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El problema salafista en la transición tunecina

Fuentes: Al-Ajbar/ Jadaliyya

Traducción para Rebelión de Loles Oliván

Uno de los acontecimientos destacados en el periodo posterior a la caída de la dictadura en Túnez ha sido la reaparición en la esfera pública de grupos con antecedentes salafistas. Su súbita incursión en la arena política y las polémicas que han generado en diferentes asuntos políticos han dado lugar a que haya aumentado su utilización de la violencia contra otros actores políticos y sociales.

Esas acciones han dejado escépticos a amplios sectores de la sociedad tunecina al respecto del resultado de la transición política del país. Nada en la era pos autoritaria tunecina parece disuadir a esos fanáticos religiosos de desafiar el estado de derecho y el poder del Estado.

En la actualidad, los grupos salafistas muestran su poder de un modo que infringe la inviolavilidad de los ciudadanos tunecinos y su libertad recientemente recuperada. Su modus operandi varía de acuerdo con sus objetivos. Se han hecho con el control de más de doscientas mezquitas que deberían estar bajo el amparo del Ministerio de Asuntos Religiosos. Se armaron y se enfrentaron con el ejército nacional y las fuerzas de seguridad en Bir Ali Ben Jalifa (provincia de Sfax) en febrero de 2012. Arriaron y deshonraron la bandera nacional en la Universidad de Manuba de Túnez en marzo.

El 4 de mayo cerraron una feria del libro en la ciudad de La Sukra (gobernación de Ariana) bajo el pretexto de que mostraba manuscritos chiíes que promueven «creencias religiosas desviadas» y amenazaron con prender fuego a toda la exposición. Dos semanas más tarde, el 20 de mayo, miles de salafistas desfilaron alrededor de la Gran Mezquita de Uqba ibn Nafi, en Kairuan, demostrando sus habilidades en las artes marciales e izando la bandera de Al-Qaida en su minarete. Seis días más tarde, atacaron estaciones de policía en la provincia de la gobernación de El Kef, se pelearon con los vendedores de bebidas alcohólica, quemaron bares en la ciudad de Sidi Buzid -la ciudad que desencadenó las revueltas árabes- usando cócteles molotov, y atacaron hoteles en la ciudad de Yenduba.

Irónicamente, los medios de comunicación tunecinos, que constantemente denuncian los actos de violencia cometidos por estos grupos, nunca han intentado comprender la lógica de sus raíces doctrinales. Lo que diferencia a estos grupos de otros movimientos islamistas es la lógica viciada que da prioridad a las cuestiones religiosas y teológicas a expensas de la actividad política.

Históricamente, los movimientos salafistas animan la adhesión a las enseñanzas y prácticas de «aquellos que les precedieron», es decir, del Profeta y de los virtuosos padres de la fe que eran los compañeros de Muhammad (como Salaf al-Saleh, los «antepasados ​​ piadosos»), un grupo que incluye a las tres primeras generaciones de musulmanes.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, el movimiento salafista se oponía a las fuerzas del conservadurismo en el mundo musulmán y promovía «la modernidad». La abolición del califato en el siglo XX hizo emerger un ala salafista conservadora que había estado marcada por el ascenso wahabi.

Esos salafistas, sin embargo, se consideran a sí mismos más como seguidores muwahidin del tawhid [de la unicidad de Dios] o Ahl al-Sunna wal-Yamaa [seguidores del profeta Muhammad y el Salaf (sic)] que wahabíes.

Los matices entre las tres tendencias contemporáneas de la salafiya , que difieren en cuanto al enfoque en la aplicación de la doctrina, son significativas. La salafiya ilmiya [la salafiya ‘académica’ o ‘científica’] se basa en el pensamiento islámico conservador que se remonta al legado del erudito del siglo XIII Ibn Taymiyya y de su discípulo Ibn al-Qayyim como piedra angular de sus creencias.

De acuerdo con sus enseñanzas, estos salafistas ponen el énfasis en la preservación de las prácticas y las ideas de la primera comunidad musulmana. La innovación, la interpretación, la evolución, la adaptación, la creación, etc. fueron todos términos excluidos de su vocabulario y de su estructura mental, lo que implica el rechazo total y absoluto del pensamiento racional.

