Traducido para Rebelión por Sinfo Fernández
Scooter Libby fue el abogado que consiguió que se rebajaran los cargos contra el multimillonario Marc Rich en la época de Clinton. Pero eso tuvo más que ver con los miles de millones de Rich que con cualquier talento legal que Libby pueda poseer. En vista del procesamiento entablado por el fiscal especial Patrick Fitzgeral el viernes 28 de octubre, un hecho se destaca de forma especial: SCOOTER LIBBY ES INCREIBLEMENTE ESTUPIDO.
Y a continuación exponemos lo que CounterPunch ha averiguado de todo el procesamiento iniciado por Fitgerald.
El fiscal especial Fitzgeral podría haber señalado que había un cáncer en el interior de la presidencia que se desarrollaba como una metástasis que había brotado en la cuadrilla de Dick Cheney. Podría haber insinuado o incluso afirmado que el procesamiento del 28 de octubre de Libby es el primer redoble de tambor de una potente sinfonía de ataques procesales en las altas esferas por conductas criminales.
Pero el fiscal especial Fitzgeral no hizo nada de eso. Rastreaba pistas sin apresurarse, como si dispusiera de tiempo de sobra. En el procesamiento contra Libby abre un par de puertas unas pulgadas, para que el lector atento pueda ver las huellas que van hacia la oficina del vicepresidente. Pero entonces la puerta se cierra de golpe y no hay indicios de que el fiscal especial tenga muchos deseos de forzarla para abrirla de nuevo.
A pesar de todas las inmensas esperanzas alimentadas de que el asunto Plame jugara el mismo papel en la caída de la administración Bush que «el robo propio de rateros» que supuso el saque inicial en el Watergate, podríamos haber llegado ya al fin de la historia, aunque Fitzgerald ha dicho que podría también investigar a Karl Rove, identificado en los procesamientos como el Funcionario A.
Volvamos a Libby y a su estupidez. Pónganse en su lugar. Estás a punto de presentarte ante un gran jurado de acusación y testificar bajo juramento. Sabes que el fiscal especial ha citado con éxito a tipos de la Casa Blanca y de la CIA. Tu abogado te cuchichea al oído que las tres palabras más bellas del idioma inglés son «No me acuerdo». Te da una palmada en la espalda y, solo y desarmado, entras en la sala del gran jurado. Levantas tu mano derecha y juras solemnemente que testificarás la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, bien lo sabe Dios.
Y ahí está el encantador Mr. Fitzgerald haciéndote preguntas y tú vas contestando con mentiras pasmosas, una tras otra. No sigilosas pequeñas medias verdades. No afectadas pequeñas evasivas. ¡No, señor! ¡No éste Scooter! Yo trabajo para Dick Cheney y puedo realmente mentir lo que me de la gana. ¡Y lo haces! Y vas soltando una retahíla de cínicas falsedades, tensando tanto la cuerda, con premeditada y estudiada mendacidad, que es un milagro que las palabras no exploten en la sala del jurado como el metano sobre un montón de recalentado estiércol.
Fitzgerald: «Si no sabía que la información sobre la mujer de Wilson era secreta y tampoco lo sabía cuando se lo oyó al Sr. Russert, ¿por qué no fue prudente y verificó lo que contó a los periodistas que estaban diciendo otros periodistas en vez de afirmarlo como algo que conocía bien?»
Libby: «Yo quiero -yo no quería- yo no sabía si era verdad y no quería que la gente, no quería que los periodistas pensaran que era verdad porque yo lo decía. Yo todo lo que dije fue lo que los periodistas nos contaban, y quería que entendieran que la información no procedía de mí y que podía no ser verdad. Los periodistas escriben cosas en algunas ocasiones que no son verdad, o sacan cosas que no son verdad. Por eso quería ser claro para que no pensaran que era yo el que lo decía. No sabía si era verdad y quería que lo supieran. También era importante para mí permitirles saber eso porque lo que yo les contaba era que no conozco al Sr. Wilson. Que no preguntamos por su misión. Que yo no vi su informe.
