobiernos occidentales los sacrifiquen ante espurios intereses. Si los acuerdos económicos se mantienen y profundizan, si el comercio de armas florece, si se subcontrata la tortura y el control de las migraciones, es porque la interpretación que todos ellos hacen de dichos derechos, de la democracia, en el fondo no difiere tanto. La «democratización» que se solicita desde Europa sólo puede consistir en una apertura controlada desde arriba, como demuestra la experiencia argelina.
La determinación saharaui
La ferocidad de la represión, el bloqueo mediático y la intensidad de la propaganda reflejan bien las verdaderas dimensiones del levantamiento saharaui. El ataque policial al campamento fue resistido con determinación, con un elevado número de bajas entre las fuerzas de seguridad. El pogromo de los últimos días, con apoyo de los colonos marroquíes, pretende por ello aterrorizar a la población y prevenir futuras acciones audaces. Falta por verificar si la represión ha llegado en estos días a parámetros argelinos. Activistas canarios y saharauis cuentan que mucha gente está dispuesta a recurrir a la lucha armada, aún al margen del Polisario, pero esto puede dar lugar a diversos escenarios posibles: reconstitución de una guerrilla, el desarrollo del bandidaje o una conflictividad crónica, como en la Cabilia argelina (con la gran diferencia de que esta última es una zona montañosa).
Nos encontramos en un punto importante de inflexión que abre desde luego un futuro incierto, pero un futuro al menos, mucho más estimulante que el callejón sin salida de un languideciente proceso negociador. Por el lado saharaui, aunque el nacionalismo continúa siendo el marco ideológico dominante entre los saharauis -hasta el punto que resulta notable el nulo arraigo del salafismo, poco amigo de proyectos de contrucción estatal-, los recientes acontecimientos podrían traer consigo el ascenso de líderes o facciones políticas o tribales que se encuentran fuera del control tanto del Corcas como del Polisario, cuya legitimidad podría verse erosionada aún más. Marruecos podría jugar entonces -de nuevo, como Israel- la carta de la división, entre los saharauis de los territorios ocupados y los de Tinduf. El desplazamiento del centro de la protesta reduce también la influencia de Argelia.
Los saharauis han querido recuperar un tiempo que arriba querían mantener congelado. Los poderes marroquíes y español se han visto claramente superados por abajo. Lo sucedido debería animar a las organizaciones sociales, canarias y del resto de España, a reforzar las acciones de solidaridad con los movimientos saharauis y perseverar. Para acompañarles en unos meses que se adivinan difíciles. Y construir, juntos, algo nuevo.
Fuente: http://www.javierortiz.net/voz/samuel/el-levantamiento-saharaui