Dada la naturaleza perfecta de los «antepasados ​​ piadosos», no cabía mejorar nada en esa idílica sociedad. Los conceptos políticos modernos, como Estado-nación y democracia son calificados como bid’a ‘[herejía]. Hay que decir aquí que no es que los científicos salafistas prefieran de manera inherente la violencia como medio para alcanzar sus objetivos, o qué se nieguen a formar parte del juego político.

Al contrario, los movimientos de reforma política salafistas de tendencia sahwa se ​​ involucran en la política con vigor. Se adhieren a las instituciones políticas establecidas y aceptan los principios democráticos y pluralistas así como las legislaciones formuladas por las constituciones existentes.

De hecho, rechazan abiertamente el concepto de Estado teocrático centrándose en cambio en la justicia, la libertad y la necesidad de aplicar la Constitución correctamente en vez de rechazarla por completo. Siguen defendiendo la idea de la aplicación de la sharia , sin embargo, reconocen que el nivel de diversidad, la multiplicidad de culturas, y las actuales realidades socio-económicas que hoy en día influyen en la forma de las sociedades musulmanas exigen la adaptación del credo legal islámico a las nociones de ihya [renacimiento] y tajdid [renovación] lo que no implica una alteración de las fuentes, los principios y los fundamentos del Islam, sino únicamente la vía en que se entiende y se vive la religión de acuerdo con el tiempo y lugar.

La tercera variante del salafismo es la yihadi , que rechaza el orden político existente y lo desafía mediante la violencia. Esta ala extremadamente conservadora del salafismo rechaza todas las identidades nacionales y pan-árabes y subraya el concepto de Umma , o comunidad musulmana, como identidad única de los musulmanes.

Esta variante minoritaria comenzó a utilizar la violencia como instrumento para imponer su visión sobre la sociedad y controlar el comportamiento individual. Ello se convirtió en la característica definitoria de lo que se conoce como salafiya yihadiya . Hay, sin embargo, una distinción muy importante entre «la gran yihad», que puede ser una lucha interna espiritual o la lucha de los creyentes para construir una sociedad islámica, y «la yihad menor», que implica tomar las armas en legítima defensa de la Umma islámica contra la agresión extranjera.

Los grupos yihadistas salafistas han empleado el concepto de «la yihad menor» de dos maneras. Por un lado, lo utilizan como justificación para tomar las armas en legítima defensa de la Umma islámica contra la agresión extranjera, por ejemplo, en Iraq y Afganistán. Por otro, utilizan el concepto como una forma de legitimar sus iniciativas militantes para eliminar a los regímenes árabes corruptos y tiránicos, tawagit .

Así, en lugar de ser una continuación de la política por otros medios, este tipo de yihad está en sincronía con una lógica en la que la acción ya no se concibe sobre la base de sus resultados, sino más bien en términos de su continuidad con la causa que promueve. Esta interpretación de la yihad la emplean cada vez más los movimientos yihadistas con el fin de utilizar la violencia contra creyentes y no creyentes, contradiciendo el propio objetivo de Ibn Taymiyya de usarla para expresar la identidad islámica en rituales individuales y colectivos y no sobre una base política y territorial.

La noción de yihad se ha desarrollado significativamente a lo largo del tiempo y ha sido utilizada como respuesta al colonialismo, como una metáfora para la reforma (tanto social como intelectual), y como una excusa para la violencia. En este sentido, el escenario mundial donde la yihadiya surgió de manera más prominente fue durante la invasión soviética de Afganistán, centrándose en el ámbito de la toma de decisiones de la guerra.

Con la caída del régimen de Ben Ali este tipo de salafiya emergió rápidamente en Túnez tratando de redibujar el orden político substituyendo la historia nacional y la fundación territorial de su watan [Estado nacional] por la políticamente más amplia umma islamiya [comunidad musulmana].

Esto último podría explicar la presencia de jóvenes tunecinos combatiendo en la rebelión de Siria, quienes, al parecer, recibieron formación sobre guerra de insurgencia en los campos de las montañas del oeste de Libia antes de ser enviados a Siria. Ha habido historias de jóvenes yihadistas reclutados por predicadores radicales en muchas mezquitas de todo el país, enviados a Turquía donde coordinadores locales organizaron su paso clandestino por la frontera hacia Siria como voluntarios para ir a la guerra contra el enemigo (el régimen de Assad). Historias así comenzaron a florecer en Túnez así como en los periódicos árabes.

