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Entrevista a José Luis García Rúa, histórico sindicalista y filósofo anarquista

«El pueblo debe echarse a la calle sin medias tintas»

Fuentes: La voz de Asturias

José Luis García Rúa. Para gran parte del sindicalismo asturiano su nombre equivale a inspiración y a ejemplo de lucha. Rondando los 90 años, García Rúa mantiene su verbo fluído y ese aire de asceta místico que ha encontrado una luz propia con la que iluminar su realidad. García Rúa recibe a LA VOZ DE […]

José Luis García Rúa. Para gran parte del sindicalismo asturiano su nombre equivale a inspiración y a ejemplo de lucha. Rondando los 90 años, García Rúa mantiene su verbo fluído y ese aire de asceta místico que ha encontrado una luz propia con la que iluminar su realidad. García Rúa recibe a LA VOZ DE ASTURIAS en su casa de Gijón, espartana y transitoria. Por unos días, el histórico sindicalista de la CNT, pensador y filósofo, regresa al frío de su ciudad desde ese sur casi mítico, desde Granada, donde reside. Hoy, a las 20 horas en el Antiguo Instituto, ofrecerá una conferencia sobre el movimiento 15-M dentro de las actividades del aula cultural que lleva su nombre.

¿Ha arrojado luz el 15-M al movimiento obrero? ¿Le ha sorprendido este levantamiento de los más jóvenes?

En realidad, este levantamiento de los jóvenes llevo esperándolo mucho tiempo. Siempre confié mucho en la juventud, un sector especialmente maltratado en la llamada «transición» que, en realidad, fue un enmascaramiento democrático. Desde entonces, la juventud es un objeto destinado al amaestramiento, a un vaciamiento mental que va dirigido exclusivamente a un hedonismo virtual, como eso que llaman el botellón.

¿Cree que ha servido de algo o ve singnos de desmoronamiento?

Yo creo que no se desmorona pero cuidado, porque el poder tiene demasiados instrumentos de desviación y es capaz de hacer caminar el movimiento hacia la nada. La voluntad de convertirse en poder para transformar el sistema desde dentro es engañoso, porque el Estado absorbe todo y todo lo transforma.

Le mento una cifra: 5,3 millones.

La izquierda tiene mucha culpa de eso, porque ha perdido el sentido original de la palabra. Se ha entregado al post-franquismo y ha aceptado una situación desde los motivos fundamentales del franquismo, al que nuestra derecha actual aún no ha condenado. De ahí que srujan casos como el de Garzón…

¿No le parece esquizofrénico que Garzón esté sentado en el banquillo?

No, esquizofrénico no, sino fruto de la situación política española, que es consecuencia de los errores que cometimos los que luchábamos por la democracia y permitimos que se instaurara una democracia falsa, que enmascara los problemas. En los Pactos de La Moncloa ya se vió lo qué iba a ser de España en el futuro. El movimiento obrero intentó colarse dentro del poder, lo que es un gran error. Eso, en cierta manera, es la herencia del gran error de Marx, que fue buscar la revolución burguesa considerando al estado como una gran institución unificadora. Esos errores se pagan.

De sus palabras se infiere que el objetivo de la clase trabajadora no puede ser llegar al poder…

Eso nunca. El poder es el Leviatán, el monstruo pagano. El poder es, en sí mismo, conservador. Se entra en él con la intención de cambiarlo y lo único que se hace es fortalecerlo. Aquello que se llamó «contrato social» en la Revolución Francesa no fue más que una ilusión. «Libertad, igualdad, fraternidad»: se ha quedado en nada. Aquello se pervirtió y ahora el estado es mucho más poderoso, porque ya ha llegado al interior de las personas, que han interiorizado una manera de hacer las cosas que emana directamente del poder. Volviendo al 15-M, lo peligroso es que se adhiera a estos cantos de sirena que le llegan de los partidos políticos y del Estado en sí. Si se limita a pedir más participación ciudadana y que se cambie la Ley electoral, entonces el movimiento será baldío.

¿Cuál debe ser, pues, su objetivo?

Combatir las estructuras de poder establecidas y olvidarse de institucionalizaciones, porque sabemos adónde nos llevaría eso. Hay que buscar un autogobierno, enfrentarse a la sociedad y al Estado y conseguir que la sociedad se auto-organice.

Hablemos de Asturias, ¿qué le parece que Cascos haya convocado elecciones anticipadas?

Algo he oído de eso, pero la verdad es que estoy totalmente apartado de la política. Ahora, lo que me parece es que Cascos se está preguntando a sí mismo: «¿por qué habré ganado las elecciones?». Y es que la política es un error como finalidad y como método, da igual que gane el PP que el PSOE que Cascos. Todos harán lo mismo.

El PP ha empezado fuerte…

Se critica al PP, que lleva un mes en el gobierno, por los recortes que anuncia, pero el PSOE estuvo cuatro años haciendo lo mismo. Hay que oponerse al capitalismo desde la base y no ser colaborador. De lo que dice Rajoy veo una disculpa, del tipo «siento mucho estos recortes, pero es que las leyes económicas son insaciables, no tienen otra manera de expresarse». Parece querer decir que hay que aceptar esta realidad y estos recortes, y los consagra como único método para alcanzar el enriquecimiento futuro. Así es como se ha deshecho el mundo. Estoy convencido de que la autogestión de la producción se puede realizar sin estas complicaciones. Todo se ha vuelto muy complicado, las leyes son abigarradas.

¿Qué propone?

