Traducido del gallego para Rebelión por Susana Merino
Aborrezco los linchamientos, tanto los mediáticos como los reales, de las turbas armadas, de la venganza primaria e instintiva, de las torturas, de la indignidad para con los seres humanos. Las imágenes de la captura y de la ejecución de Gaddafi, las palabras oprobiosas de su asesino, Mohammed al – Babi un muchacho de 18 años, son una muestra más de la peor condición humana. Ni siquiera el monstruo más cruel merece semejante trato.
José Antonio Marina dice que la mayor conquista de la humanidad no es el nivel de desarrollo tecnológico, la capacidad de conquistar el espacio, los grandes descubrimientos científicos, los avances de la medicina, la sofisticación armamentística… no, la mayor conquista de la Humanidad es la idea de justicia, los derechos humanos y su universalidad. En la magnífica película, El árbol de la vida, de Terrence Malik, podemos ver una extraña escena, cuando un dinosaurio, un velocirraptor quizás, mantiene aprisionada con su pata a una criatura indefensa. Todo hace pensar que la aplastará sin piedad, cruelmente. Sin embargo ante nuestra sorpresa decide retirarse. La cría débil y vulnerable, vivirá. Un modo extraordinariamente visual de explicarnos el nacimiento de la compasión, de la clemencia, del perdón. Sin esa capacidad la vida, todos y cada uno de nosotros no existiríamos.
El linchamiento de Gaddafi, así visto, en directo, horroriza. La venganza, el «ojo por ojo», tan bíblico, tan antiguo, está presente en todas las culturas no es patrimonio exclusivo de los árabes o de los musulmanes. Sabemos mucho de eso. Llevamos nuestra propia crueldad dentro de nosotros. En el disco duro.Y la misericordia, la generosidad, la indulgencia o el sentido de justicia. Con esa ambivalencia construimos lo que llamamos humanidad.
Tenemos una larga historia de linchamientos, de ejecuciones extrajudiciales aquí y en todas partes. Baste recordar a Andreu Nin, de la guerra civil española en 1937 y a los miles de asesinados en las cunetas. A Mussolini y su mujer Clara Petacci. O a Patricio Lumumba en 1961. Al Ché Guevara en La Higuera, Bolivia en 1967. A Nguyen Van Lemm en 1968 en Saigón, que dio la vuelta al mundo. A Ceaucescu y su mujer Elena, en 1968 en el corazón de Europa. Y luego Sadam Hussein y Osama Bin Laden… Y ahora Gaddafi. Baste con esta breve y mínima secuencia para visualizar algunas de las ejecuciones y de los linchamientos que no debieron producirse nunca. Ni aquí ni en ninguna otra parte.
Reconozco que cuando ví por primera vez Novecento, de Bernardo Bertolucci, por la habilidad del director, sentí alivio , hasta deseaba la captura de Atila y Regina, con su cinematográfico final. Con el paso de los años uno aborrece cada vez más los linchamientos y las turbas airadas anónimas. La jauría humana de Arthur Penn. Con el tiempo se aprende la importancia del sentido de justicia como la mayor conqista en defensa de la dignidad, base fundamental de los derechos humanos. Y disfruta más con películas como «Conspiración del silencio» de John Sturges y admira más a personajes como el de Spencer Tracy cuando como hombre con un solo brazo logra descubrir la verdad. O a Atticus Finch, aquel extraordinario personaje magistralmente interpretado por Gregory Peck en «Matar a un ruiseñor» de Robert Mulligan, aquel héroe que enseñaba a sus hijos Jem y Scout, por medio del diálogo y del afecto a conocer el mundo y a entender que la justicia tiene que estar siempre por sobre la venganza. Estoy seguro que Mohamed al – Babi y la turba que lo acompañaba no tuvieron oportunidad de conocer a Attticus Finch y su sentido de la justicia. Tampoco pensaron en lo enormemente útil que hbiera sido llevar a Gaddafi ante el Tribunal Penal Internacional. Pesaron más los gobiernos comprometidos con esta maldita guerra. Ellos son los responsables últimos tanto como el Consejo Nacional de Transición libio de utilizar una turba airada y un muchacho de 18 años de levantar una monumental conspiración de silencio para ocultar su indignidad.
Los linchamientos y el anuncio de la Sharia como fundamento del nuevo estado libio deberían avergonzarnos a todos.
Manuel Dios Diz preside el Seminario Gallego de Educación para la Paz y dirije la Fundación Cultura de Paz en Galicia.
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