Después de una ausencia repentina y prolongada del hogar, se contacta con las familias de los yihadistas a través de una breve llamada telefónica internacional diciéndoles con un acento levantino que sus hijos son «mártires». Puede que este trágico destino sea justo lo que esos jóvenes esperaban cuando salieron de Túnez a Siria. Sin embargo, al igual que los «árabes afganos» que regresaban a sus países en los años 90, Túnez puede esperar que recibirá una oleada de combatientes que regresarán a casa en pocos años con nueva formación de combate. Si el país sigue luchando por su transición, ello supondría una gran pesadilla similar a las atrocidades argelinas de «los años sangrientos».

De vuelta en Túnez, la nube salafista sólo apareció en el horizonte recientemente. Ni participó en el levantamiento, ni se puso a la vanguardia del movimiento popular que derrocó al régimen de Ben Ali.

El componente yihadí del grupo, conocido como «los partidarios de Ansar al-sharia » (los partidarios de la sharia ) y dirigidos por Saif Allah Ben Hussein, también conocido como Abu Iyadh, quien fue liberado de prisión en marzo de 2011, se está aislando de la dinámica política del país al reclamar un califato islámico basado en una exégesis literal de la sharia . Teoriza sobre el rechazo del Estado civil, los principios de ciudadanía, la democracia en su aceptación universal, así como la denuncia del pluralismo basado en el liberalismo y el laicismo. Este ostracista discurso sectario sólo contribuirá a la polarización de la sociedad tunecina ya profundamente dividida y pondrá en peligro la construcción de un Estado civil capaz de desafiar el extremismo y defender la esfera pública como lugar de igualdad ciudadana independientemente de la afiliación religiosa.

Hoy en día, hay signos de sedición en Túnez que el gobierno provisional, dirigido por el partido al-Nahda, debería contener con rigor pero con firmeza aplicando la ley sin reticencias. La norma debería ser tolerancia cero para aquellos que descartan la democracia y la libertad pues la estabilidad del país, su seguridad, la prosperidad socioeconómica, y los sacrificios de su pueblo por la libertad, la dignidad y la justicia social están seriamente amenazados.

En lugar de hacer campaña para las próximas elecciones y «hacerlo bien de palabra», el presidente interino, Muncef Marzuki y sus colaboradores deben darse cuenta de que los tunecinos esperan que gobierne y dirija el país. Organizar conferencias en el Palacio de Cartago pretendiendo debatir sobre islamismo y laicismo con y entre las élites, es un lujo que un país con 800.000 trabajadores en paro y un sinfín de problemas sociales no se puede permitir.

La políticas populistas de Marzuki en la transición política no se ocupan de las reclamaciones legítimas de las aspiraciones tunecinas para mejorar sus condiciones de vida dentro de los límites de un Estado moderno que respete a su pueblo y su identidad árabe-islámica. No les proporciona libertades públicas y no consigue proteger la diversidad de su sociedad. Los que hicieron la vista gorda ante los príncipes de las tinieblas sirviéndose del oportunismo político deben entender que los principios de la democracia, el imperio de la ley, la ciudadanía, el sufragio universal, la rendición de cuentas, la transparencia y el equilibrio de poderes, son indivisibles y deben consagrarse en la naciente democracia tunecina. Al fin y al cabo, es su legitimidad, su legado político, su fiabilidad y su credibilidad los que están en juego.

La verdadera pregunta es si esta transición traerá la verdadera libertad y una democracia representativa, o si dará a luz a una especie de despotismo democrático como en los sistemas que se han diseminado a través de algunos países de Latinoamérica así como en Rusia y Ucrania, en el que la democracia se ha convertido simplemente en votar entre facciones rivales de las élites.

Hay tres peligros importantes por delante: en primer lugar, el del despotismo democrático basado en el populismo; en segundo, que emerja un Estado desintegrado y débil cuya característica principal sea el ‘clanismo’ y el regionalismo; en tercer lugar, una democracia parlamentaria descontrolada en la que una mayoría se convierta en tirana y comience a utilizar las urnas para oprimir o restringir los derechos individuales en nombre de la ideología o la religión. Estos son los tres grandes peligros que enfrenta Túnez, y aunque nos tienen que preocupar, creo que por el momento es apropiado ser optimistas aunque sea necesario ser precavidos.

Fuente: http://english.al-akhbar.com/ y http://www.jadaliyya.com/pages/index/5984/salafi-trouble-in-tunisias-transition