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El poder y otras dimensiones

Fuentes: Rebelión

El poder, y su relación con otros sentimientos y otras actitudes, es un asunto recurrente en mi pensamiento, y algo inagotable en el análisis. Por esas razones, le he dedicado mucho espacio a su tratamiento en mis escritos, y un par de artículos exclusivos. Así el 18 de octubre de 2011 publiqué el primero con […]

El poder, y su relación con otros sentimientos y otras actitudes, es un asunto recurrente en mi pensamiento, y algo inagotable en el análisis. Por esas razones, le he dedicado mucho espacio a su tratamiento en mis escritos, y un par de artículos exclusivos. Así el 18 de octubre de 2011 publiqué el primero con el título: «El Poder», a secas. Más adelante, el 27 de octubre de 2014, volvía a referirme al poder con el artículo titulado: «Miedo y poder en un sistema de dominio».

He relacionado el poder con otras pasiones (en particular, con la sumisión), con la enajenación, con el miedo, con la indiferencia, con la correlación de fuerzas, etc. Es ahora cuando, unas líneas más abajo, pretendo distinguir poder de responsabilidad o autoridad.

Pero antes, es conveniente abordar de nuevo algunos matices que caracterizan al poder. Cuando hemos hablado de poder nos hemos referido, básicamente, al poder económico, al poder político o al de los medios de comunicación. Con más propiedad, deberíamos decir que es la posesión de riqueza la que otorga el poder real, o, en otras palabras, es la propiedad la que convierte lo que debería de ser una verdadera democracia en una oligarquía, quien, a su vez, crea esos otros poderes, puestos a su servicio, como son el político y el mediático. El político es un poder insustancial y dependiente al que se le otorga la capacidad represora y la posibilidad de corromperse, y así lo ejercen sus agentes en ambos casos. Los medios de comunicación son el instrumento ideal para intoxicar, manipular y trasmitir el mensaje que viene dictado desde arriba, a través de un elemental esquema organizativo, colocando a lacayos bien alimentados en las direcciones generales, y en la de los programas de gran audiencia, de las cadenas de radio y TV y en los diarios escritos, o en gran parte de los digitales. De cualquier forma, siempre hemos vinculado el poder a una pasión negativa, es decir, hemos tratado el poder como una patología.

El poder real, el primario, el de las oligarquías se ejerce (y se ha ejercido a lo largo de la historia) para explotar, para reprimir y para mantener una injusta e irracional situación de desigualdad.

El poder-pasión que nace de la fuerza que adquieren los ricos en el marco de una sociedad intelectualmente débil, se ha convertido en una abstracción, otorgándosele la categoría de capacidad. Nada más lejos. El poder como magnitud física o intelectual nada tiene que ver con ese poder de dominio de unos sobre otros. No vendría nada mal un repaso a ese Diccionario académico tan confuso e impreciso en tantos campos de la semántica.

Una buena parte del pueblo llano, imbuido por la ideología dominante, trata de imitar a los poderosos y, en consecuencia, ejerce el poder cuando tiene la más elemental oportunidad, tal vez para escapar de la sumisión, de la represión o del sometimiento a poderes superiores. Esto suele ser un poder débil, que se ejerce sobre los más débiles. Suele ser precario e informal en relación con la contundencia y la estabilidad del poder de los económicamente fuertes.

Para explicarme con mayor claridad, expongamos algunos casos, además de aquel que, en el terreno del sarcasmo, dice que cuando a alguien se le «pone una gorra» se cree con poder para organizar o reprimir, será, lo de la gorra, por semejanza a las fuerzas uniformadas. Un medio de comunicación, por ejemplo, que se autootorga el apelativo de progresista, no tiene ningún reparo en eliminar cualquier artículo que, aunque correcto y respetuoso con la razón y el respeto a los principios éticos socialmente vigentes, no sea de su agrado, haciendo de eso que se conoce como libertad de expresión un mero enunciado. Otro ejemplo. Cuando alguien alcanza notoriedad desprecia a los que no están en su órbita, aunque proclamen que están con las clases populares. Esto ocurre, sin ir más lejos, con los dirigentes de Podemos. Inevitable (de momento) pobreza humana que recurre al poder y lo utiliza.

Responsabilidad y Autoridad

Por aquello de la debilidad intelectual y emocional de esta especie, es frecuente confundir autoridad o responsabilidad con poder. Por eso, quienes ejercen una función de coordinación o dirección, en ocasiones, en muchas ocasiones, se sienten investidos de poder, de ese poder-pasión que desvirtúa la tarea que llevan a cabo.

Las tareas de dirección o coordinación se pueden ejercer de formas diferentes. Lo habitual es hacerlo de manera autoritaria, incurriendo en esa deformación mental del poder-pasión.

Hay otras formas, como es la dirección democrática, en las que las decisiones son compartidas por el grupo dirigido o coordinado. Entonces es cuando lo que se asume es la responsabilidad que requiere el cargo.

Lo mismo ocurre con la autoridad y el poder. En casi todos los casos se confunden ambas cosas. Esto ocurre en el ejercicio de esa forma autoritaria de gobierno. Sin embargo, la autoridad hay que granjeársela por el respeto a los demás y el buen hacer en el ejercicio de esa función de mandato.

Pero en ambos casos, en el ejercicio de la responsabilidad y en el de la autoridad, ajenas al poder-pasión, hay que escapar de las garras de un sistema de dominio y tener una mente sana, huir de la sin razón y ajustarse a determinados principios éticos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.