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El libre flujo de las informaciones

Fuentes: Rebelión

Es bien sabido que los Estados Unidos de América es el país de las libertades: de comercio, de mercado, de expresión, de circulación, tanto de ideas como de personas, etc. Al menos eso es lo que proclaman sus propagandistas y su Constitución, redactada frente a las limitaciones que los regímenes europeos imponían cuando las 13 […]

Es bien sabido que los Estados Unidos de América es el país de las libertades: de comercio, de mercado, de expresión, de circulación, tanto de ideas como de personas, etc. Al menos eso es lo que proclaman sus propagandistas y su Constitución, redactada frente a las limitaciones que los regímenes europeos imponían cuando las 13 colonias proclamaron su independencia de la monarquía británica. Una de esas libertades es el tan aireado y exigido libre flujo de las informaciones.

La famosa Primera Enmienda de la Constitución afirma taxativamente que no se limitará la libre circulación de las ideas. Pues bien, he aquí en lo que últimamente se concreta este sacrosanto principio de la libertad de expresión.

Los EUA, el paladín de ésta y de todas las demás libertades, el de «jura Ud. decir la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad» de las películas de Hollywood, oficializa ahora una práctica que viene ejerciendo desde antiguo. Baste recordar las famosas sesiones del Comité Senatorial de Actividades Antinorteamericanas durante los años de la famosa «caza de brujas», esto es, de artistas, escritores, músicos cantantes, etc., que discrepaban de la política de su Gobierno y defendían la libertad de creación.

A finales de la década de 1970 la UNESCO encargó a una Comisión, presidida por el irlandés Sean McBride, el estudio de los problemas de la comunicación en el mundo. El Informe McBride se presentó a la Asamblea General en 1980. Poco después, el Gobierno estadounidense, encabezado a la sazón por Reagan, retiró a su país de dicho organismo por interpretar que era una limitación al libre flujo de la información y la comunicación la reclamación de los países pobres del Tercer Mundo a disponer de sus propias fuentes de información y a producir los conocimientos y medios necesarios para satisfacer las necesidades de sus países. Se consideraba que este afán era lesivo para los intereses nacionales de los EUA, es decir, para los oligopolios de su industria de la comunicación.

Pero hoy, desaparecida la guerra fría tras el derrumbe de la URSS y de la casi totalidad de países comunistas, aparecen nuevas formas de restricción. Ante la poca credibilidad que le merece a la opinión pública del mundo, el Gobierno de los EUA, los poderes fácticos del fascismo sin rostro amable, reaccionan con cínica sinceridad. Las frecuentes intervenciones de los soldados y marines yanquis en todo el mundo, y muy en particular las últimas de Afganistán e Iraq, han levantado una inquietante ola mundial de antiamericanismo. De ahí que el brazo armado del imperialismo, el Pentágono, haya orquestado una concomitante «ofensiva psicológica» para contrarrestarla. Por si fuera poco con sus emisoras de La Voz de América, sus agencias de noticias, su retahíla de organismos e instituciones de exportación cultural del american way of life, sus numerosos instrumentos para el dominio y colonización de las conciencias (USIA, USICA, OIC, etc., etc., _ Véase a este respecto el libro de Y. Eudes La colonizacion de las conciencias, entre otros muchos- ), el Pentágono se arranca ahora con la creación de las IO (Information Operations). Dirigidas por la Oficina de Influencia Estratégica, estas operaciones tienen la tarea de crear noticias falsas, mentir y desinformar a los medios y militares amigos y enemigos. El jefe de todos estos especialistas en guerra psicológica y relaciones públicas, el general Simon Worden pretende realizar campañas negras de desinformación y blancas de información selectiva para que se publique en todo el mundo. «En situaciones de crisis -reza la directiva- las Operaciones de Información cumplirían una función disuasoria y flexible para comunicar nuestros intereses nacionales.» Y más claro aún: «Las IO pueden aplicarse para conseguir resultados físicos y psicológicos de apoyo a los militares.»

Nada nuevo en el mundo. Hace casi doscientos años, el general alemán K. Clausewitz dijo ya en su famoso tratado De la guerra que la mayoría de las noticias son falsas.

La Primera Guerra del Golfo iba a ser el primer conflicto bélico televisado y luego resultó ser invisible por la ausencia de imágenes del mismo. Hoy, la estrategia del Pentágono y de la Administración del Llanero Solitario con respecto a la Segunda ha cambiado. Haciendo gala de una prepotente sinceridad se han lanzado a la compra abierta de periodistas en distintos países para que den una versión favorable de sus tesis e intereses, sinceridad que es de agradecer. Más aún. Quieren invitar a 500 periodistas, elegidos por ellos, para que convivan con las tropas y presencien directamente los combates. Pero no podrán informar de todo. Se les proporcionarán 19 reglas de obligado cumplimiento periodístico. Entre ellas:

*No informar de los lugares concretos donde se desarrollen las acciones.

*No identificar las posiciones enemigas.

*No informar de las bajas estadounidenses.

*Los jefes de unidad podrán vetar o embargar los trabajos de prensa.

Por otro lado, los grandes diarios de los EUA colaboran en esta campaña de desinformación y confusión con titulares sensacionalistas y falsos rumores, ampliando así la histeria de los ataques terroristas con armas químicas y biológicas. Esta histeria le sirve a la Administración Bush para limitar asimismo la divulgación de los conocimientos científicos, con la excusa de que podrían caer en manos de terroristas que, por lo demás, no pagarían ningunas royalties.

En suma, que el propugnado libre flujo de las informaciones y conocimientos no deja de ser un cruel sarcasmo. Por eso vale la pena recordar las palabras de A. Einstein a propósito de Por qué el socialismo: «Bajo las condiciones actuales, los capitalistas privados controlan las principales fuentes de información (prensa, radio, enseñanza). Por eso es sumamente difícil y, a decir verdad, totalmente imposible en la mayoría de los casos, que el ciudadano individual llegue a conclusiones objetivas».