Desde hace más de un siglo, los gobiernos de Estados Unidos han seguido vanagloriándose de asumir «una responsabilidad global». El Informe en 2001 de su «ministerio de guerra» (engañosamente denominado Departamento de Defensa) decía que la estrategia militar estadounidense «descansa en la capacidad de sus fuerzas para proyectar su poderío a todas partes del mundo». […]
Desde hace más de un siglo, los gobiernos de Estados Unidos han seguido vanagloriándose de asumir «una responsabilidad global». El Informe en 2001 de su «ministerio de guerra» (engañosamente denominado Departamento de Defensa) decía que la estrategia militar estadounidense «descansa en la capacidad de sus fuerzas para proyectar su poderío a todas partes del mundo».
La política exterior arrogante y agresiva, y la generación de tensiones bélicas no es coyuntural ni depende en lo fundamental de quién habite la Casa Blanca. En la misma se relega la diplomacia y lo multilateral para enfocarse en la intimidación y la fuerza.
Se centra en una campaña de generación de terror, basada en una muy alta tecnología militar, operaciones encubiertas, aviones no tripulados, la externalización de las labores de combate con el empleo masivo de mercenarios y ejércitos subalternos, y el uso de alrededor de 800 bases e instalaciones militares en el exterior en más de 130 países, desde muchas de las cuales, unidades de Fuerzas Especiales de EE.UU. efectúan acciones ‘quirúrgicas’ letales, cacerías humanas, operaciones sicológicas y de control de disturbios.
Se ha calculado que los fondos destinados por EE.UU. para financiar la llamada ‘guerra contra el terrorismo’ desde septiembre de 2001 a 2018, se acercaba entonces a la modesta cifra de 6 billones (millones de millones). Paralelamente, estimados conservadores referidos a tales acciones bélicas [en el Medio Oriente, los Balkanes y el Norte de África] señalan entre seis y ocho millones de personas la cifra de muertos, dos tercios de ellos civiles.
Recursos desproporcionados para fines militares
El total de gastos para fines militares y de seguridad estarían alcanzando cada año más de un millón y medio de millones de dólares, representan casi un 60% del presupuesto anual del pais y son de hecho la principal causa del déficit federal.
La parte de ese presupuesto más mencionada es la asignada al Pentágono (contratos para la producción de armas y sostenimiento de las FF.AA., entre otros) – que sobrepasa los $730 mil millones, cada año; equivalentes a casi el 40% de los gastos militares del planeta. Estados Unidos es también el mayor vendedor internacional de armas. Durante la década de 2001-2010, las ganancias de la industria militar casi se cuadruplicaron.
Por otro lado, generalmente se dejan de tomar en cuenta enormes partidas para fines militares adscritos a los presupuestos de otros ministerios y entidades. Hay gastos de naturaleza militar del Dpto. de Seguridad de la Patria (Homeland Security); el Dpto. de Energía paga por las armas nucleares, al Dpto. de Estado se asigna buena parte del costo de los mercenarios y la asistencia militar al exterior; los gastos por las bases militares están manipulados u ocultos en los presupuestos de varios departamentos, mientras que otras dependencias asumen el pago a veteranos y jubilados, el costoso Programa Espacial, y otros.
Son reiteradas las informaciones acerca de la falta de control, el libertinaje y la corrupción respecto al manejo de los enormes presupuestos militares y al sistema de adquisiciones y contratos. Está en entredicho el rigor con que se administran tales recursos. Estudios revelan un fuerte debilitamiento en las capacidades de innovación tecnológica. Trascienden informaciones acerca de pagos varias veces sobre su valor de determinadas adquisiciones o suministros.
Existe una falta de correlato entre tales recursos respecto a una evidente perdida de ventajas en las capacidades militares y tecnológicas estadounidenses. Parte de ello tiene que ver con el contagio especulativo existente, con Wall Street y sus presiones sobre los ejecutivos para adoptar decisiones diseñadas para impresionar (y sacar ventajas de corto plazo) en los mercados financieros.
Junto a su naturaleza e ínfulas imperiales, y el haber extendido sus negocios y bases de sustentación por todo el planeta, el estado capitalista y los poderes dominantes en EE.UU. han generado -como apuntamos antes- un entramado político y socioeconómico interno que nutre y garantiza el permanente crecimiento del gasto militar como uno de los fundamentos de reciclaje del sistema, como elemento contra cíclico y fuente de inmensas ganancias para sus más poderosas corporaciones, con fuerte impacto en los bolsillos y en las mentes de millones de estadounidenses.
De ahí se deriva un importante factor para que políticos de ambos partidos, apoyen las políticas agresivas y defiendan a capa y espada los proyectos y contratos que benefician a sus distritos. Para viabilizar el contubernio, jerarcas de la industria son traídos como directivos en el Pentágono, y viceversa, militares de alto rango son integrados a los directorios de las corporaciones del sector.
