Todo estadounidense no anestesiado por la histeria antirusa debería leer el libro de Robert Parry «Auge del nuevo macartismo» que destaca las similitudes entre las recalentadas travesuras políticas actuales del trumpismo y la anterior manifestación del tan vergonzoso fenómeno en la historia de Estados Unidos que se identifica con el nombre del senador Joseph McCarthy. […]
Todo estadounidense no anestesiado por la histeria antirusa debería leer el libro de Robert Parry «Auge del nuevo macartismo» que destaca las similitudes entre las recalentadas travesuras políticas actuales del trumpismo y la anterior manifestación del tan vergonzoso fenómeno en la historia de Estados Unidos que se identifica con el nombre del senador Joseph McCarthy.
Parry recuerda en su libro que, durante y luego de la Primera Guerra Mundial, la revolución bolchevique aterrorizó a la clase gobernante estadounidense que, a su vez, reaccionó con su primer «susto rojo», orgía de patriotismo inducida por la guerra y el miedo infundido por frenéticos medios enardecidos por la mítica barbarie roja que llevó a un festín de deportaciones y detenciones en masa.
La victoria de la Unión Soviética, la expansión del socialismo, la intensificación de las luchas por la liberación nacional y un desafío a la hegemonía de los dos partidos estimularon la ocurrencia de un segundo «susto rojo» en la clase dominante estadounidense.
Con tal base de sustentación, se logró una masa crítica de consenso que persistió a todo lo largo de la guerra fría, impulsada por los republicanos y la derecha contra gran parte de la izquierda y otros sectores e individuos (demócratas, liberales y progresistas) afrentados por el senador McCarthy como «antiamericanos» o «fellow travelers» (compañeros de viaje) de los comunistas.
Los verdaderos beneficiarios del nuevo macartismo actual parecen ser los neoconservadores (neocon), que aprovechan el rechazo a Trump de liberales y demócratas para atraer a una parte de la izquierda a la histeria desatada por la polémica sobre la supuesta «intromisión política» rusa en las elecciones presidenciales estadounidenses. Ya los neocon y sus aliados han explotado el frenesí contra Rusia para extraer decenas de millones de dólares adicionales de los contribuyentes para los programas de «combate a la propaganda rusa,» es decir, a financiar organizaciones no gubernamentales y «eruditos» disidentes estadounidenses para esta nueva guerra fría.
El periódico Washington Post (WP), que por años ha servido como buque insignia de la propaganda neocon, está trazando el nuevo curso político de Estados Unidos, como lo hizo en los mítines de respaldo público a la invasión de Iraq en 2003 y para promover apoyo a las presiones de Washington por lograr el «cambio de régimen» en Siria y en Irán.
Mientras a costa de los contribuyentes Estados Unidos lleva a cabo guerras o acciones de guerra en el Medio Oriente, América del Sur, África, el Caribe y Asia, y cualquier país que no demuestre aceptar el liderazgo global de Estados Unidos se convierte en blanco de sus agresiones, el WP encabeza una campaña mundial encaminada a culpar a Rusia por cuanta cosa desagrade al público de EEUU.
Putin se ha convertido en la gran bestia negra para los neocon, porque les ha frustrado una gran variedad de esquemas. Ayudó a evitar un gran ataque militar de Estados Unidos contra Siria en 2013; ayudó al Presidente Obama a lograr el acuerdo nuclear con Irán en 2014-15; se opuso al frustrado apoyo neocon al golpe de estado en Ucrania en 2014; y el apoyo de la fuerza aérea rusa que en última instancia fue lo que decidió la reciente derrota de los «rebeldes» apoyados por EEUU en Siria, a manos del ejército local en 2017.
En un artículo, el WP recuerda a sus lectores que Moscú, históricamente, se ha basado en las desigualdades sociales en Estados Unidos para atacar a Washington, «lo que -dice Parry- nos retrotrae a las comparaciones entre el macartismo viejo y el nuevo».
Sí, es cierto que la Unión Soviética denunció la segregación racial de Estados Unidos y citó esa fea característica de la sociedad norteamericana al expresar su solidaridad con el movimiento de los derechos civiles estadounidense y las luchas de liberación nacional en África. También es cierto que los comunistas de Estados Unidos colaboraron con el movimiento de derechos civiles nacional para promover la integración racial, admite Parry.
Fue esa una razón clave por la que el FBI de J. Edgar Hoover había vigilado y perseguido a Martin Luther King Jr. y otros líderes afroamericanos debido a su asociación con personas conocidas o sospechosas de ser comunistas, del mismo modo que el gobierno de Ronald Reagan se resistió a apoyar la campaña mundial por la liberación de Nelson Mandela porque su partido Congreso Nacional Africano aceptaba el apoyo comunista a su lucha contra el régimen de supremacía blanca (apartheid) en Sudáfrica.
Robert Parry advierte que quizás «nuevo macartismo» no sea la forma apropiada para calificar la situación que parece avecinarse en Estados Unidos sino que debía hablarse de una «nueva guerra fría».
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