Recomiendo:
0

Queremos saber quien debe a quien y cuanto

El mayor genocidio de la historia

Fuentes: Umoya

Los sucesos de Melilla nos han dejado la imagen, ineludible y desagradable, de lo que somos y representamos en el orden mundial. Nos ha hecho tomar conciencia, aunque solo haya sido por unos momentos, de que la defensa de nuestro bienestar pasa por encima, incluso, del derecho a la vida de millones de personas. Nos […]

Los sucesos de Melilla nos han dejado la imagen, ineludible y desagradable, de lo que somos y representamos en el orden mundial. Nos ha hecho tomar conciencia, aunque solo haya sido por unos momentos, de que la defensa de nuestro bienestar pasa por encima, incluso, del derecho a la vida de millones de personas.

Nos encontramos, ante una desagradable contradicción ética. Por un lado hemos abanderado con orgullo la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de 1948. Y por otro lado, la aplicación de aquello que nos dignifica y nos coloca en un plano superior de otras civilizaciones, es precisamente lo que daña nuestros intereses. Recordemos que durante cuatrocientos cincuenta años comerciamos con millones de africanos como si de mercancías se tratasen para apropiarnos de su trabajo (como consecuencia de esta práctica han muerto más de cincuenta millones de africanos). En 1884, con el pretexto de acabar con el comercio de esclavos, Europa se repartió África.

El desarrollo económico de Europa, en los siglos XIX y XX, se deben, en gran medida, tanto a la emigración de sus gentes como a la expansión colonial por África en el que, a cambio de una Biblia, les robamos a los africanos hasta su identidad. Cuarenta años después de que los países africanos se declararan libres, Europa sigue allí, junto a EEUU, con otro nombre, ahora se llama libre comercio, inversión o, «injerencia» en ocasiones, incluso, hipócritamente presentada como «humanitaria». Y esta, como cabe esperar, está más presente en la medida que el país receptor es más rico en materias primas. Como compensación, la arruinada África, queda excluida de la espiral del desarrollo (deuda externa, tarifas aduaneras imposibles, no inversión de los países ricos en el subcontinente etc).

Sería difícil calcular la cifra exacta de la cantidad de millones de africanos que perdieron sus vidas y siguen perdiéndolas para llenar las arcas de los países del norte. Pero la mayoría de la población africana poco sabe de esto. Aunque sí sabe que cada vez hay enfermedades más devastadoras que en el norte están controladas (sigamos sumando millones de muertos y solamente refiriéndonos al Sida, más de 24 millones de africanos están infectados). También sabe, que hay más corrupción, más «democracias dictatoriales», más guerras, más pobreza, y, gracias a las televisiones, la población africana tiene noticia de que en Europa la vida es de color de rosa.

Y nos devuelven la visita emprendiendo estos horribles viajes, en los que sobreviven menos de la mitad de los que salen, Sabemos que miles de cadáveres están sepultados bajo la arena del desierto y que miles tienen como tumbas el fondo del mar. Viajes, en fin, muy diferentes de nuestros agradables viajes turísticos. Ahora, ya no es fácil hacernos los tontos. Hemos visto como llaman a nuestra puerta con una desesperación que todavía podemos sentir. También hemos visto que nuestra respuesta no es otra que la de apalearles, dispararles, abandonarles en el desierto, encerrarles en prisiones o devolverles otra vez a la miseria. Pero esto no es nuevo, es lo mismo que hemos hecho durante siglos. Seguimos con nuestra táctica de deshumanizar a millones de personas, para poder quedarnos con las conciencias tranquilas. Lo mismo hizo un buen número de alemanes en la época de Hitler. El trato que están recibiendo los africanos y sus descendientes dentro y fuera de su continente es un reflejo más de una cultura profundamente racista que sigue justificando verdaderas atrocidades en nombre de una civilización superior. Aunque sea tarde, mejor tarde que nunca. Queremos empezar a exigir que se digan las cosas tal y como son. Por ejemplo que:

Queremos saber quien debe a quien y cuanto ¿África debe a los países occidentales? o ¿los países occidentales deben a África? Queremos saber lo mismo con otros continentes del Sur en relación con los del Norte. A cambio de la riqueza ilegítimamente transferida del Sur al Norte, los países del Sur deberían ser compensados razonablemente.

Nos oponemos a seguir quitándole al africano, tanto dentro como fuera de su continente, el derecho a ser persona, a existir. Y por ello exigimos que se les aplique la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ya que de los 30 legislados se han violado 27 (no olvidemos la «subcontratación» de campos que ha hecho la UE para el control y represión de la inmigración «ilegal» y solicitantes de asilo en Marruecos y Argelia).

Queremos declarar ilegal la extrema pobreza, y condenar a los que la provocan o potencian no a aquellos que la sufren.

Queremos que los bienes comunes como el aire, el agua, la biodiversidad, la energía solar, los bosques, los océanos, la seguridad alimentaría, la salud y la educación, sean bienes y servicios garantizados por la colectividad mundial y bajo su responsabilidad.

Para todos los inmigrantes que ya están en nuestro territorio, y para sus descendientes, queremos que haya una verdadera voluntad de integración. Se les sigue excluyendo, arrebatándoles la esperanza de un futuro y dejándolos sin identidad (recordemos los últimos acontecimientos en Francia). Queremos, pues, que para todos ellos se apliquen los derechos humanos en general, sin distinción de raza, sexo, religión, color, idioma, opinión política o de cualquier otra índole. A igualdad de deberes los mismos derechos.

Desde aquí, nosotros, ciudadanos de los países ricos, hacemos una llamada a nuestros conciudadanos, para que no volvamos nuestros ojos hacía otro lado y miremos cara a cara a las personas, sí, personas como nosotros, que tienen como futuro inmediato la exclusión, la pobreza, el hambre, las enfermedades, las guerras y la muerte. Nosotros, los ciudadanos, queremos obligar a los partidos, a las iglesias, y a todas las instituciones públicas para que asuman su responsabilidad y, también, para que no nos utilicen como coartada para sus políticas cínicas de explotación y exclusión con el pretexto de perpetuar nuestro bienestar.