Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Cuando el presidente de Estados Unidos Barack Obama aceptó el Premio Nobel de la Paz en 2009, dijo: «Quizá el aspecto más controvertido de recibir este premio sea el hecho de que soy el comandante-en-jefe del ejército de una nación que está inmersa en dos guerras». Obama se refería a las guerras en Afganistán e Iraq, aunque esa fue una respuesta asaz modesta. EEUU había participado en algo más que dos guerras. En 2001, George Bush metió al país en una Guerra contra el Terror en todo momento y en cualquier lugar. Las Fuerzas Especiales estadounidenses y la aviación teledirigida se habían involucrado en operaciones de combate en muchos más de dos países.
Ningún otro país ha dejado una huella tan amplia como EEUU. Tiene 800 bases militares en 80 países y puestos de vigilancia por todo el planeta en función de los intereses estadounidenses. Ni China ni Rusia se acercan de lejos a EEUU en términos de alcance militar. Con el colapso de la Unión Soviética en 1991, EEUU no tuvo ya competidores en el escenario mundial, dedicándose a fomentar la guerra sin preocupación ni cuestionamiento alguno. Esto se hizo evidente en Iraq en 1991. La falta de una presión eficaz frente a las ambiciones de EEUU llevó a los diversos jerifaltes a santificar sus guerras en las Naciones Unidas. Tras el fiasco de su invasión de Iraq en 2003, la legitimidad de EEUU se erosionó, por lo cual se presionó a la ONU para que aprobara velozmente un nuevo mandato, la doctrina de Responsabilidad de Proteger (R2P) de 2005, por la que se sugería que los Estados miembros de la ONU podían intervenir en un conflicto interno si los civiles estaban sufriendo las consecuencias del mismo.
Las guerras de Hillary Clinton
Con independencia de cuáles puedan ser los puntos de vista personales de Obama sobre la guerra, no se ha rodeado precisamente de pacifistas. Había dicho que la invasión de Iraq de 2003 había sido una «guerra mala», pero que el ataque de EEUU contra Afganistán era, en cambio, una «guerra buena». Y que podían emprenderse otras «guerras buenas», sobre todo si contaban con el visto bueno de la R2P. Por ejemplo, la guerra contra Libia de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) fue un ataque de tipo R2P. Obama se había mostrado reticente. Pero su secretaria de estado Hillary Clinton trabajó duro para convencerle de bombardear Libia. Como escribió la asesora de Hillary Clinton, Anne-Marie Slaughter, en un correo del 19 de marzo de 2011: «Nunca me he sentido más orgullosa de haber convencido al presidente en este tema». Hillary Clinton respondió tres días después: «Cruza los dedos y reza por un aterrizaje suave por el bien de todos». Libia, que fue mucho más la guerra de Hillary Clinton que la del francés Nicolas Sarkozy, empezó siendo la «guerra buena», convirtiéndose poco después en una «mala».
Hillary Clinton es la presunta candidata demócrata para suceder a Obama. Uno de sus argumentos con los que defiende su candidatura es que supera a otros candidatos del partido a nivel de experiencia en política exterior. Pero, ¿qué clase de experiencia es la que acumula? La parte más importante de su hoja de servicio es que pasó cuatro años como secretaria de estado en la primera presidencia de Obama. Los momentos clave de su carrera muestran que se dedicó a socavar los intereses democráticos de otros países en nombre de los intereses globales de EEUU. En 2009, el departamento de Hillary Clinton jugó un papel activo en el golpe de Estado contra Manuel Zelaya, el presidente democráticamente electo de Honduras. La desgracia de Latinoamérica no desalentó a Hillary Clinton, que quería precipitar nuevas elecciones bajo el golpe para «echar por tierra el asunto de Zelaya», como señaló en su autobiografía. El golpe envió un mensaje a toda América Latina: EEUU no había olvidado actuar en nombre de sus intereses empresariales y militares contra cualquier desafío al statu quo.
Golpe blando
Al siguiente año, jugó un papel clave en la dimisión de Yukio Hatoyama, primer ministro de Japón, que había sido elegido democráticamente. Hatoyama había prometido eliminar la base militar estadounidense de Okinawa. Hillary viajó a Japón en cuanto Hatoyama intentó cumplir esa promesa, dedicándose a presionar contra la retirada de la base y fomentando el descontento entre la clase política. Uno de los aliados de Hatoyama rompió con él. Y Hatoyama tuvo que dimitir pocas semanas después de que Hillary Clinton se marchara del país. Fue un golpe blando. La guerra contra Libia en 2010 fue la experiencia más potente de Clinton. Cuando el líder libio Muamar Gadafi fue asesinado en los alrededores de Sirte, ella dijo: «Llegamos, vimos y se murió». Fue una demostración despiadada del poder de EEUU. Es una muestra de cómo Hillary Clinton podría gobernar como presidenta: con puño de hierro contra cualquier desafío al poder estadounidense.
