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El correo electrónico es maravilloso. Ofrece oportunidades para casi todo. ¡Y se ganan premios! Uno da su voto electrónico a su marca favorita de condones o para presidente de Estados Unidos en el sitio web «voteporcualquiercosa.com» o algo parecido. Así que obtenga promesas de «miles de dólares depositados en su cuenta» y juegue blackjack de video, mientras vota por los mejores y peores presidentes. Estos votos cuentan más o menos tanto como mis votos en noviembre -pero votar es divertido, hasta con el voto virtual.
Así que yo seleccioné a George W. Bush como el peor presidente de la historia norteamericana. ¿Cómo lo juzgará el resto de Estados Unidos? Bush muere de senilidad prematura. Dirigida por los medios, el clero fundamentalista y los manipuladores políticos, la nación oficialmente lo recuerda como el libertador de Irak, el salvador de Estados Unidos de la amenaza del hombre fuerte iraquí Saddam Hussein. (Armas de destrucción masiva y vínculos con los terroristas de Al Qaeda.)
Cuando las armas no se materializaron, Bush dijo petulantemente a un público de Oak Ridge, Tennessee a mediados de julio: «Así que yo tenía que tomar una decisión. Aceptar la palabra de un demente o defender a Estados Unidos. En esa situación defenderé a Estados Unidos».
Sin dudas los historiadores darán crédito a Bush por sus formas singulares de expresión verbal, y por ser el mago económico cuyas reducciones de impuestos ayudaron a los pobres a darles parte de su dinero a los ricos; el moralista que trató desesperadamente de impedir el matrimonio entre homosexuales y ofreció incentivos en efectivo a los heterosexuales pobres para que se casaran. Bush sobrepasó a Reagan en su complacencia para con los deseos de sus electores ultra derechistas. Al oponerse a la investigación de células madre y a otros proyectos útiles, incurrió en la ira de los científicos, incluyendo laureados con el Nobel. Ellos se quejaron del uso por el presidente de su dogma religioso para interferir con la investigación científica. Pero Bush se les enfrentó -a pesar del apoyo de hasta Nancy Reagan a la investigación de las células madre.
Bush ha sobrepasado la visión anti-medio ambiente de Reagan. Reagan cedió a los deseos de las corporaciones -no gastar dinero en áreas que no rinden ganancias- en asuntos del medio ambiente. Bush incluso miró más allá del medio ambiente de la Tierra hacia Marte, al que él quiere colonizar. Bush también fue más allá que Reagan en minimizar partes importantes del gobierno: educación pública, salud, transporte.
¿Merece Reagan algún crédito por los «logros» de Bush? Cuando terminó el aparentemente infinito funeral de Reagan el pasado mes, me dije a mí mismo que el público ahora no tendrá presente a Reagan hasta, por supuesto, el quinto, décimo y vigésimo quinto aniversarios de su muerte. Esa es la manera en que la historia es reportada en la era de las noticias por TV.
En vez de recordar al público el impacto que tuvieron las acciones de Reagan en la nación, en el medio ambiente y en el mundo, los expertos, políticos y predicadores ofrecieron elegías sin hechos, exaltando las virtudes de un presidente que demostró cuán encantadora puede ser la distorsión como historia y cuán elegantemente pudiera ser fraseada la idiotez al presentarla como un hecho. ¿Quién puede no maravillarse ante la proclamación de Reagan: «Nos robamos el Canal de Panamá y es nuestro»? ¿O «Los sandinistas están a dos días de marcha de Harlingen, Texas»? Unos pocos residentes de Harlingen con poco sentido del humor no rieron. Una declaración ingeniosa, «Los contras son el equivalente moral de nuestros Padres Fundadores», confundió a los más eminentes estudiosos. ¿Es que Reagan no sabía que los contras torturaban y asesinaban a civiles -tal como les instruían sus manuales de la CIA? ¿O es que quería decir que los Padres Fundadores defendían el asesinato y la tortura?
Reagan también demostró lealtad. «Lo tratan injustamente», dijo en 1985 acerca del presidente de Guatemala, General Efraín Ríos Montt, acusado de haber autorizado la masacre de miles de guatemaltecos con amplia evidencia que demostraba la acusación. Y perdonó a los delincuentes de Irán-Contra de su propia administración. ¡Tipos bien intencionados!
¿Se habrán dedicado los oradores de los funerales a participar en una competencia de manipular la historia secreta mientras ensalzaban las virtudes de este actor que miraba al pasado? Sus ocho años en la Casa Blanca los caracterizó un chistoso como que seguían la mitad del consejo de Benjamín Franklin: temprano a la cama.
Encontré una foto del difunto presidente con sus brazos alrededor de mi hijo y mi hija. ¿Sabrán los historiadores que la sonriente figura entre ellos dos es sólo de cartón? (Nos sacamos la foto en un parque de diversiones -como una broma.)
Reagan, al igual que Bush el Menor, era un bromista -o quizás sólo una broma. Después de todo, el humor nos hace bien. Nos permite liberarnos. Tengo que admitir que las tumultuosas actividades sexuales de los años de Clinton ocasionalmente me hicieron pensar con nostalgia en la era de Reagan, cuando dormir con el Presidente quería decir asistir a una reunión del gabinete. Y hay que dar crédito a la pedagogía de Reagan, enseñando que los norteamericanos debían odiar al gobierno y no pagar impuestos para mantener a las mismas agencias que él dirigía -excepto, por supuesto, los militares y la policía, que merecían todo el apoyo.
