Recomiendo:
0

Entrevista al sociólogo Gil-Manuel Hernández

«El rechazo de las fallas y de la cultura popular fue un error grave de la izquierda»

Fuentes: Rebelión

Entre el 15 y el 19 de marzo se celebra en Valencia la fiesta de las fallas, de remotos orígenes (probablemente a mediados del siglo XVIII) cuando el gremio de carpinteros quemaba los «trastos» en una hoguera, en vísperas de la festividad de San José (19 de marzo). Han pasado centurias y la burguesía local […]

Entre el 15 y el 19 de marzo se celebra en Valencia la fiesta de las fallas, de remotos orígenes (probablemente a mediados del siglo XVIII) cuando el gremio de carpinteros quemaba los «trastos» en una hoguera, en vísperas de la festividad de San José (19 de marzo). Han pasado centurias y la burguesía local (a finales del XIX), la dictadura franquista, los gobiernos de la Transición y el PP (en los últimos 25 años) han domesticado la fiesta y cercenado buena parte de su punta satírica y transgresora. Aunque también la izquierda autóctona, sobre todo la de cariz nacionalista, rechazó durante mucho tiempo el acercamiento a esta fiesta popular, recuerda Gil-Manuel Hernández, profesor del departamento de Sociología de la Universitat de València.

Hoy las fallas se enfrentan al reto de recuperar su esencia, lo que intentan algunas comisiones (con formas innovadoras en los monumentos, teatro o «llibrets»), y sobre todo algunas iniciativas como la «Intifalla», las «Falles Populars i Combatives», y otras en los barrios de Benimaclet y el Cabanyal. Gil-Manuel Hernández se muestra crítico con la «corrección política» de las fallas actuales, en las que la gracia y el ingenio han sustituido a la sátira. Habla de una «crítica evaporada». El sociólogo es autor de «Focs de falla. Articles per al combat festiu», «Falles i Franquismo a València» y «La festa reinventada. Calendari, Política i Ideología en la València franquista». Al margen de la temática fallera, es autor de «Ante el derrumbe. La crisis y nosotros», uno de los autores de «La cultura como trinchera. La política cultural en el País Valenciano (1975-2013)» y ha participado en el libro colectivo «La ciudad pervertida. Una mirada sobre la Valencia global».

-En algún texto has escrito que en la mayoría de los monumentos falleros actuales se «evapora» la crítica. ¿Qué queda de las fallas como representación satírica e insubordinada?

Es evidente que las fallas primigenias son una representación de violencia simbólica, expresada a través de la sátira y la parodia, y con una crítica social y política feroz. Eso no ha desaparecido del todo. Pero en gran medida ha sido domesticado después de un largo proceso iniciado por la burguesía local (a finales del siglo XIX), que intentó convertir la falla más corrosiva en una falla más artística, y con una mayor exaltación de la identidad regional. La idea era domesticar la fiesta. En este punto, además, utilizaría un concepto de Norbert Elías, «proceso de civilización». Se aplica a las fallas con la idea de ir quitándoles la carga crítica y conducirlas hacia un modelo más burgués, más suave y civilizado. No lo acabaron de conseguir totalmente. Incluso en los años 20 y 30, y en tiempos de la II República, se dará un resurgimiento de la falla política y satírica. El franquismo «reconducirá» finalmente el modelo. En resumen, un largo proceso de civilización que no ha acabado con esos elementos de carga satírica, pero que los ha dejado latentes o reducidos a manifestaciones minoritarias.

-¿Hermanarían estos elementos satíricos a las fallas con otras fiestas, también populares y apegadas a la calle, como los carnavales?

Las fallas, genealógicamente hablando, son una fiesta carnavalesca. Tienen todos los elementos del carnaval, que desaparecerá en Valencia durante el franquismo (antes convivía con las fallas). Las fallas y los carnavales utilizan la sátira, los rituales para criticar a los poderosos; también en las fallas hay una serie de festejos que utilizan los disfraces, como la «cavalcada del ninot»). Precisamente los elementos más satíricos y singulares de las fallas proceden de su raíz carnavalesca.

-¿Qué problema tiene (y tradicionalmente ha tenido) la izquierda valenciana con las fallas? ¿Cuándo dejaron de ser las fallas unas fiestas progresistas y no «civilizadas»?