Básicamente, no sabíamos nada sobre él hasta que ese material apareció en junio. Y entre otras cosas, yo no sabía que tenía esposa. Que fue una de las cosas que dije al Sr. Cooper. No sabía si estaba casado. Y por eso quería dejar muy claro en todo este asunto que yo no sabía nada sobre él. Y que lo único que sabía, lo que pensé en aquel momento, era lo que nos periodistas nos estaban contando.
Y, por supuesto, en la mesa y delante del encantador Mr. Fitzgerald, hay un expediente de investigación donde están todos los archivos de las investigaciones urgentes de Libby sobre las actividades y relación entre Wilson y Plames semanas y meses antes de que hablara con Russert o con Cooper. Los grandes jurados deben haber mirado a Libby pensando: ¿Este idiota que no para de soltar perjurios es el jefe del equipo del Vicepresidente Cheney? ¿El dinero de nuestros impuestos va a pagar el salario de este imbécil?
Esto es lo que CounterPunch saca en conclusión del Plamegate, que fue lo que siempre pensó que iba a sacar del Plamegate: La gente que está a cargo de los destinos de la nación durante estos últimos cinco años son muy, muy estúpidos. Sólo gente realmente estúpida podía haber pensado que descubriendo a Valerie Plame como empleada secreta de la CIA era un buen camino para hundir a su marido, Joe Wilson. Cheney es estúpido. Rose es estúpido. Bush es estúpido. Libby, sobre quien tenemos ahora una pila de material útil, es muy, muy estúpido.
Sólo porque tenemos una prensa venal y perezosa es por lo que, desde hace años, esa realidad no se ha metido a presión en la mente de la gente. Pero la prensa es perezosa, venal y cómplice.
Tim Russert no le estaba pidiendo a Libby que investigara secretos. Estaba allí, según el procesamiento de Fitzgerald, para escuchar la queja de Libby de que un miembro de MSNBC News había sido grosero con él, Libby. Cooper del Time no estaba allí para desenterrar los oscuros misterios del timo del pastel amarillo. Estaba allí sólo para cotillear a placer.
Ahora podría ocurrir que el próximo abogado de Scooter Libby se siente con su cliente y le diga que va a ir a la trena por un tiempo mayor que los 85 días en prisión de Judy Miller a menos que le proporcione al fiscal especial Fitzgeral alguna vía de investigación tan prometedora, tan sensacional, que Mr. Fitzgerald empiece a considerarse a sí mismo como la estrella más importante del firmamento político. Quizás.
O puede decirle: Scooter, toma un pretexto tan pronto como te sea posible, deja que pase el tiempo y permite entonces que el Presidente te perdone en su camino fuera de Dodge, de la misma forma que Clinton perdonó a tu anterior cliente Marc Rich, y como también el papi de Bush, en una de sus últimas actuaciones en el poder, el 4 de diciembre de 1992, perdonó a Caspar Weinberger, Duane R. Clarridge, Clair E. George, Robert C. McFarlane, Elliott Abrams y Alan G. Fiers hijo, todos ellos procesados o condenados por cargos por el Consejo Independiente Walsh en el Contragate.
En efecto, Bush padre perdonó a Weinberger, aunque se le fijó juicio tan sólo dos semanas después, por ello quizá Scooter se resista e intente agotar los plazos nada más.
Así todo, dudamos que el Asunto Plame tenga todavía de alguna forma una salida, pero incluso aunque fuera así, debemos volver a los primeros años de la década de 1970 para encontrar, alrededor de nuestro gobierno imperial, tantos escombros apilados tan memorablemente.
En el caso de Nixon, los altos funcionarios y sus edecanes se vieron obligados a dimitir y en muchos casos ir a prisión, incluido el vicepresidente, el jefe del FBI, dos fiscales generales y cuatro miembros anteriores de la Casa Blanca.