Reagan también sabía explicar los males de nuestros tiempos con palabras que todos entendían. En su campaña de 1980, por ejemplo, negó que las grandes compañías madereras y químicas tuvieran alguna responsabilidad en la contaminación del aire. En su lugar acusó a los árboles de provocar la contaminación. Después de todo, ellos emitían el 93 por ciento del óxido de nitrógeno.
Al igual que esos «árboles asesinos», Reagan explicó que los sin hogar preferían su estilo de vida idiosincrásico, y para apoyar el recorte de fondos para el almuerzo escolar, clasificó al ketchup como vegetal.
Incuestionablemente Bush sigue los pasos retóricos de Reagan, aunque por supuesto, sin poseer el aplomo ni el ingenio del Gran Prevaricador. Es cierto que se acercó a la oratoria reaganesca al describir a los asesinos del 11/9 como terroristas que «odian nuestras libertades».
¿Y qué hay del odio hacia los pobres? Bush debiera postularse como el presidente que más ha hecho por dañar a los pobres. ¿No sería ese un gran voto por Internet? En sus ochos años Reagan supervisó el aumento en un tercio del número de familias viviendo bajo el límite de pobreza. Bush tendrá que trabajar duro para alcanzar esa cifra. Pero está haciendo todo lo que puede. Según una noticia del 29 de junio en el periódico Times-Union News, Bush desvió más de $22 mil millones de dólares de los fondos federales para la «seguridad interna». Los bushistas tomaron $2 mil millones del presupuesto del Departamento de Vivienda que anteriormente había ayudado a financiar tanto a refugios para personas sin hogar como a proyectos de viviendas para los más pobres de Estados Unidos, y transfirieron el dinero para Seguridad Interna.
El 20 de mayo, en un típico gesto de los desagradecidos ciudadanos que no aprecian todo lo que Bush ha hecho, un grupo de manifestantes en Los Ángeles denunció las propuestas de disminuir el programa de viviendas Sección 8 del gobierno federal. Los manifestantes declararon que las reducciones desplazarían a unas 13 000 familias de bajos ingresos de esa área. La oficina del Departamento de Viviendas en Boston envió 650 notificaciones de desalojo, según el Boston Globe del 27 de abril. Otras áreas metropolitanas inflingieron afrentas similares a los pobres.
Reagan, en su más agresivo momento, no alcanzó tal audacia. Ni tampoco nada que hizo rivaliza con la reducción de impuestos de $1,35 billones realizada por Bush, que ha producido suspiros de contento cercanos al orgasmo entre los excesivamente ricos.
Finalmente, Reagan ha superado a Reagan en su desprecio por el derecho internacional. Reagan comenzó su presidencia en 1981 rechazando el Tratado de la Ley del Mar. Su actitud hacia la cooperación internacional se hizo más dramáticamente hostil cuando retiró a Estados Unidos de la UNESCO a fines de 1983 y, por supuesto, enseñó a la ONU una importante lección cuando redujo la contribución norteamericana a la organización.
La Administración Reagan explicó que la UNESCO «politiza prácticamente todo tema que trata, ha exhibido hostilidad hacia las instituciones básicas de una sociedad libre, especialmente el mercado libre y la prensa libre, y ha demostrado una expansión presupuestaria sin límites». El 2 de diciembre de 1984 el Departamento de Estado declaró «que la membresía de EE.UU. en la UNESCO no beneficiará al país». Reagan advirtió a los norteamericanos que debían respetar la ley, pero no se refería al Tratado de la Ley del Mar, que él rechazó; ni tampoco reconoció la jurisdicción del Tribunal Internacional de Justicia cuando falló en contra de Washington por haber minado puertos nicaragüenses.
Bush dio marcha atrás en cuanto a la posición contraria a la ONU cuando sus asesores lo convencieron de que necesitaría temporalmente del organismo mundial a consecuencia de los hechos del 11/9.
Anunció el regreso de EE.UU. a la UNESCO el 12 de septiembre de 2002, el mismo día que se dirigió a la Asamblea General y calificó al gobierno de Irak de «un peligro grave y creciente».
En marzo de 2003 Bush retomó la posición contraria a la ONU que habían promovido los viejos seguidores de Reagan, pero sólo después de que las presiones e intentos de soborno por parte de EE.UU. fracasaron en su intento por ganar los votos para hacer aprobar su resolución de «invadir a Irak» en el Consejo de Seguridad. Bush de todas maneras invadió, demostrando su desprecio por la ONU, cuya resolución anterior acerca de la prohibición de armas iraquíes él proclamó solemnemente que era su deber hacer cumplir. Lanzó la invasión sin autorización de la ONU y, como sabemos ahora, no encontró ADM
Desde la Guerra de Irak, la estatura mundial de Bush ha disminuido -¿será eso posible? Pero pudiera redimirse si se robara una par de frases. La próxima vez que se encuentre con el Primer Ministro israelí Ariel Sharon, podría decir, mientras ruedan las cámaras, su cabeza echada hacia atrás, un ligero gesto de emoción en su rostro: «Señor Sharon, ¡derrumbe ese muro!»
Si ustedes creen que él hará algo como eso, entonces probablemente crean que hay una posibilidad de que Bush se convierta al socialismo.
Landau es miembro del Instituto para Estudios de Política, es profesor en la Universidad Cal Poly Pomona y ha publicado un nuevo libro: El negocio de Estados Unidos: cómo los consumidores han sustituido a los ciudadanos y de qué manera se puede invertir la tendencia. www.saullandau.net.