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El racismo en España pasa de los discursos a los crímenes

Fuentes: Público (España) [Imagen: Protesta contra los crímenes racistas en Mazarrón. Créditos: Convivir sin racismo, tomado de Público]

El asesinato a tiros de Younes en Mazarrón o el apuñalamiento a una mujer migrante en Murcia son la cristalización en violencia física de los discursos del odio que se han normalizado en el país. Expertos y activistas antirracistas ven una relación directa entre el auge de la extrema derecha y estos crímenes, aunque apuntan a que Vox solo utiliza el caldo de cultivo de un Estado históricamente racista y machista.

«El odio fascista no va a parar. Su objetivo último es acabar con la vida. Va dando pasos, empieza con discursos de odio, deshumanizando a colectivos y al final… Es jodido tener la certeza de que, si pasa algo, nos ocurrirá a nosotros, a las personas racializadas. Entonces nos daremos cuenta de cómo se nos ha ido esto de las manos». Eran las palabras de una reciente entrevista que el activista antirracista Moha Gereou concedió a Público. Recordaba el crimen de Lucrecia Pérez en 1992, el primer asesinato racista documentado como tal en la España democrática, y aseguraba: «La historia nos enseña que estos episodios son muy factibles y que nunca podemos dar por superada esa etapa». No se ha equivocado en ninguna de sus afirmaciones.

El repaso a la prensa de las últimas semana pone ante nuestros ojos un fenómeno que sus analistas y los colectivos que lo padecen no dudan en achacar a una barra libre de la dialéctica del odio. Empieza en las redes sociales, da el salto al discurso político institucional con su altavoz correspondiente y acaba amplificado y normalizado por los medios de comunicación de masas. «Como si esos postulados formaran parte del juego democrático. No es solo la extrema derecha, los medios tienen una responsabilidad al decidir ser amplificador de este discurso racista», resume Núria Millán, socióloga, especialista en prevención de los extremismos violentos en NOVACT – Instituto Internacional para la Acción no Violenta, cuyo último informe sobre la ultraderecha y el odio también abunda en esta idea.

El suceso más grave ha sido el asesinato con claros tintes racistas en Mazarrón, Murcia, de Younes Bilal, un marroquí que llevaba dos décadas en España. Recibió tres disparos en el pecho por parte de un ex militar conocido por su largo historial racista, en un bar del paseo marítimo. «No quiero moros en el local«, dicen los testigos que gritó el asesino.

Vox, primera fuerza en esta localidad y en la región, ha condenado el ataque, aunque sin hacer referencia al sesgo racista. «Solo Vox condena cualquier tipo de violencia, venga de donde venga», dicen en su comunicado en Facebook. Es el mismo mensaje que utiliza para negar la existencia de la violencia machista. «Vox usa un mensaje sencillo, directo y provocador, con bulos, mentiras y mensajes racistas»

No muy lejos, en Cartagena, una mujer española apuñaló el martes por la espalda a otra mujer ecuatoriana en una cola de reparto de alimentos de Cáritas. «Los inmigrantes me quitan la comida«, dijo la agresora, según recoge la Opinión de Murcia. «Hay una relación clara. Vox usa un mensaje simplista, directo y provocador, basado en el odio y las mentiras. Intentan establecer una rivalidad entre los colectivos más vulnerabilizados. Enfrentan a pobres contra pobres», añade Millán, que recuerda la escalada de ataques a mezquitas y manifestaciones islamófobas en la región desde la irrupción de Vox. También allí tuvo lugar el ataque con cócteles molotov a la sede Podemos. Cargos del partido ultra, lejos de condenarlo, difundieron el bulo de que las imágenes del incendio eran un montaje de la formación morada.

Si se mira un poco más atrás en el calendario, el alcalde de Lleida denunció la pasada semana una brutal agresión racista de cinco personas a un ciudadano senegalés. Uno de ellos le ofreció trabajo desde su coche, como suele hacerse en las plazas a los temporeros migrantes que esperan las migajas del empleo sumergido de la recogida de la fruta. El agredido aceptó y fue conducido a un lugar apartado donde otros cuatro cómplices le dieron una paliza. «El año pasado, los brotes de coronavirus entre temporeros migrantes fueron instrumentalizados y hubo una gran ola xenófoba en Catalunya«, recuerda Millán.