El 1 de marzo de 1974, un gran jurado definió al Presidente Nixon, entre otros, de conspirador, junto con otros, sin procesar y de obstrucción a la justicia por supresión de pruebas tales como las cintas de la Casa Blanca. En agosto de aquel año Nixon dimitió.
Sí, fue todo un holocausto en los niveles altos del ejecutivo. Pero muchas instituciones imperiales se deslizaron, supuestamente ennoblecidas, por la crisis. La figura de Kissinger no salió tocada y por eso se consolidó su poder sobre el Departamento de Estado y el Imperio. El Presidente Ford no tuvo otra opción que mantenerle como arbitro de las políticas estadounidenses por todo el mundo.
El Tribunal Supremo de EEUU siguió actuando dirigido por el instrumento elegido por Nixon, Warren Burger. Tanto el Senado como la Cámara de Representantes ganó un aura heroica mientras que los cámaras de televisión Sam Ervin e incluso Howard Baker se convirtieron en salvadores de la República. El Partido Demócrata emergió con honor y amplias mayorías en noviembre de 1974.
Una gran mayoría ungió al cuarto poder (sobre todo él mismo) como el vencedor del despotismo.
En contraste con esto tenemos el infierno que amenaza ahora en todos los frentes al Establishment Imperial. Desde la época de Nixon, la república ha tenido 31 años para granar, engordar y corromperse.
El político más poderoso en Washington, el líder de la mayoría en la Cámara, Tom DeLay, está ya bajo procesamiento y en consecuencia ha sido despojado de su puesto oficial.
El futuro se avecina tenebroso para el Senador Bill Frist, que se enfrenta a las pruebas presentadas por el Departamento de Justicia y el SEC (2) por operaciones efectuadas utilizando información privilegiada.
En la Colina del Capitolio hay también guerra abierta entre varias facciones del Partido Republicano, que llegó al climax esta semana con el rechazo de la facción conservadora al nombramiento hecho por Bush de Harriet Miers para el Tribunal Supremo de EEUU, una humillación increíble para el Presidente. Vislumbrándose elecciones a medio plazo y con los indicadores sobre la aprobación pública de la gestión de Bush cayendo, el colapso de la disciplina se acelerará en medio del pánico general.
El alto mando de Bush está totalmente desprestigiado y está siendo abiertamente atacado por actuar como un cabildo dictatorial por el anterior jefe del equipo de Colin Powell, Lawrence Wilkerson.
Karl Rove, el jefe adjunto del gabinete de Bush, ha sido apartado -como mostró el fiasco Miers- por haber ofrecido consejos miserables a su jefe, cuya presidencia cuelga sobre el precipicio de la ruina.
Considerando la visión tenebrosa de Bush en el Desafortunado Despacho Oval, donde incluso los pájaros del Jardín de las Rosas se presentan como aves de mal agüero de otra crisis nacional (que fue proyectada para proporcionar un tiempo de bonanza a las compañías farmacéuticas, donde un subcomité del Senado de EEUU votó a favor de liberarlas de cualquier responsabilidad si sus vacunas para la gripe acaban teniendo el mismo potencial letal que las que, hace una generación, provocaron el pánico de la gripe de los cerdos).
En Iraq, la guerra está yendo desastrosamente y aquí, en la Patria, se está volviendo cada vez más impopular. Los huracanes se han llevado todo lo que quedaba de las ilusiones públicas debido a la venalidad e incompetencia del Presidente y sus compinches. La economía se tambalea y el largamente presentido fin del boom de la vivienda puede estar ya sobre nosotros. Representando la idea de que la conga va a comenzar, el Presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan se jubila velozmente antes de que el tejado se venga abajo.
A nivel internacional, los EEUU nunca han sido tan despreciados. Las fuerzas armadas están desmoralizadas y el sistema de la reserva en ruinas.