En la II República las fallas y los artistas falleros eran progresistas. Incluso cuando se produce el golpe de estado y estalla el proceso revolucionario en 1936, las fallas -artistas y comisiones- se ponen al servicio de la República y la revolución. Después, el franquismo hizo una purga brutal, lo que ayuda a explicar muchas cosas. En el censo de 1943 sólo quedaban el 10% de los falleros que había apuntados a los comisiones en el censo de 1936-37. El 90% restante desapareció, fue represaliado, se exilió o no les dejaron apuntarse en una comisión. Además, en los inicios de la «Batalla de València» (batalla por la apropiación de los símbolos que tiene lugar a partir de 1977, entre fuerzas conservadoras que provienen del franquismo y organizaciones progresistas. Nota del entrevistador), la izquierda -sobre todo la nacionalista y «fusteriana»- hace la lectura siguiente: como las fallas están absolutamente ocupadas y pervertidas por el franquismo y el post-franquismo, no tiene sentido introducirse en ellas. Es una batalla perdida, se piensa. Se hace una crítica demoledora de las fallas, sin entender que dentro de este mundo había numerosos focos de resistencia. La gente de izquierdas (o incluso con una orientación nacionalista) que se encontraban dentro de este mundo se sintió desamparada. Después, con el «bunker» conservador ya instalado, resultó imposible influir.

-¿Pecó la izquierda de plantear una crítica excesivamente «intelectualista» a las fallas y otros elementos de la cultura popular? ¿Qué influencia tuvo en ello Joan Fuster, intelectual valenciano que en los años 60 defendió la unidad de la lengua y recuperó la idea de Països Catalans? (La efigie de Fuster fue quemada en la «cavalcada del ninot» de 1963, un año después de que publicara «El País Valenciano») ¿O el rechazo de estas fiestas fue más bien cosa de sus seguidores?

En este punto se da una paradoja. Sí, porque en el ensayo «Combustible per a falles» (1967) y otros artículos, Fuster se mostraba crítico con aspectos de la fiesta, pero la «salvaba». Señalaba que la fiesta podía recuperarse por otras vías y rellenarse con otros contenidos. Las fallas, las fiestas de la «Mare de Déu», los festejos en honor de sant Vicent Ferrer, el fútbol… Hay toda una cultura popular que no necesariamente ha de ser reaccionaria. De hecho, la cultura popular es muy compleja y se presenta revestida de muchos matices. Lo que ocurre es que se hace un «paquete» con todas las manifestaciones citadas, y se le denomina «cultura basura» o «anti-cultura», además infectada por el virus del franquismo. Fue un error bastante grave. La izquierda fusteriana no era mayoritaria electoralmente ni en términos numéricos, pero sí era importante su influencia intelectual.

-Las «Intifalles» convocan diariamente protestas durante la «mascletà» bajo el balcón del ayuntamiento de Valencia, con motivos como la dimisión de la alcaldesa, el rechazo de la corrupción, la defensa del territorio frente al fracking, por el derecho a la vivienda, contra el racismo y el fascismo… Hace más de una década que se organizan las «Falles populars i Combatives» en Ciutat Vella, a las que se suman otras también populares y autogestionadas en Benimaclet y el Cabanyal. ¿Se está recuperando el tiempo perdido?

Lo que ha existido siempre en las fallas es, a pesar de la represión y la instrumentalización política, una especie de río subterráneo que intentaba conectar con esa fuente primigenia de fiesta; que por ejemplo en el franquismo representó la revista «Pensat i Fet» y también algunas resistencias dentro de las comisiones falleras. Ése río subterráneo siempre ha existido. En el comienzo del siglo XXI aparece una nueva generación, a lo mejor no tan influida por clichés como las generaciones anteriores. Es la gente que con «normalidad» y sin complejos empieza a reivindicar el espíritu de las fallas populares. En 2003 aparecen las «Falles Populars i Combatives», y en 2012 la «Intifalla». Esto, desde «fuera» de las fallas oficiales. Desde dentro, hemos visto comisiones falleras y sobre todo gente joven que apuesta por líneas innovadoras y experimentales en los monumentos, incluso contactando con arquitectos, diseñadores o grafiteros externos a las fallas; es gente que también promueve iniciativas solidarias, dignifica el teatro fallero o recupera el valenciano correcto, a través de «llibrets» de falla muy bien hechos, de gran capacidad crítica y literaria. Aunque es cierto que todas estas expresiones no son mayoritarias. Las fallas continúan gobernadas por la «caspa».

-¿El objetivo debería ser introducir el socialismo en las fallas, o más bien se trataría de que la fiesta recuperara su espíritu transgresor y reivindicativo, que retornaran a su esencia?

Pienso que la mejor estrategia es la «normalidad». Hay dos tipos de movimientos que pretenden recuperar las raíces de las fallas. Uno puede ser la «Intifalla», más crítica y basada en la reivindicación en el balcón municipal, o las «Falles populars i combatives». Otro movimiento es lo que denomino la «revifalla». Significa que son las comisiones falleras las que recuperan aspectos del monumento, como la sátira, o sean las mismas comisiones las que diseñen y construyan las fallas. Si esto se hace con «normalidad», ya tiene unas connotaciones muy claras. No hacen falta posicionamientos partidarios ni dogmáticos. Sólo con el hecho de recuperar la sátira y haciendo fallas incómodas para el poder, se está diciendo todo.

