Traducido para Rebelión por Caty R.
Ha pasado más de un año desde la revolución tunecina que expulsó del país a Ben Alí y expandió un aire de valentía por todo el mundo, una nueva esperanza de liberación global para consagrar por fin la soberanía de los pueblos y promover la libertad y la dignidad.
Esa revolución a la vez esperada, soñada, temida e inesperada fue esencialmente, al menos en Túnez, obra de la sociedad civil, que con sus mujeres y sus hombres pudo cambiar el curso de la historia, los equilibrios impuestos tanto dentro como fuera del país y llevar a cabo aquello que las fuerzas políticas y económicas tradicionales no pudieron hacer o probablemente renunciaron a hacerlo.
Cuando hablo de la sociedad civil me refiero al mismo tiempo a la definición global que designa al conjunto de la ciudadanía que compone una sociedad determinada y a la definición más práctica y restringida que designa a la ciudadanía organizada en grupos o asociaciones que tienen un papel distinto al de la producción económica.
Sin ninguna duda, la chispa revolucionaria en Túnez la encendió la juventud revolucionaria no organizada que se sublevó arrastrada por la desesperación y la furia contra un régimen sanguinario y despectivo que desde hacía mucho tiempo la explotaba y la humillaba y después la olvidaba.
Pero rápidamente y gracias a las bases de la sociedad civil en el sentido usual, el impulso revolucionario encontró la organización y el lema político necesario para continuar su obra: Ben Alí fue expulsado y dos gobiernos que representaban los restos del sistema de Ben Alí se vieron obligados a dimitir.
También fueron la sociedad civil y la juventud revolucionaria, con sus deseos de transformar radicalmente el sistema político y volver definitivamente la página del pasado, quienes impusieron la puesta en marcha de las elecciones para una asamblea constituyente.
Las fuerzas políticas y económicas que hasta entonces iban al ralentí, en cuanto a ideas y a determinación, en esa opción encontraron una oportunidad para recuperar el resuello, para organizarse y sobre todo para canalizar el impulso revolucionario que ciertamente sigue influyendo en el gobierno, pero se ha limitado a reivindicaciones sociales superficiales y ha dejado lo esencial de las exigencias revolucionarias para más tarde.
Esta maniobra que intenta desviar el proceso de sus objetivos iniciales ha sido bien visible para el pueblo tunecino, y los resultados electorales lo han demostrado. El 40% de las personas que votaron lo hicieron por el partido islamista, pero la mayoría de los votantes se abstuvieron, lo que sugiere una desconfianza e incluso un rechazo hacia las fuerzas que pretenden dirigir la escena política.
Después de las elecciones, la bipolarización previsible de la sociedad entre los partidarios del partido islamista y su proyecto de islamización política y los defensores de un Estado democrático civil, se ha convertido en una realidad. Y los objetivos políticos que se debaten a diario se alejan claramente de las reivindicaciones originales, las reivindicaciones esencialmente sociales. Sin miedo a equivocarnos podemos afirmar que la fuerza que impulsó a los revolucionarios a desafiar las balas no pretendía instaurar la Sharia ni el laicismo. Nació esencialmente para acabar con décadas de desprecio a los derechos humanos básicos.
Ciertamente las reivindicaciones actuales de ambos campos son legítimas, pero su forma actual sólo puede desembocar en un debate estéril y alimentar el odio recíproco , i ncluso una guerra civil o la instauración de una dictadura , cualquiera que sea su forma. Ante este estado de perplejidad empiezan a cristalizar diversos análisis que implican diferentes planes de acción.
La primera lectura analítica estipula que el proyecto del Nahdha es un plan claramente dictatorial, que el objetivo es el establecimiento de un régimen al estilo iraní y que es un proyecto tan probable e inaceptable que legitimaría una rehabilitación del antiguo régimen bajo su forma «bourguibiana» (en alusión al proyecto modernizador de Bourguiba). Ese punto de vista considera que el único campo de batalla es el electoral y que la red del antiguo régimen tiene medios de batir a los islamistas, sobre todo apoyándose en el postulado de que la vuelta a una dictadura del mismo tipo que la anterior no es posible ni viable. Creemos que ese punto de vista es tan inaceptable como absurdo.
Inaceptable porque es increíble que durante un proceso revolucionario se pueda rehabilitar tan rápidamente todo un sistema dictatorial y mafioso sin que la justicia, por muy imperfecta que pueda ser, emita su juicio tan esperado.
Absurdo porque suponiendo que este mecanismo permitiera un cambio de las relaciones de las fuerzas solo podría desembocar en una dictadura: el electorado islamista es una realidad y el único medio de silenciar sus reivindicaciones sería un bloqueo que ya ejercieron Ben Alí, Bourguiba , el mismo que existe en Argelia. Y finalmente si creemos en la redención milagrosamente espontánea de los agentes del antiguo régimen entonces solo tienen que unirse a las nuevas fuerzas revolucionarias sin que haga falta llamarlos.
Este punto de vista solo señala una angustia exagerada o bien una atadura a algunos logros libertarios garantizados por la vieja dictadura a unos pocos privilegiados.
Otro punto de vista se apoya en el hecho de que el pueblo tunecino y su sociedad civil no pueden ser captados fácilmente por ninguna de las fuerzas políticas actuales, incluidos los islamistas. Alg unos dirán que los islamistas iraníes establecieron su dictadura tras una revolución y que aquel nazi fue legitimado por las urnas. Sin embargo en ambos casos fue una dictadura armada y la única respuesta a una dictadura sigue siendo una revolución o un golpe de Estado.
No queremos trivializar ni subestimar las tendencias totalitarias del Nahdha, pero nos basamos en hechos reales que demuestran que su proyecto está en gran parte destinado al fracaso gracias a la formidable movilización ciudadana y también debido a uno de los aspectos «no religiosos» del conservadurismo local. Los islamistas se han visto obligados a alejarse de sus aliados salafistas, obligados a batirse en retirada en el p ulso con la central sindical, obligados a jugar todas sus cartas con respecto a la imposición de la Sharia con la esperanza de una regresión hacia la mediana.
Por supuesto esta visión no predica una laxitud y un optimismo ciego , ya que se trata de una batalla diaria y agotadora que puede dejar sin resuello a la ciudadanía y hacer que busquen reposo en el apoyo del campo que aparece como el más fuerte.
Hay que luchar por la libertad y la dignidad sin limitarse a repetir estos términos constantemente porque empezarían a vaciarse de sentido y quedarían huec o s. Hay que exigir y proponer lo concreto y también rechazar sobre bases concretas para no caer en las trampas de unos u otros.
Y pensamos también que la opción de las concesiones mutuas sigue siendo factible si permite una paz social elegida y no impuesta. Seguiremos luchando.
Noomen Bouaziz es el presidente de la agrupación » Manifeste 20 Mars France».
Fuente: http://manifeste20mars.blogspot.com.es/2012/03/intervention-de-noomen-bouaziz.html