En estos momentos hay que proceder como con el famoso nudo gordiano, que no podía deshacerse: hay que sacar el cuchillo y pegarle un tajo para deshacerlo. No hay medias tintas. El pueblo ha de echarse a la calle, pero con luz, permitiendo que el pensamiento permita el movimiento. Ahora que las ideologías se desmoronan, es el momento de crear un movimiento autogestionado y consciente.

Hablemos de una de sus pasiones: la enseñanza. ¿Cómo ve la eliminación de la asignatura de Educación por la Ciudadanía?

Lo que hay que pedir es que tengamos la misma libertad de buscar una educación que no sea la que el Estado nos proporcione. El Estado lo tiene todo en su mano: los colegios, los institutos, la Universidad… Lleva la educación a su terreno y consigue que los chavales se desencanten. El poder cree que Educación por la Ciudadanía forma en democracia cuando la democracia, tal como la tenemos, es indefendible.

¿Tan mal lo ve?

Si dentro de la crisis hay gente que se enriquece, si en España hemos alcanzado los 5 millones de parados y los 8 millones de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza, ¿de qué democracia me hablan? ¿de que hostias me hablan? Hay que romper con esto de una cochina vez, pero conscientes, midiendo los pasos. Hay un dato significativo: durante la Guerra Civil, la productividad en España creció el 60% ¿por qué? porque era el pueblo por sí mismo el que producía. Cuentan que Romanones, cuando salió de la cárcel y volvió a su pueblo, no conocía sus tierras de lo cuidadas que estaban. Se interesó por quién había trabajado las tierras y los vecinos le dijeron que había sido el pueblo en régimen de cooperativa. Romanones le dijo al que llevaba el asunto: «quiero que seas mi capataz», y el otro le respondió: «Yo no soy capataz de nadie». Ese es el espíritu. El obrero es el que sabe trabajar y hay que volver a esa conciencia.

Regresando a la enseñanza, usted se convirtió en un revolucinario con su proyecto de escuela obrera de la calle Cura Sama, hasta que terminaron con ella…

No, a mí no me doblegaron. Ahora soy más radical que de aquella.

Pero, ¿por qué molestaba?

Primero, porque era gratuíta. Después, porque no había diferencias entre alumnos y profesores. Había auténtica fraternidad. Yo no enseñaba ecuaciones, sino una educación para la vida y ese es el gran problema, porque un educación así molesta a cualquier poder establecido, más a una dictadura. El poder no es tonto y sabe qué se puede y qué no se puede enseñar. Tiene especialistas en el dominio psicológico de las pesonas. Hombres de acción. Me acuerdo de Ramos, el jefe de la Policía Política de Asturias, que me metió varias veces en la cárcel. Me dijo un día: «Rúa, eres un pordiosero social», y, en fin, tenía razón. No paró hasta que terminó con el proyecto de escuela que tenía en Cura Sama.

Usted es considerado una inspiración para el sindicalismo asturiano, pero su esencia es radicalmente distinta…

Mi gran objetivo fue aunar a todos los antifranquistas, sin distingos, en una plataforma que se llamaba Comuna Revolucionaria de Acción Socialista (CRAS) pero, al ver que los comunistas tiraban para un lado, los socialistas para otro y que nadie se ponía de acuerdo, abandoné.

¿No le tentaron para meterse en política?

Claro. El PCA quiso que fuera su secretario general. Yo les dije que no podía porque no era comunista y me contestaron: «eso da igual, hombre» (ríe). Era imposible.

No era comunista porque era anarquista…

No, en un primer momento no. Me hice anarquista con el tiempo, pero al principio era un admirador de Marx. Lo que pasa es que se equivocó gravemente al hacerle caso a Engels, lo que desembocó en el desmantelamiento de la Internacional de Trabajadores y la deriva hacia una fusión con el socialismo. Creían Marx y Engels que el sistema se destruiría a sí mismo sin una intervención de los obreros. Craso error. Porque que un capitalista traicione a un obrero causa furor, pero que un izquierdista traicione a su género causa desencanto. Se pierde toda esperanza. Y eso ha ocurrido en España desde los 70. Ahora no confío para nada en la política, sólo en la voluntad popular, pero clarividente, sin cegarse y sin recurrir a la violencia.

¿Tan mal se han hecho las cosas en este país? Sí, desde que después de la muerte de Franco se sustituye a Arias Navarro por Suárez. ¿Sabe por qué lo hicieron?

Lo hicieron después de un viaje del rey a Estados Unidos. Kissinger le dijo lo que tenía que hacer y ahí se acabó la transición y se diseño una Constitución que es una fábula y que en el artículo octavo justifica la intervención del ejército si un gobierno legalmente establecido trata de variar la estructura territorial de España. ¿Le suena a algo eso? Dadas las circunstancias, ¿cómo cree que saldremos de esta? Confío en que el movimiento juvenil aleccione a la clase obrera, que está desencantada con el sindicalismo y su pasividad, que resulta incomprensible. En mi opinión, los que debían defender los intereses obreros y combatir el capitalismo se han convertido en piezas del gobierno, que es quien los subvenciona. El movimiento juvenil, si es auténtico, si va a lo suyo, terminará contagiando a la clase obrera pero, ojo, sin caer en la violencia, porque eso es un caramelo para el Estado. Porque hay que tener en cuenta que en este país una pequeña parte de la población vive del Estado pero una inmensa mayoría los sufre. Ese debe ser el punto de partida para ponernos a trabajar, a obrar de manera coherente y sin caer en contradicciones. Esa unión auténtica será nuestra fuerza.

Fuente: http://www.lavozdeasturias.es/culturas/pueblo-echarse-calle-medias-tintas_0_638936175.html