-Has escrito que las fallas se configuran como «un campo de luchas sociales y culturales». ¿Plantean las fiestas falleras problemas universales, que trasciendan el ámbito estrictamente valenciano?

Algunos pensamos que la mejor publicidad que se puede hacer de la fiesta no es una campaña publicitaria, turística o institucional, sino reivindicar las fallas como género artístico universal. El grafiti, por ejemplo, nace en un contexto muy local: los barrios deprimidos de Nueva York y otras ciudades de Estados Unidos. Pero luego se universaliza, y hoy a los artistas del grafiti los encontramos por todo el mundo. Las fallas incluyen los suficientes elementos universalizables, porque contienen una amalgama de escultura, pintura, literatura… Es un arte popular, pero «total», que permite que con independencia de que lo hagan o no falleros, en fallas o fuera de ellas, cualquier artista del mundo pueda expresarse, artísticamente, utilizando la falla como género.

-¿El tratamiento de los medios de comunicación es «funcional» a la ideología conservadora de las fallas actuales? ¿Se da cobertura a las fallas más críticas y transgresoras?

La mayor parte de los medios de comunicación, sobre todo los más importantes, están en manos de la «caspa», entendida como conjunto de individuos o representantes de la oligarquía local y fallera. Lo que hacen es mostrar y legitimar un modo canónico y único de entender las fiestas, inclinado al «fallermajorisme», y que pone el acento en los aspectos más «rosa», banales, relacionados con las falleras mayores, intrascendentes y conservadores. Se huye, por tanto, de los aspectos más incómodos y de cualquier connotación crítica. Y hablamos de la mayor parte de los medios, también de los supuestamente progresistas. Pero afortunadamente hay páginas Web y blogs críticos, o incluso medios como «El Mundo», que curiosamente es el que está haciendo información más progresista respecto a las fallas.

-Por otro lado, ¿pueden asociarse las fallas actuales a determinados rasgos identitarios de la sociedad valenciana? ¿Han configurado las fallas un imaginario colectivo basado en una determinada ideología? Recientemente el Gobierno Valenciano ha anunciado una Ley de Señas de Identidad, en la que se hacen guiños al «secesionismo» lingüístico y en el anuncio de la norma se apeló a políticos como González Lizondo (dirigente fallecido de la formación derechista Unión Valenciana).

Desde que aparecen, y sobre todo desde que la fiesta crece (mediados-finales del siglo XIX), las fallas expresan lo que el sociólogo Antonio Ariño llama un valencianismo «emotivo o temperamental». Manifiestan una parte de la identidad valenciana (al menos de la ciudad de Valencia), pero este valencianismo «temperamental» es una expresión en principio pre-política y abierta a cualquier instrumentalización. Por tanto, queda disponible para que cualquier ideología pueda dotarlo de contenido. Los partidarios de Ernesto Laclau dirían que es un «significado vacío», que puede llenarse después de significantes en función del proyecto político. Históricamente, el intento de domesticar las fallas lo han llevado a cabo la burguesía, el franquismo y después el «blaverismo». Esas tres fuerzas tomaron un significante vacío (el valencianismo «emotivo») y lo condujeron al terreno más conservador.

-¿Qué rol desempeña una institución tan relevante como la Junta Central Fallera?

Es una institución creada por el franquismo para controlar políticamente la fiesta de las fallas. Además, es una de las pocas instituciones franquistas que hoy están en pie. En la transición no se abolió ni se transformó realmente. Es más, la Junta Central Fallera acaba de conmemorar orgullosamente el 75 aniversario sin ningún cuestionamiento de lo que fue, ni de lo que hoy representa. Al contrario, ha habido una celebración de la continuidad. Los más críticos hablamos de los «75 años de paz». El problema es que, institucionalmente, en las fallas no ha habido transición. El presidente de la Junta Central Fallera es el concejal de Fiestas del Ayuntamiento de Valencia, que también elige a los vicepresidentes. A todas las personas que están por debajo los eligen los falleros por mecanismos democráticos.

-¿Han servido las fallas para garantizar 25 años de mayorías conservadoras en el consistorio valenciano?

Pienso que sí. Siempre se ha dicho que si algún partido o coalición de izquierdas quiere ganar o recuperar el Ayuntamiento de Valencia, tiene que apostar necesariamente por las fallas. De hecho, Unión Valenciana creció, entre otros factores, gracias a las fallas. El PP ha hecho una política paternalista y populista utilizando redes clientelares en las comisiones falleras, en las agrupaciones de comisiones, y utilizando las subvenciones como manera de callar bocas y tener contentos a quienes interesa. Es una estrategia deliberada, que teóricamente se sigue para mejorar la calidad de los monumentos, pero todos sabemos por qué se hace.