Es poco probable que se produzca una disminución de las tensiones en el escenario internacional en el corto plazo. La política del gobierno estadounidense trabaja en sentido contrario. Enormes recursos destinados a esa economía de guerra se justifican precisamente a partir de esas tensiones, y de continuas y manipuladas alarmas sobre «situaciones de emergencia» y campañas mediáticas sobre supuestos enemigos malignos y «peligros a la seguridad nacional». Ello es parte de la preparación de la opinión pública para el conflicto.
El trasfondo real es la decisión o pretensión de mantener una posición de liderazgo global basado en la fuerza militar.
La política que se despliega responde principalmente a intereses comerciales; a respaldar con su poderío militar el sistema de comercio internacional administrado por occidente; así como la búsqueda del control de recursos energéticos; la influencia e intereses del complejo-militar-industrial y otros; hasta razones y prioridades geopolíticas que no dejan en segundo plano la prioridad de calzar a toda costa la integridad del capitalismo como sistema global, más los intentos de intimidar y demostrar que mantienen su poderío.
Externalizacion y privatizacion de la labores de combate
Pese al respaldo cómplice de los grandes medios de difusión y del prolongado y notable reflujo de los movimientos contra la guerra, aun e n el contexto de una creciente militarización y dominio neoconservador de la política exterior, se han producido modificaciones respecto a las concepciones y presencia militar en el exterior. En ello han pesado los cambios geopolíticos así como en la opinión pública ante el evidente fracaso del despliegue de tropas y guerras permanentes en el Oriente Medio y su periferia .
Durante el gobierno de Obama – sin desconocer que se llevó a cabo un mayor involucramiento logístico en múltiples e interminables conflictos b é licos -, se terminó de concretar un giro de estrat e gia para reducir las bajas y los costos que implicaba el llamado «estilo» de guerra del gobierno Bush y que se concreta en un proceso de externalización y privatización de la labores de combate.
Actualmente predomina el criterio de limitar el despliegue de grandes contingentes de tropas regulares en zonas de conflicto, y en su lugar se enfatiza subcontratar empresas privadas de tropas mercenarias, la expansión del uso de fuerzas especiales y las transferencias (ventas) masivas de armamento a aliados y estados clientes como un sustituto de la acción militar directa.
Es a transferencia creciente de funciones logísticas y militares a contratistas privados y a tropas mercenarias, les permite evadir aún más el control público acerca de los costos, las bajas y el cumplimiento de las normas en la conducción de la guerra.
Con un mayor protagonismo, las Fuerzas de Operaciones Especiales (Special Operations Forces, SOF) – los Boinas Verdes del Ejército, los SEALs de la Marina, Delta Force y otras unidades altamente entrenadas (Rangers, Night Stalkers) – , han duplicado el número de integrantes hasta casi 70,000, su presupuesto se ha triplicado, y actualmente supera los US$17 mil millones al año. Estas fuerzas operan mayormente en secreto, y habitualmente sin supervisión e incluso sin conocimiento del Congreso.
Con un sistema de respaldo logístico y de inteligencia altamente sofisticado, la guerra mediante las fuerzas especiales le permite a EE.UU. proyectar pequeñas unidades letales y de asalto, diseñadas según el objetivo, hacia cualquier lugar en el planeta. En 2015, se desplegaron en 135 de las 196 naciones del mundo. Entre 2007-2014 triplicaron sus operaciones en América Latina.
Por su importancia y por ser menos conocido y deliberadamente ignorado por los medios, antes de concluir no detendremos en el relativamente reciente pero amplio despliegue militar estadounidense en una veintena de países de África, con acuerdos de cooperación en seguridad en muchos países de ese continente, que les proveen inmunidad y con acceso a sus aeropuertos internacionales y al reabastecimiento de combustibles, etc.
La importancia geopolítica de ese continente se ha incrementado. La puja por el petróleo y los recursos naturales, junto a propósitos diversos, se manifiesta en la exacerbación interesada de los conflictos étnicos y religiosos y de la inestabilidad de esos países.
Desde que su comando para Africa (AFRICOM) comenzó sus operaciones en 2008, el personal militar de EE.UU. se ha triplicado, y ha crecido de manera exponencial el número de misiones, programas y ejercicios, golpes aéreos, etc. pero su efecto ha sido inefectivo o contraproducente dado que los hechos violentos, la inestabilidad y el número de grupos armados locales se ha expandido notablemente.
Bien sea con la contrata masiva de mercenarios, el suministro y venta de armas a países satélites para suplir tareas bélicas sobre el terreno o con el despliegue «discreto» por todo el planeta de sus tropas especiales, la llamada «guerra al terrorismo» no muestra signos de ser detenida a pesar de su espectacular fracaso.
En octubre de 2016, el ex congresista demócrata progresista Dennis Kucinich expresó: «…Nuestros líderes no han aprendido nada de las experiencia en Vietnam, Afganistán, Irak y Libia… Nuestras relaciones internacionales están estructuradas sobre mentiras para promover cambio de regímenes, la fantasía de un mundo unipolar dominado por EE.UU., y para proveer un cheque en blanco para el estado de seguridad nacional».
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