También la semana pasada, un ciudadano marroquí que llevaba 20 años en España denunció ante el juzgado que un empresario de la fresa de Moguer (Huelva), para el que trabajan él y su mujer, le propinó puñetazos, patadas y golpes con un azadón cuando le pidió que le pagara los 51 días de trabajo que adeudaba al matrimonio. El empresario, acompañado de sus dos hijos, no solo agredió al jornalero, sino que también causó daños en su coche. «Empezó a decirme cosas como hijo de puta, moro de mierda, y que no me iba a pagar. Tengo heridas y un moratón en la cara. También golpearon mi coche», relató el agredido a La Mar de Onuba.

«Tenemos claro que estos hechos no son causales ni tampoco aislados. Y por eso exigimos que las autoridades emprendan acciones de forma urgente encaminadas a detener esta oleada de ataques», ha pedido la Asociación Marroquí para la Integración de Inmigrantes. Esta organización malagueña tiene claro que son actos «terroristas» y una «consecuencia directa de la propagación de los discursos de odio hacia las personas migrantes» por parte de la extrema derecha.

El baúl del racismo social

«Yo no soy racista, pero…» es la frase que numerosos colectivos antirracistas llevan años señalando como el peligroso baúl que contiene un sentimiento larvado de aversión —quizás miedo más que odio— contra esa construcción social del diferente.

El baúl se abre y se cierra a medida que un país, o más concretamente, la mayoría social blanca de este país depauperado y depauperante se arroga el derecho del bienestar y de la protección social, bajo un paraguas identitario en el que «el otro» es un rival que, poco a poco, se convierte en enemigo.

La historia no es nueva, el problema es la amnesia histórica y una sociedad pasiva que no sale condenar los hechos o exigir un cambio, dice la socióloga. «El racismo y el machismo son ideologías imperantes en el Estado español, no son nuevas. Están asesinando a personas racializadas y tenemos que actuar», sentencia Millán».

Los dramáticos resultados se hacen más visibles cuando a este baúl se le quitan todos los cerrojos, y la espiral del silencio entorno la manifestación pública del odio desaparece también en las instituciones del Estado.

El odio normalizado en las instituciones públicas

Vox y su virulento discurso de guerra contra todo el que no asume sus postulados han cosechado casi 3,7 millones de votos y 52 escaños en las últimas elecciones generales. Es la tercera fuerza política del país, es llave de varios Gobiernos autonómicos y de ayuntamientos. Desde la tribuna del Congreso han legitimado y exaltado esta forma de pensar y, sobre todo, de actuar en nombre de la libertad y el patriotismo. Da igual si es contra el extranjero, contra el feminismo, contra el colectivo LGTBI, contra víctimas de violencia machista o contra adversarios políticos de un amplio espectro ideológico, a los que tildan directamente de «dictadores», «terroristas», «etarras» o «totalitarios». Para Millán, la estrategia discursiva sigue el mismo patrón. «La extrema derecha alimenta y legitima el discurso del odio, y eso es la punta de lanza de la violencia»

«La extrema derecha alimenta y legitima el discurso del odio, y eso es la punta de lanza de la violencia física», resume la socióloga catalana, que apunta a que la historia no es nueva y que este supremacismo blanco se extiende por gran parte de Europa y del mundo «sin que las instituciones lo intenten frenar ni prevenir».

Aunque Millán advierte de que Vox solo aprovecha un caldo de cultivo que ya existía. «España es un estado racista y machista. En los momentos de crisis, incertidumbre, miedo y desconfianza en las instituciones y políticos, la extrema derecha suele crecer. Responde a múltiples factores», argumenta. Y recuerda que la mayoría de los partidos políticos españoles amparan políticas racistas que están «plenamente normalizadas, lo que dificulta que sean percibidas como tal».

No son solo las agresiones, sino la política migratoria española, el racismo institucional o las muertes de migrantes en el Estrecho, que aumentan sin control desde hace 30 años.

