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El país que gobernará Joseph Kabila

Fuentes: Prensa Latina

Cuando el próximo domingo Joseph Kabila asuma el poder por segundo mandato consecutivo, requerirá de un apoyo especial para sacar de la ruina a la República Democrática del Congo, opinan hoy expertos aquí. Los tímidos avances que se han conseguido en cuatro años de relativa paz, se deben a su gestión para los cuales debió […]

Cuando el próximo domingo Joseph Kabila asuma el poder por segundo mandato consecutivo, requerirá de un apoyo especial para sacar de la ruina a la República Democrática del Congo, opinan hoy expertos aquí.

Los tímidos avances que se han conseguido en cuatro años de relativa paz, se deben a su gestión para los cuales debió recorrer medio mundo, a fin de obtener ayuda internacional.

La herencia que recibe el gobernante es desoladora, pese a las potencialidades de la nación, imposibles de desarrollar por años de guerra, corrupción y deplorable gestión de ex mandatarios.

Con 34 por ciento de las reservas mundiales de cobalto, 10 de las de cobre, más uranio, oro y petróleo, Congo Kinshasa pudiera en breve convertirse en punto de referencia para el resto del continente en cuanto a mejorías económicas y sociales.

Además el país dispone de una riqueza de fauna y flora en todo el curso del río Congo que sólo cede en magnificencia a la que posee el Amazonas en América del Sur.

El ejecutivo que se instalará, deberá concentrarse en hallar fórmulas que beneficien a la gran mayoría de los 60 millones de congoleses que viven en situación paupérrima.

Según datos oficiales, 75 por ciento de la población obtiene un dólar diario para su manutención, menos de 20 tiene acceso regular a agua potable y servicios de electricidad, al tiempo que la mortalidad infantil es de 205 por cada mil nacidos vivos y hay más de un millón de niños huérfanos por haber muerto de SIDA uno de sus padres.

El conflicto bélico de 1998 a 2003 no hizo más que agudizar la pobreza que ninguno de los gobiernos anteriores llegó a erradicar.

Desde la conquista de la independencia de la metrópoli belga en junio de 1960, la nación no ha conocido paz y tranquilidad por luchas intestinas para apoderarse del poder.

A los primeros gobernantes congoleses en la era post colonial, Joseph Kasavubu, presidente, y Patricio Lumumba, primer ministro, los asediaron Tshombé, con una rebelión en la rica provincia de Katanga, y el militar Mobutu Sese Seko.

Una conspiración organizada por éste último le permitió ascender a la primera magistratura que ejerció con características dictatoriales de 1965 a 1997, luego de lo cual fue expulsado por un movimiento popular encabezado por Laurent Desiré Kabila, el padre de Joseph.

En enero de 2001, Laurent fue asesinado por uno de sus guardaespaldas y su hijo asumió la conducción del país.

Joseph abrió un camino al pueblo congolés para dejar atrás el infierno que habían sufrido sus habitantes con un conflicto bélico que los expertos dieron en llamar «guerra mundial africana» por los países involucrados y los cuatro millones de muertos.

Sus esfuerzos no resultaron vanos, porque logró reducir la inflación hasta siete por ciento que una vez fue la más alta del mundo con más de 500 puntos porcentuales.

Además, reactivó la industria minera, la economía creció y el país ha comenzado a recibir créditos financieros por los organismos internacionales.

En 2005, el Producto Bruto Interno de Congo Kinshasa creció cinco puntos porcentuales, con un estimado de siete mil 200 millones de dólares en valores, todavía insuficientes para concretar programas sociales benefactores de la mayoría.

Otros logros de Kabila se refieren a los accesos a crédito que el país recibió del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial para las labores de reconstrucción.

Al confirmarse su triunfo en las urnas, el dirigente convocó a todos los congoleses a la reunificación, a eliminar la xenofobia, el tribalismo, la intolerancia, la exclusión, la corrupción y la injusticia en todas sus formas.

Pero mucho más esperan los congoleses de Kabila, el primer gobernante electo en 46 años por voluntad popular en unos comicios libres y transparentes.

El hambre, las enfermedades y la falta de oportunidades que han sufrido, no pueden esperar más por una solución definitiva.