El hecho de que Donald Trump fuera electo presidente de los Estados Unidos pese a ser severamente objetado por los medios de prensa, el partido demócrata e incluso buena parte de los líderes del partido republicano que lo postuló, y sin ser considerado favorito de los militares ni de sector decisivo alguno de la sociedad […]
El hecho de que Donald Trump fuera electo presidente de los Estados Unidos pese a ser severamente objetado por los medios de prensa, el partido demócrata e incluso buena parte de los líderes del partido republicano que lo postuló, y sin ser considerado favorito de los militares ni de sector decisivo alguno de la sociedad civil, ha dejado atónitos a especialistas y profetas del complejo pero muy estudiado sistema electoral estadounidense. ¿Trump, a quién representa? ¿Para quiénes está gobernando? ¿Quien lo eligió?
Aunque en sus primeros meses en la Casa Blanca no ha dado señales claras de ello en sus disposiciones gobernativas ni en sus muy contradictorios discursos, a través de los nombramientos que ha efectuado de los integrantes de su equipo de gobierno pueden obtenerse algunas indicaciones al respeto. Por ejemplo, su gabinete y principales asesores están todos estrechamente vinculados a las grandes corporaciones. Entre esos grandes grupos corporativos sobresale Goldman Sachs, que pareciera ser la «universidad» que ha graduado a los integrantes del círculo superior de opulentos guardianes financieros del «trumpismo».
Como candidato a la presidencia estadounidense, Trump posó por momentos de populista favorable a los trabajadores cuando se presentó como crítico del establishment y se mostró partidario de «devolver el poder al pueblo». Así lo declaró en su discurso inaugural, confirmando aquello de que «la esencia de la política estadounidense consiste en que en los períodos electorales el elitismo se convierte en el manipulador del populismo», como dijo hace tres décadas el escritor y crítico social angloamericano Christopher Hitchens.
Según el periodista e historiador Paul Street en un artículo que publicó el 21 de abril en el periódico digital Counterpunch, «los dos grandes partidos que administran los intereses de Estados Unidos tienen perfiles históricos, demográficos, etnoculturales, religiosos y geográficos diferentes pero, en sus manipulaciones compartidas de retórica populista cuidadosamente calibrada, manifiestan siempre identidad electoral bipartidista en nombre de los súper ricos y su imperio global». Ambos lados del espectro político aparente son manipulados por las mismas fuerzas. «Entre un fanático cristiano de derecha en Georgia y un liberal en Manhattan se manifestaran abundantes diferencias, pero en realidad es sólo un juego. «No hay manera alguna de votar contra de los intereses de Goldman Sachs porque con Bush o con Obama, Goldman Sachs siempre gana».
Actualmente, a esa élite oculta del poder se le identifica como estado profundo integrado por un conjunto de corporaciones que nadie ha elegido nunca para esta función. Mediante el ejercicio de propiedad sobre los medios de producción, las corporaciones ejercen tanta energía sobre las comunidades como los reyes sobre sus siervos feudales. Compran la lealtad del trabajador por su capacidad para contratar y despedir al obrero y proporcionarle los beneficios básicos como la atención sanitaria, retenerles ingresos para «ayudarles» a ahorrar para sus retiros y canalizarles las pensiones. Poseen poder bastante para destruir la vida de las personas a través de la fuga de capitales. Simplemente con amenazar a una comunidad con el traslado de sus fábricas al extranjero en busca de mayores beneficios y leyes ambientales más débiles, tienen como rehenes a los trabajadores estadounidenses. Street recuerda que, más allá de la propiedad y las palancas de inversión y la desinversión, el capital ejerce altos niveles de control en la política social y cultural por la compra de candidatos y su elección a través de las donaciones de campaña; las enormes inversiones en relaciones públicas y propaganda para influir en la formación, las creencias y los valores de los ciudadanos, los políticos y otros «formadores de opinión»; las ventajas para la captura de las posiciones claves del gobierno que se ofertan a sus incondicionales, la oferta de mejores posiciones en el sector privado a funcionarios públicos que salen del gobierno; la «captura » (por corrupción o como soborno) de privilegios de parte de funcionarios estatales, políticos, personal de los medios de comunicación, educadores, gestores sin fines de lucro y otros «influyentes» y la concesión de puestos de trabajo, cargos en Juntas Corporativas, pasantías y otros beneficios y pagos a familiares de funcionarios públicos, entre muchas otras formas de ejercitar control de la sociedad.
Es justo destacar que nada de esto es singular del régimen de Donald Trump. Cada una de estas características ha existido por igual en todas las administraciones estadounidenses -republicanas y demócratas- porque son propias del Estado Profundo que hace mucho tiempo rige en Washington, sin que nadie lo haya elegido, para beneficio del 1% más rico de los estadounidenses.
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