Repuntan los delitos de odio

Las consecuencias sociales ya hace tiempo que empezaron a pasar de las palabras a los hechos. Los delitos e incidentes de odio aumentaron en España un 6,8% en 2019, según el último informe del Ministerio del Interior. De los 1.706 «hechos registrados» en 2019, 108 corresponden a infracciones administrativas. El resto, a infracciones penales. Por tipología, los delitos de «ideología», con 596 casos, fueron los más habituales y aumentaron casi un 2% respecto a 2018. Los delitos de odio por racismo y xenofobia aumentaron un 21% en 2019

Sin embargo, el tipo que más repuntó fue el delito de «racismo/xenofobia», con 515 casos, un 21% más.

La lista del racismo llevado a la práctica —y que no entra en este registro ministerial— podría seguir ampliándose con las agresiones policiales en los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE), o con la sola existencia de estas cárceles racistas. O con la campaña de la extrema derecha contra los menores migrantes, que también han sido blanco de persecución, agresiones y señalamiento mediático en casi todo el país durante años. Pasaría a su vez por las muertes de 14 migrantes en el Tarajal en 2014 tras los 145 pelotazos de goma disparados por la Guardia Civil mientras nadaban. O por el deceso del joven nicaragüense Aldrich Ribera, electrocutado con un cable de alta tensión cuando recogía naranjas en una finca de Huelva, sin contrato ni papeles. O por la muerte el verano pasado del también nicaragüense Eleazar Blandón, abandonado en la puerta de un centro de salud de Lorca (Murcia) por el empresario que lo contrató tras sufrir un golpe de calor durante su jornada recogiendo sandías.

Habría que hablar de las temporeras marroquíes de la fresa que cada año vienen a Huelva y, en numerosos casos, son víctimas de abusos laborales e incluso sexuales a manos de los empleadores o por su entorno, sin que nada haya cambiado. La lista podría alargarse hasta el mencionado asesinato de Lucrecia Pérez. A esta dominicana le pegaron dos tiros en Aravaca (Madrid) cuatro encapuchados, militantes de grupos de extrema derecha, uno de ellos, ex guardia civil.

«Están pasando cosas terribles. Estamos perdiendo la vergüenza de decir que hay gente que no merece estar aquí. Se está atacando a niños, por Dios. No se puede ser peor después de eso. Yo no temo por mí. Tengo un niño de cuatro años. Tenía la esperanza de que cuando fuera consciente, esto ya no estaría así. Es doloroso porque esas personas a las que se está atacando también son ciudadanos españoles. Vivimos aquí. ¿Sabes lo que es que no te defiendan ni en tu país? ¿Dónde vas a ir si este país es tu casa?», reflexionaba en los micrófonos de la Cadena Ser la actriz y cómica de origen guineano Asaari Bibang. Pero como recuerda Millán, la «libertad de expresión» parece jugar a favor del odio.

Libertad de expresión como arma del odio

«En estos tiempos líquidos en los que impera el relativismo, la primera pregunta que debemos hacernos ante la proliferación de los radicalismos generadores de discursos del odio es si la libertad de expresión ampara la difusión de cualquier idea, incluso de aquellas que ultrajen la dignidad», concluye un amplio estudio de la Universidad Loyola de Sevilla.

«El relativismo extremo del todo vale, que se manifiesta con tanta inmediatez y fugacidad en los caracteres de un tuit, es expresión de la incertidumbre en que vivimos […], entre cuyas causas más profundas tendríamos que contar, al menos, las siguientes: la separación del poder y la política; la precariedad de los mecanismos jurídicos y de los sistemas de seguridad que protegían al individuo en muchos lugares del mundo; la renuncia al pensamiento y a la planificación a largo plazo; o la exacerbación de la libertad de expresión como vehículo de autoafirmación y de rechazo de lo ajeno, como arma arrojadiza del odio», afirman esta y otras muchas publicaciones académicas sobre el tema. El problema es antiguo, solo se ha renovado. Sin embargo, se siguen contando muertos todavía.

Fuente: https://www.publico.es/sociedad/agresiones-racistas-racismo-espana-pasa-discursos-crimenes.html