-¿Se utilizaron durante el franquismo parecidas estrategias de control?

El control del franquismo fue dictatorial, «manu militari», jerárquico y de adhesión inquebrantable. Se utilizaban las fallas de manera absolutamente propagandística. En la democracia el PP no ha realizado este control por canales autoritarios, sino por vías indirectas como las subvenciones. Y también con un discurso populista, que viene a decir: «las fallas no se pueden atacar». Pero siempre, insisto, con un sentido paternalista, populista y sólo en el sentido de las fallas que les interesa.

-¿Y durante la Transición? La hija de Adolfo Suárez fue elegida fallera mayor infantil en 1977…

Todo el «staff» post-franquista o que quería controlar la Transición utilizó muchos resortes, y evidentemente en Valencia uno de ellos fue las fallas. Pensemos que es el movimiento asociativo más potente de la ciudad. Actualmente hablamos de 100.000 personas directamente censadas. Si a ello le sumamos familiares o personas relacionadas por razones de amistad, la conclusión es que en una ciudad de 800.000 personas, el 30-40% tienen una relación directa con la fiesta. Cuando a veces la izquierda dice que en Valencia no hay sociedad civil, no es cierto. La sociedad civil más potente de la ciudad son las fallas, lo que ocurre es que la izquierda no se ha ocupado de entrar en ellas.

-«La Batalla de Valencia» y la función de las fiestas falleras como punta de lanza del movimiento «anticatalanista»…

Las fallas fueron un elemento vertebrador en ese «anticatalanismo», muy visceral y agresivo. Muchos de los líderes destacados de ese «anticatalanismo» eran falleros. Empezando por González Lizondo, y siguiendo por el último alcalde franquista de la ciudad, Miguel Ramón Izquierdo, además de otros personajes. Procedían del franquismo y, por tanto, utilizaron esas fallas domesticadas, adoctrinadas y encuadradas por la disciplina franquista, para cortocircuitar el proceso de de recuperación democrática y autonomista.

-Las fallas se han convertido en una fiesta masificada (700 monumentos y un millón de visitantes en Valencia capital), en la que muchos vecinos protestan por el corte de calles, el ruido y los agravios comparativos a favor de los «casales». ¿Qué queda de las fiestas más cercanas y artesanales?

Las fallas tienen detrás una industria cultural muy importante, que es la industria de los artistas falleros. Hay una inmensa red de la que viven muchas personas. Son artesanos, pero al mismo tiempo es una industria aunque de pequeñas dimensiones. Por otro lado, las Comisiones de Sección Especial (las más ricas y que hacen fallas más grandes) son las que han podido asociarse para atraer a anunciantes de las multinacionales o marcas importantes. Son una minoría. De las 385 fallas que hay en Valencia actualmente, probablemente unas 340 no llegan a ese nivel. Por eso han de recurrir a tiendas de barrio, vecinos y pequeños comerciantes. Por lo demás, en muchos pueblos del País Valenciano (no sólo en Valencia capital, también en la provincia de Castellón y una parte de Alicante) hay fallas: unas 600.

-Por último, ¿constituyen los «casales» y las comisiones un potente tejido, articulado, de lo que podríamos denominar «sociedad civil»? Si es así, ¿existen ejemplos similares?

Cuando la globalización neoliberal que estamos sufriendo crea ciudades y entornos urbanos cada vez más fríos y despersonalizados, las fallas mantienen el calor de la relación cara a cara con el vecino, la implantación y el arraigo en el barrio; eso es difícil de encontrar hoy en el mundo occidental y, por tanto, es algo que se debe proteger y reivindicar. A pesar del avance de la desigualdad, la crisis y el fracaso de los «grandes eventos», el censo fallero es hoy igual de potente. La gente no se da de baja (sólo se han dado de baja 2.000 personas desde el comienzo de la crisis).

Las fallas son un refugio cultural (donde mucha gente puede dar salida a su creatividad), de calor humano, son pequeñas entidades que funcionan democráticamente y están comprometidas con la cultura local. Encontramos ejemplos similares en las cofradías de semana santa en Andalucía, las «Hogueras» de Alicante o los carnavales en la calle. Son, además, un valor muy importante en sociedades que tienden al individualismo. Incluso para la integración de las personas inmigrantes. En la época de las grandes migraciones internas (años 60-70), de Castilla-La Mancha, Aragón y Andalucía, las fallas constituyeron un elemento de integración en la sociedad valenciana. Ahora pasa lo mismo con otros colectivos extranjeros.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.