Hillary Clinton es la medida del punto de vista del establishment estadounidense respecto a su autoridad y necesidad de dirigir la agenda del mundo. El republicano más cercano a ella es Marco Rubio, el joven senador cubano-estadounidense por Florida. Tanto Rubio como Hillary creen que EEUU es un país excepcional y que sin su liderazgo el mundo se hundiría en una ciénaga. Le encanta decir que EEUU es «una nación indispensable» y sugiere que hay pocos problemas en el mundo «que puedan resolverse sin contar con su país». «Hay una nación única sobre la tierra», dijo Rubio en 2014, «que sea capaz de reunir a las personas libres de este planeta para hacer frente a la propagación del totalitarismo». Sólo EEUU puede hacer eso. Las demás resultan en sí mismas peligrosas. China y Rusia, para Rubio y Hillary Clinton, son amenazas vivientes. «En Moscú hay un gánster que no sólo está amenazando a Europa», dijo coloridamente Rubio el pasado año, sino que «está amenazando con destruir y dividir la OTAN». Hillary Clinton, cuando era secretaria de estado, comparó a Vladimir Putin con Adolph Hitler. El establishment se comprometió a hacer retroceder a Rusia. Hay un amplio consenso en eso.
Si bien dicho establishment estadounidense representa fácilmente a Rusia como una nación siniestra, se muestra mucho más cauto sobre China. Tanto Hillary Clinton como Rubio admiran al ex secretario de estado Henry Kissinger, quien sostiene en su libro titulado «China» que las dos potencias deberían colaborar. Dada la interpenetración de las economías china y estadounidense, la confrontación no es muy aconsejable. Sobre Cuba y Vietnam, Rubio dijo que el compromiso no había llevado la libertad a esos países. Cuando le preguntaron sobre China, dijo: «Desde una perspectiva geopolítica, nuestra aproximación a China tiene que ser necesariamente diferente a Cuba». Es la palabra necesariamente la que indica la precaución que propugnaba Kissinger. El pasado año, Hillary Clinton levantó ampollas en Pekín al cuestionar el compromiso de sus dirigentes con los derechos de la mujer. Pero esto no define sus relaciones con China, que son mucho más pragmáticas, en línea con los intereses empresariales de EEUU. El choque de espadas es malo para todos aquellos intereses que prefieren un buen acuerdo a un enfrentamiento abierto.
Aislacionismo republicano
Si bien Rubio y Hillary Clinton son un reflejo de la posición del establishment respecto a la guerra y el comercio, el candidato presidencial republicano Donald Trump llega a la política exterior desde una postura muy particular. A nivel superficial, Trump parece un aislacionista, alguien que quiere que EEUU se retire de los líos por todo el mundo. Quiere construir un muro gigantesco alrededor del país y utilizar el potencial aéreo para disciplinar a los pueblos del planeta. Ted Cruz, un fanático religioso, ha hecho comentarios genocidas acerca de ese uso del poder aéreo. Dijo que quiere bombardear desaforadamente al Estado Islámico para averiguar «si la arena puede brillar en la oscuridad». Trump dijo que sus tropas bañarían sus balas en sangre de cerdo antes de ejecutar a los musulmanes. Esa es su retórica rabiosa. Pero al mismo tiempo, Trump atacó la guerra de George Bush en Iraq en 2003 diciendo que fue «un error gordo y enorme, ¿no es cierto?».
Trump y Cruz son incoherentes en su aislacionismo. No les gustaría enredar a EEUU en guerras pero están ansiosos por bombardear a sus adversarios. Su aislacionismo es también anacrónico. El ejército estadounidense no sólo se ha extendido por el mundo sino que su gobierno se considera como el policía planetario. Este papel de policía se basa en el mantenimiento de una serie de relaciones financieras y comerciales por todo el mundo. Es decir, que la presencia militar de EEUU establece las condiciones del poderío económico estadounidense, que es impulsado a través de la Organización Mundial de Comercio y el Fondo Monetario Internacional (donde EEUU estuvo muy dispuesto a respaldar un segundo mandato de Christine Lagarde). Un aislamiento verdadero tendría que romper con una política exterior dedicada a proteger los intereses en el extranjero de las corporaciones trasnacionales y multimillonarios estadounidenses. Pero a los aislacionistas republicanos les gustaría conseguir los beneficios del poder militar sin tener que ejercerlo. Ese es el núcleo de su confusión.
El candidato demócrata Bernie Sanders comparte los puntos de vista de Trump sobre la guerra de Iraq pero se aproxima a las raíces del poder desde una perspectiva diferente. Sanders dijo que EEUU «no puede y no debería ser el policía del mundo». Esto supone una ruptura del consenso. En lo que se refiere al poder de Wall Street a nivel interno, Sanders es claro como el cristal. Sin embargo, no es tan claro públicamente con los vínculos entre las ventajas financieras y comerciales conseguidas por EEUU a partir de su presencia militar por todo el mundo. El único camino para retirar de verdad el poder militar de EEUU sería reconocer que eso implicará también que el país no tenga ya ventajas financieras y comerciales sin freno por todo el planeta. Hay algo de profético en la voz de Sanders al fulminar a Wall Street y los multimillonarios. Pero en lo que se refiere al mundo, va un poco a tientas. No es, como sugiere Hillary Clinton, que le falte experiencia. El resto de los candidatos en las posibilidades de suceder a Obama se muestran unidos en el punto de vista de que el poder de EEUU es intocable. Sanders parece sugerir que la era del poderío estadounidense debe llegar a su fin. Pero no puede permitirse expresarlo así.
Vijay Prashad es director de Estudios Internacionales en el Trinity College y editor de » Letters to Palestine » (Verso). Vive en Northampton.
Fuente:
http://www.frontline.in/world-affairs/the-world-after-obama/article8299429.ece
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión como fuente de la traducción.