¿Hay alguna institución que no se haya visto comprometida ni implicada en el desprecio popular? Esta crisis no tiene ningún Woodward o Bernstein para que le saque lustre. No hay ningún valiente héroe popular a mano. El nombre del periodista en labios de todos es el de Judith Miller, nombrada conspiradora para fomentar una guerra que ha causado hasta el momento la muerte de 2000 estadounidenses. The New York Times está en estado de guerra civil, igual que el Partido Republicano.
No hay señal alguna de que el Partido Demócrata esté obteniendo ventajas del colapso republicano. Por buenas razones. Nunca se le han ofrecido tantas oportunidades a un partido que saca de ellas tan pocos beneficios. Por lo que a la guerra respecta, demócratas poderosos como Joseph Biden y Hillary Clinton están pidiendo el envío de más tropas. La larga permanencia del picado de viruelas Greenspan como baluarte de banqueros arranca lágrimas de gratitud de demócratas como el Senador Paul Sarbanes.
En 2005 es imposible relacionar a los demócratas con una sola postura valiente ni con ninguna idea constructiva. Esta semana, los altos estrategas del partido
-hipnotizados por la respuesta del siglo XXI a los Framers, los pueriles nostrums (3) del Dr. George Lakoff- se peleaban ante dos posibles eslóganes: «Juntos, podemos hacerlo mejor» o «Juntos, EEUU puede hacerlo mejor».
Mientras tanto, unos 100.000 ancianos estadounidenses se ponían en fila a mediados de octubre para declararse en quiebra antes de que se hiciera borrón y cuenta nueva sobre el viejo capítulo 7 de la ley. Más de la mitad de estos insolventes se han visto arruinados por los costes sanitarios. La nueva ley sobre quiebra, redactada por los bancos y las compañías de tarjetas de crédito, pasó a través del Congreso sólo con la ayuda de los votos demócratas en el Senado, donde esperaban debidamente disponibles, como siempre lo han estado.
Si un demócrata, John Kerry, hubiera capturado la Casa Blanca en 2004, ¿habría habido alguna diferencia? Sí. La máquina imperial probablemente caminaría con mayor suavidad. Le hubiera dado una infusión nueva de energía maligna a la guerra de Iraq. ¿Dudan de esto? Es difícil emular los actuales saltos mortales, pero escuchen al Profesor Juan Cole, guru liberal demócrata, sobre Iraq. Dice actualmente (en una entrevista en el Instituto de la Nación de Tom Engelhardt) que para EEUU «levantar el campamento y salir» de Iraq sería como convertirse en cómplices de genocidio. Aconseja incrementar el uso en Iraq de «fuerzas especiales y poder aéreo». Es decir, asesinatos y bombardeos hasta el infinito. Regresa a casa Robert McNamara (4), todo te ha sido -una vez más- perdonado.
No es papel de los radicales pedir la elección de un estratega y un ingeniero más eficiente en un imperio rapaz y sediento de sangre, la única demanda de Kerry sobre la atención de los electores que uno pueda recordar. Por eso demos gracias de tener a Bush en la Casa Blanca y de que esté tripulando la flota imperial en una veloz carrera contra las rocas.
N. de T.:
Véase en Rebelión sobre este mismo tema el artículo de Lisandro Otero aparecido el 1.11.05: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=22104
(1) Götterdämmerung (El ocaso de los dioses) es la última de las cuatro óperas de Richard Wagner que integran «El anillo de los nibelungos».
(2) SEC (Security and Exchange Comisión), agencia responsable de administrar las leyes de seguridad federal en EEUU.
(3) Nostrums, remedios en latín, medicinas genéricas del siglo XIX.
(4) Robert McNamara, Secretario de Defensa durante las administraciones de Kennedy y Johnson (1961-68). Impulsor de la estrategia de guerra nuclear total. Para más detalles sobre su biografía, véase: http://en.wikipedia.org/wiki/Robert_mcnamara
Texto original en inglés:
www.counterpunch.org/cockburn10292005.html